Hace 40 años, Larbanois & Carrero hacía sus primeras armas frente al público en una peña organizada por estudiantes de Agronomía. Eran tiempos bravos para abrir la boca. Eduardo Larbanois y Mario Carrero ya se conocían de antes, y ambos venían desarrollando una carrera como cantores en los espacios (pocos y precarios) que se abrían para la música popular en el apogeo de la dictadura cívico-miltar, que había tenido, poco antes, su "año de la orientalidad", y preparaba, aunque no lo sabía, su propio knock out con el plebiscito del 80. Pero para eso todavía faltaba.

Larbanois & Carrero resistió esos años con tesón de obrero, y arropado por el calor de "la gente", que hizo del canto popular santo y seña del rechazo al autoritarismo. Después, cuando empezó a aclarar el panorama, el dúo continuó creciendo, cuando volvieron del exilio los grandes referentes y brotaban como hongos propuestas, si no oportunistas, al menos de dudosa calidad artística. Lo de ellos, venía quedando de manifiesto, era otra cosa.

El secreto, si es que lo hubo, fue no resignarse al panfleto, como apunta Larbanois.

Cuatro décadas después, el dúo se convirtió en un cruce de caminos para cultores de otros géneros e hijos de distintas generaciones. "Nos han hecho sentir referentes", cuenta con orgullo Carrero. Y es cierto. Sin abandonar su estilo de raíz rioplatense (pero solo de raíz), el dúo convive en escenarios con propuestas que van del rock a la murga, y en sus conciertos puede haber emocionados puños en alto y catárticos pogos. En serio.

Para festejar estos 40 años, Larbanois & Carrero prepara un espectáculo por partida doble en el Teatro de Verano, en el que repasarán su repertorio, que se ve resignificado a la luz de los sacudones que pegó el país y su gente, artistas incluidos. Y bien vale la pena.

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40 años después se pueden contar muchas cosas buenas, pero debe haber habido muchas "verdes". Surgieron en un momento poco propicio para ponerse a cantar. ¿En algún momento flaquearon?

E.L.: No flaqueamos nunca, porque, en alguna medida, este oficio que abrazás no lo largás más. La creación, en cualquiera de sus áreas, es una necesidad biológica. No escribís porque te mandan, escribís porque tenés la necesidad, hacés música porque tenés la necesidad de expresarte. Pintás por lo mismo, bailás por lo mismo. En cualquier contexto, el arte es una de las herramientas más libres, porque vos sos único creador allí. Por cierto, la interpretación queda a criterio del otro. Siempre recuerdo las palabras del Bocha Benavides, cuando dijo en una clase "el autor es un visor inteligente de su obra, sabe lo que hizo, pero no lo que le salió". El arte, en alguna medida, si vos mirás la historia, siempre se ha adelantado a los hechos históricos. Los griegos escribieron todas las tragedias de la humanidad, que siguen estudiando psicólogos y sociólogos al día de hoy. ¿Te imaginás qué pensaría Julio Verne hoy de su obra? ¿O Huxley, en el año 36, hablando de la clonación? Y la canción contestataria, que nace mucho antes de que aparecieran los movimientos de izquierda revolucionaria en América Latina... Los payadores ya tenían esa actitud. De modo que el arte es esa ala que nos permite volar para no volvernos locos. Cuando tenemos la posibilidad de ese espacio que nos brindan las capacidades que nos dieron los viejos genéticamente, sumando al entorno, si no tuviéramos eso, probablemente estaríamos en otro lado. Al encontrar ese espacio, y poder vivirlo, dignificarlo y elaborarlo para hacerlo cada vez mejor como oficio, ya te va marcando la vida.

