Por The New York Times | Julie Turkewitz
En un destacado evento de moda en la ciudad costera de Buenaventura este año, un par de altísimas modelos se lucían en la pasarela ataviadas con un minivestido de torso acanalado inspirado en una concha marina abierta y un atuendo azul marino con dorado digno de una reina moderna.
Las modelos eran negras y las telas habían sido importadas de África, algo inusual para un gran evento de moda en Colombia. Pero lo que más destacaba era el diseñador: Esteban Sinisterra Paz, un estudiante universitario de 23 años sin formación profesional en diseño que protagoniza la explosión de la moda afrocolombiana.
El objetivo de su trabajo es la “decolonialidad del ser”, dijo Sinisterra. Así como mostrarle al mundo una visión más amplia de “la elegancia de la identidad”.
Sinisterra es el hombre detrás del guardarropa de Francia Márquez, la abogada y activista ambiental que el domingo se convertirá en la primera vicepresidenta negra de Colombia.
En un país donde la raza y la clase a menudo definen el estatus de una persona, Márquez, de 40 años, ha dado un notable salto de la pobreza profunda al palacio presidencial para convertirse en la voz de millones de colombianos pobres, negros e indígenas.
En cuestión de meses, no solo ha llevado el racismo y el clasismo al centro del debate nacional, también ha revolucionado la estética política del país al rechazar las blusas y sastres almidonados en favor de un look distintivamente afrocolombiano que ella considera una forma de rebelión.
Pelo natural. Estampados audaces. Vestidos que destacan sus curvas.
Pero Márquez y Sinisterra solo son los embajadores más visibles del auge de una estética afrocolombiana que, según sus partidarios, se inserta en un movimiento más amplio que exige respeto para millones de colombianos negros.
En un país donde 40 por ciento de los hogares vive con menos de 100 dólares al mes —un porcentaje que ha crecido durante la pandemia— los afrocolombianos se ubican entre los grupos más pobres, y las regiones donde predominan, entre ellas la costa Pacífico, son algunas de las más olvidadas por los políticos.
Oficialmente, los colombianos negros constituyen entre el 6 y el 9 por ciento de la población. Pero hay quienes dicen que se trata de un sub registro que perpetúa la falta de reconocimiento.
“La colonización pretendía acabar con la gente negra”, dijo Lía Samantha Lozano, de 41 años, quien empezó a vestir a su banda de hip-hop y reggae, Voodoo Souljahs, con textiles africanos hace más de una década, posicionándose como pionera del movimiento.
En 2014 se convirtió en la primera mujer negra con un desfile de pasarela en Colombiamoda, el principal evento de moda del país.
Hoy abundan en internet las marcas afrodescendientes de orientación política y en boutiques por todo Cali, un gran centro de cultura afrocolombiana. Cada vez hay más celebridades, modelos, políticos y activistas negros que usan el guardarropa como una herramienta política. Y el Festival Petronio Álvarez, una celebración anual de la cultura afrocolombiana que atrae a cientos de miles de asistentes a Cali, se ha convertido en la principal semana de la moda del movimiento.
Lozano ahora ofrece una línea colorida de inspiración hiphopera en un gran centro comercial de la capital, Bogotá.
“Y gran parte de ese plan era que nosotros mismos nos sintiéramos avergonzados de lo que somos, de nuestros colores, de nuestra cultura, de nuestros rasgos”, continuó. “Llevar esto todos los días, no por una moda, no por disfrazarse para un evento especial, sino como un estilo de vida, como parte de lo que quieres comunicar todos los días, sí lo hace político. Y sí es un símbolo de resistencia”.
Entre los elementos insignia del movimiento está el wax, esos textiles de patrones radiantes, tremendamente populares en África Oriental, Occidental y Central, y conocidos porque cuentan historias y envían mensajes a través de sus diseños e imágenes. (Los estampados pueden homenajear de todo: desde la cultura pop hasta la religión y la política y mostrar labiales, rostros de figuras religiosas o retratos de políticos y celebridades).
La estética afrocolombiana a menudo hace referencia a la naturaleza —Sinisterra tiene un vestido con mangas como alas, inspiradas en las famosas mariposas colombianas— y puede incorporar joyería intrincada de chaquiras y bolsos tejidos elaborados por artistas de las muchas comunidades indígenas de Colombia.
El liderazgo del movimiento no solo recae en Márquez, sino también en Emilia Eneyda Valencia Murraín, de 62 años y mentora de Sinisterra, quien en 2004 lanzó Tejiendo Esperanzas, una celebración del pelo negro que tiene lugar en Cali y dura varios días.
Este momento sartorial en Colombia venía gestándose desde hace años, muchos dirán siglos, y se nutre del activismo en América Latina, África y Estados Unidos; del estilo holgado y urbano del hiphop y las ondas astrales brillantes del afrofuturismo; los turbantes de las mujeres en los mercados colombianos; las siluetas de sirena de Senegal y Nigeria e incluso de la influencia de Michelle Obama, quien célebremente usó su vestimenta para expresar posturas políticas.
