Ida Vitale hace honor a su apellido. Lleva vividos 93 intensos años que no parecen pesarle demasiado. Camina con pasos firmes y -como escribiera Manuel Rivas - "parece escogida para un capricho por el cincel del tiempo". Incluso las arrugas de su rostro bien podrían ser un marco creado con el propósito de resaltar unos ojos donde la vida parece estar muy lejos de apagarse.
Los últimos meses le han resultado movidos. A principios de mayo visitó Granada para recoger el Premio Federico García Lorca, que le había sido otorgado en octubre pasado. Pocos días después se trasladó a París, donde fue galardonada con el Premio Max Jacob, gracias a la publicación de una antología bilingüe de su poesía.
En coincidencia, en el mercado hispanoamericano se lanzó recientemente el volumen "Poesía Reunida", que recopila la casi totalidad de sus poemas.
Nos recibe en Malvín, en el apartamento que su hija Amparo acondicionó para su llegada. Se trata de una estancia transitoria, preludio de otra permanente. Exiliada primero en México y luego en Estados Unidos, su reciente viudez la dejó sola en su tierra adoptiva. Allí tiene amigos y no pocos, asegura, pero no familia. Así las cosas, lo que sigue es regresar a su casa de Austin, Texas, para organizar la mudanza a Montevideo.
Gerardo Carrasco/Montevideo Portal
Su marido, el poeta y docente Enrique Fierro, falleció hace un año, pero sigue siendo una presencia en su vida, y a menudo lo nombra en presente.
Cuando se le pregunta por el significado de los premios que se le otorgaron recientemente, se muestra agradecida y modesta. En el caso del Max Jacob, atribuye el crédito a los traductores de su obra. "Si me conocen en Francia, es mérito de ellos", dice con una sonrisa.
La obra galardonada es "Ni más ni menos" (Ni plus ni moins). La versión francesa de los poemas fue abordada en principio por el célebre editor y traductor François Maspero, quien falleció antes de culminar la tarea, finalizada luego por la no menos prestigiosa Silvia Baron Supervielle.
"La primera sorpresa fue esa edición bilingüe en Francia", explica Vitale, agregando a ello la satisfacción del nombre del premio, "porque Jacob era un poeta que me encantaba. Incluso traduje un largo poema de él, un poema en pareados. Nunca me he propuesto hacer la traducción de poesía donde la rima sea básica, pero en ese caso lo hice porque Jacob tenía algo muy juguetón", relata.
"No es un poeta que los franceses tengan en la consideración que tienen a un Paul Valéry. . . pero no hay un premio Valéry, que yo sepa", desliza con una sonrisa.
Al referirse al premio recibido en Granada, evoca la figura de Federico García Lorca, puntualizando que le gusta especialmente la última etapa de su trunca carrera, y muy especialmente el poemario Diván del Tamarit, publicado luego de la muerte del autor. "Y me hubiera gustado sin duda más el que no fue, nadie sabe para qué lado iba Lorca, pero evidentemente no era el Romancero Gitano", asegura.
"A mí, en el fondo el poeta de la generación española del 27 que más me gustaba era Cernuda", confiesa. Una preferencia que sostuvo "cuando en general primaban otros criterios".
"Cernuda estaba muy influido por lo inglés, por eso es lógico que se inclinara para otro lado", respecto a sus coetáneos.
Especies que desaparecen
Ida Vitale es la última sobreviviente de la denominada Generación del 45, una camada de artistas e intelectuales donde destacan nombres como Mario Benedetti, Idea Vilariño, Ángel Rama (primer marido de Vitale), José Pedro Díaz y Carlos Maggi.
Vitale es consciente del peso y el legado de esa generación, pero considera que no todas fueron luces.
"Pienso que sí, que marcó la cultura, pero por otro lado la Generación del 45 tuvo una característica no muy recomendable, que fue el no interesarse demasiado en la generación anterior. Quizá haya sido un poco perdonavidas, aunque yo siempre tuve mucho respeto por Casaravilla Lemos, un poeta que hoy ya no debe existir para las nuevas generaciones. Era un contemporáneo de Juana (de Ibarbourou) pero mucho más moderno".
