El Teatro Solís no guarda secretos para Alejandro Balbis. Ya ha tocado allí varias veces, con la misma soltura con que se presenta para un público de señoras con reposera en la Barra del Chuy, una peña en Gualguaychú, un show a todo trapo en la Zitarrosa. No hace distinciones. Para él, dice, es lo mismo, porque las canciones son las que hacen al ambiente.

En la última década, Alejandro Balbis dio el salto. Director, compositor y arreglador de Carnaval y teatro, venía de trabajar con algunos de los artistas más relevantes del Río de la Plata, hasta que un buen día, casi obligado, juntó algunas canciones y grabó un disco. El gran pez [Montevideo Music Group, 2009] fue su carta de presentación como cantautor, y renovó sus credenciales con Sin remitente [Montevideo Music Group, 2013], una de las mejores cosas que le pasó a la música popular en un par de lustros.

En la última década, también, pasó de que le importara un cuerno publicar sus canciones a obsesionarse con el sonido de las guitarras en una canción del disco. Se hizo uno con el camino y casi que no paró de recorrer todos los rincones del antiguo virreinato llevando su repertorio. Y fue padre. De nuevo. Dos veces. Por ahí, entonces, algo cambió, pero no demasiado.

Alejandro Balbis sigue siendo el mismo. Aunque no piense en grabar un disco, ni en volver a pisar un tablado, al menos por ahora. El que se enoja con la mentalidad del uruguayo, que se pelea y se enamora cada noche del Carnaval aunque le esquive el cuerpo, el murguero oriental, el cantor de acá.


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¿Tenés ahora necesidad de producir material nuevo, que no tenías antes?

Sí, una necesidad personal. Tengo cuatro canciones nuevas que voy a presentar en el Solís.

 


¿Qué pasó en los últimos diez años, desde que casi te obligaron a sacar un disco a la fuerza al día de hoy, que compones "porque sí"?

No sé en los últimos diez, pero en los últimos cinco nacieron dos niños. Dos. Olvidate. Hubo que atenderlos. No quiero ser un artista maravilloso y un pésimo padre. De ninguna manera. La carrera quedó en un tercer plano.

 

Pero la carrera es la que paga la mamadera...

Ah... Pero no sólo de mamadera vive el niño. Salgo a tocar, sí. Voy y toco. No necesito reposo, tranquilidad, soledad, que sí necesitás para componer. Reposo, tranquilidad, soledad, en los últimos cinco años no. Me las arreglo como puedo.

 

¿Y qué pasa con la necesidad de componer? Porque recuerdo cuando apareció El gran pez, que vos decías que era un conjunto de canciones, y ya en Sin remitente se nota que fue concebido como un disco, como un concepto. Es decir, en una década entraste en la dinámica del artista que no solo toca en vivo, sino que saca discos, que tienen su propio peso...

Está bien, es cierto. Pero hay que se un poco justos con el idioma, porque no voy a sacar un disco. Voy a grabar canciones, que no es lo mismo. La obra conceptual que conocemos como disco, lamentablemente y muy a mi pesar, dejó de existir. Por cómo llega la música hoy, por las plataformas. Los discos no existen más.

 

¿Y te vas a resignar a eso? Estamos los viejos que seguimos escuchando discos...

Sí, en algún momento lo voy a hacer. Con esas cuatro canciones, y seis, u ocho más. Pero no voy a interrumpir todo, como hay que hacer para grabar un disco, encerrarme, sacar todas las canciones obligatoriamente, once, doce temas. No lo voy a hacer. Voy a grabar las que tengo y me gustan. Y no sé si van a ser esas cuatro que voy a presentar ahora. No sé. Después hay que entenderse con el sello, con la producción artística, con todas las partes.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

¿Y eso te molesta?

Mhhhh... No, no. Yo entiendo que cada uno juega un rol en la edición de una canción. Está bien que el que hace esa canción tal vez tenga un poder de definición, de última palabra más válido, pero el empresario que pone todos los medios para producir las canciones también decide cosas, y participa de las decisiones. Y el productor artístico, ni hablar. Más que nadie, tal vez. Más que yo.

