Por The New York Times | Andrew Jacobs

Imagina que estás caminando por la calle y ves a un hombre golpeando salvajemente a una mujer mayor.

¿Qué harías tú, un mero transeúnte?

Esa pregunta —sobre la responsabilidad ética de ayudar a un extraño en peligro y las dinámicas que impiden que las personas actúen— ha sido un tema de investigación durante décadas y proporciona algunos datos para el debate que se suscitó la semana pasada en torno a dos incidentes escalofriantes.

En uno, un hombre golpeó y ahorcó a un pasajero del metro en Nueva York hasta dejarlo inconsciente; en el otro, un asaltante en una concurrida calle del Midtown en Manhattan tumbó de un golpe a una inmigrante filipina y luego procedió a patearle la cabeza repetidas veces.

Los videos de los incidentes, que fueron publicados en línea, provocaron una condena inmediata, pues muchos preguntaron por qué los testigos no habían intervenido durante los actos de violencia. Para muchos, los incidentes reavivaron una queja común sobre el egoísmo atomizado de los residentes de las grandes ciudades.

“Nueva York, una vez más, ha consolidado su histórica reputación de apatía”, escribió Alex Lo, columnista de The South China Morning Post en Hong Kong. “Dado el nivel de violencia étnica contra los asiáticos que se ha reportado tanto en los últimos meses, es aún más desconcertante que nadie haya considerado oportuno intervenir para ayudar a esas dos víctimas”.

Sin embargo, aquellos que estudian lo que se conoce como el “efecto espectador” afirman que la narrativa de la apatía cruel es un tropo obsoleto que se remonta a un relato de The New York Times sobre el asesinato de Kitty Genovese en 1964. Genovese fue una gerente de un bar que murió a puñaladas afuera de su edificio en Queens mientras supuestamente tres docenas de vecinos ignoraban sus gritos de ayuda. Aunque muchos detalles claves del artículo han sido desacreditados desde entonces (por ejemplo, la afirmación de que 38 personas habían sido testigos del crimen fue una gran exageración) el relato atrajo la atención internacional y alimentó un debate en gran parte unilateral sobre los peligros de la vida urbana.

El crimen también originó toda una rama de la psicología dedicada a comprender las dinámicas del comportamiento de las personas que se enfrentan a episodios de violencia pública. Y en los años siguientes, los investigadores han descubierto que las creencias populares sobre la supuesta fría indiferencia de los residentes urbanos son en gran parte patrañas, sostenidas por relatos mediáticos con titulares llamativos de personas que al parecer han hecho caso omiso de un crimen en curso. Pero según los expertos, este tipo de incidentes son en realidad bastante raros.

En un estudio de 2019 publicado en la revista American Psychologist, investigadores en el Reino Unido y los Países Bajos revisaron imágenes de cámaras de vigilancia de 200 altercados violentos en 3 países y descubrieron que los transeúntes habían intervenido cerca del 90 por ciento de las veces. En muchas de las instancias, varios extraños habían trabajado juntos para calmar una pelea.

Los autores del estudio encontraron poca variación en las tasas de intervención en las tres ciudades —Ámsterdam; Ciudad del Cabo, Sudáfrica; y Lancaster, Inglaterra— lo que sugiere que el impulso humano de ayudar a extraños a pesar de los riesgos a la propia seguridad personal es universal.

Richard Philpot, autor principal del estudio, dijo que la uniformidad de la tasa de intervenciones había sido en especial sorpresiva dado el clima de miedo en Ciudad del Cabo, una ciudad con una tasa comparativamente más alta de delitos violentos.

“Ahora que podemos examinar conflictos públicos de la vida real a gran escala, vemos que las personas, de hecho, ayudan mucho”, dijo Philpot, psicólogo social de la Universidad de Lancaster. “Esto es sin duda reconfortante, saber que las personas que rodean un incidente no solo no inhiben la ayuda, sino que son un recurso para el bien”.

Sin embargo, la decisión de intervenir conlleva riesgos reales. A principios de año, un inmigrante chino que, según los informes, estaba preocupado por la serie de ataques contra estadounidenses de origen asiático, fue asesinado a puñaladas cuando intentó interrumpir una pelea callejera en Brooklyn. En 2020, un hombre que intervino en una pelea en una estación de metro de Harlem fue empujado a las vías, donde murió arrollado por un tren.

Jackson Katz, cofundador de Mentors in Violence Prevention, un influyente programa creado en 1997 que empodera a las personas para intervenir en casos de agresión sexual, dijo que el miedo y no la apatía, es la razón principal por la que las personas no actúan cuando están frente a un acto de violencia.

“Desde afuera, es fácil mirar a estas personas y decir: ‘Eres un cobarde, eres un apático’ o ‘nuestra cultura está demasiado dañada’. Pero el miedo a las consecuencias físicas puede ser paralizante, incluso si una persona está terriblemente molesta por lo que está presenciando”, dijo Katz. “Y es un miedo realista, en especial en un país donde las armas están en todas partes”. Alan Berkowitz, experto en el efecto espectador y autor de “Response-Ability: A Complete Guide to Bystander Intervention”, afirmó que otros factores, como la raza del perpetrador o la víctima, pueden jugar un papel inconsciente a la hora de determinar si las personas ayudan a un extraño en peligro.

“La investigación sugiere que los transeúntes que, por ejemplo, son blancos, podrían sentir que no vale la pena involucrarse en un incidente entre dos personas de color, pero podrían sentirse más cómodos interviniendo en una pelea entre dos hombres blancos ejecutivos”, dijo Berkowitz, un psicólogo que realiza talleres para estudiantes universitarios, grupos comunitarios y miembros de las fuerzas militares sobre las formas de intervenir eficazmente para prevenir actos de violencia y agresión sexual. “Una vez que te entrenas para ser consciente de estas cosas, y para realizar intervenciones que son seguras y efectivas, estarás más cómodo actuando en función de tu deseo de ayudar”.

Entre algunas de esas tácticas se encuentran distraer al perpetrador, pedir ayuda o conseguir una manera de reclutar a otros espectadores para intervenir de forma más colaborativa.

“Es realmente importante hablar con otros espectadores, porque a menudo no sabemos que otros también están preocupados”, afirmó. . .