Por The New York Times | Maria Cramer
Corea del Norte. Timor Oriental. El Alto Karabaj, un enclave montañoso que durante décadas ha sido un polvorín para el conflicto étnico entre armenios y azerbaiyanos.
Estos no son los típicos destinos turísticos a los que todos van.
Pero no le digan eso a Erik Faarlund, editor de un sitio web de fotografía de Noruega, quien ha visitado los tres. Su próximo viaje “soñado” es recorrer San Fernando, en Filipinas, alrededor de la Semana Santa, cuando las personas se ofrecen como voluntarias para ser clavadas en una cruz para conmemorar el sufrimiento de Jesucristo, una práctica que la Iglesia católica tiene tiempo buscando disuadir.
Faarlund, cuya esposa prefiere tomar el sol en las playas del Mediterráneo, afirma que a menudo viaja solo.
“Mi esposa se pregunta por qué demonios quiero ir a estos lugares y yo me preguntó por qué diablos ella va a los lugares a los que va”, afirmó.
Faarlund, de 52 años, ha visitado lugares que se incluyen en una categoría de viajes conocida como tanatoturismo o turismo oscuro, un término que básicamente significa visitar lugares asociados con la muerte, la tragedia y lo macabro.
A medida que se han ido reanudando los viajes, la mayoría de las personas están utilizando su tiempo vacacional para los objetivos típicos: escapar de la realidad, relajarse y recargar energía. No es el caso de los tanatoturistas, quienes utilizan sus vacaciones para sumergirse profundamente en los rincones desolados e incluso violentos del mundo.
Los turistas oscuros afirman que ir a plantas nucleares abandonadas o a países donde ocurrieron genocidios es una manera de comprender las duras realidades de las crisis políticas actuales, las calamidades climáticas, la guerra y la creciente amenaza del autoritarismo.
“Cuando todo el mundo está en llamas e inundado y nadie puede costear sus facturas de electricidad, tumbarse en una playa de un complejo turístico cinco estrellas se siente vergonzoso”, afirmó Jodie Joyce, quien gestiona los contratos de una empresa de secuenciación de genoma en Inglaterra y ha visitado Chernóbil y Corea del Norte.
Faarlund, quien no considera que sus viajes sean tanatoturismo, afirmó que quiere visitar lugares “que funcionen de manera totalmente diferente a la forma en que se manejan las cosas en casa”.
No importa cuáles sean sus motivaciones, Faarlund y Joyce no son para nada los únicos.
El 82 por ciento de los viajeros estadounidenses afirmaron haber visitado al menos un destino de turismo oscuro en su vida, según un estudio publicado en septiembre por Passport-photo.online, el cual encuestó a más de 900 personas. Más de la mitad de los entrevistados afirmó que preferían visitar zonas de guerra “activas” o previamente activas. Alrededor del 30 por ciento afirmó que una vez que terminara la guerra en Ucrania, querían visitar la planta siderúrgica de Azovstal, donde los soldados ucranianos resistieron a las fuerzas rusas durante meses.
La creciente popularidad del tanatoturismo sugiere que cada vez más personas son reacias a las vacaciones que prometen escapismo, para elegir en cambio ser testigos de primera mano de los lugares de sufrimiento sobre los que solo han leído, afirmó Gareth Johnson, uno de los fundadores de Young Pioneer Tours, el cual le ha organizado viajes a Joyce y Faarlund.
Según Johnson, los turistas están cansados de “ver una versión desinfectada del mundo”.
Un pasatiempo que se remonta a los días de los gladiadores
El término “turismo oscuro” fue acuñado en 1996 por dos académicos de Escocia, J. John Lennon y Malcolm Foley, quienes escribieron “Turismo oscuro: La atracción por la muerte y el desastre”.
Sin embargo, según Craig Wight, profesor asociado de Administración Turística en la Universidad Napier de Edimburgo, la gente ha utilizado su tiempo libre para presenciar el horror desde hace cientos de años.
“Se remonta a las batallas de los gladiadores” de la antigua Roma, afirmó. “La gente iba a ver ahorcamientos públicos. Hubo turistas sentados cómodamente en carruajes viendo la batalla de Waterloo”.
Wight afirma que el turista oscuro moderno por lo general va a un sitio definido por la tragedia para establecer una conexión con el lugar, un sentimiento que es difícil lograr con solo leer al respecto.
Según esa definición, cualquiera puede ser tanatoturista. Un turista que se toma un fin de semana para viajar a la ciudad de Nueva York podría visitar la Zona Cero. Los visitantes de Boston podrían conducir hacia el norte hasta Salem, Massachusetts, para conocer más sobre la persecución de las personas acusadas de brujería en el siglo XVII. Los viajeros a Alemania o Polonia podrían visitar un campo de concentración. Podrían tener cualquier cantidad de motivaciones, desde honrar a las víctimas del genocidio hasta querer tener una mejor comprensión de la historia. Pero, en general, un turista oscuro es alguien que tiene el hábito de buscar lugares trágicos, morbosos o incluso peligrosos, ya sea que los destinos sean locales o tan lejanos como Chernóbil.