 

Siempre me queda la sensación de que, como están dadas las cosas, es lo mismo hoy en día vender canciones que manzanas. Hay un montón de cosas que, el tipo que tuvo la inspiración o la transpiración para hacer una canción, termina haciendo un montón de cosas que no le competen.

Yo quería hacer y cantar canciones, y resulta que para eso tuve que aprender a manejar negocios, a moldear mi personalidad para hablar con los periodistas, por ejemplo...

 

¿Antes no hablabas con los periodistas, no te gustaba?

¿Y por qué querrías entrevistarme a mí? Yo era un simple murguista, un trabajador del Carnaval. Está bien, hablaba, sí. Pero para cantar canciones tuve que aprender a hacer un montón de otras cosas, que tienen que ver con las características del negocio. El empresario, el artista y el comunicador tienen que formar un tridente que se entienda. Cuando ese tridente funciona, todo anda. Pero no siempre funciona muy afinado.

 

Aunque hace muchos años que no salís en Carnaval venís del género, sos un referente. ¿Qué pensás de los cambios que afectan a la murga? ¿Qué decís de la corrección política, y qué pensás de que se le achaque a las murgas que ya no "pegan" como antes?

Ahora no, pero cuando era murguista me afectaba. De hecho, una de las razones por las que no salgo en Carnaval es la situación política del Uruguay. Porque el murguista tiene que pegarle al poder, no tiene que hacerse amigo del poder. Ese es el rol. Y yo siento que están empezando a haber problemas, algunos que parecían erradicados, pero siento que tenemos un país que vale la pena vivir. Siento que en Uruguay se vive en un estado de libertad incomparable con los países de alrededor. Incomparable. Sí hay problemas, obviamente, pero a mí me gusta el Uruguay. Y hace 10, 15 años, había muchos más problemas.

 

Entonces no salís en Carnaval para no pegarle al Gobierno...

No solamente. También coincide con que estoy con la cabeza metida en otra cosa. Igual estoy para pegarle al poder, como murguista y como cantante. Lo que pasa es que el cantante tiene la libertad de hablar de los tópicos que quiera. El murguista no. El murguista tiene que pegarle al poder, porque para eso está.


Igual, históricamente, hubo murgas que no le pegaron al poder...

Ah... Allá ellos. Tampoco me podría subir al escenario a decir qué lindo que está mi país. No podés no decir las cosas que suceden cuando te subís en carnaval a cantarle cosas a la gente. Lo que pasa es que, también, el género está tomando unos colores... Por un lado hay una vertiente altamente intelectualizada, y otras que buscan por otros lados pero no hacen grandes hallazgos. Todavía estoy digiriendo esto de que no entró Falta y Resto a la Liguilla, por ejemplo. Me parece que tiene que ver con el cambio de época, a nivel mundial.

 

¿Qué querés decir con "intelectualizadas"? Hace unos días Guillermo Lamolle reflexionaba sobre las consecuencias de la llegada de la clase media a la murga...

Eso ocurrió, y no se puede volver atrás. Y tenemos el Carnaval que tenemos. Lamolle plantea ahí cosas interesantes. Quizá no comparta todo lo que dice, pero está muy bien su análisis. Un análisis político del Carnaval, social. Coincido en muchas cosas con él.


¿En qué sentido decís, entonces, que se intelectualizó?

Y... Esa visión murguística de antes, donde era humor y política, y una crítica con otro espíritu. No era política lo que hacían las murgas antes. Es Carnaval. Tiene un costado político, pero no es exclusivamente político. El Carnaval no debe ser una arena política.

 

En alguna época lo fue...

De acuerdo al contexto. Veníamos saliendo de la dictadura. Es ahí, quizás, uno de los momentos en donde la clase media ingresa como público y como hacedora de Carnaval. No solo empezó a ir al tablado, sino que empezó a hacerse murguista, y a escribir letras, y a decir sus verdades, con otra profundidad, otra hondura. No quiero ponerme discriminativo, no estoy diciendo que las clases populares no intelectualicen ni profundicen en los temas.

Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

No es un tema de discriminación. Los debates, en la academia y el estadio, siempre van a ser enfoques distintos...

