Por The New York Times | Danielle Braff
Nurhachi Che, consultora informática de 37 años de Cherry Hill, Nueva Jersey, deseaba pasar dos horas de trabajo ininterrumpido en su vuelo en primera clase de Filadelfia a Kentucky en febrero. Preparada para conquistar todas sus tareas laborales, desempaquetó con cuidado su computadora portátil, sus AirPods y sus auriculares con cancelación de ruido. En ese momento, una madre y su bebé se sentaron en el asiento de primera clase contiguo al de Che, y ella tuvo la certeza de que su vuelo sin interrupciones estaba condenado al fracaso.
Incluso después de colocarse los audífonos y luego unos auriculares con cancelación de ruido encima, Che dijo que era incapaz de bloquear el sonido de los llantos del bebé. Cuando, una hora antes de aterrizar, la madre y su bebé por fin se durmieron, este último empezó a deslizarse hacia el regazo de Che.
“No soy despiadada y nunca desearía el mal a un niño, pero, francamente, no es mi trabajo vigilar a un bebé dormido”, comentó Che, que no tiene hijos por elección propia. “Ni hace falta decir que, entre los gritos y luego haciendo de niñera durante la última hora, no conseguí hacer casi nada de trabajo, y acabé haciéndolo hasta altas horas de la noche para ponerme al día tras un largo día de viaje”.
Para muchos viajeros, el lujo y los bebés no son compatibles. Para los que prefieren mezclarse con adultos mientras intentan desconectarse, tenemos piscinas solo para adultos y cruceros sin niños. Y aunque, a 33.000 pies de altura, los pasajeros paguen miles de euros (o utilicen sus preciados puntos), no hay garantía de una experiencia relajante y adulta.
Hay dos fuerzas opuestas en juego: en el otro extremo del espectro, los padres que llevan a sus hijos a primera clase, como un esfuerzo por estar un poco más cómodos y sentirse mimados, tienen que soportar las miradas de sus compañeros de vuelo y esperar lo mejor. Todas las grandes compañías aéreas permiten a los bebés (no hay restricción de edad) volar en primera clase acompañados de un adulto.
El reto para las aerolíneas consiste en encontrar un equilibrio entre estos dos intereses contrapuestos y esforzarse por garantizar un entorno tranquilo para todos los pasajeros.
Michelle McGovern, abogada de Brooklyn, dice que entiende perfectamente la alegría de un vuelo sin bebés, sobre todo en primera clase, pero cuando a ella y a su bebé faldero los subieron de categoría en su vuelo de Nueva York a París, no iba a rechazar la oferta.
“Entré en el avión con Gabe en brazos, di ese precioso giro a la izquierda hacia primera clase y me aterrorizó la idea de que se portara mal”, cuenta McGovern sobre su hijo, que entonces tenía un año y que, por cierto, no pegó ojo en todo el vuelo. “Se trata de esa pregunta esencial: ¿la primera clase te da derecho a evitar a la plebe y a sus hijos, o para eso tienes que volar en privado?”.
Los pasajeros han expresado de manera abrumador su apoyo a las secciones de primera clase sin niños. Según una encuesta de Business Travel Show Europe, parte de Business Travel News Europe, una empresa de viajes corporativos, el 74 por ciento de los viajeros de negocios británicos afirma que los niños son la mayor molestia de volar. Y en 2010, Skyscanner, una aplicación de reservas, hizo una encuesta que reveló que el 60 por ciento de la gente quería que las aerolíneas ofrecieran una sección sin niños.
No ha habido suerte, al menos por ahora. Sin embargo, el hecho de que los bebés suelen ser indeseados en la parte delantera del avión ha hecho que algunos padres lo piensen dos veces antes de reservar ese boleto de primera clase.
Sarah Joseph, cofundadora de Parental Queries, un sitio web para padres, voló de San Luis a Dubái con su hijo de 9 meses y la experiencia le resultó abrumadora. Había reservado un boleto de primera clase porque buscaba una experiencia más cómoda, pero cuando su bebé empezó a llorar, Joseph dijo que se sintió avergonzada y pidió disculpas a sus compañeros de vuelo.
Jakob Miller, médico jubilado de Staten Island, viajó hace poco a Europa con su esposa y vivió una situación similar, aunque él estaba en el equipo contrario.
“Al principio, solo intentamos ignorar el ruido y concentrarnos en nuestra conversación, pero a medida que pasaban las horas, los llantos del bebé eran cada vez más fuertes y frecuentes”, relató Miller, que explica que, aunque la madre intentó calmar a su bebé, nada funcionó, por lo que cree que los bebés deberían estar prohibidos en la primera clase de los aviones. “La primera clase es un espacio premium en el que los pasajeros pagan un extra por mayor comodidad y relajación. La presencia de un bebé, con sus posibles llantos y alborotos, perturbaría el ambiente tranquilo y arruinaría la experiencia de los demás pasajeros”.
A pesar de las muchas voces que se alzan contra la presencia de los bebés, Scott Keyes, fundador de Scott’s Cheap Flights, que tiene un hijo de un año y otro de cuatro, cree que el sentimiento general hacia los bebés está cambiando, y ofrece más empatía hacia las familias que viajan con niños pequeños.
“Las personas a las que les vendría bien un poco más de descanso y relajación son, en especial, los padres de niños pequeños”, afirmó Keyes.
Pero eso no quiere decir que las familias con bebés deban ignorar la etiqueta si deciden volar en primera clase.
Antes de reservar un billete de primera clase, los padres deben decidir con conocimiento de causa si creen que su hijo será una molestia, explicó Elaine Swann, fundadora de la Escuela Swann de Protocolo, una escuela de etiqueta de Carlsbad, California. Esto significa ser consciente de la duración del vuelo, la hora del día a la que se viaja y la edad del niño. Si parece que el niño va a molestar a los demás, los padres deberían elegir otra sección del avión, sugiere Swann.
“Aquí es donde tenemos que pensar en cómo nuestras elecciones y nuestro comportamiento pueden repercutir en el bienestar de los demás”, concluyó Swann. Para algunos viajeros, no hay nada que acabe más rápido con la sensación de viajar en una cabina de primera clase que un bebé a su lado. Pero para los padres, a pesar de la abrumadora oposición (y las miradas de reojo), los asientos en la parte delantera del avión pueden ser de oro. (Brian Britigan/The New York Times) Todos los bebés deberían volar en primera clase