M.C.: Nosotros venimos de una generación en la que la canción estuvo comprometida muy fuertemente con toda una época bastante agitada. La canción popular, por los 60, por todos lados, desde los músicos latinoamericanos hasta nuestros propios referentes. Basta nombrar a Zitarrosa, Olimareños, Benedetti, Numa Moraes, el Sabalero, Galeano, el Teatro El Galpón. Todo tenía un compromiso con un mundo con fuertes cambios sociales. Sobre todo en América Latina. Y veníamos en esa dinámica, y sin ser muy notorios, nos sorprende la dictadura. Por esa menor notoriedad tuvimos la posibilidad de quedarnos. Los demás corrían riesgo de ir presos, o que no los dejaran hacer nada, y muchos optaron por el exilio por esas razones. Los que quedamos acá, de algún modo, no nos propusimos allí hacer determinada cosa, estratégicamente. Creo que la gente, que no tenía ni su sindicato, ni sus partidos políticos, que estaba desayunándose de que el golpe había sido mucho más que para poner un poco de orden. Gente que cae presa, o que desaparece, vecinos, maestros, ya no eran esos comunistas peligrosos, esos tupamaros asesinos. Empiezan a ver el rostro real de una represión dura. Entonces la gente genera lo que fueron los espacios donde empezamos a cantar. Parroquias, cooperativas de viviendas, cosas chiquitas, que desemboca en lo que fue el fenómeno del canto popular, con todo su proceso de causa y efecto, donde la censura pretendía controlar y tener medio dominado ese movimiento que se daba, y por el otro lado la gente que iba poniendo más cosas. Entonces esas verdes nunca fueron, porque todo el mundo estaba haciendo cosas. La mayoría del pueblo uruguayo, de algún modo, hacía cosas. Nosotros cantábamos, pero había alguien que iba a pedir el permiso para hacer el espectáculo. Un grupo de viaje de estudiantes, un grupo de cooperativas de viviendas, un beneficio para una escuela. Se generaban hechos puntuales. La primera actuación nuestra fue para el grupo Suelo 77, un grupo de viaje de la Facultad de Agronomía.

 

E.L.: Porque la dictadura le había retirado los fondos para esa cátedra.

M.C.: Dentro de esa dinámica, con ese objetivo, se daban cosas. Encuentros, gente que andaba clandestina y ahí tenía noticias, se informaba. Funcionaba el boca a boca. Se generó algo en lo que nunca estuvimos solos. Si lo mirás a la distancia y decís si nos lo propusimos, no. Cumplimos con un rol.


Pero la cara visible eran ustedes, el riesgo mayor era suyo...

M.L.: Pero la gente tenía una actitud protectora. Entonces, a pesar de las prohibiciones, a veces íbamos a cantar y uno de los dos estaba prohibido...

 

Siempre de a uno...

M.L.: Sí, con el motivo de desalentar a quienes armaban los espectáculos. Pero la gente lo sabía, y nos protegía. Fue creciendo, no solo la popularidad del dúo, sino la actitud de la gente, que estaba como para decir "a estos no los toquen". Incluso los militares nos dijeron en algún momento que no estaban dispuestos a hacernos mártires. Que sabían en qué andábamos, qué hacíamos, que accidentes había en todos lados. Un señor que trabajaba en esa época para la dictadura y luego se paseó olímpicamente por las calles, Alem Castro [N. de R. apodado "La Momia", era "coordinador de Cultura" de la Jefatura de Policía de Montevideo, y fue responsable de la censura a artistas, obras teatrales, cinematográficas y otras, y está acusado de haber formado parte activa de la Operación Morgan], llegó a decirnos que, si por él fuera, nos habría dejado a todos los cantores cantando lo que él quería, y no que anduviéramos por afuera haciendo propaganda contra el país. Después, cuando se venía la democracia, se ofreció para trabajar con nosotros, porque se consideraba un mercenario y nos podía ser muy útil...

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

M.C.: Más allá del cantor, riesgo corría la gente que organizaba. Ya en los últimos coletazos de la dictadura, por el 82, 83, un grupo de estudiantes de Medicina, todas gurisas vinculadas a la Asceep, fueron detenidas a partir de un espectáculo que hicieron en el Palacio Peñarol. Fueron presas hasta la democracia, hasta el 85. Muy duro...

E.L.: Y La Momia Castro fue uno de los grandes responsables.

