Ramona es una mezcla a partes de iguales de cariño e inquietud. Corretea de un lado a otro, se agita como impulsada por un motor eléctrico que alimentara sus patas ligeras y sus ojitos luminosos. Sólo se detiene un momento para recibir las caricias y mimos que le prodigan, y a los que es adicta.
Tiene cerca de un año y medio de edad, pero su actitud juguetona la hace parecer una cachorrita de meses. Pasó por situaciones de abandono, algo que no logró cambiar su carácter dócil y afectuoso. Como contrapartida, la obediencia no es su fuerte y las travesuras sí lo son.
"Obviamente, su problema no es la agresividad. La estoy entrenando para que el día de mañana pueda ser adoptada por una familia y no haga algún desastre", explica riendo Andrés Peirano, mientras la sujeta.
Ramona es una de las recientes "pupilas" que entrena tanto en su casa como en Luna de Lobos, un centro de adiestramiento canino situado en la periferia de Montevideo, entre las numerosas chacras que flanquean Belloni más allá del "límite" de Instrucciones. Usando comida y afecto como premios, Andrés logra día a día un mayor control sobre la perrita. Tiene larga experiencia en trabajar con estos animales, entrenándolos para distintos fines. Entre los proyectos que tiene en carpeta, hay uno que consiste en adiestrar perros para el trato con personas con tendencias suicidas o intentos de quitarse la vida.
Tempranas vocaciones
Andrés nació con las Fuerzas Armadas en la sangre. Su padre, oficial del Ejército, tuvo un rol destacado en la Misión de Paz de Haití, donde junto al periodista español Julio Alonso -otra pieza importante de esta historia- se jugó el cargo y la carrera para romper el bloqueo aéreo sobre el país, en procura de lograr una ayuda para la población que en aquel momento -el terremoto de 2010- no podía esperar por burocracias. Pero también los perros estaban desde el principio.
Gerardo Carrasco/Montevideo Portal
"Empecé entrenando perros de pastoreo para mi madre, en Los Cerrillos, antes de saber siquiera que iba a ser militar. Después entré a la Escuela Militar de Aeronáutica y luego de recibido retorné y, además de estar con el plantel de perros de la Fuerza Aérea Uruguaya (FAU), empecé a entrar en el mundo del perro operativo: detección de explosivos, narcóticos, ataque y defensa, etc. También hice cursos de bozal de impacto sueco, una técnica relativamente nueva en la que el perro no muerde, sino que golpea con el hocico. Luego profundicé más en pastoreo y empecé a estudiar, de manera un poco autodidacta, el comportamiento canino", explica.
En 2015 partió rumbo a la República Democrática de Congo (RDC) como parte del contingente uruguayo que desde el arranque del siglo participa de la Misión de Paz desplegada por ONU. Esa experiencia resultaría marcante y le daría un nuevo rumbo a su vida.
Al regresar de Congo, Andrés renunció a su ascendente carrera en la FAU para dedicarse de lleno a la iniciativa que había comenzado por cuenta propia en tierras africanas. "No eran cosas compatibles, tuve que elegir entre una y otra, así que pedí la baja para dedicarme de lleno al proyecto", cuenta.
Mucho más que una mascota
"Yo siempre digo que mis perros no pueden ser sólo mascotas, tienen que tener una función", afirma Andrés. "Siempre les busqué una tarea y noté que ellos disfrutan mucho más cuando están haciendo algo. Gastan energía, y además su relación con el humano mejora", explica.
Con esa idea acerca de la función de los canes en la sociedad, el entonces joven teniente llegó a Congo. Allí debió afrontar las mismas vicisitudes que sus compañeros de armas en ese auténtico polvorín africano, pero el contacto entre su pasión canina y el continente africano debería esperar todavía unos meses.
Las infamias de cada día
Cumpliendo sus funciones militares en Congo, Andrés no tardó en notar la difícil vida de la población local, y en sentir la impotencia de no poder ayudar más.
"Veía que la ONU no tenía presencia en todo el país, o a veces era incompleta, esporádica". Esta situación hacia -y hace- más difícil impedir que se produzcan episodios de violencia tristemente habituales en el país.
"Nosotros estábamos en un aeropuerto y a cosa de un kilómetro había un poblado, y a veces nos enterábamos de que durante la noche habían entrado (grupos armados) y habían ocurrido violaciones o secuestros de niños. ¿Cómo podía ser que, habiendo despliegue logístico de Naciones Unidas, con bases militares de varios países, ni siquiera nos enteráramos de algo así hasta pasados varios días?" se preguntaba.
