Era por el 89, o el 90. Sábado después del mediodía en Villa Biarritz. Los puesteros remoloneaban la levantada de la feria. Había sol y no hacía frío. Los punks tomaban vino, se cagaban de la risa de vaya a saber qué y recelaban de los jipones y malucos que fumaban un porro a pocos metros. Ahí no había fronteras, pero cada uno respetaba su espacio. Pasa Álvaro, la cabeza en otra cosa.
—Eh, Apagón, cantate una.
Y Apagón para. Y canta. Pela una de Marley, a capela y con acento de La Unión. Punks y jipis escuchan. Nadie se caga de la risa.
Álvaro “Apagón” Albino ya era un personaje casi legendario cuando se sumó a Kongo Bongo, una banda con la que grabó un par de discos, varias canciones que fueron apareciendo desperdigadas por ahí, y dio decenas de shows con los que apuntaló la, hasta entonces, casi inexistente escena reggae local. “Kongo Bongo metió unas raíces y ahora la flor aparece”, dice.
De esa etapa no quiere hablar, porque, repite, “se ha dicho y escrito mucho, y hoy todo el mundo tiene internet”.
Pero en 2015 la banda celebra los 15 años de su renacimiento, esta vez como Congo, y el inicio de una trilogía discográfica que, antes de tener un tema grabado, ya homenajeaba a las raíces rastafaris con impronta local.
Zitarroots* será una serie de shows en los que el Congo repasará, uno a uno, Verde verdad (2004), Amaryllorar (2007) y Rojo (2012), los tres álbumes producidos desde 2000 a la fecha, con invitados especiales de todas las épocas.
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¿En qué andabas en el 2000, cuando aparece Verde Verdad?
Yo andaba por el mundo dando vueltas, por ahí, por las Europas, y aterricé por Chile. Ahí Chole [Giannotti, guitarrista de Abuela Coca y fundador y guitarrista de Kongo Bongo, que hace unos meses resolvió dejar la banda] se contacta conmigo, me hace la propuesta del Verde Verdad, AmaryLlorar y Rojo.
¿Ya tenía en mente en ese momento hacer esa trilogía? ¿No era una locura entonces?
Sí. Sí, imagínate. Le dije: “bárbaro”. Yo allá no estaba en un proyecto demasiado firme. Estaba tocando candombe con una gente. Y me tiré de cabeza. Había unos músicos de un nivel impresionante. Me vine para acá con algunos temas en el bolsillo, y más o menos la maqueta ya estaba armada. Se hizo muy fácil la cosa en el momento. Me vengo en el 2000 y el primer show que hacemos es en Plaza Mateo, un show inolvidable. Llovía. Fue divino.
¿Tuviste un cambio de mentalidad entre la primera etapa de Kongo Bongo y la vuelta con el Congo?
Sí, por suerte sí. De la mano de lo que hace la magia del arte en el ser humano. Ahí comprendés que sos los siete colores del arco iris y las siete notas musicales. Y uno entra a manyar que al lado tiene gente que sabe lo que está haciendo con un instrumento en las manos, y cuando te das cuenta de que puede ser posible en un país tan difícil como Uruguay...Yo he aprendido muchísimo de muchísima gente. Muchísima. El Chole; Gustavo “Pájaro” Ogara, que me enseñó a ser mi propio maestro... Federico Lima [productor de Verde Verdad]. Siempre estoy aprendiendo. Te puedo nombrar a Sarita Sabah o a Carmen Pi. Si yo dijera que esas personas no me dejaron algo como cantante estaría mintiendo. Gracias a ellos soy lo que soy. Y Marcel Curuchet... Al no darme cuenta de que mi cuerpo es un instrumento musical, no percibía toda la delicadeza, la parte arquetípica de cada composición de Marcel Curuchet. Creo que es bastante sano recordarlo, primero porque es un músico que se fue joven y además porque su paso por el Congo fue increíble, dejó una marca. Fue la persona que hizo bailar a la gente. Yo de alguna manera soy el transportador.
¿Te considerás un “transportador” entre el arte y el público?