 

Hay varios momentos en esta historia. Uno es el de la resistencia a la dictadura, pero luego se abren las puertas, vuelven los referentes del exilio y empieza una nueva vida para la música popular, que no sé si fue muy saludable. No muchos de los artistas que estaban en ese momento lograron sobrevivir con salud...

M.C.: Nosotros trabajábamos con alguien muy importante para el dúo, que fue, de alguna manera, un representante, pero en realidad fue todo. Tuvo mucho que ver con la actitud del dúo sobre el escenario. Derby Vilas, un hombre vinculado al Teatro El Galpón, que se quedó acá en la dictadura. Y se quedó haciendo lo que podía. Entre lo que podía, más allá de ser un hombre de teatro, se dedicó a trabajar con nosotros. No era un representante, pero sí alguien que nos marcó muchísimo. Allá por el 80 y poquito, cuando ya venía muy fuerte una impronta de utilizar percusión, mucha murga, mucho candombe, mucho "vamo' arriba", en el buen sentido, la canción había tomado mucha fuerza y la dictadura había perdido pie, y esos elementos te rendían réditos a nivel de público, nos planteó hacer un espectáculo jugado al amor. Nos dijo "esto viene para cambiar, pero tenemos que estar preparados, marcando otra cosa, para cuando llegue ese cambio". Entonces hicimos un espectáculo con Vera Sienra, con canciones sutiles... Porque indirectamente entrabas en esa dinámica, porque estaba bueno... ¿Viste cuando vas ganando un partido, que lo revertiste, que hasta sentís las ganas de gritarle el gol en la cara al otro? Y él dijo "no".

 

Porque el riesgo artístico era importante...

M.C.: Sí. Eso lo entendí en su momento, pero le di el verdadero valor tiempo después.

 

Hablando de riesgos, ustedes fueron de los primeros en empezar a mestizar su música con la de los rockeros, en un momento en que podía parecer aliarse con el imperialismo...

E.L.: Eso fue desde el principio. El tema es que, generalmente, nos tildaron de músicos folklóricos. Y nunca hicimos folklore, acá no se hace folklore. Se hace una música popular uruguaya. Canciones de autor, con las músicas que, de alguna manera, se fueron identificando con la sociedad que se formó a partir de las migraciones.

 

Lo mismo que hace Bob Dylan...

E.L.: Claro. Fuimos recibiendo influencias de toda la inmigración. Y una de las cosas que a nosotros nos marcó, desde un principio, fue que, más allá de comprometernos frente al sistema, era cuidar las propuestas. No caer en el panfleto fácil, en la canción contestataria circunstancial, sino tratar de hacer obra. Que tuviera ese compromiso, pero con calidad. Fijate que los referentes que tuvimos en esa área fueron el maestro Ruben Lena, Washington Benavides, trillamos con tipos que nos enseñaron el oficio. Entonces se volvió muy riguroso el trabajo que fuimos volcando en la creación. Hasta hoy nos seguimos preocupando sobre lo que vamos a decir y cómo lo vamos a decir. Sin escapar ni esquivarle el bulto a nada, pero buscar la forma más elaborada de dar una proyección artística. Que la obra valga por lo artístico, no por la bandera que circunstancialmente pueda tener.

M.C.: Por el 79, 80, hicimos un recital que se llamaba Trovas y cantares de invierno, con Eduardo Darnauchans. Éramos los tres. Y hacíamos canciones, poemas de Leopoldo Lugones, Porfirio Barba Jacob, Idea Vilariño, grandes poetas latinoamericanos, jugando a una propuesta más baladística. Pero esto no quita que venimos de ese movimiento que se puede denominar folklórico uruguayo, del que el Sabalero, Zitarrosa, y Los Olimareños forman parte. Venimos de ahí. Por los 50 y algo vino, a través de esa ley de difusión que hizo Perón en Argentina, un fuerte impulso de música folklórica de ese país. Y eso influyó mucho en Uruguay.

