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Entrevistas

Alcuri se aclara

Con Ignacio Alcuri, que estrena novela: "Damos importancia inusitada a lo solemne"

El autor de "La crisis de los 38" discute con el entrevistador sobre solemnidad, religión, prejuicios y su pase del cuento corto a la novela.

13.03.2020 14:27

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2020-03-13T14:27:00-03:00
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Por Martín Otheguy

Antes que nada, pongamos todas las cartas sobre la mesa: el escritor Ignacio Alcuri trabaja en este mismo medio y tiene además una relación muy cercana con el entrevistador. El lector desprevenido podrá concluir que ese es el motivo por el que se le brinda este espacio, pero la realidad es muy distinta. No solo porque medio y entrevistador ya publicaban artículos sobre la obra de Alcuri antes de conocerlo, sino porque en este caso guardaban la esperanza de que la amistad pudiera obrar como patente de corso para arruinarlo.

Si uno sigue la máxima de Ambrose Bierce, que definía la desgracia como la "enfermedad que se contrae al exponerse a la prosperidad de un amigo", o la de Oscar Wilde, que creía que es mucho más sencillo empatizar con las desgracias de un amigo que con sus éxitos, entiende por qué había expectativas de desmerecer el nuevo libro de Ignacio Alcuri, primera novela de un cuentista pertinaz.

Sin embargo, La crisis de los 38, el libro con el que Alcuri abandonó temporalmente el cuento y otros experimentos literarios y humorísticos, se resistió a base de sus propios méritos a estos intentos. Es una novela divertida, ágil, absurda y que contiene en un envase más grande las mejores virtudes del escritor: el ojo para encontrar humor en los pequeños detalles que pasan inadvertidos para el resto, los juegos meta-narrativos entre autor y personaje, el ritmo de los diálogos y la capacidad para hurgar en el basurero de la cultura pop en busca de hallazgos notables.

El estilo despojado de Alcuri -además de la subestimación del humor como ejercicio intelectual- hace que algunos lo coloquen en un cajón menor de la literatura local, pero ello no constituye una falla sino un gran mérito. En la prosa de Alcuri -muy a diferencia de su autor- todo es musculatura. Sus textos están impecablemente escritos. No hay nada mal colocado, que sobre o que entorpezca el camino por el que él quiere que transite el lector. Su obra se caracteriza por un gran manejo de la economía (también muy a diferencia del autor); no se detiene en adjetivaciones innecesarias, circunloquios o descripciones extensas que lastrarían su búsqueda del humor y el avance limpio de la trama. No es mejor o peor per se que otros estilos: es el más adecuado posible para la clase de efecto que busca.

La crisis de los 38 es la historia de Santiago, un empleado público que pasa por una crisis espiritual y busca desesperadamente cambiar su vida personal y laboral (lo que desata hilarantes intentos por lograr que lo echen), pero es también la historia de Justin I, un papa adolescente y con poderes telekinéticos que intenta revertir la caída de popularidad de la Iglesia Católica. En los márgenes se cuelan otros personajes, como niños de piel verde con reveladoras muletillas (verbales, no físicas), activistas radicales por los derechos de los animales, citas conspiranoicas de Tinder y asesinas a sueldo que intentan llegar a fin de mes.

La combinación de esos factores genera el combo perfecto para el estilo del autor, en el que chocan lo vulgar y lo sagrado, lo trascendental y lo mundano. El resultado es una novela pop que combina también la ciencia ficción bufonesca de Douglas Adams y las escenas grotescas de las farsas de Tom Sharpe. Es curioso que sean justamente algunos momentos que se acercan a Sharpe los que generan pequeños baches en la novela (spoiler alert: como el innecesario episodio de la ventosidad en las clases de yoga), pero el autor lleva casi siempre al lector de la mano rápidamente, con mucha gracia y sin tropiezos. Algo imposible en la vida real, porque Alcuri siempre lee o escribe mientras camina.

Respetando la distancia obligada de un metro, indicada por el MSP debido al coronavirus pero sobre todo por su propia resistencia a socializar, Ignacio Alcuri habla en esta entrevista sobre cuentos, novelas y la dificultad para que el arte de hacer humor sea tomado en serio.

Siempre fuiste un defensor del cuento y lamentaste que se lo subestime en relación a las novelas. ¿Hiciste una novela para demostrar que podías, para que no te subestimaran por ser solo cuentista?