La Generación del 45 en ocasión de la visita de Juan Ramón Jiménez (1948). De izquierda a derecha, parados: María Zulema Silva Vila, Manuel Arturo Claps, Carlos Maggi, María Inés Silva Vila, Juan Ramón Jiménez, Idea Vilariño, Emir Rodríguez Monegal, Ángel Rama. Sentados: José Pedro Díaz, Amanda Berenguer, Zenobia Camprubí, Ida Vitale, Elda Lago, Manuel Flores Mora. Foto de autor desconocido aportada por Ana Inés Larre Borges. Wikimedia Commons.
Exponente de la Generación del 20, Casaravilla Lemos "era muy curioso, tenía una cosa un poco teosófica pero no era un católico, y escribió relativamente poco. Yo hice una edición muy chiquita de él para la UNAM (Universidad Nacional Autónoma de México). A los mexicanos les encantó, son poemas breves y muy bien logrados", describe.
La loca de la casa
A la hora de mencionar a alguien en particular de su generación, desgrana cariñosos recuerdos acerca de la poeta Concepción Silva, mayor que los escritores del 45, pero cuya tardía publicación la sitúa en el mismo período.
"Concepción me encantaba, y en eso no estoy sola", afirma, recordando que más de un poeta francés arribado a Uruguay se interesó por ella, en parte debido a la buena prensa que en tierras galas parece haberle hecho Jules Supervielle.
"Era divina como ser humano, de una ingenuidad enorme. Cuando iba a trabajar pasaba por una plaza y luego contaba ‘estaba lindo el sol, y yo me iba quedando, y después llegaba a la oficia tan tarde que me descontaban el día, así que me iba de nuevo a la plaza'. Finalmente, en su trabajo llamaron a consulta médica y la echaron. Por suerte su hermana (Clara Silva) y su cuñado (Alberto Zum Felde) la ayudaban".
En los últimos años de su vida, y habiendo fallecido ya sus familiares, Concepción Silva habitaba "una casa ruinosa que ella llamaba ‘mi palacio'. Tenía un escritorio, un cuarto diminuto donde había una rajadura desde el techo hasta el suelo, y se veía la luz del otro lado. Por suerte sus vecinos eran buena gente y la llevaban a dormir a su casa, para que no pasara las noches ahí", cuenta.
Gracias a la gestión de Vitale y otros artistas ante el entonces presidente Julio María Sanguinetti, se logró la concesión de una pensión graciable que alivió en algo sus penurias. "Vivía casi como una pordiosera, aunque no lo sufría porque no se daba cuenta", refiere.
Arte poética
El quiebre institucional de 1973 empujó a Ida Vitale y su marido Enrique al exilio. Por desgracia, su situación no era original, y el éxodo de intelectuales -subversivos, disidentes, no alineados o como se los quiera llamar- fue norma en todo el continente. A diferencia de lo ocurrido con otros escritores, la poesía de Vitale no giró hacia la denuncia ni adoptó tintes explícitamente políticos.
"Son temas que he abordado, pero no están incluidos", apunta. "Pienso que eso no tiene nada que ver, es como una obligación impuesta a la poesía. Es como si le pidieran (al poeta) recetas de cocina o consejos para vivir bien. Búsquenlos en otro libro" (ríe). Sin embargo, aclara que eso no significa que su obra haya sido impermeable a las coyunturas por las que pasó.
"No he escrito poemas que sean obviamente políticos, panfletos, pero lógicamente, como los males de la política nos alcanzan a todos, uno puede reaccionar a ello como a cualquier problema privado. Tengo un poema acerca de un accidente doméstico (una fractura) al que vi como un anticipo de lo que podía sobrevenir. Son cosas que pueden aparecer y tocar el poema, pero nunca he entendido que tuviera la obligación de hacer proselitismo, que es lo que le pasa a la mayoría de la gente".
Recuerdos de Julio
Al conversar sobre artistas a los que se exigió militancia y compromiso, Vitale recuerda cómo "obligaban al pobre Neruda" a semejantes posturas. En el diálogo surge también el nombre de Julio Cortázar, quien al menos una vez, en su poema "Andele", se refirió a esa tensión entre la creación literaria y el trabajo partidario. La mención del argentino evoca en la autora una curiosa anécdota.
Según recuerda, se conocieron en Cuba, y en esa ocasión "fue grosero conmigo por una tontería, y luego me pidió disculpas por escrito y oralmente un montón de veces".
