J u l i á n

¡Por fin vacaciones! Una semanita, nomás, pero algo es algo, después de tanto sufrir con escritos, controles, carpetas, láminas de proyecciones y otras manías de los profesores que ya no saben qué más inventar para arruinar la vida de sus alumnos.

Despatarrado frente a la tele y dueño total del control remoto, Julián pasa de un canal a otro experimentando esa inigualable sensación de poder, sin decidirse a levantar su humanidad del sillón a fin de procurarse algo para refrescar la garganta y tal vez también alguna cosita para picar. La sed es mucha y el hambre bastante, pero la pereza es mayor, aunque Julián sabe que tarde o temprano deberá vencerla si no quiere sucumbir deshidratado y enflaquecido como un bacalao de Pascua. Desde que él pasó el metro ochenta y su madre decidió que ya no se le iba a quedar desnutrido y que era hora de hacer de él un hombre de bien, cada vez que le pide algo le contesta que se lo prepare él mismo porque ya no quedan muchas santas como ella y si sigue con esas mañas no va a encontrar mujer que lo aguante.

Ya hace varios meses, entonces, que lograr ser alimentado fuera de hora se ha tornado una utopía imposible, como dice el profe de Historia cuando pretende encontrar un escrito sin faltas de ortografía. A gatas le siguen dando el almuerzo y la cena, y eso con dificultad, porque la última vez que sus padres salieron de noche -acontecimiento que, por fortuna, tiene lugar más o menos una vez al año, como mucho-, como Agustina se había quedado a dormir con los abuelos su madre amenazó con hacer que él se preparara su comida, porque un huevo frito cualquier bobo sabe hacerse, dijo. (Cuánto más un chico inteligente y decidido como él, agregó por si alguien llegaba a sospechar que estaba tratando a su hijo de bobo, y encima de bobo cualquiera.) Por suerte su padre se solidarizó con él -alguna vez tenía que ser- y murmuró bajito pero para que ella escuchara que también cualquier bobo puede tirarse la sartén hirviendo encima. Entonces ella rezongó un poco más pero terminó hirviéndole unos fideos antes de irse.

Esa vez zafó, es cierto, pero en cualquier momento su madre puede volver a intentarlo. Julián suspira con el corazón (o algún otro órgano cercano) estrujado por los recuerdos. Quedaron lejos, muy lejos los tiempos felices en que él no salía del tercer lugar de la fila en la escuela y ella, preocupada ante todo por la salud y el crecimiento de su hijo, le alcanzaba una chocolatada con un refuercito o cualquier otro tentempié que se le antojara apenas él manifestaba algún asomo de apetito. ¡Cuánto tiempo ha pasado ya! El recuerdo de aquellos refuerzos de queso con ketchup, de los buñuelos de banana que se freían en la casa especialmente para él y hasta de los licuados y jugos llenos de vitaminas que tantos rezongos le costaran, despierta en Julián una tierna nostalgia. La nostalgia le comprime el estómago, y le da más hambre. Deberá resignarse: se acabaron para él los tiempos felices en que era alimentado a demanda , como por la misma época tomaba la teta su hermanita según las indicaciones del pediatra.

¡Su hermanita! ¡Ahí está la solución! Agustina es el único ser humano de la casa que todavía está dispuesto a hacerle un favor a su admirado hermano mayor sin tratarlo directa o indirectamente de inútil y de vago y de varias cosas más que no hace falta especificar. Solo se trata de usar la táctica apropiada, que siempre le va a dar menos trabajo que levantarse de allí.

- ¡Agustina! ¡Aaaaaguuusss! ¿Dónde estás?

- Acá, ¿qué pasa?