"Tratando de ver cómo colaborar con la ONU y combatir esa realidad, fue que se me ocurrió lo de los perros. Donde un soldado de la ONU no puede ir porque llama la atención o corre peligro, yo puedo poner un perro, que pasará inadvertido, y se evita poner en riesgo vidas humanas". Ciertamente, el animal puede correr esos riesgos, pero "él tiene sus formas de escabullirse", asegura.
"Empecé a ver cómo poner perros en esos lugares, cuando no había presencia de Naciones Unidas ni seguridad alguna para los civiles. Así nació la idea", resume.
Ya retirado de la Fuerza Aérea, Andrés regresó a las zonas más "calientes" de Congo como civil, una situación peligrosa para la que necesitó el apoyo de amigos locales y otros cooperantes.
"Fue una cruzada por Congo, tratando de absorber la cultura y la realidad del país, porque en Misión a veces estás encerrado en una base y no conocés demasiado el país", cuenta. Ese periplo le permitiría encontrarse con unos formidables canes que darían base sólida su idea, que hasta entonces era un castillo en el aire.
¿Dónde están los pichichos?
"De cara al proyecto me encontré con varios desafíos. Para empezar, se trataba de una zona de parque nacionales y no podía introducir una especie nueva. Ya lo habían hecho los belgas en la época colonial. Trajeron perros de ataque y la población hasta el día de hoy tiene mucho miedo al perro en general por causa de eso", relata.
Gerardo Carrasco/Montevideo Portal
"Traer un perro extraño, que se impusiera, no iba a ser lo más adecuado, pero estaban esos perros locales que yo en ese momento no sabía ni qué eran", y que resultaron ser de la raza autóctona basenji, o cruza de esa raza.
"Son unos perros muy antiguos, no descienden del lobo como casi todos los demás, sino de un antepasado común con éste. No les gusta el agua, se asean como los gatos y no ladran", detalla el entrenador.
Con ellos, Andrés comenzó a desarrollar el concepto de trabajo que regiría la ONG que actualmente tiene en formación: trabajar con razas originarias. Por ello, para el ya mencionado proyecto para asistir a personas potencialmente suicidas en Uruguay, piensa utilizar el más uruguayo de los perros: el cimarrón.
"Podría seleccionar otro tipo de raza, pero yo sigo con mi idea a la que llamo ‘eco friendly', usando animales del lugar".
Un segundo obstáculo para la iniciativa fue la escasez de materia prima. En Congo, y especialmente en las conflictivas áreas del este del país, no es frecuente ver perros. Allí no se los considera como mascotas, sino como parte del menú.
La práctica de comer perros "no es rara en Congo, y llega como consecuencia de la guerra. Se rompió el lazo entre el perro y el humano, y cuando se rompe esa relación con el perro como mascota, fuerza de trabajo, o seguridad, se convierte en un animal más. Entonces puede llegar a ser visto como comida, especialmente si se está pasando hambre", cuenta.
Innovar y fiarse del instinto: una bendita locura
Una vez localizados los extraños perros autóctonos, Andrés se lanzó de lleno al desafío de adiestrarlos. "El entrenamiento es 100% experimental: no hay una escuela que enseñe a entrenar a este tipo de perros, ni para las tareas que yo tenía en mente, porque ambas cosas las invente yo". Así, se vio en necesidad de inventar también el método.
Andrés comprendió tempranamente que los basenji y sus cruzas tenían un comportamiento fuertemente instintivo. Eso podría haber sido un obstáculo, pero terminó siendo un don, ya que el cometido que pretendía asignarles tampoco era convencional.
"Las unidades caninas especializadas en zonas de guerra, llevan perros que son verdaderas máquinas, con un nivel de obediencia y control muy elevados", algo que no sucede con los perros callejeros entrenados por Andrés.
"Siguiendo el instinto de estos perros, empecé a ver cuáles de sus comportamientos podían serme útiles y a estimularlos. Esa fue la locura, meterme en una zona de guerra siguiendo a un perro, entrenando perros callejeros. Además, tuve que hacer todo el estudio de comportamiento del basenji en particular", recuerda.
Gerardo Carrasco/Montevideo Portal
En el "Congo profundo", Andrés debió pasar por trances duros y momentos de verdadero peligro. Le toco tratar con los Raia Mutomboki, una milicia tribal sanguinaria y especialmente temida en el país. Nuestro compatriota fue testigo cercano -muy cercano- de combates entre los Raia y sus enemigos de las Fuerzas Democráticas para la Liberación de Ruanda (FDLR).
Esa peligrosa experiencia tuvo una valiosa recompensa: le permitió conocer a Muss, un perro que resultó ser un manual de supervivencia sobre cuatro patas, y del que aprendería muchísimo.
