La palabra septiembre viene del latín ‘september, -bris’ y su acusativo septembrem o “mes de septiembre”, el séptimo mes del año, a su vez derivado de septem, que significa ‘siete’.
Dado que lleva el nombre de “séptimo mes”, ¿no debería ocupar ese lugar en el calendario, y no el noveno? En realidad, alguna vez lo fue.
El calendario romano tenía diez meses y comenzaba en marzo. Los primeros cuatro meses fueron nombrados en honor a las deidades, y el resto fueron designados por el número que correspondía a la posición que ocupaban en el calendario: Después de marzo, abril, mayo y junio, vinieron Quintilis, Sextilis, Septembris, Octobres, Novembris y Decembris, respectivamente los meses quinto, sexto, séptimo, octavo, noveno y décimo del año.
Debido a los defectos de este calendario, los romanos comenzaron a adoptar uno de 12 meses, introduciendo los meses de enero (Ianuarius), que se convirtió en el primer mes, y febrero (Februarius) como segundo.
Así se produjo un “corrimiento” de todos los demás meses. Septembris pasó a ser el noveno mes del año, pero a pesar de ello mantuvo su designación, con la que ya estaba familiarizada la población y que se conservó incluso después del nuevo cambio realizado por Julio César, implementando el Calendario Juliano, de 365 días y 12 meses. Sin embargo, en esta ocasión se agregó un día al mes de setiembre, que originalmente tenía 29.
Lo mismo ocurrió con los nombres de octubre, noviembre y diciembre.
Según los tratados agrícolas romanos, setiembre era un mes muy relacionado al trabajo en los viñedos, y sobre este mes se han hallado multitud de imágenes, en calendarios o mosaicos, en las que aparecen vides o uvas.
En varios países hispanoamericanos, incluido Uruguay, la grafía setiembre, sin la letra p, se impuso a la original y es la más utilizada en todos los ámbitos, aunque la palabra septiembre resulta igualmente válida.