Su hermana se acerca con su túnica vieja llena de manchas y un largo pincel en la mano izquierda, con la derecha debajo de la punta, por si chorrea. Mala señal. Aunque es una pulga de ocho años dulce y tierna que todavía juega a las muñecas y duerme con un osito, la nena tiene su carácter y si hay cosa que no le gusta es que la interrumpan cuando está pintando. Tendría que moverse con cuidado. Pero Julián es hombre de recursos y sabe muy bien lo que tiene que hacer. Primero: darle importancia a lo que ella está haciendo. No hay cosa que dé más rabia a un niño que le digan que está perdiendo el tiempo con pavadas cuando se dedica a algo trascendental como pintar, jugar al fútbol, mirar la tele, hablar por teléfono, pensar tirado en la cama panza arriba... Bueno, en realidad no hay que ser niño para que eso le dé rabia a uno, porque aunque uno ya tenga quince años largos y sea más alto que ellos, los padres y otros adultos no paran de interrumpirlo a uno cuando se dedica a cosas importantes...

- ¿Y? ¿Qué querías, Julián? Dale, que se me seca la pintura.

- ¡Cierto! ¡Agustina! (Hay que actuar rápido.) Nada urgente, Agus; no sabía que estabas ocupada, disculpame. Solo quería preguntarte cómo te fue con la Fiesta de la Primavera y el disfraz que llevaste al colegio.

- Ah, eso. Me fue bien, estuvo divertido y en el concurso al final dijeron que había empate porque todos los disfraces eran preciosos, como siempre, y nos dieron un chupetín de premio a cada uno.

Agustina se había dado vuelta vigilando el pincel y ya se le iba otra vez para el cuarto. Julián, ya con pocas esperanzas, hizo un nuevo intento:

- ¿Qué estás pintando? ¿Algo sobre la fiesta?

- No, estoy haciendo un paisaje; me inspiro en un folleto que trajo papá. Es un cuadro para regalarle a la abuela.

- ¡A la abuela! ¡Qué contenta se va a poner! (¡Me inspiro! ¡Qué manera de hablar para alguien de ese tamaño! Pero guardate el comentario, Julián.) Y decime, ¿te falta mucho para terminarlo?

-Más o menos, ¿por?

-Por nada. ¿No estás cansada? ¿No te tomarías un juguito?

-¿Vos me lo vas a servir?

-No, Agustina. A los artistas les hace bien despejar la mente de vez en cuando. Mejor andá a la cocina y preparalo vos misma, con un sobrecito y un litro de agua y bastante hielo. Y servime un vaso a mí también así te acompaño y veo qué rico te quedó.

-Ah, claro, era eso lo que querías. Tomar jugo vos. Pero mamá me dijo que no te alcance nada de comer ni de tomar a la tele ni al cuarto, porque en tu reunión de padres del colegio dijeron que a los jóvenes no les hace bien que se les faciliten todos los esfuerzos de la vida diaria, porque después se acostumbran y tampoco se esfuerzan en el estudio. Así que las buenas madres y las buenas hermanas tenemos que dejar que los jóvenes se levanten solos y vayan a hacerse el jugo a la cocina para que el año que viene en quinto no pierdan todos los exámenes. ¿Entendés? No es que yo no quiera. Pero además se me seca la pintura.

Horrorizado, asqueado y convencido de que su hermanita no podía ser realmente una nena, que debía ser una enana espía de los adultos, un monstruo mutante, un extraterrestre disfrazado, Julián bajó un pie de la mesita ratona, respiró hondo, bajó el otro pie, apoyó ambas manos en los brazos del sillón y con un gran suspiro y un esfuerzo sobrehumano logró separar su parte trasera del tapizado marrón. Si la teoría de los profesores de ese colegio de cuarta al que lo habían mandado a hacer el liceo funcionara, eso debía hacerle salvar un par de exámenes de quinto, por lo menos. ¡Reunión de padres! Seguro que en el liceo público al que iban sus mejores amigos los profesores no tenían tiempo para esas huevadas. Claro que en el liceo público tampoco tenían una semana entera de vacaciones de primavera, como tenía él, porque aunque la cosa aflojaba un poco porque también allí se habían terminado los escritos del mes y además algunos profesores faltaban y otros no pasaban lista, tendrían que esperar hasta el jueves para disfrutar de libertad completa. Pero esta era la única desventaja del liceo público, al que por suerte lo iban a dejar ir al año siguiente porque en su colegio solo tenían hasta cuarto y ya que de todos modos iba a cambiarse no venía mal ahorrarse la cuota, o mejor dicho la media cuota que pagaban desde que pasó lo que pasó con el banco, con los ahorros de sus padres y con la economía del país, cuando ante la perspectiva de que lo borraran de inmediato, la Dirección del colegio les había ofrecido a sus padres dejarlo con media beca.

