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Por The New York Times

Algunas personas remodelan bienes raíces. Yo remodelo hombres.

Denme un hombre defectuoso y lo convertiré en alguien deseable... para que se vaya con alguien más

03.07.2021 09:01

Lectura: 8'

2021-07-03T09:01:00-03:00
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Por The New York Times | Kelly Sundberg

DENME UN HOMBRE DEFECTUOSO Y LO CONVERTIRÉ EN ALGUIEN DESEABLE... PARA QUE SE VAYA CON ALGUIEN MÁS.

Soy remodeladora de hombres. Los conozco, los mejoro y los dejo libres para alguien más. A diferencia de las personas que remodelan bienes raíces —los que compran casas, las renuevan y las venden para obtener un margen de ingresos—, yo no obtengo recompensa alguna, únicamente pérdidas.

No quiero que sea así, pero algo me atrae de los hombres que son emocionalmente retraídos, y tengo un talento para sacarlos a flote. Y lo hago a favor de sus futuras esposas y novias, al parecer.

Una vez vi un meme sobre el “paraíso de las citas” en la mediana edad, en el que se mostraba una piscina vacía con sillas de jardín y basura esparcida sobre el lugar. Me reí porque era muy cierto. Nunca esperé volver a tener citas a los 40 años. Pensé que había evitado ese destino cuando me casé a los 20 años.

Mi primer amor fue un académico muy bebedor que dejó de beber después de nuestra ruptura y sentó cabeza con su esposa y un bebé en un terreno en el noroeste del Pacífico. Mi segundo amor fue un biólogo emocionalmente atrofiado que conducía un Toyota Tacoma y escuchaba Kid Rock, pero en el que reconocí, y alimenté, una profunda ternura. Rompió conmigo al día siguiente de decirme por fin que me amaba (supongo que le dio miedo), y más tarde se casó con la mujer con la que yo había vivido cuando salía con él.

Después de esos dos desengaños, mis amigos bromeaban diciendo que mi talento secreto era enseñar a los hombres a amar a alguien, pero no a mí. Pensé que había roto el patrón cuando me casé, pero el hombre que se convirtió en mi marido resultó ser voluble y cruel. Tuvimos un hijo juntos pero, por mucho que lo intenté, nunca fui capaz de arreglarlo. Al menos no para mí.

Después de nuestro divorcio, se casó con una mujer diez años menor que yo, y me pregunté si todo el trabajo que había hecho para que reconociera su comportamiento y comprendiera la necesidad de cambiar significaría que su nueva esposa se libraría del maltrato que yo recibí. Deseé un matrimonio más tranquilo para ella, algo que al parecer lograron tener.

Pasaron los años y, en mi vida posmatrimonial, se reanudó la remodelación de hombres. Estaba el exmonje que se abstenía de todo, incluido el sexo pero, cuando dejé de verlo, pasó a tener una cómoda relación con una acupunturista. Luego el bombero forestal que estuvo detrás de mí durante años y desapareció cuando por fin estuve disponible. Todos esos contratiempos me habían convertido en una mujer desilusionada, célibe y dispuesta a rendirse.

Entonces, a los 40 años, conocí a Rich. Estaba sentado en la barra de un bar y parecía tener 25 años (resultó tener 32). Alto y delgado, con ojos amables, me pareció poco peligroso, como alguien de quien nunca me enamoraría realmente, no en el sentido de perder el control.

Lo invité a mi casa, me acosté con él, le dije que deberíamos volver a vernos alguna vez y guardé su número en mi celular. Sabía que era arriesgado, pero él era muy tierno y sincero. Esa sensación de seguridad no era algo a lo que estuviera acostumbrada.

Como soy madre divorciada, y protejo a mi hijo, solo dejaba que Rich me visitara cuando mi hijo estaba en casa de su padre, así que nos veíamos cada dos fines de semana. Era intensamente casual pero también extrañamente estable. No se trataba de quedar para tener sexo, sino de visitas planificadas. Él preparaba la cena y luego nos acurrucábamos.

Nos gustábamos, pero nuestra dinámica consistía en que yo cuidaba de él. Sabía que, para que una relación fuera seria, necesitaba a alguien que también cuidara de mí. Aun así, disfrutaba de nuestro tiempo juntos y quería que durara.

A medida que nos íbamos conociendo, me di cuenta de que estaba chapado a la antigua en asuntos del corazón. Puesto que se trataba del más joven de siete hijos, era el bebé de la familia. Era estrictamente monógamo y nunca me preocupó que se viera con otra persona porque era honesto, casi hasta el punto de expresar sus dudas y vacilaciones.

