Carlos Luppi conoció a Wilson Ferreira Aldunate siendo muy jovencito, cuando aún no tenía edad para votar y arrancaba sus estudios de Economía, y quedó prendado de la personalidad del caudillo. Los años y la militancia los fueron acercando (pese a que durante mucho tiempo estuvieron alejados físicamente, dictadura y exilio mediante), y Luppi tuvo una "relación privilegiada" con el líder blanco. Cuando Luppi recuerda a Wilson le brillan los ojos y, por momentos, le tiembla la voz.

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Contador licenciado en Administración y economista, y con extenso currículum en las esferas públicas y privada, Luppi tiene varios libros publicados y decenas de colaboraciones en distintos medios de prensa, y en 2008 publicó Biografía de Wilson. Una comunidad espiritual (Random House Mondadori, recientemente editado en edición de bolsillo), una obra monumental en la que repasa, sin ocultar devoción y afinidades y con valiosa documentación, los principales momentos de la vida política y personal del último gran caudillo del Partido Nacional.

Luppi dice que se su obra fue una "necesidad" porque "nada cambia tanto como la historia". "Estamos asistiendo a un fenómeno en Uruguay que varias personas, entre ellas el historiador Gerardo Caetano, han llamado la ‘historia reciente contada por la derecha'. Han aparecido libros significativos del dos veces presidente Julio María Sanguinetti (La agonía de la democracia y La reconquista), y la historia que se narra allí, y hablo personalmente, no tiene nada que ver con lo que nosotros vivimos. Para el doctor Sanguinetti, de la dictadura se salió ‘dialogando', un diálogo entre el Partido Colorado y los militares. No es así. El pueblo uruguayo tuvo una empecinada lucha contra la dictadura militar desde antes de su gestación. Desde 1971, cuando se le birla la victoria a Wilson Ferreira Aldunate, que termina ‘perdiendo' por menos del 1% de los votos, y que está considerado uno de los fraudes más escandalosos, en un país que, contrariamente a lo que la gente cree, que es suavemente ondulado y sin accidentes, ha vivido fraudes históricos enormes".

En ese sentido, Luppi defiende el papel del Parlamento y del sistema político como sostén de la vapuleada democracia y ensalza las virtudes de "grandes hombres, gigantes" de todos los partidos en la resistencia al golpe cívico-militar.

"Ha habido una construcción falsa, infame, de que la izquierda provocó el Golpe de Estado, y que el Parlamento estuvo omiso. Yo, que en ese entonces era un joven militante, sé que el Parlamento no se reunió formalmente porque, si lo hacía, tenían que declarar formalmente a Juan María Bordaberry en atentado a la Constitución, y ese era el pretexto del Golpe. Estoy hablando de los primeros meses de la Emergencia Militar, del 72, y hasta 1973. El Parlamento estuvo siempre en acción, y recuerdo a la gente movilizada en la calle permanentemente.

No se habla ahora de la resistencia de la gente, de la mayoría del pueblo uruguayo, que estaba, sobre todo, en dos partidos: el Partido Nacional y el Frente Amplio, que, sumados, habían obtenido el 59 y pico por ciento de los votos en las elecciones del 71, que era la mayoría del Uruguay. En aquel entonces jugaban en contra las leyes, y salió electo Juan María Bordaberry Arocena, de triste memoria, que murió procesado por 14 homicidios calificados, y si hubiera vivido estaría procesado por más, porque los militares, cada vez que cometían alguna tropelía le pedían la autorización al comandante en jefe.

Hay una historia reciente contada desde la derecha que es falsa e infame, que no solo oculta la realidad sino que ensucia a muertos queridos, gente que dio su vida, como Zelmar Michelini, como Héctor Gutiérrez Ruiz, el doctor Carlos Quijano, que muere en México... Dicen ‘no hubo resistencia'... Hubo resistencia desde antes del Golpe de Estado", enfatiza. "Los que dicen que el Parlamento no se reunió... el doctor Sanguinetti en su libro relativiza... la resistencia contra la dictadura del pueblo uruguayo es un episodio de epopeya. Que la gente recuerde que hubo una huelga de 15 días. La verdad dice que hay una lucha del pueblo uruguayo contra la dictadura, y eso hay que levantarlo, porque los pueblos se cimentan sobre epopeyas... ¿Por qué no rescatan la resistencia del pueblo y los parlamentarios uruguayos a la dictadura? ¿Por qué no recuerdan? ¿Por qué están creado una historia que distorsiona, por no decir que deforma, que miente la realidad?"-