Julián arrastró los pies hasta la cocina, abrió la heladera, sacó la botella del agua fría que en los últimos tiempos era lo único que se podía encontrar para tomar y se sirvió en un enorme vaso. Bebió más de la mitad, volvió a llenarlo para que le durara un buen rato y colocó la botella, con un par de dedos de agua en el fondo, otra vez en la heladera. Ya la estaba cerrando cuando lo pensó mejor. No sabía qué efecto podría tener sobre sus exámenes futuros ese ahorro de esfuerzo, pero era seguro que no podía tener ninguno bueno sobre sus vacaciones -en especial sobre el fin de semana inmediato- si su madre o su padre llegaban dispuestos a tomarse un vaso de agua fría y encontraban la botella casi vacía. Sintiéndose casi un mártir volvió a sacarla, la llenó en la canilla y la metió de nuevo a enfriar en su lugar.

L e t i c i a

La tía Mabel ya dijo que hace la torta y cada abuela pone dos postres más. Carmen me arma los sándwiches, Susana los pebetes y Estela unas cuantas empanadas chiquitas y unos saladitos de no sé qué. El marido de Estela se ofreció a preparar cien pizzetas para los jóvenes y un estrogonof para los mayores, que vaya a saber qué es, pero allá ellos si les gusta, y dijo también que va a organizar una vaquita entre el resto de la familia para comprar los ingredientes. Qué suerte tuvo la tía de conseguirse un marido nuevo que sepa cocinar y le guste, con lo poco que le gusta a ella; y qué suerte tuve yo de agarrarlo fresquito y con ganas de quedar bien con la parentela de su mujer. Espero que sea de confiar y no nos deje plantadas a la tía y a mí a último momento como acostumbran hacer algunos hombres; pero bueno, en principio la comida ya estaría cubierta, y parece que por tratarse de una ocasión especial el viejo se acordó de que tiene una hija y se puso generoso y ya anunció que de la bebida se ocupa él. Hay un cincuenta por ciento de probabilidades de que cumpla su promesa, como cuando se ofrecía a llevarme a pasear de chica. Pero hay que ver el lado bueno, como dice mamá: por suerte la bebida es algo que se puede guardar y no se echa a perder, así que le voy a ir hinchando desde ahora a ver si consigo que me la traiga antes y ya me quedo tranquila. Le puedo decir que para las fiestas de fin de año sube todo, así que si la compra a más tardar en octubre le va a salir mucho más barata.