En los últimos años, a medida que han ido surgiendo operadores turísticos en todo el mundo que prometen inmersiones profundas en lugares conocidos por tragedias recientes, la atención de los medios ha seguido la tendencia y con ellos las preguntas sobre las intenciones de los visitantes, afirmó Dorina-Maria Buda, profesora de Estudios Turísticos de la Universidad Nottingham Trent.
Las historias de personas que miran boquiabiertos los barrios destruidos por el huracán Katrina en Nueva Orleans o que posan para hacerse selfis en Dachau han provocado disgusto e indignación.
“¿Lo que impulsó a estas personas a visitar estos lugares fue una sensación de voyerismo o la intención de compartir el dolor y mostrar apoyo?”, se preguntó Buda. ‘Territorio éticamente turbio’
David Farrier, un periodista de Nueva Zelanda, pasó un año documentando viajes a lugares como Aokigahara (el llamado “Bosque de los Suicidios” en Japón), la prisión de lujo que Pablo Escobar construyó para sí mismo en Colombia y McKamey Manor en Tennessee, un famoso recorrido por una “casa embrujada” donde las personas se apuntan para ser golpeadas, enterradas vivas y sumergidas en agua fría hasta que sienten que se van a ahogar.
El viaje se convirtió en un show llamado “Dark Tourist” (“El otro turismo”), que se estrenó en Netflix en 2018 y fue ridiculizado y calificado por algunos críticos de macabro y “sórdido”.
Farrier, de 39 años, afirmó que a menudo cuestionó las implicaciones morales de sus viajes.
“Es un territorio éticamente muy turbio”, afirmó Farrier.
Pero Farrier sintió que valía la pena “prender las cámaras” en lugares y rituales que la mayoría de la gente quiere conocer, pero nunca experimentará.
Visitar lugares donde ocurrieron hechos terribles fue una lección de humildad y lo ayudó a confrontar su miedo a la muerte.
Farrier contó que se sintió privilegiado de haber visitado la mayoría de los lugares que vio, excepto por McKamey Manor.
“Eso fue una locura”, dijo Farrier. Una oportunidad para reflexionar Parte del atractivo del tanatoturismo es su capacidad para ayudar a las personas a procesar lo que está sucediendo “mientras el mundo se vuelve más oscuro y sombrío”, afirmó Jeffrey S. Podoshen, profesor de Mercadeo en Franklin and Marshall College, quien se especializa en turismo oscuro.
“La gente está tratando de comprender cosas oscuras, cosas como las realidades de la muerte, el acto de morir y la violencia”, afirmó. “Ven este tipo de turismo como una manera de prepararse”.
Faarlund recordó un viaje que hizo con su esposa y sus hijos gemelos: un recorrido privado por Camboya que incluyó una visita a los Campos de la Muerte, donde entre 1975 y 1979 más de 2 millones de camboyanos fueron asesinados o murieron de hambre y enfermedades bajo el régimen de los Jemeres Rojos.
Sus hijos, en ese entonces de 14 años, escucharon con atención las historias brutales e implacables del centro de tortura dirigido por los Jemeres Rojos. En un momento, los chicos tuvieron que salir a tomar aire. Allí, se sentaron en silencio durante un largo tiempo.
“Necesitaban un respiro”, dijo Faarlund. “Fue bastante maduro de su parte”.
Más tarde, conocieron a dos de los sobrevivientes de la crueldad de los Jemeres Rojos, hombres frágiles de entre 80 y 90 años. Los adolescentes les preguntaron si podían darles un abrazo y los hombres accedieron, contó Faarlund.
Fue un viaje conmovedor que también incluyó visitas a templos, entre ellos Angkor Wat en Siem Reap, así como comidas a base de ranas, ostras y calamares en un restaurante de carretera.
“Les encantó”, afirmó Faarlund, sobre su familia.
Sin embargo, no los imagina acompañándolo a ver a la gente recrear la crucifixión en Filipinas.
“Dudo que quieran ir conmigo a eso”, afirmó Faarlund. El bosque Aokigahara, conocido como “el Bosque de los Suicidios”, cerca del monte Fuji en Japón, el 27 de diciembre de 2016. (Ko Sasaki/The New York Times) El Renwick Smallpox Hospital, el cual atendió pacientes durante una epidemia de viruela en el siglo XIX, en la isla Roosevelt, Nueva York, el 27 de octubre de 2012. (Benjamin Norman/The New York Times)