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

E.L.: Pero, no obstante, en Uruguay ya estaba Aníbal Sampayo, Osiris Rodríguez Castillo, Amalia de la Vega, Roberto Rodríguez Luna...

M.C.: Claro, pero de allá vinieron Horacio Guaraní, Los Fronterizos, Los Chalchaleros. Eso generó una primera definición de folklore, que, por asociación, llevó a lo que se hacía acá, se considerara medio folklórico. Pero ahí ya había murga, candombe. Estaba el disco memorable de Los Olimareños y Ruben Lena, Todos detrás de Momo, que es un espectáculo de murga. Todas canciones inéditas, con tratamiento de saludo, cuplé, salpicón, retirada, sobre personajes del pueblo, y con una batería de murga tremenda, que era la de Los Saltimbanquis. Estamos hablando de los 60 y poco.

E.L.: Pero también se daba, en ese momento, que estaban los Beatles. Estaban los Rolling, nos llegaban cosas de la Música Popular Brasileña: Chico Buarque, Caetano Veloso. Y la gran presencia del folklore chileno, a través de Quilapayún, Inti Ilimani, la familia Parra, Víctor Jara. Y de Argentina, con Mercedes Sosa, Los Trovadores, don Atahualpa Yupanqui, que estuvo muchas veces en Uruguay, Jorge Cafrune. Gente muy valiosa. El folklore salteño, con Cuchi Leguizamón, el Dúo Salteño...

M.C.: A mí, por ejemplo, Chico Buarque, Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, me llegaron a través de Daniel Viglietti, por el disco Trópicos. De alguna manera, a Viglietti lo podemos considerar en la rama de los folkloristas, pero ese disco no tiene nada que ver. Y no escapamos a esa influencia.

E.L.: Tuve el privilegio de haber sido parte de ese grupo, que no era una organización como tal, que fue el Grupo de Tacuarembó. Nos reuníamos en torno al Bocha Benavides, y él aportaba su casa, su discografía, sus libros, su sabiduría. Nos reuníamos casi todos los días. El Darno [Eduardo Darnauchans], Eduardo Milán, prestigiosísimo poeta; Víctor Cunha; Ciro Ferreira, que es un gran fotógrafo, actual director del Hospital de Tacuarembó; Gustavo Alamón, en pintura, Tomás de Mattos... Toda esa barra caía en lo del Bocha. Todos los días estabas hablando y escuchando unas discusiones de un nivel notable, pero además, te ponías a escuchar música de autores que el Bocha tenía ahí y vos no tenías ni idea. Fabrizio De André, un trovador italiano... Brassens, Jean Ferrat, Jacques Brel... Los grandes músicos gallegos, el movimiento de la nueva canción latinoamericana... Y Simon & Garfunkel, Dylan, Donovan. Y de ahí a Mozart, y de ahí a Penderecki. Cosas rarísimas que a nosotros nos sacudían la cabeza.

M.C.: Y para eso tenías que tener el libro, o el disco. No podías guglearlo. En mi caso, tengo una influencia fuerte de mi vieja, que leía muchísimo, y me arrimó La edad de oro, de Martí, o León Felipe, Miguel Hernández. Y los discos. Escuchar Los Olimareños, Viglietti, el Sabalero. Ahí empezabas a definir qué es lo que querías hacer. Yo siempre cuento que iba en viaje hacia Florida, -soy nacido allí pero me crie en Montevideo-, y escuché, en el tren, "De cojinillo". "Cuando suena la acordeón en lo e' Cachango..." No la conocía. Yo ya andaba intentando tocar y cantar, y hacía cosas de todo el mundo, desde "Noches de satén blanco" a Roberto Carlos, lo que viniera. Y escuché eso y me llamó la atención el ritmo. ¿Eso qué es? ¿De dónde es? Porque no era lo que escuchaba habitualmente. Y alguien que fue fundamental para nuestra generación, Ruben Castillo, tenía, además de Discodromo, un programa que iba de mañana y repetía en la tarde, que pasaba los rankings de las casas disqueras. Y ahí estaban, siempre arriba, Olimareños, Zitarrosa, Serrat, Mamas & The Papas... todo mezclado. Y empecé a buscar ahí. Es cómico, y hoy es difícil de entender, que, para sacar las letras de las canciones, o tenías el disco, que generalmente no venía con las letras, o hacías como yo, que escuchaba en la mañana el ranking y, si "De Cojinillo" estaba en el tercer lugar, copiaba lo que podía, a lápiz, de la radio, y en la tarde hacía lo mismo. Y copiaba las partes que me iban faltando. Según la velocidad de la canción y el largo del texto, era lo que demoraba. Y había términos que no tenía claros. "Jiede a vino hasta con la boca cerrada"... Y vos decías "Jide vino con la boca cerrada"... ¡Pensabas en alguien que tenía la boca cerrada, que no hablaba! Pero ahí encontré lo que quería hacer. Era eso. Para mí es muy importante lo que se dice, lo que se canta, y es importante el compromiso del artista con eso.