La comida y la bebida ya estarían, entonces. El tema es todo lo demás: el salón, la discoteca, los globos, el cotillón, las tarjetas y los suvenires... Porque no hay ningún veterano que no considere esencial la comida y la bebida en una fiesta, pero si fuera por ellos se amontonan a comer y a tomar en la casa de la tía Rosa con los jóvenes bailándoles en los pies con un radiograbador, como si fuera lo mismo. Y como los globos y el cotillón en la época de las tías no se usaban, creen que no se necesitan y quién las convence. Las tarjetas y los suvenires en último caso las haríamos con las chicas, pero también quedan los adornos para las mesas, e inflar los globos porque encargarlos inflados es carísimo... No sé si me va a dar para todo, porque si quiero juntar para el salón, nomás, voy a tener que cuidar nenes sin parar hasta el mismo día de la fiesta, yo creo. Si es que consigo nenes, claro, con toda la gente que hay por ahí buscando alguna changuita. Ahora en las vacaciones espero conseguir algo. Lástima que los Antúnez se me van a Buenos Aires en estas vacaciones, porque en las de julio recaudé pila con ellos y quedaron encantados conmigo. Y hasta ligué cine gratis, una que era de dibujitos pero estaba buenísima, y Anita y Lore también fueron y me ayudaron con los nenes pero ellas pagaron y yo no. Además son unos divinos, esos nenes, no dan ningún trabajo, no como otros que dan ganas de ahorcarlos, pero trabajo es trabajo y si una se pone muy delicada adiós salón para la fiesta. Y yo ya le dije a todos que sin un buen salón y una buena discoteca no festejo nada. ¿Para qué? ¿Para pasarme la noche besando viejas y sacándome fotos con la parentela, con todos mis amigos con cara de embole? Ah, no, eso ni loca. No pretendo un lugar de lujo, nada que ver, solo que tenga espacio para una buena pista de baile, que es lo menos que se puede pedir, ¿no?

Por suerte el vestido ya lo tengo porque el de mamá, si le saca todos esos volados ridículos y me lo arregla con esas cosas increíbles de la bisabuela Cata que aparecieron en el baúl, va a quedar genial. Que la abuela diga lo que quiera, a mí qué me importa. Cómo va a traer mala suerte un vestido. Ya sé que dice eso porque en sus quince mamá bailó todo el tiempo con papá y cuatro meses después estaba embarazada de mí, o sea que la mala suerte vengo a ser yo y ella me lo dice así nomás, como si yo fuera idiota y no me diera cuenta. Y como si no supiera que en esos casos el problema no está en lo que la chica se ponga sino en lo que se saque, y también, como cualquiera sabe, en lo que su novio se olvide de ponerse.

D a n i l o

Los mojarreros ya están. De pronto hacen falta por el camino, y también para darles a los chiquitos si vamos a la laguna para que estén entretenidos y se dejen de jorobar a los grandes. Para las cañas medianas harían falta algunos anzuelos más, porque la última vez cuando fuimos con el torpe de Mauro no sé qué hacía que hasta las mojarritas le comían la carnada con anzuelo y todo. De pronto Julián tiene algunos que le sobren, o mejor dicho su padre, porque él con el liceo y los amigos nuevos y todo eso cada vez tiene menos tiempo para ocuparse de la pesca o por lo menos eso es lo que él dice. Si ellos no tienen voy a tener que ir mañana temprano a comprar porque los sábados cierran a las doce. Las boyas parece que están bien. ¿Alcanzará la tanza? ¡Ah, sí, acá hay dos rollos más, gruesa y fina! Del reel se ocupa papá que no deja que nadie se lo toque, pero ahora que cumplí doce me prometió que me va a dejar usarlo a mí solo, y si aprendo a cuidarlo para cuando cumpla catorce me lo va a regalar porque dice que su espalda cada vez se le queja más con el tirón. Creo que está todo. Ahora voy a revisar la mochila, el sobre de dormir y la carpa, que me acuerdo que tenía un agujero para remendar por algún lado porque la última vez se llovía. Tengo que convencer a mamá de que dormir en carpa puede ser peligroso para el Juanchi, que de pronto se asusta con la oscuridad y los bichos y los ruidos y empieza a hacerse otra vez en la cama, después de que hace más de un año que no le pasa. Sería un papelón, con cuatro años y medio cumplidos. Y un bajón para nosotros despertarnos a media noche en un charco de pichí, que después no sé cómo íbamos a sacar el olor porque la carpa es toda entera, con el piso pegado a las paredes y el techo porque no se supone que uno se vaya a poner a lavarla, claro. Mejor que duerma adentro con ellos y con Valentina, que para algo son mellizos, y que se dejen de embromar con eso de que los varones en la carpa y las nenas en el cuarto, que parece cosa de antes de Varela que cuando hizo la escuela laica, gratuita y obligatoria también la hizo mixta y al que no le gustara, a llorar al cuartito.

