Las cartas que no llegaron, uno de los libros más exitosos de la veintena que ha escrito Mauricio Rosencof, traducido a varios idiomas y publicado no solo en 20 ediciones en Uruguay sino también editado en por lo menos otros 10 países, comienza a vivir una nueva etapa: el cine. Más de una década después de aparecer en nuestro país, cruza otra frontera y está en camino a la pantalla grande.
La productora cinematográfica uruguaya que conduce el proyecto es Imágenes de Mario Jacob, que fue parte del equipo fundador de la Cinemateca del Tercer Mundo junto con Walter Tournier y Mario Handler. Quien ha orquestado este proyecto ha sido, desde Madrid, Tornasol Films de la uruguaya Mariela Besuievsky (produjo cien películas, entre ellas la galardonada con el Oscar, El Secreto de sus ojos) y el guionista es el también uruguayo Pablo Dotta (El dirigible, Jamás leí a Onetti), destacado docente de Cine en México, Cuba y otros países, que además será el director de Las cartas que no llegaron.
Esta semana conversamos con Mauricio Rosencof al respecto, quien como siempre combina emociones y sentido del humor, incluso al hablar de dolorosos recuerdos.
¿Cómo surgió la iniciativa de llevar Las cartas que no llegaron al celuloide?
Y... son esas cosas que se corren, qué sé yo. Fijáte que por el mismo lado viene Memorias del calabozo, que va a dirigir Álvaro Brechner. Su último film, Mr. Kaplan, acaba de ser seleccionado para representar a Uruguay en los premios Oscar.
Así es, en el rubro de Mejor película extranjera... Memorias del calabozo está en proceso y ahora también Las cartas que no llegaron.
Te cuento de dónde sale. Sé que eso está en marcha. La película nace porque anda en la vuelta. Hubo otros intentos: en Argentina quisieron hacer La Margarita en dos o tres oportunidades, no sé. Tengo ya mis meses arriba... Yo doy fe de lo que escribo, un film ya va por cuenta del productor, el director y el guionista.
Y ellos tendrán el gran desafío de pasar fielmente a la pantalla los recuerdos y emociones que transmitiste en el libro...
Te cuento una parte de la historia que es interesante. Creo que todo es memoria, que el olvido no existe y que tarde o temprano hay algún registro que en alguna neurona perdida por ahí reaparece. Y eso me ocurrió a raíz de este texto concebido, o sentido, o comenzado a elaborar -no como texto pero sí como memoria- en un calabozo bajo tierra, teniendo, sin verlos, como compañeros del otro lado del muro al Pepe (José Mujica) y al Ñato (Eleuterio Fernández Huidobro). Estábamos incomunicados entre nosotros, así estuvimos más de 10 años, y también con el mundo exterior. La primera carta que me llega es una carta de mi niña, que tenía seis o siete años en ese entonces. Eran tres líneas, garabateadas, y así y todo tachada alguna por principio. Esa carta para mí llegó cargada de luz, revoloteaba adentro del calabozo, se posaba en mi hombro, la tenía en la mano, me hablaba, le hablaba. Eso, que fue la comunicación con el universo, me despertó algo que yo tenía olvidado.
Yo tengo muy claro, o por lo menos de las cosas que recuerdo -como decía Sancho Panza: “Si no fuera por las cosas que me olvido, me acordaría de todo”- los días de mi infancia, en el barrio Palermo, en la calle Gonzalo Ramírez, la casa de inquilinato, mi viejo laburando a domicilio como shnaideruk, sastre...
En momentos así, todo es memoria en el calabozo, los libros que leíste, las películas que viste, tu infancia. Pero con la llegada de esa carta, en la memoria de mis días de infancia apareció un personaje que tenía enterrado en la memoria y que dijo: “Mirá que estoy acá”, y era el cartero.
Te vino su imagen a la mente...
Seguro, porque cuando llegaba el cartero era una fiesta en casa: el viejo salía, él hacía guindado clandestino, filtraba Mirinda, tomábamos alcohol y le daba una copita al cartero. El niño que narra toda esta historia dice que le daba más copitas para que le traiga más cartas. Entonces, cuando llegaban las cartas, que después el niño va descifrando qué es eso, el viejo las guardaba porque si tardaron tanto en llegar, había que cuidarlas mucho. Salieron cerca de un pueblito en Belzitse, cerca de Lublin. De Lublin a Varsovia, de Varsovia atravesando toda Europa hasta Génova, y de ahí llegaban hasta Gonzalo Ramírez. El viejo esperaba al domingo, cuando la vieja hacía el puchero de gallina, y ahí se leían las cartas. ¿Qué contaban las cartas esas? Contaban que se ennovió su sobrina, que la gallina está empollando, que las papas subieron de precio... era una historia familiar.