Proteger sin violencia
Utilizar perros para tareas de vigilancia o protección de personas no es algo nuevo, pero la manera en la que deben hacerlo los "alumnos" de Andrés sí es original, y para eso no sirven los "perros robots" que reciben órdenes estrictas y permanentes.
"Su función es la protección de civiles mediante la alerta temprana", resume el entrenador. "El mayor desafío era proteger civiles sin violencia, sin sumar violencia a una realidad que ya tiene de sobra. Lo que hace el perro es trabajar de dos formas, en protección abierta y protección cerrada".
En la primera modalidad, "el perro va entre diez y veinte metros delante de la persona que protege". Esto es mucho más que un detalle en Congo, donde "la mayoría de los ataques se dan en los caminos". Por ejemplo, violaciones, asesinatos o raptos de mujeres cuando se dirigen desde las aldeas a las tierras labrantías. También se da el caso de grupos armados que se apostan cerca de las escuelas durante la noche, a la espera de la llegada de los niños en la mañana, algo que Andrés califica como "pescar en un balde". Los menores son utilizados como mano de obra esclava o reclutados de manera forzosa como niños soldados.
"Lo que yo hago es poner al perro adelantado y socializado de determinada manera, para que note el peligro y advierta de dónde viene, pero que no ataque", apunta.
"Eso da la posibilidad de que la persona se retire del lugar a tiempo y salve su vida. La iniciativa dio mucho resultado, y al ser un perro que no ataca la gente le va perdiendo el miedo y se puede tender un puente, reconstruir aunque sea en muy pequeña escala ese lazo entre el humano y el perro". Por fortuna, la gente aceptó con agrado el experimento. "Si hubiera puesto un perro que mordía no hubiera ocurrido eso", asegura.
En la segunda modalidad, defensa cerrada, "el perro permanece más cerca de la persona, a no más de dos metros. En caso de una agresión o posible agresión, el perro ladra, (si bien los basenji no ladran, los mestizos sí lo hacen. El sonido de los de raza pura es un aullido característico), adopta una postura intimidante pero sin lanzar un ataque, no muerde. Así avanza, procurando asegurar esa distancia de dos metros entre la amenaza y la persona que protege, para darle un margen para huir o pedir ayuda. En caso de que el agresor avance, el perro retrocede manteniendo la actitud agresiva y sin desamparar nunca a quien protege. La idea es generar el espacio y el tiempo para reaccionar antes de que llegue la agresión", describe Andrés.
Para el entrenador, lo fundamental es evadir el riesgo y no confrontar, "porque estos perros no van a estar acompañando a soldados, sino a mujeres y niños. La idea es localizar el peligro lo antes posible y sortearlo. Ya que no puedo cambiar la realidad y ese peligro existe, trato de brindar una herramienta que ayude a la gente a moverse por su entorno, esquivando el peligro", resume.
Andrés Peirano en Congo, junto al perro Tig. Imagen proporcionada por Andrés Peirano
Como beneficio extra, los mestizos entrenados resultaron ser muy buenos también para detectar amenazas no humanas. Tig, uno de los animales de Andrés, acompañaba a un grupo de mujeres en el campo cuando advirtió antes que nadie la presencia de una mamba negra, la serpiente más venenosa de África. Se trata de un ofidio temible porque su ponzoña mata en cuestión de minutos, y también porque si se siente amenazado no reacciona huyendo, sino atacando.
En esa ocasión, Tig advirtió tempranamente de la amenaza y obligó a la serpiente a salir de su escondrijo, siendo luego muerta por unos cazadores. Esa experiencia reafirmó la confianza de los lugareños en el método de Andrés, quien recuerda que intentaron comprarle al eficiente animal.
"Fue toda una locura", dice acerca de su exitoso experimento. "Se puede decir que se trató de entrenar a unos perros para que cumplieran una función siendo desobedientes", subraya.
Siempre la historia de Quijote y los molinos
A la hora de implementar su proyecto a una escala mayor, Andrés sondeó las posibilidades de recibir apoyo de la ONU, ya que su proyecto prometía resultados positivos y comprobables a cambio de una inversión irrisoria. Pero pinchó en hueso.
"No logré ningún tipo de apoyo. Siempre me encuentro con la barrera de que nadie confía en un trabajo hecho por perros callejeros del Congo. A muchos la idea les parece buena, pero quieren hacerla con pastores alemanes", una raza que Andrés no considera la más adecuada. "Es un animal que en el Congo sufre mucho el calor y la humedad", algo a lo que los canes locales están perfectamente adaptados. Además, chocaría con la regla fundamental que el entrenador se impuso al iniciar su aventura: trabajar con perros autóctonos y no introducir especies foráneas.