E l  p r o y e ct o

¡Bueeenooo! Hoy descanso, mañana fiesta, pasado fútbol, el lunes cine, el martes no sé, de pronto salen unas pizzas y videos en casa de la novia de Pedro, pero el miércoles seguro que hay jodita en lo del Negro para festejar que empiezan las vacaciones en serio. Después de ahí, a romper todo hasta el domingo: cuatro días enteros. ¡¡¡Aaaahhhh!!! ¡Esto sí que es vida!

- ¡Julián, hijo!

- ¿Qué?

- ¡Ah, acá estabas! Preparate que tengo una sorpresa para vos.

- ¿Ah, sí? ¿Qué?

- ¿Te acordás de lo que te vengo prometiendo desde que eras chico, y que se ha venido postergando por problemas de salud, de economía e imprevistos varios?

- ¿Qué?

- Te doy una pista: agua, silencio, árboles, peces...

- Dale, viejo, ¿desde cuándo te da por la poesía? Largá de una vez que no estoy para adivinanzas.

- Bueno, está bien. Aprontate porque... ¡nos vamos una semana de excursión de pesca!

Julián se levantó de golpe y tiró con el codo el vaso vacío. Lo atajó en el aire y como tenía los pies sobre la mesa se resbaló y cayó sentado en la postura más ridícula que alguien pueda imaginarse.
¿Vamos? ¿Había dicho vamos?

- ¿Qué querés decir con "vamos"?

Su padre reía como un niño chico en Día de Reyes, sin darse cuenta de nada.

- Sabía que te ibas a sorprender, pero no te emociones tanto que no te quiero llevar enyesado. Dale, macho, levantate y vamos a preparar las cañas que esta semana se come pescado fresco todos los días.

- ¿Esta semana? ¿Todos los días? ¿Qué estás diciendo, pa? ¿Estás loco?

- ¡Sí, estoy loco, bien loco! ¡Loco de alegría porque por fin vamos a tener unas vacaciones como Dios manda, después de tanto tiempo!

- Se van con mamá y con Agustina... ¿O dejan a Agus con la abuela?

- ¡No, hijo! ¡Nos vamos los cuatro! Y también con tu amigo Danilo y su familia, así que tendremos competencia de pesca y seguro que vos y yo les vamos a ganar por goleada a esos dos. ¿Te das cuenta? ¡Pesca grande, de verdad, de arroyo y de laguna, como veníamos proyectando hace tanto!

- Pero viejo, eso no puede ser. ¡Debe ser carísimo! ¿De dónde vas a sacar la guita?

- No, señor: nada de carísimo. Un compañero de trabajo, al que estuve cubriendo varias veces cuando se enfermó su bebé, en agradecimiento me presta una casa que tiene en el campo, en Rocha, ¡a pocos quilómetros del océano y a medio camino entre la Laguna Garzón y la de Rocha! Después te muestro bien en el mapa dónde está. Es una casa bastante grande, nuevita, preciosa, y con un terreno enorme; era una parte de una chacra o estancia del padre, no sé bien; cuando este murió, como a mi amigo no le interesaba la producción agropecuaria, le vendió el resto de su parte a la hermana -a la que sí le interesaba porque es agrónoma-, y quedaron los dos contentos, porque esa parte del terreno no es muy buena para los animales ni para cultivo porque es muy irregular y pedregosa, pero es espectacular como lugar de descanso. Entonces con lo que la hermana le fue pagando, de a poco, se fue haciendo la casa y hace un año que la terminó, pero ellos van solo en verano y en Semana Santa así que ahora me la ofreció. Tiene tres dormitorios, dos baños, parrillero, hasta juegos infantiles tiene, y por supuesto mucho terreno donde poner la carpa para los varones. Pero si llega a llover pueden dormir en la cocina o en el living, no hay problema. Y lo mejor, lo mejor de todo, es que se puede pescar ahí mismo, dentro del predio, porque tiene un arroyo, un arroyito de esos que ni aparecen en los mapas pero que es una belleza, con saltos de agua entre las piedras, bordeado de monte criollo, lleno de pájaros, y parece que tiene muy buen pique: dientudo, bagre, cabezamarga y hasta alguna tararira en la parte más ancha... Algún día también podemos irnos a la Laguna de Rocha, o hasta la de Castillos, incluso. Claro que por ahí no se puede pescar en cualquier lado, hace tiempo que es zona protegida, pero es cuestión de averiguar y de conseguir los permisos si hace falta, por eso no nos vamos a achicar, con semejante oferta de esa casa increíble que si la vas a alquilar te sale un disparate. Pero claro, estaba lo del transporte. Entonces, hablando con Walter...