De acuerdo con el relato, Cortázar participó en la isla de un ritual de santería que incluía la ingesta de cierto brebaje, cuyos ingredientes enumeró. "Yo le dije que ni loca tomaría eso, y él consideró el comentario como una frivolidad de mi parte. En realidad, yo no me estaba tomando para nada en serio todo aquello, pero parece que él sí", recuerda.
Por aquel entonces, Cortázar ya había empezado el tratamiento para la acromegalia, algo que le causaba preocupación. "Él estaba muy conmovido y tenía su problema, pero yo no estaba especialmente predispuesta a meterme en algo que tenía que ver con la santería ni asuntos por el estilo", recuerda.
"Lo que dije le chocó e hizo un comentario sobre el que luego me pidió perdón, me dijo que estaba en un mal momento. Supongo que se habrá dado cuenta de que eso era disparatado, aunque si fuiste criado en un ambiente así, te puede parecer razonable", considera.
Y ya refiriéndose a los ritos espirituales en general, considera que "quizá todo se reduzca a distintos métodos de captar, no en el sentido de sacar partido de algo, sino de comunicarse y que afloren cosas que están en la gente. Yo he tenido experiencias que me hacen pensar que hay cosas en la vida que uno no está preparado para recibir, hay que estar abierto. He tenido períodos en los que me han pasado cosas, coincidencias increíbles, o esos casos donde se siente inmediata simpatía o antipatía por una persona, sin que haya hecho o dicho nada para merecer ni una ni otra. Puede haber muchas maneras de explicar eso, pero uno ve que hay tanta gente en el mundo que busca una salida para sus problemas que no sean las meramente concretas. . . para alguna gente algo hay, lo acepto".
¿Forma parte la poesía de ese "algo", o lo expresa? La autora asegura no saberlo, pero admite que "a veces la poesía es la oportunidad de registrar que alguien está percibiendo de la misma manera una cosa, o que ha padecido algo similar. Son maneras de ver la comunicación ¿Por qué una novela apasiona a unos y a otros les resulta indiferente? ¿Por qué tantos libros totalmente inocentes llegan tan lejos? ¿Por que seguimos leyendo hoy Alicia en el País de las Maravillas? Es algo muy curioso. Si ves la vida de Lewis Carroll, no es una cosa especialmente atractiva. Ese hombre tuvo una existencia común, pero dio con un lenguaje, con un personaje. . . abrió una puertita hacía un sitio donde pocos quieren o pueden pasar".
Ida (y vuelta)
Tras el restablecimiento de la democracia, Ida Vitale y Enrique Fierro regresaron a Uruguay. Él asumió el cargo de director de la Biblioteca Nacional, mientras ella trabajaba como traductora free lance y editora de Cultura en la revista Jaque. Sin embargo, diversas circunstancias los llevaron a emigrar nuevamente.
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Fierro recibió una nueva invitación de la Universidad de Texas para ejercer la docencia en Austin, cuando "llevaba tres años de Biblioteca Nacional post militares, con un lío que ya no sabía que hacer". En efecto, la institución atravesaba una situación compleja.
"Sanguinetti hizo una cosa impecable, a todos los que se habían ido forzados y querían volver, se les pagó el retorno", dice. Esto generaba un conflicto "entre los que se habían ido y estaban de regreso, y los que habían sido contratados mientras tanto".
Además de ese problema, Vitale considera que "el ambiente no estaba muy cómodo", por aquellos tiempos.
"Yo creo que había una cosa psicológica en Uruguay, algo así como ‘aguantamos diez años a los militares, ahora viva la pepa', y Enrique no se sentía a gusto". Así las cosas, aceptaron la invitación de Texas y se radicaron nuevamente en Estados Unidos.
Lo que el mañana traerá
En cuanto a sus publicaciones futuras, cuenta que "está por salir un libro en México, sobre los diez años que vivimos allí. Estaba por publicarse cuando murió Enrique, y quero completar un poco ese final. Lo tengo un poco parado, deben estar furiosos (los editores), pero se juntó todo, los premios, y la venida a Uruguay.
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Además, guarda "una serie de poemas en torno a la muerte de Enrique, pero claro, para eso hay que esperar", explica, y por primera vez en toda la entrevista su voz parece perder brío. "Hay que esperar, y hay que estar más en frío para corregirlos, para no ser cursi, porque es un tema que se presta para eso", dice, y de inmediato recupera la sonrisa.
Gerardo Carrasco