Por The New York Times | Nicholas Kristof
Érase una vez, un refugiado de 7 años en un albergue para personas sin hogar se sentó frente a un tablero de ajedrez en la escuela y aprendió a jugar. Luego las autoridades de su escuela accedieron a la súplica de su madre para que no le cobraran la cuota de inscripción al club de ajedrez.
Al principio, el niño no era muy bueno. Su puntuación inicial fue de 105, a unos cuantos puntos de la calificación más baja de 100.
Sin embargo, al chico, Tanitoluwa Adewumi —mejor conocido como Tani —le gustaba el ajedrez, pues era un escape del caos del albergue, y sus habilidades mejoraron con una velocidad impresionante. Tras poco más de un año, a los 8, ganó el campeonato estatal de ajedrez de Nueva York en su grupo etario, por encima de otros niños bien entrenados de escuelas privadas para ricos.
Escribí un par de columnas sobre Tani en aquel entonces, y los lectores respondieron con donaciones de más de 250.000 dólares a la campaña de GoFundMe para apoyar a la familia de Tani, además de un año de vivienda gratuita. Fue conmovedor ver a Tani corriendo por el nuevo apartamento de la familia, pero yo me preguntaba: “¿Este niño de verdad es tan bueno?”.
Resulta que sí lo es. Este mes, ya cursando el quinto grado, Tani avanzó sin esfuerzo en un torneo presencial en Connecticut abierto para jugadores de nivel avanzado de todas las edades y ganó cada partida. Finalizó con una puntuación de 2223, lo cual lo convirtió en un maestro nacional.
Con 10 años, 7 meses y 28 días de edad, Tani se volvió la vigésima octava persona más joven en recibir el título de maestro de ajedrez en Estados Unidos, según John Hartmann de la Federación de Ajedrez de Estados Unidos. Tani tuvo uno de los ascensos más veloces, ya que empezó a jugar hasta los 7 años, una edad considerada relativamente tardía. Y ahora va por más.
“Quiero ser el gran maestro más joven”, me dijo. “Quiero ganarme el título a los 11 o 12”. El gran maestro más joven de la historia, Sergey Karjakin, obtuvo el honor a los 12 años, 7 meses.
“Me encanta ver el rápido progreso de Tani”, dijo el excampeón del mundo de ajedrez Garry Kasparov. “El cielo es el límite, y yo soy la última persona que diría que el ajedrez no es una carrera viable”.
Tani ha visto la serie de Netflix “Gambito de dama”, sobre una niña huérfana y marginada que demuestra ser un prodigio del ajedrez. “Sin duda me sentí identificado”, afirmó.
Pronto podría verse de manera más directa en la pantalla. Paramount Pictures ha adquirido los derechos de un libro que Tani y sus padres escribieron sobre su historia para adaptarlo como un largometraje cinematográfico. El guion lo está escribiendo Steven Conrad, quien escribió “En busca de la felicidad”, y Trevor Noah será el productor.
“A veces vemos de dónde vinimos y dónde estamos ahora, y adónde queremos ir, y cada vez que pensamos en lo que hemos recorrido, damos gracias a Dios”, declaró su madre, Oluwatoyin Adewumi, quien acaba de certificarse como técnica de atención a pacientes y está buscando trabajo.
La familia huyó de Nigeria por miedo a Boko Haram, el grupo militante islámico, según su padre, Kayode Adewumi, quien ahora es agente de bienes raíces con la firma Douglas Elliman.
Cuando Tani ganó el campeonato estatal, varias escuelas privadas le ofrecieron un lugar, pero la familia decidió que siguiera en la escuela pública que lo había apoyado. Los Adewumis también usaron los 250.000 dólares que contribuyeron los lectores para emprender una fundación que ayuda a otras personas sin hogar y refugiados.
Los Adewumis ahora viven en Long Island, donde solventan sus propios gastos, y la pandemia ha sido difícil. Cuando les dijeron que Tani necesitaba un entrenador de ajedrez de alto nivel para desarrollar su talento, la familia recortó gastos y contrató al gran maestro, Giorgi Kacheishvili, para que entrenara a Tani tres veces a la semana. “Cuando no alcanza el dinero, lo reduzco a dos veces a la semana”, relató su padre.
Otro reto es viajar. A veces invitan a Tani a torneos en el extranjero, pero no puede ir mientras su caso de inmigración siga pendiente, por miedo a que no le permitan reingresar a Estados Unidos.
La lección más amplia de la historia de Tani es simple: el talento es universal, pero el acceso a las oportunidades no lo es. En el caso de Tani, todo se alineó. Su refugio estaba en un distrito escolar que tenía un club de ajedrez, la escuela accedió a no cobrarle la inscripción, tenía padres comprometidos que lo llevaron a todas las prácticas, ganó el campeonato estatal (por un pelito) y los lectores respondieron con una inmensa generosidad.
Sin embargo, el acceso a las oportunidades no debería requerir una perfecta alineación de los astros. Ganar torneos estatales de ajedrez no es una solución que se pueda extender a toda la falta de vivienda infantil.
Mi reto como columnista es que los lectores a menudo quieren ayudar a los individuos extraordinarios como Tani sobre quienes escribo, pero necesitamos apoyar a todos los niños, incluso los que no son prodigios del ajedrez. Eso requiere políticas públicas, además de filantropía, así que permítanme recalcar: las inversiones orientadas a los niños que propuso el presidente Joe Biden, como los créditos tributarios por hijos y la educación preescolar universal, revolucionarían el acceso a las oportunidades para todos los niños en situaciones adversas.
Quizá nos inspire la sabiduría del maestro de ajedrez más reciente de Estados Unidos. Le pregunté a Tani qué siente cuando pierde.
“Cuando pierdes es porque cometiste un error, y eso puede ayudarte a aprender”, me dijo. “Yo nunca pierdo. Aprendo”.