Si la primera etapa del Rock`n Fall apuntó al corazón, los puños apretados y la catarsis colectiva, con el blues desatado de los Black Keys como estandarte, la segunda jornada del festival fue el complemento hedonista necesario, el momento de dejar soltar el cuerpo en un recital que hizo bailar a 5.000 personas sin renunciar por ello a convertirse en una experiencia de rock intensa.
Los primeros beats de Santé Les Amis, poco antes de las 21 horas, comenzaron a aflojar los músculos en las gradas del Teatro de Verano, como preparando los cuerpos para la experiencia Ferdinand que llegaría media hora más tarde. La banda, que basó el repertorio en su disco "Sudamericana", fue la matiné perfecta de disco-punk, con su cruza habitual de electrónica y guitarras rockeras.
Cuando Alex Kapranos, Paul Thomson, Nick McCarthy y Robert Hardy salieron a escena a honrar la memoria del archiduque austrohúngaro Franz Ferdinand, el público local abandonó una vez más la introversión y apatía habituales de las audiencias uruguayas para explotar como lo hiciera dos días antes con Black Keys.
Mucho tuvo que ver el cantante Alex Kapranos, erigido en un titiritero de masas bajo su engañoso aspecto de lord británico, calentando el ambiente y conjurando a la multitud con gestos de prestidigitador, como si estuviera en un espectáculo de hipnosis masiva. Manejó perfectamente los límites entre la demagogia y la auténtica conexión con el público, llegando siempre al estímulo justo y derrochando carisma entre pausa y pausa de los ritmos disco y los riffs post punk de un repertorio que fue construyendo hábilmente el clímax.
Mientras el cantante saludaba amable y persistentemente al público (dijo la palabra Montevideo más veces que Mauricio Ubal en toda su carrera), el guitarrista Nick Mc Carthy hacía la otra mitad de un despliegue escénico generoso, llegando incluso a escapar del escenario para treparse a un lado del público con su guitarra inalámbrica.
"No you, girls", fue el comienzo apropiado para la revolución hormonal que despertó Kapranos en las primeras filas de la platea femenina. A partir de allí, el encanto de Franz Ferdinand -basado en su capacidad para complementar los beats bailables y la influencia de la música disco en su base rítmica con los fraseos de guitarra violentos y distorsionados- se potenció en una rendición en vivo que no escatimó nada. Se construyó desde el ritmo y las melodías pop a una arremetida final explosiva, con las guitarras encendidas de la extensa versión de "This fire", que prometían quemar todo a coro con la multitud.
La apoteosis sonora de los últimos quince minutos, sólo superada en intensidad por lo que significó la reacción a "Take me out" (un hit perfecto que reúne en tres minutos más ideas de las que algunas bandas descubren en un disco entero), tuvo como corolario un ritual casi primitivo: los cuatro integrantes de la banda rodeando y aporreando la batería, como si fueran los simios de "2001" dando rienda suelta a la testosterona con cualquier cosa que tuvieran a mano.
En casi una hora y media de recital, que se hizo en realidad muy breve, los escoceses cerraron el Rock'n Fall en un estado de ánimo exultante, como el mejor momento de una pista de baile, demostrando de paso que la música disco también puede darte ganas de apretar el puño y romper cosas.