Hay personas que creen que los cuentos son una especie de ejercicio previo a la novela, como un director de cine que filma un corto para ir practicando en pequeña escala lo que será una película. No es mi caso. Desde el primer momento dejé que cada historia dictara su extensión, sea un párrafo, una carilla o cinco. Y cuando apareció una idea que merecía separarse en capítulos y balancear una subtrama, lo hice. Mientras tanto, no paré de escribir cuentos, microcuentos, nanocuentos, picocuentos y femtocuentos.

¿Pero me equivoco o te planteaste escribir una novela y viste qué ideas surgían con potencial para una?

No te equivocás. Sin embargo, el primer objetivo era escribir un libro a cuatro manos con un gran amigo, y el segundo era escribir una novela. Esto quedó más que claro cuando poco tiempo después, con esa misma persona coescribimos el hilarante Almanaque Mundial del Uruguay. Y en la novela figura primero en los agradecimientos (si quieren saber de quién hablo, van a tener que comprarla).

¿Pero decidir conscientemente escribir una novela no es como dar la razón a los que subestiman el arte del cuento, como si no fuera suficiente?

¡Para nada! Si ahora que escribí una novela quisiera escribir un guion cinematográfico, no voy a pensar que es una forma de expresión superior. Simplemente ando por la vida buscando hacer cosas que todavía no hice.

Incluso al comienzo dedicás el libro a los que cultivan el cuento como lectores y como autores. ¿No es como dedicar un libro de recetas de carne a los veganos? No sé, si hubiera una marcha por el Día de los Cuentistas, yo iría con un cartel que dice "Alcuri, traidor del cuento corto".

(Risas) La dedicatoria es el primer guiño. Es la pierna fuerte que dice "Sí, esto es una novela, pero sigo opinando lo mismo que opino desde 2003". Que esto que estoy haciendo no es mejor per se que lo anterior.

¿Tu próximo libro va a ser un drama histórico muy trágico con una dedicatoria a "los que cultivan el humor"? ¿O te es imposible pensar en escribir algo que no sea humorístico?

Eso sí que es más difícil. Si te fijás (no tendrías por qué hacerlo), el humor termina permeando en casi todo lo que escribo. Aunque también es cierto que en muchos casos el proyecto de humor es lo primero y luego requieren de mis servicios. Lo que sí te puedo asegurar es que si algún día llega esa escritura seria, que luego tendríamos que definirla, tampoco voy a decir que todo lo anterior haya sido una preparación para esto.

El último premio nacional de literatura es Leo Masliah con un libro de cuentos humorísticos (Literatura con vallas). ¿Es una reivindicación, una señal de que quizá algo esté cambiando?

Creo que todavía le damos una importancia inusitada a lo serio y lo solemne, y que casos como este (increíblemente justos con un fuera de serie) son solamente hechos aislados. El día que dejen de decir "¡qué tarado!" a quien acaba de hacer un comentario gracioso, por más que lo digan con onda, podemos volver a hablar.

(Nota de redactor: leyendo este libro, el entrevistador se rio varias veces y exclamó en voz alta: "¡qué tarado!". Es una historia real)

¿Cuáles son las principales virtudes que debe tener un buen cuentista?

Los consejos de escritura de Neil Gaiman son aplicables a cualquier extensión de texto. El decálogo del perfecto cuentista de Horacio Quiroga es hermoso, pero no hay que creerlo a pies juntillas. Me quedo con la frase de Julio Cortázar de que la novela gana siempre por puntos, mientras que el cuento debe ganar por knock-out. Entró en tu vida, te dio un par de trompadas y se fue. Quizás para siempre.

Hay quien cree que justamente por eso el cuento no admite fallas mientras que la novela sí se las puede permitir. ¿Creés que es así?

No exageremos. No existen obras perfectas (excepto el cómic All Star Superman de Grant Morrison y Frank Quitely), pero está claro que en una novela se disimulan más. Y en un cuento, cuanto más breve, la falla es un porcentaje mayor del total.

Ya que dedicás el libro a quienes cultivan el arte del cuento, ¿quiénes son ejemplo de ello para vos?

Es fácil. Horacio Quiroga, cuyos cuentos de la selva me acompañaron en la infancia. En la preadolescencia fueron los de Isaac Asimov. Luego vendría Leo Maslíah. Y tengo que agregar al mencionado Cortázar. No espero que su prosa se avizore en la mía, pero fueron fundamentales al menos en mi camino de lector.

Ahora que tuviste tu primera experiencia como novelista, ¿cómo cambió el método de escritura? Por lo pronto, hiciste todo un esquema previo para la novela, lo que parece más guiado por lo metódico que por la inspiración.