Luppi cree que "los militares dejaron crecer el movimiento tupamaro porque era la forma de librar una guerra y ganarla. Acá entran lo que yo considero que fueron las causas del Golpe de Estado: fueron muy claramente interés de los grupos privilegiados, con buenas conexiones entre los Partidos Colorado y Nacional y en las Fuerzas Armadas, que necesitaban un modelo neoliberal sin cortapisas: basta de aumentos de sueldo, basta de Consejos de Salarios, basta de todo. Además, había una marea negra en todo el continente: se había dado el golpe de Estado en Bolivia, el de Uruguay, que es bastante prematuro, en junio del 73, el de Chile, en setiembre de ese año, le sigue Perú en el 75, y después Argentina. Y Brasil, por supuesto, que era el gran piloto y base de la Doctrina de la Seguridad Nacional. ¿Por qué esa clase política de primer nivel como la que teníamos no pudo resistir el Golpe? Pues porque los dados estaban echados. Pero cayeron luchando con las armas que tenían. Cuando Wilson Ferreira dice en Argentina ‘¿cómo vamos a hacer una resistencia armada si los partidos políticos uruguayos siempre han vivido a la luz?'. Y la prueba de que resistieron es que tuvieron que dar un Golpe de Estado con un decreto de Juan María Bordaberry. Que nadie especule más sobre cuándo fue el Golpe: lo firmó en la noche del 26 de junio Bordaberry, violando su juramento constitucional y de honor. Que no vengan con que fue en febrero, allá o acá".

Con el alma aferrada

Decretada la disolución de las Cámaras, el 26 de junio de 1973, Wilson Ferreira Aldunate partió al exilio, del que no regresaría hasta once años después, para pasar a estar encerrado en los calabozos de la dictadura en retirada. Se radicó en Buenos Aires, donde compartía los sinsabores del destierro con Héctor Gutiérrez Ruiz y su entrañable adversario y amigo Zelmar Michelini, "a quien Wilson nos enseño a querer y admirar", y allí Luppi los frecuentó, viajando cuando podía.

"Wilson y el Toba", cuenta, "tenían un optimismo incurable". Tanto es así que, cada vez que tenían oportunidad, decían a quienes los visitaban que "este fin de año" lo pasarían en Montevideo.

Pero la historia fue muy otra: en 1976, el Plan Cóndor se cobró la vida de Michelini y Gutiérrez Ruiz, Rosario Barredo y William Whitelaw, y la sentencia de muerte de Wilson ya estaba firmada. Escapó como le fue posible, y un nuevo exilio, ahora europeo, lo llevó a Austria, Inglaterra y España. Desde allí, impulsó una cruzada internacional contra el régimen, reclamando incansablemente el restablecimiento de las instituciones democráticas y denunciando las permanentes violaciones a los Derechos Humanos por parte de la dictadura.

Wilson, recuerda Luppi, "vuelve en diciembre del 83, en la ‘primavera' de Alfonsín, su viejo amigo, el hombre que había estado con él reconociendo los cadáveres (de Michelini y Gutiérrez Ruiz), abogado de la Unión Cívica Radical. Wilson vuelve a Argentina para su asunción como presidente y da un discurso en la Casa Radical, en el que dice que no se presentará a elecciones, de ninguna forma, mientras haya proscriptos".

"Acá en su partido, el Partido Nacional, había toda un ala que quería negociar con los militares, a cualquier precio. Y Wilson dijo ‘claro, hay muchos que quieren ser diputados, senadores, la libertad va a pasar a un segundo plano. Lo que quieren es llegar'. Muchos querían convencerlo de que aflojara... Nosotros, los jóvenes blancos, echamos a Juan Pivel Devoto por negociador. No en vano fue luego uno de los sostenes de Sanguinetti", cuenta, y apunta que Wilson, molesto, los instaba a "hacer lo que quisieran", pero advirtiéndoles que él desconocería al Directorio: "Vamos a ver a quién vota la gente. Ustedes no confían en la gente", decía.