Sí. Hay momentos en que soy público y soy artista. Está bueno ese vaivén porque me gusta vibrar con la música. Desde chico. Miraba la señal de ajuste y lloraba. “¿Por qué llorás, Alvarito?”, me decía mi vieja. “Por la música, mamá”.
Foto: Montevideo Portal l Marcos Sánchez
El periodista argentino Enrique Symns decía que el artista tiene que ser como un chamán. Si no es capaz de conmover a la gente hasta las lágrimas no sirve. ¿Coincidís con eso?
Tiene cierta cuota de razón, sí. Hay gente que la clava en el ángulo, y ya desde que sube al escenario te impacta con su presencia. Te llega. La cuestión es cuando se convierte en una droga, que necesitás eso todo el tiempo. Ahí es cuando se desgasta el objetivo de por qué estás arriba del escenario. Cuando te enviciás del aplauso. Y eso la gente lo percibe al toque. Con el reggae pasa eso: si estás mintiendo se nota.
¿Por qué? ¿Porque es un género muy “puro”?
No, hoy no se puede hablar de reggae puro. Hoy por hoy las raíces están en el mundo, no están en Jamaica. En África se siguen cagando de hambre, y si le preguntaras a Bob Marley qué haría, capaz que haría candombe. Reggae no.
¿Por qué no?
Porque el pueblo descree mucho de la política. Nunca pisé Jamaica, pero sé que han sufrido muchos gobiernos corruptos. Hay mucha pobreza, mucha gente joven que quiere salir...
¿Y el reggae no es una forma de protestar contra esa corrupción?
Sí, pero creo que hoy la gente se quiere ir de ahí. Yo la veo así, capaz que estoy equivocado. Pero si estoy acá en Uruguay y estoy bien conmigo mismo no tengo por qué estar viviendo en Jamaica, como un jamaicano. Dios nos ama a todos, no por el color de la piel sino por el color de los ojos, como dice la canción de Jorge Peña [Calle de fuego] , un baluarte de la música nacional... Estos eventos, estos Zitarroots, de alguna manera son un homenaje a la filosofía del reggae.
¿Y dónde vive esa filosofía hoy? Porque cualquiera puede comprarse instrumentos, hacer una banda de reggae e incluso convencer a millones de personas. Capaz que vos te das cuenta de que es falso, pero mientras tanto vendió miles de discos...
Es difícil. Tendríamos que ir a una información que no tenemos. Acá no se sabe qué pasa realmente en África, qué es la kumina, qué es el vudú y otras cosas. Yo hago lo que puedo, y todo se basa, de alguna manera, en un mestizaje que es mucho más rico. Creo que esa filosofía vive en cada uno que la sepa aceptar.
Foto: Montevideo Portal l Marcos Sánchez
¿Qué aprendiste en estos 15 años?
Que está buenísimo aprovechar el tiempo. Que el tiempo es oro y tenés que usarlo para hacer las cosas que te gustan. Yo, gracias a Dios, aunque tenga arroz blanco para comer, tengo la música, que es lo que me eleva y no puedo pedir más nada. Tengo a estos músicos que me apoyan y me enseñan a caminar para adelante y a seguir creciendo como persona, espiritualmente. Tomar un camino, hoy por hoy, no es nada fácil. Hay tantas ventanas y posibilidades para ser libres… Y encontrar esa ventana dentro tuyo está buenísimo. Yo trato, más que nada, de propagar eso que me pasó, de que podés salir del pozo.
¿Es fácil encontrar esa ventana?
Ahora es más difícil. Está todo el embarramiento del “tenés que usar”, “tenés que comprar”, “tenés que llevar”, pero se puede.
¿Qué le dirías al Álvaro de los comienzos?
Que en este tiempo gané amigos, respeto, el cariño de la gente, que es lo que me da de comer. Gané un montón de cosas y no perdí nada. No voy a perder nada, porque aunque pierda, ya gané.
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* Congo presenta Zitarroots en la Sala Zitarrosa (7 de agosto: Verde Verdad; 15 de setiembre: Amaryllorar; 9 de octubre: Rojo). Las localidades están en la venta en la boletería de la Sala Zitarrosa y en todos los locales de la Red UTS y Tienda Inglesa. Las entradas generales cuestan $ 250, y hay abonos para las tres funciones a $ 600.