Siempre son las cinco y cinco de la tarde en el reloj de pared roto que compramos con Laura en la feria.
Podrían haber sido las cinco y cinco de la mañana, pero quedamos en que eran de la tarde. Es una buena hora para estar en la cocina.
Montevideo, 1/VI/06
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Ella estaba sentada en la cocina poniéndole etiquetas a los frascos de condimento. Seis frascos medianos con tapón de corcho que había comprado no sé dónde.
En la radio sonaba un disco de Mark Knopfler, y ella pegaba pedazos de papel engomado en los frascos y escribía el nombre con un marcador celeste, “Tomillo”, “Curry”, “Ají”, “Clavo de olor”, y después abría los paquetes de condimento y los volcaba adentro de los frascos.
Decía que había que tener cuidado de que el tomillo no se confundiera con el orégano.
Yo estaba parado delante de ella con las manos en los bolsillos, mirándola como si fuera un milagro de la naturaleza.
Montevideo, 4/V/06
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De repente capté lo absurdo de la situación: Nacha, sentada en un banquito, nos contaba de un grupo de música nuevo que había escuchado probándose bombachas en Señorita Peel. Mientras, yo le armaba un cigarro, Maca le cebaba mate y Natalia le sacaba piojos con peine fino.
Montevideo, 2/VI/07
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La Vero dice que las tunas traen mala suerte, que concentran energía negativa o algo así. Siempre dice eso cuando viene a casa y ve mis cactus y mis aloes.
Tampoco le gustan los espejos en los dormitorios, dice que podrías verte a ti mismo durante un viaje astral mientras dormís y asustarte.
Una vez le compré un cactus para su cumpleaños. Una especie de tunita diminuta con una flor amarilla, de esas en maceta chiquita, para joderla, para ver qué me decía.
Me puse la tunita en el bolsillo del sobretodo y salí en bicicleta para su casa de la calle Mondragón, pero en Muñoz y Pagola un auto me atropelló y me hizo volar como 5 o 10 metros, hasta la puerta de un almacén.
Por suerte no me hice nada, pero el cuadro de la bici quedó doblado, las ruedas ovaladas y el cactus hecho una bola de pasta verde mezclada con tierra en el fondo del sobretodo.
Ya que estaba en el almacén aproveché para comprar un vino.
La Massana, 26/III/07
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Hasta fines de los años setenta en Salinas no había recolección de basura.
Me acuerdo patente, mi abuela envolvía en diario la basura –que incluía el papel higiénico del baño- y nos íbamos con una pala o una azada a enterrarla al bosque.
Basura cien por ciento degradable, en aquella época casi no había plástico. Y no fue hace tanto. Como mucho podía haber un envase de vinagre, de esos verdes que en carnaval servían para hacer pomos. O un par de pilas Eveready, aunque totalmente agotadas, ya que se usaban hasta lo último en un proceso que incluía cambiarlas de lugar y hasta meterlas en el congelador.
Hace poco estaba haciendo un pozo y encontré los restos de uno de estos paquetes. En realidad era un montón de arena endurecida y como mohosa, donde lo poco reconocible era una chapita de Fanta oxidada con la parte de adentro de corcho y unos pedazos inmaculados de taza de porcelana inglesa, incluyendo el asa.
La Cortinada, 31/X/06
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Tengo dos recuerdos tempranos asociados a piscinas: uno terrible y otro simpático.
El terrible es del año 1973: yo y mis compañeritos de guardería haciendo cola para entrar a nuestra primera clase de piscina. Me acuerdo del túnel húmedo y vaporoso, oscuro, a cuyo final aparecía la luz azulada de un monstruo desconocido. El piso del túnel era marrón y mojado (yo llevaba romanitas amarillas) y muchos llorábamos. Había eco, pero también se escuchaban los chapuzones del monstruo, entre ráfagas de olor a cloro.
Al final del túnel nos esperaba un señor. Hoy sé que ese señor era un profesor de natación. Nos iba agarrando de a uno, nos ponía un flotador de plástico y nos tiraba al agua. Así, como quien tira cajones de fruta. Niños de tres años volando por el aire y cayendo al agua.
No me acuerdo de más nada. Sólo sé que durante años las piscinas me daban un miedo irracional (recién a los siete pude aprender a nadar) y que cuando veía las romanitas amarillas en el cajón de los zapatos también sentía miedo.
El otro recuerdo viene un poco después que el anterior. Yo tendría siete u ocho años, y mi prima Laura cuatro o cinco. Debía ser 6 de enero. O 25 de diciembre. Seguro que era verano y estábamos en Salinas. La piscina inflable nuevita que le habían dejado a ella estaba recién inflada y tenía agua, por primera vez. Yo tenía un arco con flechas, de las de punta con chupón de goma, pero les había sacado el chupón y había afilado la punta.
Jugué a embocar la flecha en el agua, con el resultado previsible.
Montevideo, 20/XII/04
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Vagar por el parque entre semana se me está haciendo necesario, sobre todo últimamente.
Está bueno, siempre pinta algo, como este cartel que aparece entre las ramas, “No temas”, en el bar abandonado. Lleva el logo de una marca de whisky, es decir, es sólo propaganda, pero qué justo, “No temas”.
Un señor come tanjarinas de una bolsa transparente abajo de un eucaliptus.
Lluvia finita. El lago parece un césped de camalotes. Cruzarlo por el puente curvo es toda una metáfora.
Cuando era chico los espacios entre las maderitas del puente me daban un miedo atractivo. Me acuerdo que las tablas hacían ruido al pisarlas, especialmente en bicicleta.