La estética también es amplia y fluida e incluye ropa de diario —como las túnicas de la marca Baobab de Consuelo Cruz Arboleda— y piezas de fantasía como Imperialismo Real, un vestido de noche creación de Sinisterra strapless, ajustado y con volantes cuya grandeza, según él, encarna el imperio cultural moderno que los descendientes de África han construido en el Pacífico colombiano.
“Estamos transformando la imagen que tenemos del poder”, dijo Edna Liliana Valencia, de 36 años, una popular periodista, poeta y activista afrocolombiana.
Sinisterra está entre las más nuevas estrellas de este movimiento. Nacido en una familia pobre en la pequeña ciudad de Santa Bárbara de Iscuandé, cerca del océano Pacífico, su familia fue desplazada a la fuerza por hombres armados cuando él tenía 5 años, al igual que tantos millones de víctimas del prolongado conflicto interno del país.
En el cercano pueblo de Guapi, y más tarde en la ciudad portuaria de Buenaventura, Sinisterra aprendió a coser con su tía y su abuela, a las que llamaba “las diseñadoras del barrio”.
“Esteban African”, dijo sobre su línea de ropa, “nace de esa necesidad de poder aportar ingresos a mi casa”.
Sinisterra quería estudiar moda, pero su padre pensaba que eso era solo para chicas, así que entró a la universidad como estudiante de trabajo social.
Pero comenzó a hacerse de un nombre al diseñar piezas cada vez más elaboradas para una lista creciente de clientas, encontrando inspiración en internet y vendiendo su trabajo a través de Instagram y Facebook. Entonces, en 2019, Márquez lo llamó. Una amistad en común se lo había recomendado y necesitaba un traje.
Sinisterra cursa el séptimo de ocho semestres en la universidad. Cuando no está en clases, cose los trajes de la vicepresidenta en una habitación sin ventanas de su pequeño apartamento en Cali. Su novio, Andrés Mena, de 27 años, es un exenfermero que cambió de profesión para convertirse en director general de Esteban African.
Entre los artículos más conocidos de la marca hay dos pares de aretes. Uno de ellos muestra el mapa de Colombia, con sus 32 departamentos grabados. El segundo simula dos orbes de oro, concebido para evocar las bateas mineras que Márquez usaba de niña en las montañas del Cauca, cerca de la costa del Pacífico, mucho antes de convertirse en una figura conocida.
Márquez alguna vez durmió en un suelo de tierra junto a sus hermanos. Más tarde trabajó como empleada doméstica para mantener a sus hijos, estudió derecho y acabó ganando un premio conocido como el Nobel del medio ambiente.
En una entrevista, calificó el trabajo de Sinisterra como una parte fundamental de su identidad política. “Le muestra a la juventud que se puede”, dijo, “usando su talento se puede salir adelante”.
Sinisterra nunca ha estado en África. Sueña con ir, así como estudiar moda en París y “montar una escuela donde los jóvenes del Pacífico tengan alternativas”, señaló, “y los papás, no como el mío, no piensen que solamente coser, cortar y hacer ropa es de chicas”.
Hoy, contó, su padre está orgulloso de su trabajo.
Últimamente, los medios de comunicación y los clientes lo bombardean, y él gestiona su nueva fama trabajando las 24 horas del día.
Un día de julio, descalzo y sudoroso, puso un par de telas en el suelo, las cortó a mano alzada y luego las hilvanó con una nueva máquina de Jinthex que había comprado con sus mejorados ingresos. Estaba haciendo otro vestido para Márquez.
El día de las elecciones, en junio, la vistió con tela kente, un estampado ghanés cuyas líneas entrelazadas evocan los tejidos de las cestas, para simbolizar la recolección de los votos.
El vestido tenía un volante en la parte delantera, que representaba los ríos de la región natal de Márquez, y la chaqueta sobre los hombros, toda blanca, simbolizaba la paz, explicó, “en este país que está tan desintegrado por las posturas políticas”.
Ha confeccionado tres trajes para el día de la toma de posesión. “La que ella decida para mí está bien”, aseguró.
Mientras planchaba la pieza recién ensamblada, dijo que estaba a la vez emocionado y ansioso por el ascenso de Márquez al poder.
En los últimos meses, ha llegado a sentirse parte de su proyecto político, y ella ha hecho enormes promesas para transformar el país tras décadas de injusticia.
“La responsabilidad va a crecer”, dijo.
“Mi responsabilidad, la de Francia, respaldando el proceso en que la gente —nuestra gente— no se sienta engañada”.
Julie Turkewitz es jefa del buró de los Andes, que cubre Colombia, Venezuela, Bolivia, Ecuador, Perú, Surinam y Guyana. Antes de mudarse a América del Sur, fue corresponsal de temas nacionales y cubrió el oeste de Estados Unidos. @julieturkewitz