Además, no intentaba seducirme, adularme o decirme lo que quería oír, lo que resultaba cautivador y extrañamente agradable. Mi matrimonio me había impedido confiar en los hombres, pero yo confiaba en Rich.

La primera vez que estuvimos a punto de romper fue cuando se acercó y me dijo: “Siento que deberíamos terminar. Tengo la sensación de que esto va a acabar muy mal”.

Lo miré durante mucho tiempo y luego le dije: “Pero, ¿y si no es así?”.

Alguien me preguntó una vez de dónde creía que venía mi capacidad de recuperación. Dudé, y luego dije: “Para las mujeres, con demasiada frecuencia, creo que lo que confundimos con la resiliencia es en realidad solo resistencia”.

No sé si mi resistencia me ha servido. Hace falta un tipo especial de resistencia para mirar el tren que se desplaza por las vías y decir: “Pero, ¿y si no me atropella esta vez?”.

Rich y yo tuvimos más rupturas después de eso. Empecé a querer algo más, pero nuestras vidas eran incompatibles, así que terminamos y seguimos siendo amigos. Luego acepté un trabajo a 112 kilómetros de distancia, así que me pareció bien que tuviéramos sexo “solo una vez más” antes de que me mudara peroluego resultó que no me iba a mudar tan lejos, así que me pareció bien que viniera a visitarme de vez en cuando.

Luego las visitas fueron tan agradables que se convirtieron en regulares, y después pasamos cuatro días juntos mientras mi hijo estaba en casa de su padre durante las vacaciones de Acción de Gracias y, durante esa visita, cuando yo empezaba a tener un resfriado, Rich paseó a mi perro por mí, me trajo té y cocinó para mí.

De repente, me senté en la mesa de mi cocina mientras él hacía pan de maíz y pensé: “Ay, no. Ahora él me está cuidando a mí. Esto es territorio peligroso”.

¿Y qué dice de mí el hecho de que cuando una relación empieza a ir bien es cuando siento miedo? ¿Qué dice de mi historial de desamores el hecho de que asuma que los hombres me dejarán cuando finalmente aprendan a amarme? En las películas de terror, las cosas siempre están más tranquilas justo antes de que el monstruo salga del armario. He pasado la mayor parte de mi vida adulta anticipando monstruos.

Y han llegado. En enero del año pasado, justo antes de la pandemia, tuvo una crisis de fe y rompió conmigo. Esta vez, duró. Ninguno de los dos entró en esta relación pensando que sería para siempre, pero aun así quedé destrozada.

Hay una especie de sabor agridulce y peculiar en vivir con el corazón roto en invierno, y más aún mientras practico la distancia social a solas con mi hijo. Seguía esperando despertarme y no extrañar a Rich, pero cada mañana era una decepción.

Resultó que él también me extrañaba, así que, en julio, mientras mi hijo estaba en casa de su padre durante una larga temporada de verano, volvimos a estar juntos, y fuimos sinceros: aceptamos que no sabíamos hacia dónde iban nuestras vidas, pero que podíamos comprometernos mientras conservábamos el espacio para ese desconocimiento.

Nunca he existido bien en un espacio de incertidumbre, pero mi divorcio me enseñó que no hay garantías en las relaciones. Tal vez, pensé, solo por esta vez, el tren saltaría las vías antes del impacto. No obstante, si no lo hacía, sabía que tendría la resistencia necesaria para sobrevivir.

En los ocho meses que llevamos juntos, por fin nos hemos dicho “te amo” y él ya conoció a mi hijo (se caen bien). También hemos hablado de formar un hogar juntos. Le envío listados de Zillow, y él me devuelve sus comentarios. Sé que ninguno de los dos ha amado nunca a otra persona de esta manera, y que lo nuestro es especial.

Aun así, me ha dicho que cree que quiere tener hijos algún día, y no hay más hijos en mi futuro. Los monstruos acechan. Tengo que vivir con ese desconocimiento. Mi resistencia me mantiene aquí, observando el tren y esperando que se descarrile. El otro día me dijo: “Me has ayudado a crecer mucho. Soy una persona diferente a la que era cuando te conocí”.

Sé que es cierto y, cuando lo miro, puedo ver su futuro con alguien muy afortunada, por lo que todavía no quiero poner a la venta a este hombre. Tal vez, esta vez, esa persona muy afortunada sea yo.