- ¿El padre de Danilo?

- El mismo. Hablando con él, comentario va, comentario viene, me dijo que no le había salido ningún viaje para la semana entera y que bien podía, por una vez, dedicársela a la familia. ¿Te das cuenta? En su camioneta entramos todos, vamos a compartir la casa y los gastos del gasoil y peajes y eso es lo único que vamos a gastar extra, porque la comida es lo mismo allá que acá, o menos todavía, ¡porque tendremos pescado a la parrilla todos los días! Y también fruta gratis, porque me olvidé de decirte que la casa también tiene frutales: naranjo, limonero, higuera, manzano, y otros más que en esta época deben estar llenos de flores, como para que tu hermana se canse de mirar y pintar. Tu madre está de acuerdo, siempre y cuando los hombres nos responsabilicemos de limpiar y cocinar lo que pesquemos. ¡Y eso es parte de la aventura! ¿No, macho?

Con la boca abierta, los brazos colgando y el alma tan dolorida como su golpeado trasero, Julián había seguido a su padre hasta el garaje, donde él ya empezaba a manipular cañas, boyas, anzuelos y cajas de carnada convencido de que su hijo compartía su entusiasmo. ¿Cómo le decía ahora que pasarse una semana sentado frente a una caña, limpiando pescado y cosechando naranjas con dos padres, dos madres y cuatro niños no era su idea de unas vacaciones perfectas? Era cierto que unos años antes ese proyecto había sido el mayor sueño de su vida; era cierto que en los viejos tiempos había compartido ese sueño con Danilo, su mejor amigo de la infancia a pesar de la diferencia de edad, pero todo eso ya había quedado tan lejos como el metro quince de sus ocho años que tanto preocupaba a su madre. También era cierto que no había sido culpa de su padre no haber cumplido con la promesa que le hiciera entonces: un embarazo perdido y otro muy complicado, el nacimiento prematuro de su hermana y después sus problemas de salud: el broncoespasmo, la infección urinaria, la varicela aquella que parecía viruela, los neumococos, los estafilococos, las convulsiones febriles que obligaban a sus padres a correr con la nena a la emergencia a cada rato y a pasarse noches enteras poniéndole paños fríos en todo el cuerpo... Después, cuando todo eso parecía superado, habían empezado los problemas económicos. No había sido culpa de su padre, claro, él ahora lo entendía; pero tampoco había sido culpa de él, Julián, si en esos largos años de espera había dejado de ser un niño ilusionado con una promesa imposible y había cambiado definitivamente sus gustos y sus sueños, si es que eso de los sueños realmente existe y no es una farsa de los adultos como Papá Noel y los Reyes Magos.

¿Cómo era que su padre no se daba cuenta? ¿Cómo podía seguir tan tranquilo contando anzuelos y desenredando tanzas, creyéndose el súper padre cumplidor de promesas sin ver la cara de espanto de su hijo frente a la suya? Tenía que decírselo, aunque fuera difícil tenía que decírselo porque no tenía por qué sacrificar sus vacaciones y pasarse una semana fingiendo felicidad para tranquilizar la conciencia de los demás.

© Magdalena Helguera
© Ediciones Trilce


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