Las pequeñas grandes cosas de todos los días.
Claro. Entonces había que explicarme que los abuelos estaban ahí, que los primos estaban ahí. Hasta que un día dejó de pasar el cartero. El niño se da cuenta, sabe, el cartero deja de venir, pero no deja de venir sino que deja de entrar a casa. Es que se había instalado la guerra, entonces el viejo comienza a leer los domingos las cartas viejas y en determinado momento el niño dice: “El viejo vivía atento a las cartas”, asomado a la vereda para ver cuándo pasaba el cartero, y el viejo decía: “¿Y?”, y la respuesta del cartero: “Nada, ni cerca“. Entonces el niño en determinado momento en esa parte cuenta: las cartas que esperaba mi papá nunca llegaron.
Y el gran tema es que tu papá entendió rápidamente por qué no llegaban.
Mirá, esto es vivencia, pero hay una elaboración porque el niño dice “las cartas que nunca llegaron” y a partir de entonces, junto con sus relatos, empiezan a llegar unas cartas. Las cartas cuentan toda la peripecia, las esperanzas, las ilusiones, la muerte, el grito del proceso de toda la familia. Es decir, el ghetto, el ferrocarril, Auschwitz, la barraca, y bueno...
Las cartas imaginadas en base a lo que se sabía que estaba pasando en Europa, o mejor dicho a lo que se supo después, aunque los protagonistas no las podían escribir.
Claro, de alguna manera algo me estaba dictando que ese registro era el registro de toda la familia, entonces yo contaba de la mía. Incluso hay una carta en la que un tío le dice a mi viejo: “Explicale a Moishe que uno no es solo lo que está de su piel hacia adentro, que uno es uno y todo lo demás, que uno es uno y sus padres, uno y sus hermanos, uno y sus amigos, uno y su perro, uno y sus compañeros. Que uno es uno y todo lo demás”.
Lo que conforma el mundo en el cual uno está inmerso, del que uno es parte... Y acá Mauricio, el mundo del libro, que es el tuyo, fusiona los recuerdos de las cartas que dejaron de llegar, las que tuviste que imaginar contando los horrores de la guerra y lo que vos pasaste en la cárcel. ¿Cómo explicarías la fusión entre ambas cosas en tu vivencia?
Es indisoluble. Recordemos que la primera gran barricada que se hace contra el fascismo es en España con las brigadas internacionales.
Con muchos miembros judíos, como destacás siempre.
Más de 20 % de los combatientes contra el fascismo ahí eran judíos que venían de todas partes. Es inherente a nuestra condición. Pienso como Primo Levi que la palabra ‘holocausto’ sola no es la que totalmente nos expresa, porque hubo algo que se llamó resistencia y hubo resistencias en todos lados. Y se habla del alzamiento del ghetto de Varsovia y hubo 100 alzamientos en 100 ghettos distintos, hubo alzamientos en los campos de concentración y hubo fugas. Se combatió por todos lados. En el batallón que traían los ingleses, los combatientes más aguerridos resultaron ser aquellos en los que estaban nucleados los judíos. En la Guerra Civil Española circulaba incluso una brigada entera y un periódico en idish. Es bueno que se tenga en cuenta, porque ahí hay una parte muy querida.
Me contaste de aquel mapa, donde estaba la espada... Recordemos esa historia.
Sí, claro, fue en la casa de un amigo de mis padres, Mendiuk, que se había escapado en su casa, en una festividad. Mi viejo ya no estaba. Él se había salvado de una forma muy especial, porque lo iban a fusilar a él y a su hermano junto con otros 50 y él antes del fusilamiento, o en ese momento, le dice al hermano: “Cuando yo te diga tú te tiras”. Van a ametrallar, se tiran, a él llegan a herirlo en una pierna y por la noche salen navegando entre los cadáveres. Después se integran a los partisanos.
Esa noche en su casa él me preguntó de qué pueblo eran mis padres, yo le dije que Belzitse, y le comenté en broma: “Es un pueblito que no existe en el mapa”, y él me dice: “Un momento”, y saca un mapa donde sí existe. Sacaron todo de la mesa, trajo un mapa, lo desplegó. Era un enorme mapa de los nazis, donde estaban todas sus conquistas y todos los pueblos y ciudades conquistadas, con la particularidad de que en cada lugar, en cada nombre de pueblo, había dos, tres o cuatro cruces y en muchos al final de las cruces había una espada. Y yo le pregunté qué era eso, y me respondió que las cruces quieren decir un millar, dicen cuántos murieron en cada pueblito: 2.000, 3.000, 4.000. Encontró Belzitse, que tenía tres cruces, y al final tenía espada, y eso me alegró el alma. En el pueblo de mis viejos hubo resistencia, porque la espada quería decir aquellos lugares donde se había producido un alzamiento, donde hubo resistencia.