Claro, pero a veces se pueden encontrar respuestas políticas más certeras en una discusión entre dos personas cualquiera en el estadio que en el Senado. Y no hay que subestimar a ninguna. Ni sobreestimarla. Ahí, entonces, encontramos un carnaval atravesado por situaciones de contexto, que está bien que sucedan, porque el Carnaval, una de las patas fuertes que tiene, es hablar de la coyuntura. Y analizarla y debatirla. Aparte, todo esto se está haciendo, está sucediendo. Capaz que no lo podemos entender, que recién nos demos cuenta con el diario del lunes en la mano. Está como está. Y no se puede desconocer. Podés estar de acuerdo o no. Eso es irrelevante. Sucede y chau. Ponele: no estuvo bien que la clase media haya desembarcado en el Carnaval, peo sucedió, y ya está. Es un hecho.

 

¿Eso que pasa en Carnaval se traslada a la música popular?

Creo que, cuando hay cambios de época tan fuertes, como el que hay en América Latina, sobre todo, aunque capaz que es mundial, el Carnaval también cambia. Me parece bastante significativo que hayan vuelto Los Saltimbanquis, por ejemplo, después de 20 años.

 

¿Por qué?

Y... ¿Por qué no salían? Imaginate por qué.

 

Puedo tirar hipótesis: no tenían plata, no tenían nada para decir, vieron que podría haber un retroceso de un discurso de izquierda...

O capaz que antes no era el momento para lo que tenían para decir. ¿No? Es un error pensar que todas las murgas son de izquierda.

 

¿Vos decís que Los Saltimbanquis son el ascenso de Temer que nos tocó, o el reflejo de los autoconvocados del campo?

No sé si tanto, pero es un regreso significativo. Es un error pensar que todas las murgas son del Frente Amplio, como decía Anélida, el personaje del año pasado del Pinocho [Routin, en Don Timoteo], que lo planteaba irónicamente. No todas las murgas son de izquierda. Nunca lo fueron. Quizá las más recordadas, de la década del 80 para adelante, sí. Y antes La Soberana, pero ninguna más. De hecho, cuando desfilaban Los Patos Cabreros, Pepino, al pasar por la Iglesia del Cordón, rezaba. Y la murga se sacaba los sombreros.

 

Y saliendo del Carnaval, ¿Ves la misma situación en la música popular?

Fah... Ahí ya estamos entrando en un terreno... [Piensa] Siento que formo parte de un grupo de artistas unido por el origen, de convivencia de décadas. Los MPU [Corriente de Música Popular Uruguaya]. Pero no me siento parte de una comunidad artística. Ni en Uruguay, ni en Argentina. Siento que hago mi carrera y hago lo que puedo para vivir de ello. No siento que sea un cuerpo. No entro a Agadu y siento que sea mi institución. No voy a Audem y siento que estoy en mi casa. No tengo representatividad, no siento que nada ni nadie me represente.

 

¿Y eso lo ves como algo malo?

Sí, claro.

 

¿Dónde está el problema?

Y... Los uruguayos todavía pensamos que ser artista es para los borrachos y los vagos. Si rascás un poco, sigue siendo así. "Ah, sos músico, pero ¿De qué laburás?". Esa es nuestra mentalidad. Ahí hay puntas que están feas, feas, loco. Culturalmente. Cosas que están bravas de nuestra propia mentalidad. Tal vez en las redes sociales se vea mejor cómo se nos va la moto. Es como un espejo.


Foto: Montevideo Portal | Martín De Benedetti

¿Cuáles son esas puntas que hay que atacar?

No tenemos mucha cultura de la convivencia. Tenemos un gran sentido del respeto por el lugar del otro. Comparado con quienes nos rodean, bastante. Bastante más. No quiere decir que esté bien. Pero hay cosas que no entran en su lugar. Al músico, al artista, no lo cuida nadie. No hay mecanismos, ni del Estado, ni privados, que lo protejan, como persona, y que protejan su arte. Porque, más o menos, hay ahí unas instituciones que salen a buscar el derecho de autor, y hacen lo que pueden, porque tampoco tienen el poder para salir a buscar todo lo que se produce, pero todavía, nuestra mentalidad, en cuanto a tener una visión progresista de la vida, está lejos. Y ya se empieza a politizar el discurso.