 

El rigor, ¿No? Ustedes son tipos muy rigurosos...

M.C.: Claro. Yo encontré allí mi identidad. Mi lugar en el mundo para escribir, para escuchar, para cantar, y para hacer. Y fue por las canciones. Ya grabado nuestras primeras canciones, viajé especialmente a Treinta y Tres a llevárselas al maestro Ruben Lena, a quien no conocíamos personalmente. Y fue una maravilla. De ahí me traje una canción, "Olero", que la grabamos en nuestro primer disco solos, como dúo, y me traje siete u ocho enseñanzas de cosas que se dieron en esa charla. Llegué a las dos de la tarde y, como a las diez de la noche, el maestro me dice "vamos a prender la luz porque yo ya no veo nada".

 

No es por hacer una apología de Santa Marta, pero ¿Qué se perdió y qué se ganó en el camino, a la luz de las cosas que cambiaron?

E.L.: Sería muy banal tomar a Santa Marta como una crítica contra el progreso. Digo, porque ocurrió. No estamos para nada en contra de la tecnología, para nada. La usamos, la aprovechamos y la disfrutamos. Pero consideramos que no es el todo, no es una forma de vida cuando te pasás 24 horas frente a un aparato, y dejás de comunicarte con la gente.

M.C.: No apunta tanto a la herramienta en sí, sino a cómo la usás. Me imagino que pasó lo mismo cuando apareció el primer libro. Me parece que pasó siempre. Yo resumo en lo que dice el verso del final: "es malo mantenerse aislado cuando todo el mundo está tan conectado. Si el diablo gobierna hay que tener cuidado, la cultura nunca puede estar de lado. No todo está en venta, no todo es mercado. Árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal". Y hoy tenemos tres o cuatro diablos que andan ahí, amenazándose con misiles. Me parece que, más allá de lo notable que ha hecho el ser humano con la tecnología, todo está en cómo la use. Podés curar el cáncer o desparramar el ébola.

E.L.: No es una canción chovinista, para nada. Por el contrario. Porque justamente, las identidades de los pueblos son las que los enriquecen. Cuando vas a visitar otro país querés ver qué bailan, qué cantan, qué comen, con qué disfrutan, qué y cómo hablan. Sería muy aburrido que todos habláramos igual y pensáramos lo mismo, que es lo que pretende el centro del poder.

M.C.: Cada generación en su tiempo. Yo no pretendo que la gurisada de hoy viva como nosotros vivimos nosotros en su momento. No es ese el tema. Pero planteamos que no se pierda aquella imagen que me dijo el Laucha Prieto, y que usé en "Contrapunteando", y es que un paisano pasaba a caballo por los pueblos, pero venía montado al revés, mirando hacia atrás. Entonces, cuando la gente le preguntaba por qué andaba así, y cómo saber para dónde iba, él decía que le importaba más saber de dónde venía, que para dónde iba. Sabiendo de dónde se viene es mucho más fácil saber para dónde ir.