"Sacando cuentas, uno se siente un poco mal, porque es consciente de que con una inversión de unos diez mil dólares (una insignificancia en el presupuesto de la Misión de Paz desplegada en Congo), yo puedo vivir seis meses en Congo, entrenar cinco perros o capacitar nuevos entrenadores entre la gente local. No se hace porque no hay interés", lamenta.
Una idea impresa
Ante la falta de colaboración de Naciones Unidas, Andrés comenzó a pensar en la forma de financiar su iniciativa por sí mismo de forma independiente. Y en ese punto de la historia entró a tallar el ya mencionado Julio Alonso, el periodista español amigo de su padre.
Con una vasta trayectoria cubriendo conflictos armados en el todo el mundo, Alonso es de los que conciben que un cronista no puede estar en una zona de conflicto sin hacer algo más que sólo informar. En su doble rol de reportero y cooperante, ha participado -cuando no ideado él mismo- de varias iniciativas para proteger a los civiles inocentes de los peligros de la guerra.
Perro de alerta en acción. Imagen proporcionada por Andrés Peirano
"Estuve dos semanas en su casa en Madrid, sentado frente a la computadora y escribiendo sobre mis experiencias en Congo. Él seleccionó las que le parecían más características y armó un libro", narra.
La obra en cuestión es "Tig: el héroe invisible. Los perros en la guerra del Congo" y recoge de forma clara y amena las peripecias de Andrés y sus aprendizajes, y el modo en que llegó a comprobar que los despreciados perros callejeros podían ser valiosos aliados para resguardar a mujeres y niños de la violencia.
De hecho, la ONG de Andrés ya está formada en España, país en el que convenía empezar por razones prácticas.
"Yo no puedo ir a Congo y empezar a trabajar con mi ONG porque se me da la gana", explica. Para que una organización así opere en el país africano debe cumplir ciertos requisitos y trabajar con acuerdo con una contraparte local, algo que resulta más fácil de lograr desde España que desde Uruguay.
Además, el método de entrenamiento de Andrés no puede ponerse en marcha en nuestro país de buenas a primeras, porque violaría la normativa vigente.
"No puedo salir a trabajar con perros sueltos por la calle, por razones obvias. Sí lo hice de forma experimental en Congo, donde no hay normas, pero aquí sí existen", recuerda. Por esas razones, es necesario procurar primero algún tipo de acuerdo que permita llevar adelante el método de Andrés en las calles, al amparo de la legalidad.
De momento, el teniente retirado espera vender su libro (datos de compra al final de la nota) y de esa manera financiarse de forma independiente y lo que es más importante: de un modo por completo transparente.
"La idea es hacer viajes por unos meses y seleccionar gente por aldeas para entrenar, y que ellos a su vez vayan entrenando perros, que el proyecto se vaya expandiendo como una gota aceite sobre el agua, porque no se busca lucrar con esto", explica.
"Creo que esa es la mejor manera: Yo tengo mi experiencia, la transmito, y luego ellos son responsables de su propia evolución, no dependen de mí", detalla.
"Estando allá había gente que se entusiasmaba con lo que hacía y quería sumarse, trabajar conmigo, pero yo no podía pagarles, tenía recursos sólo para mantenerme a mí mismo y a un perro. Con el dinero de la ONG yo podría decirle a esa gente que viniera conmigo, tendrían un trabajo y podrían alimentar a sus familias" apunta.
Gerardo Carrasco/Montevideo Portal
En cuanto al libro, no es un manual sobre perros africanos ni nada parecido, aunque cuenta las experiencias del entrenador por ese continente.
"Me gusta definirlo como una invitación a entender ese proceso que no fue fácil, que me llevó a abandonar una carrera que me costó mucho para hacer esta locura, yendo a Congo y como civi. Uno nunca sabe si vuelve".
Lejos de pretender que la obra sea una canción de gesta personal, el ex oficial entiende que lo importante no es pintarlo a él como un héroe ni nada por el estilo, sino entender "todo lo que podemos llegar a hacer con un perro", ese sí, verdadero héroe y protagonista.
"Muchos me preguntan qué me pasaba por la cabeza para irme al medio del África. Este libro puede ayudarlos a entender eso", concluye.
Cómo colaborar
El libro "Tig: el héroe invisible. Los perros en la guerra del Congo" se vende a través de Tinta&Papel
tintaypapel@adinet.com.uy
Tel 4374 0617 - 094-90.58.35
Gerardo Carrasco / Montevideo Portal