Y ante el titubeo de los dirigentes frente a la indecisión militar, y alentado por el renacer democrático en Argentina, Wilson regresó de Europa. Ya en Buenos Aires, resolvió volver al Uruguay, donde sabía que iría a prisión, pero su retorno sería no solo catalizador de buena parte de las luchas populares, sino disparador para que otros compatriotas optaran por retornar del exilio, fundamentalmente económico.

"El regreso de Wilson marcó la unidad total de las fuerzas progresistas en el Uruguay. Cuando él tomó la decisión de regresar fue al programa de Juan Carlos Mareco, y convocó a todos los uruguayos a regresar al paisito. Hubo gente que quedó arrebatada con el deseo de volver, él encendió la esperanza".

Wilson partió de Buenos Aires en el Vapor de la Carrera en la noche del 15 de junio. "Yo vine en el barco", rememora. "Wilson volvía con su familia y 400 amigos. Recuerdo que cuando salió, el barco recorrió varios metros, y vi un enorme tremolar de banderas uruguayas y frentistas, grandes, enormes, preciosas. Eso te levantaba el corazón, te levantaba el alma".

En ese barco venían, junto a Wilson, Germán Araujo, Pivel Devoto, la minoría blanca de entonces, representada por Luis Alberto Lacalle, Pablo García Pintos y Martín Sturla, Gonzalo Aguirre, "que cantó tangos toda la noche", Juceca, Jorginho Gularte, Pablo Estramín y los periodistas Danilo Arbilla y Roger Rodríguez, entre otros.

"El regreso de Wilson, después de once años en el exilio, es un episodio que hay que interpretar porque tiene múltiples implicancias, a la luz de cómo se había gestado el Golpe y a la luz de lo que pasó inmediatamente. El más costoso operativo militar de la segunda mitad del siglo XX, con la movilización de toda la Marina y el acuartelamiento de todo el país, mientras una campaña de terror que decía que la gente no fuera a buscarlo, divulgada por los medios masivos, para impedir manifestaciones como la que igual llenó Agraciada hasta la Aduana, se dispuso para detener a un hombre desarmado que volvía con su familia y amigos", dice Luppi, y agrega que ese fue el retorno de un hombre "figura política y humana, que hoy pertenece a todos los uruguayos. Yo, como wilsonista de la primera hora, digo que Wilson es de quien sepa merecerlo. No alcanza con gritar ‘Wilson, Wilson' y la banderita. Hay que querer la reforma agraria, un régimen tributario más justo, hay que no querer el atraso cambiario, hay que querer que los más infelices sean los más privilegiados, hay que querer el contralor del comercio exterior, por el que se nos van cientos o miles de millones de dólares todos los años, hay que querer y jugarse por el desarrollo nacional, como él se jugó en la CIDE... El regreso de Wilson marca el zenit de la unidad nacional. Con Wilson preso y silenciado se empieza a debilitar el frente popular".

Luppi señala que, pocos días después del regreso de Wilson, el 27 de junio, aniversario del Golpe de Estado, tuvo lugar "la huelga más grande de la historia del Uruguay, en la que pararon hasta las cámaras empresariales, que no lo hicieron ‘por buenas', sino porque estaban fundidas". Sin embargo, esta demostración de fuerza contra la dictadura fue amortiguada porque "la noche anterior el doctor Sanguinetti llamó a predialogar. Sanguinetti, negando la lucha popular, dice: ‘el régimen no hubiera caído', y el doctor Carlos Quijano, desde el exilio, le responde ‘hay que esperar que caiga, porque si no hacemos que caiga seremos siempre sus prisioneros'. Y así lo fuimos: prisioneros de alguien que pensaba como los militares. Porque Sanguinetti consiguió aliados en el prediálogo, y entonces los militares volvieron a ser los dueños de la pelota. Así se llegó al Pacto del Club Naval, del cual solo digo una cosa: nadie está orgulloso de él. Los colorados, que fueron sus artífices, no lo nombran. El Frente Amplio no lo recuerda, no lo festeja. Y los blancos tampoco. Ni siquiera algunos blancos devaluados que andan por ahí".