Los cuentos que empecé y terminé durante el proceso de escritura de la novela siguieron caminos similares a los de siempre: algunos son pedos en un canasto, que llegan y se van, que se escriben en un par de cuadras de caminata (suelo escribir caminando); otros, más extensos, necesitan de un mínimo esquema antes de ponerme a escribir. Pero esto es simplemente para reducir las probabilidades de quedarme con el cuento por la mitad, lo que me resulta frustrante. Y la frustración es la peor compañera del creador.

¿Cuánto hay de vos en el protagonista, Santiago, que es un tipo de 38 años con algunas manías y ganas de cambiar su vida? Es imposible no relacionar algunos rasgos.

Muy poco. Cuando la empecé a escribir vivía solo y con ciertas comodidades, pero siempre tuve una... vamos a llamarla "inquietud" que hizo que hoy en día mire hacia atrás y enumere la cantidad de cosas (buenas, malas, chotas, muy chotas) que hice y se me dibuje una sonrisa en el rostro. Santiago es un tipo que ha desperdiciado gran parte de su vida; yo creo que la mía la amorticé hace tiempazo.

¿Por qué en este caso dejar de lado la carga autobiográfica que caracteriza tantos de tus cuentos? ¿No había acá pulsión alguna por exorcizar sentimientos?

Quizás la explicación esté en aquella primera reunión, cuando la idea seguía siendo la escritura de una novela a cuatro manos, en la que al menos yo tuve que pensar fuera de la caja. Aunque también debo señalar que la carga autobiográfica se ha mantenido bastante baja en los últimos tres o cuatro libros, más allá de ejercicios puntuales de catarsis (como cuando quisieron que cambiara mi dieta por un colesterolcito extra de morondanga).

La novela, como tus cuentos, prescinde por lo general de descripciones y adjetivaciones. ¿Eso es porque adscribís a la economía de recursos en el humor, de "podar" lo que sobre para llegar lo más rápido posible al chiste o al humor?

No puedo evitar ser sintético. Me encantaría que una idea para un cuento pudiera ocupar 15 páginas en lugar de dos. Por supuesto que también conozco mis limitaciones y sé que cuanto más barroco uno intente ser, cuanto más describa y adjetive, más se notará cualquier desviación de la genialidad. Pero primero es por instinto y recién luego es por instinto de supervivencia.

¿Qué dosis humorística le atribuís a tu novela, comparándola con el resto de tus libros?

Es una novela humorística, pero quizás el absurdo está más controlado por el mundo "realista" en el que se desarrolla (que hace que los toques superhumanos rindan el doble). Me gustaría creer que coquetea con el humor inglés. Y me gustaría creer que después de haber leído tantos libros de Tom Sharpe se me quedó aunque sea una milésima de su capacidad humorística.

Una característica del libro es mezclar la realidad muy vulgar y cotidiana de un empleado público uruguayo con un suceso paranormal de alcance mundial, como un papa adolescente con poderes telekinéticos. ¿Cómo llegaste a unir esos dos mundos?

Mentiría si te dijera que lo recuerdo. Tengo la cartulina original en donde tiré ideas para los personajes principales (¡Atencion! Está incluida en el libro) y por más vueltas que le dé, no logro encontrar una razón. No fue un plan simbólico de contrastar lo más chato con lo más increíble, al menos no de manera consciente. Que es de la única manera que trabajo.

Bueno, pero la religión continúa siendo un buen motor humorístico en tu obra. ¿Eso también es un proceso inconsciente o podrías explicarlo?

Hace un rato hablábamos de solemnidad y hay instituciones que chorrean solemnidad y seriedad, como la Iglesia o la Nación. Supongo que porque no resisten ciertos tipos de análisis, como que las líneas arbitrarias en el piso hagan que una persona valga más que otra. O como que Dios es amor, pero hay un rollo antiguo escrito en arameo al que se le dio más importancia que otros rollos antiguos escritos en arameo, entonces los homosexuales se van a ir al Infierno. Hay que reírse bien fuerte de eso, no importa cuántos policías te pongan adelante.

¿Para quién escribe uno un libro, sabiendo que somos criaturitas sin sentido y muy pronto todos, incluso los premios Nobel, serán olvidados? ¿Y por qué?

Escribir está bien arriba en la lista de actividades que más satisfacciones me da. Así que por ese lado me resulta muy sencillo. Claro que me encanta hacer reír a los demás, empezando por aquellos que tengo cerca. Y todos tenemos el deseo de trascender, o de trabajar de lo que a uno le da satisfacciones, o trabajar de eso pero ganando más. Así que creo que por ahí andan mezcladas las respuestas a las dos preguntas.

Por Martín Otheguy