Ruidito de agua verde. También algo de olor. La vuelta al lago es algo incómoda. A veces hay tipos que te encaran. “¿Tenés hora? Qué día lindo. Podemos conversar”.
Algunos árboles ya tienen brotes; me parece que este invierno raro los confundió. Una flor prendida en el ojal. Creo que eso era una canción.
No tengo birome. Urgencia. Y el quiosco queda muy lejos. Ciudad ruidosa.
El señor de las mandarinas ya se fue. Quedó una mancha de cáscaras anaranjadas. Un hallazgo oportuno y hermoso.
A la vuelta algunas baldosas salpican agua si las pisás. Cambiar el termo de brazo es un alivio, como empezar de nuevo. Sí, empezar de nuevo. Ah, era eso. No temas.
Montevideo, 20/VIII/04
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La noche terminó, y Magela nos acompañó los tres pisos de escalera hasta la puerta de calle con su guitarra atrás nuestro, tocando una de sus canciones.
Yo pensaba “los vecinos nos van a matar, son las 4 de la mañana”, pero nadie apareció ni dijo nada, se vé que están acostumbrados.
Salimos a la vereda y nos quedamos un rato conversando. Me acuerdo que Magela sonreía; después Jeannette saludó, y nos fuimos caminando despacito, cada uno para su casa.
Montevideo, 15/VII/06
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Nacha quiere irse a dedo hasta España.
Dice que es sólo un poco más largo que llegar hasta el Polonio. “Sabelo. Sabelo”.
Se imagina arriba de una nube con un paracaídas chiquito, haciéndole dedo a los aviones.
Montevideo, 21/X/06
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Año 1972 o 1973: venden pollitos de colores en la feria. Hay pollitos celeste eléctrico, rosados –un rosado como el del algodón de comer- y verdes como los chicles de limón.
Creo que también había conejitos. Yo me moría de ganas de tener uno -fuera conejo o pollo- aunque tenía muy claro que esos colores eran increíblemente artificiales, que no existían en la naturaleza.
Me acuerdo de los vendedores, unos tipos recostados contra la pared con una especie de cajón de madera al cuello lleno de pollos bebé de colores, algo sórdido, incluso para un niño de dos o tres años.
A mis padres no les gustaba nada de nada, y ni consideraban mi pedido. “Esos pobres bichos, se van a morir”, decían.
Montevideo, 28/VII/04
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El campo que recibimos en herencia lo dediqué a la cría de cebras. Algunas eran blancas, sin rayas, parecían sólo caballos.
Como era un campo muy chico le hice construir tres pisos, para poder tener más cebras. Tres pisos pero hacia abajo, en subsuelo. No me pregunten cómo llegaba la luz natural hasta el último, pero llegaba.
En el nivel de superficie las cebras correteaban entre eucaliptus, un monte espeso en el que se perdían.
Un piso más abajo se bañaban en una piscina, y todavía quedaba otro piso más, un segundo subsuelo donde había un estacionamiento. Las cebras también andaban por ahí con sus hijitos.
Venía a visitarme una persona mandada por el resto de la familia para ver qué estaba haciendo con el campo.
Yo hacía fuerza para que el tipo confundiera las cebras blancas con caballos, pero se daba cuenta. “Usted haga lo que quiera”, me decía en tono crítico. Yo sentía que todo mi proyecto se venía abajo.
Montevideo, 6/VI/04
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Estaba en lo de un conocido que había puesto un club de fans de Diego Forlán en el garage. En eso llegaba Forlán y el club se llenaba de gente rara.
Forlán contaba que su sueño era tener un Ferrari descapotable. Alguien traía una especie de cart a motor y se lo daba.
Entonces Forlán hacía maniobras por todo el garage y la gente aplaudía. El ruido del motor y el eco que se formaba en el garage eran insoportables.
Mi amigo me gritaba al oído que estaba podrido de que la casa se le llenara de toda esa fauna, y que en cualquier momento iba a sacar el club de fans a la mierda.
Montevideo, 1/VI/05
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Siempre que íbamos comentábamos lo mismo, lo bien que quedaría el cartel aquel en la puerta de nuestro pabellón.
Un letrero de chapa y neón que colgaba a la entrada del queco anunciando “Muñecas y lobas – Todo placer”, con un firulete de dos minas bailando un tango.
Tenía lo suyo.
Íbamos bastante seguido. Ahí debutó el enano con una negra. Me acuerdo que antes tuvimos que tomarnos como tres o cuatro cañas meta darle manija.
A la entrada había como una antesala oscura con una barra y un televisor. Después salías a un corredorcito a la izquierda, subías tres escalones y ahí estaban las piezas y las minas. Medio flojo el nivel, flojazo mejor dicho.
La cosa terminó mal.
Salió hasta en El Telégrafo.
“R.G.M. y J.M.Z., orientales, mayores de edad, procesados sin prisión por hurto de pieza de cartelería en un lenocinio”, decía el recorte que circuló por toda la clase.
Parece que un día el Pepe no se aguantó más. Y el Rafa andaría remamado. O no sé qué se les pasó por la cabeza. Descolgaron el cartel, se lo pusieron abajo del brazo y agarraron a todo lo que da por la calle en bajada.
Dos o tres cuadras habrán corrido. Ni eso. No habían ni doblado la esquina que la cana ya iba atrás de ellos.
Parece que la madama era la mina del comisario.
Cómo la habrán gozado los milicos, agarrar in fraganti a dos cajetillas de Montevideo. Lo que se habrán cagado de risa esa noche en la comisaría.
Montevideo, 25/XII/05
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