De ese Pacto se salió con un compromiso de elecciones dudosamente libres y un "acuerdo de caballeros", al decir del teniente general Hugo Medina, de que ningún militar sería juzgado por violaciones a los Derechos Humanos. Ese acuerdo se cristalizó en la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, que Wilson apoyó "y que le costó la vida", dice Luppi.

Junto a Zelmar Michelini (Foto: Ediciones de la Plaza)


A un dulce recuerdo

Wilson Ferreira Aldunate murió el 15 de marzo de 1988, apenas un año antes del plebiscito en el que triunfó la voluntad de mantener la vigencia de la Ley de Caducidad, y un año y medio antes de la victoria en las elecciones de su partido, de la mano del herrerista Luis Alberto Lacalle.

"El cáncer puede venir por una baja de defensas, y Wilson tuvo un disgusto horrible con la Ley de Caducidad, porque no la quería, y además experimentó algo que no había vivido nunca, y fue el desprecio de parte de la gente, que lo trataran de cagón, vendido, entregador. Esa sombra lo mató inmediatamente", dice Luppi. "Lacalle hereda dos cosas: la fuerza del wilsonismo y lo que le costó la vida a Wilson, que, al votar la Ley de Caducidad, le dio al Partido Nacional patente de seriedad, de que podía conducir la cosa pública, que no era esa pandilla de loquitos como se había estigmatizado a los blancos y a Wilson en ausencia. Lacalle vino con todo ese patrimonio, aunque nunca fue wilsonista, "y cada vez que puede lo dice. Siempre dice que nunca votó a Wilson, lo que es una verdad a medias, porque llegó a senador en una lista de Alberto Zumarán. Lo que sí es cierto es que en 1971 votó al general Aguerrondo. Eso sí que nunca lo dice", subraya.

Wilson es, probablemente, el líder político uruguayo más importante de la segunda mitad del siglo XX. Quizás sólo podría disputarle ese reconocimiento el general Líber Seregni, y no en vano ambos fueron perseguidos, desterrado el uno, encarcelado el otro, anatemizados los dos por la dictadura. Pero Wilson nunca ganó una elección, y su programa, revolucionario y moderno, nunca llegó a aplicarse de forma íntegra o parcial por ningún gobierno. ¿Hubiera sido esto posible? Luppi está convencido de que sí.

"Si Wilson hubiera ganado en el 71... ¿con quién habría gobernado? ¿Con el Partido Colorado, hegemonizado por Pacheco y por el grupo de Jorge Batlle, que era más liberal que el pachequismo? No. Hubiera gobernado con el Frente Amplio. Y Michelini hubiera venido, y Juan Pablo Terra, y los marxistas... ¡si tenían el mismo programa! Había que enfrentar al pachequismo, que estaba sentado arriba del Ejército. Había que desarticular el aparato oligárquico que había montado Pacheco Areco. Y en el 84 hubiera gobernado con el Frente. Sin dudas, Wilson se hubiera desprendido de parte de su partido", opina.

"En las elecciones del 89, y estamos especulando mucho, pero ahí está clarísimo. Con Wilson como candidato, se habría llevado todos los votos. Y con él habría estado el Frente. El Uruguay estaba destruido. Y voy a aventurar una hipótesis más: si Wilson hubiera podido hablarle a los militares en la Emergencia Militar acaso no hubiera habido golpe. Y si hubiera ganado las elecciones del 71 no habría habido golpe, porque los sectores reaccionarios en Estados Unidos hubieran preferido mantener una ‘isla de democracia' en el Uruguay", opina.
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¿Dónde se encuentra el legado de Wilson, entonces...?
"Wilson está donde los dirigentes sepan merecerlo. Donde aquellos sigan su huella. Como wilsonista digo: Wilson es de aquel que lleve su imagen como emblema de un verdadero proyecto de transformaciones para el Uruguay. Ese es el verdadero wilsonismo, y no importa en qué partido esté situado, porque los traidores más grandes de Wilson estuvieron en el Partido Nacional".