Me acuerdo que me lo contaste en la primera entrevista que te hice años atrás, lo tenés muy presente.
Siempre...
Mauricio, yendo a la película, primero algo casi filosófico del tema. A veces se dice que el libro siempre va a ser mejor que la película. No sé si estás de acuerdo con esa generalización que me imagino que es medio simplista.
No abro opinión, yo tengo plena confianza en Mario Jacob, en Pablo Dotta, en Mariela. Uno tiene que hacerse un poco a la idea, estoy un poco acostumbrado a esto no por vía de película pero sí de teatro. Yo soy dramaturgo y sé que cuando el director y el actor asumen los roles dan su versión de ese texto, no es una puesta en escena literal. Ninguna novela lo es.
¿Cómo es el margen de maniobra? Por ejemplo, hay un sinfín de imágenes en un libro que me supongo que no pueden ir todas plasmadas en la película. ¿Hay imágenes que vos dirías a Mariela, o a quien sea que decida esto, “te pido, esta imagen no puede faltar en la película”?
No, no es mi competencia. Está Dotta que tiene una gran experiencia, que es un hombre talentoso, y está Jacob en la producción, él está trabajando en eso y transmitiendo lo que sabe. Yo no puedo intervenir en eso mientras no vea y me pida opinión. No, no. Eso no existe.
Lo planteo de otra forma. ¿Hay en el libro -antes de que sea convertido en película- párrafos, páginas, escenas que para vos son más importantes?
El libro tiene un espíritu, une toda esa historia con la historia de acá, porque está escrito desde un calabozo. Yo era preso político, estaba junto con el Pepe y con el Ñato y mi historia es esa que estoy contando en el libro. Eso se desprende del libro, y no estoy fisgoneando en lo que hacen.
Yo no he leído todos tus 20 libros, pero sí algunos... y siempre sentí que Las cartas que no llegaron es el que más me tocó el alma. ¿Te parece que es por la combinación de la vivencia uruguaya y la historia judía?
Pienso que la reacción se ha producido en todo tipo de lectores. No puedo ser injusto con un texto, que es como un hijo. Siento que se circunscriben. Que te pueda tocar particularmente. Me emociona saber que te emociona, porque además, en una de las partes finales del libro termina -mirá lo que son las vueltas- cuando después de la liberación, el día que nos liberan y que queremos estar todos juntos, como medida de autodefensa y para reorganizar el movimiento, me llevan hasta el Hogar de Ancianos Israelita, donde mis viejos estaban después de que los habían desalojado de su casa. Cuando entro ahí era medianoche, me está esperando la directora, me dice: “Ellos ya están acostados, lo están esperando. Pero hay algo que le quiero decir y es que acá recibimos muchas amenazas diciendo ‘Saquen de ahí a los padres de ese hijo de puta porque les vamos a poner una bomba’. Nosotros nos reunimos y lo que hicimos fue poner más vigilancia”.
Cuando entro a ver a los viejos, que están acostados, la vieja, siempre como idishe mame, me mira y la primera palabra de nuestro reencuentro fue esa pregunta que siempre se hacen las madres: “¿Comiste?”.
Y yo me pregunto cómo se traduce en palabras un momento así. Mauricio, antes hablaste del libro como un hijo y uno no elige entre sus hijos, pero... ¿qué lugar ocupa Las cartas que no llegaron en el mundo de tu obra?
Están en el patio jugando todos juntos. Y aprovecho para contarte que me anunciaron que Random House va a publicar una colección de mis publicaciones el año que viene.
Ya te voy pidiendo la entrevista...
Muy bien, el título ya está seleccionado.
O sea que sigue habiendo mucho movimiento. ¿Cuándo va a estar Memorias del calabozo en película?
Eso no sé, tuve una comunicación con Álvaro, que está en Madrid, me dijo que estaba saliendo en ese momento de una reunión en la que estaban trabajando en el guion.
Hace poco estuve en contacto con Álvaro por el estreno de Mr.Kaplan, y fue un gustazo. Me alegré mucho con lo de la nominación al Oscar como mejor película extranjera, representando a Uruguay. Por cuestión de tiempos ¿Memorias del calabozo va a estar antes que Las cartas que no llegaron?
Ah, no tengo idea. Estas cosas están en marcha.
Y ahora... ¿qué estás escribiendo?
Un libro que se va a titular La Segunda Muerte del Negro Varela.
Suena a película de terror. ¿De qué se trata?
De la resurrección.
Por lo escueto de tu respuesta, veo que muchos datos no me vas a adelantar.
Levántate y anda...
(realizada originalmente para el Semanario Hebreo)
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