El discurso siempre es político...

Sí, sí, sí.

 

Si a la cajera del supermercado no le pagan, de repente hay paro. Si a Balbis no le pagan por tocar en un boliche no pasa nada. Al otro día toca otro. ¿Es así?

Claro. No hay quien proteja a los artistas. No existe eso. Después encontrás músicos que, en su momento, fueron referentes, que ya están grandes, y no están bien. No están nada bien. Entonces empezás a ver un futuro... ¿Cómo hacés para no caer en eso, no llegar al fin de tus tiempos como ser productivo, a disfrutar de lo que produjiste? Disfrutar, nada. No existen mecanismos que regulen eso. Ahí se pone complejo el asunto. ¿Quién va a querer ser músico?


Sin embargo está lleno de músicos...

Mirá, lo que hay son personas que hacen música. Músicos que se jueguen a la vida, que salgan al ruedo a ganarse la vida con la música, no hay. Te diré que somos tres. Todos los demás tuvieron que conseguirse otro trabajo. Pero no CASI todos los demás. TODOS los demás. Es una demencia. Del MPU soy el único que no trabaja en otra cosa. El único. Y somos unos cuantos. ¿Quién va a querer lanzarse a la vida de músico? Encima, lo primero que tenés en contra es tu propia familia. Decime a qué músico apoyaron desde el vamos...

 

¿A vos cómo te fue?

Y... Pasaron unos años. Lo que pasa es que yo era muy chico, entonces mis viejos tenían razón. Tenía 12 años y estaba conviviendo con unos gordos borrachos que tomaban merca. Ambiente altamente inadecuado. Ahí encontramos que el Estado sí generó mecanismos para que ese tipo de cosas no vuelva a suceder, como que los menores no puedan subir a un escenario, a menos que hagas un súper trámite, y después de las 10 de la noche está recontra prohibido. Y si no te encajan una multa de la que no te olvidás más. Y me parece correcto.


¿Cómo te plantás ahora para componer? ¿Estás hablando de esto?

Estoy absolutamente atravesado por estas cosas. Sí. Ahora voy a presentar un tema, que es una murga porteña, que no es la primera que hago. Para eso traigo a Gastón Beckerman, que es un musicazo tremendo, toca el bombo con platillo. Va a ser jugada la cosa. Ese tema ahonda en el carnaval porteño. Que no tiene nada que ver con el nuestro, y además estaba prohibido. "Queda abolida para siempre la fiesta del carnaval", decía el decreto de la Ciudad de Buenos Aires, del intendente Cacciatore. Para siempre. Una demencia. Y la murga estaba ahí, oculta en el barrio, en estado de latencia. Eso dice la canción.


¿Y qué estás contando, detrás de ese texto?

Ahí se leen un montón de cosas que hay que interpretar. Y hay otro tema en el que jugamos un poco, una letra de alguien que habla y despotrica. No sé cómo explicarte. Tendrías que escuchar. Habla de la calle, de la ciudad toda cortada por piquetes, del tipo que solo quiere que lo dejen pasar, que no le importa nada.


¿Te pone esquizofrénico componer de los dos lados del río? Son realidades que se parecen, pero no son la misma...

Son distintas. Pero no... En lo que a mí respecta es una región sola. Yo vivo acá, en esta parte del mundo, que incluye los 40 millones de argentinos y los tres millones de uruguayos. Sé que son distintos lugares, de hecho volví a vivir a Uruguay buscando la tranquilidad, pero no siento que pise Buenos Aires y me convierta en un porteño, ni viceversa. Es mi región. Buenos Aires es mi casa. Y Montevideo, el lugar donde nací, donde están mis muertos, mis hijos, es mi casa.

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Alejandro Balbis y su banda, junto a Christian Cary y Gastón Beckerman como invitados, se presenta este martes 6 de marzo en el Teatro Solís. Entradas en venta en Tickantel y la boletería de la sala.