Foto: Montevideo Portal | Julia Peraza

E.L.: Nosotros nos integramos muy naturalmente con toda la gente de los distintos géneros. Somos tangueros de alma, desde gurises. Pero también somos rockeros. Y cuando abordamos un tema no nos planteamos qué ritmo le vamos a poner, si hay que cuidar la estructura histórica que Lauro Ayestarán descubrió para determinadas músicas. No. El texto, de alguna manera, nos va pautando qué necesita para ser un vehículo compacto. Te puede salir un 6/8, un aire de chacarera, una milonga, una balada folk, o un rap.

M.C.: Tabaré Rivero lo dice. El rock, más allá de lo que representa musicalmente, es una concepción de vida. Contestataria. Cuando te quedás con el producto musical que tiene el sello de rock no sé si estás siendo rockero. ¿Contra qué estás protestando? El rock es eso. Y el hip hop también. Y el canto popular.

 

También, aunque hubo un bastardeo del género. Fue, en un momento, una ola en la que todo el mundo se podía subir...

E.L.: Eso pasa en todas las cosas. Hay una diferencia sustancial entre la profesión y las condiciones naturales. De repente uno arranca a cantar porque tiene condiciones naturales, le gusta, y canta en el asado, de repente se sube al tablado... Y está el otro, que elige la profesión. Esa apuesta su vida a formarse, a estudiar, a tocar cada vez mejor, a leer mucho para crecer, para hacer su trabajo de la manera que consideran que debe hacerse. Jugándose entero. En cualquier rama del arte. Desgraciadamente, la realidad económica de nuestro país obliga a que, muchas veces, vos tengas que dedicarte a otra cosa para poder comer. Gran parte de nuestros más grandes artistas terminaron siendo genios después de muertos. Como dijo el Pepe Guerra, aquello que repetía el Corto Buscaglia, "¡qué sponsor la muerte!". Es parte de la idiosincrasia de nuestro país, que pretendemos cambiar hace mucho tiempo. Y es difícil. En la clase política que tendría los espacios para generar el crecimiento cultural no hay una concepción clara. A veces se cae en cosas que no son conducentes. Se hablaba, hace poco, de hacer una especie de Socio Espectacular para todos los espectáculos. Y no le preguntaron a los artistas. No tienen idea. Con la mejor voluntad, a veces, se juntan para hacer un proyecto y, si tiene que ver con la Construcción, van al PIT-CNT y consultan al Sunca. Cuando hay que hacer algo relacionado con la cultura, cualquiera lo hace, cualquiera es capaz. Hay gente que la cultura crece sola, que no precisa apoyo. Si a la cultura, que es uno de los factores que constituyen la identidad, no le das las herramientas para proyectarse, y proyectar al país... ¿Con qué vas a proyectar a tu país? ¿Con el churrasco?

 

Recuerdo un recital de ustedes hace muchos años, frente a la Facultad de Medicina. Era un conflicto de la enseñanza, y ahí tocaban los Buitres, La Vela Puerca, No Te Va Gustar. Me sorprendió, cuando ustedes subieron al escenario, que empezó a llegar la gente, todos jóvenes, y en poco rato era una multitud. Eso, en su momento, me sorprendió... Era un fenómeno que trascendía lo folklórico.

E.L.: Eso nos sorprende a nosotros. Y es la actitud. Muchas veces nos han gritado en los festivales "Larbanois Carrero Rock and Roll". Como diciendo "son míos, también". Serán de los veteranos, pero son de los jóvenes. Será que uno pone, en lo que hace, lo mejor que tiene.

M.C.: En el Pilsen Rock, en Durazno, invitados por Graffolitas, no sé la cantidad de gente que había. Y había habido alguna escaramuza antes, estaba medio caldeado. Era un hormiguero. Y subimos a cantar un tema con Graffolitas, y después hicimos "Ocho letras". Fue impresionante. Todo el mundo cantando y, cuando terminó la canción, estuvieron gritando, no menos de 5 minutos, "Uruguay, Uruguay"... Para mí fue uno de los momentos de nuestra carrera. Nos han hecho sentir referentes.