La crítica uruguaya debería establecer un nuevo género musical: el klisichismo, integrado por todos aquellos que desde hace 20 o 30 años han pasado por las clases de Esteban Klísich, músico y docente muy reconocido dentro y fuera de fronteras. No porque sus alumnos hayan conformado un estilo definido -de hecho, lo que los caracteriza es justamente la amplitud de géneros a las que se dedicaron- sino por tener en común su inquietud por explorar el mundo de la armonía, el edificio en el que se sostiene la música. Los alumnos de Klísich - Juan Campodónico, Jorge Drexler, Carlos Casacuberta, Samantha Navarro, entre tantos otros- se transformaron en los ingenieros avanzados de la escena musical uruguaya en las últimas décadas, en su búsqueda de estructuras frescas y nuevas combinaciones. Se sumaron así a una generación anterior que había hecho otro tanto con el musicólogo Coriún Aharonián, que tuvo entre sus alumnos a todo el dream team de la canción uruguaya, incluyendo a Fernando Cabrera, Jaime Roos o Jorge Lazaroff.
Mario Villagrán puede haber pasado injustamente inadvertido para muchos, pero integra el grupo de artistas que comparten esta misma formación e inquietudes. En su caso, además, tiene el mérito agregado de haber logrado expresar algunos conceptos complejos de armonía de una forma aparentemente sencilla, con una resolución que se acerca más al mundo del pop (aunque su paleta de sonidos sea mucho más diversa). Su último disco, Mapa el extraviado (Perro Andaluz, 2016), es un ejemplo perfecto de ello; son once canciones que logran resumir en poco más de tres minutos muchas y variadas ideas musicales -desde las armonías hermanadas con la bossanova, al folk o los hermosos coros beatleros de "Duendes de Irlanda"-, siempre con la guitarra como protagonista.
Este miércoles 19 a partir de las 21 horas se presentará oficialmente Mapa al extraviado en la Sala Hugo Balzo, buena ocasión para comprobar por qué Villagrán -cuyo disco anterior fue editado en Japón por Rambling Records,por ejemplo- merece ser profeta en su tierra.
En el show estará presente la banda base que participó en el álbum: Andrés Torrón en guitarra eléctrica (productor artístico del disco junto a César Lamschtein), Roberto De Bellis en contrabajo y bajo eléctrico, Román Cea en piano y Manuel Villagrán (el hijo de Mario) en batería y percusión.
A horas del show en la Balzo, charlamos con Mario Villagrán sobre el arte como brújula en tiempos tormentosos y como motor para explorar los sentimientos.
¿A qué extraviados estás proporcionando un mapa con este disco?
Puedo ser yo, vos, todos. Es en este caso un mapa sonoro y poético, una guía musical para reflexionar sobre adónde vamos y por dónde vamos. Si me pongo a pensar las texturas sonoras por un lado y la textualidad por el otro, es un disco en el que se habla de muchas emociones, como la pérdida, el desasosiego, el desencuentro, la despedida. Sin ser depresivo es un álbum profundamente reflexivo.
¿Es "música para pensar", como dice la señora que aparece en el spot de la presentación del disco?
Me sorprendió mucho eso porque no conozco a esa señora ni es contratada. Esos spots se hicieron en lugares de Montevideo donde es poco probable que conozcan mi música -aunque es claro que en muchos contextos no conocen mi música- y consistían en hacer escuchar una canción a personas desconocidas y filmar sus reacciones. Me sorprendió que esta señora, a la que nunca vi en mi vida, dijera que es música para pensar, porque un mapa justamente es una invitación a una reflexión, a analizar dónde estamos, qué curso debemos tomar o cuán bien o mal nos está yendo.
En Luz en las pupilas, tu anterior disco, decías que estabas dando "pinceladas" sin un propósito definido, que sin embargo adquirían sentido en conjunto. ¿En este caso ibas con una idea clara del concepto desde el comienzo, con esta invitación a la reflexión?
Si yo hago un cuadro comparativo con Luz en las pupilas, desde la poética, veo que en Mapa al extraviado hay dos o tres canciones que se diferencian en cuanto a que tienen que ver con historias concretas. "Mirándote" habla un poco de la infancia despojada; "Frente vital" es la historia de un pibe chorro argentino, un adolescente al margen, cuya historia conocí a través de un libro; "Duendes de Irlanda" es una historia vinculada a mi padre. Me llamó la atención porque yo no participo mucho de una poesía muy explícita, porque me parece más interesante la interacción con el otro. Me propongo que el otro le dé un sentido para sí mismo a la canción. El mapa es eso, en su conjunto.
Es decir, se necesitan dos para darle un sentido a un mapa, el que da las coordenadas y el que busca.
Exacto, vos cuando tenés un mapa lo único que te queda por delante es viajar.
¿Musicalmente no creés que también tiene una identidad más definida? ¿Te parece un disco más pop?
Cuando concibo los temas de algún modo tengo ciertas sonoridades que me rodean y eso es lo que siento que pide la canción. Es algo natural, no busco proponer determinado tipo de arreglos en una canción. Lo que trato de hacer es juntar hilachas, pedazos, retazos de letras, armonías, melodías y se produce eso que se llama canción. Luego se acercan los amigos, como Andrés Torrón o César Lamschtein (productores), que mejoran la calidad sonora, pero por otro lado yo creo que la canción se tiene que defender sola desnuda, tiene que valer en distintos formatos, desde la guitarra sola a arreglos más amplios, como va a ser en la Sala Hugo Balzo. Si no, no funciona.
¿Andrés Torron y Lamschtein te llevaron a algún terreno inesperado a la hora de preparar el disco
Siempre trato de pensar un paradigma colectivo. Parto de la base de contar con el otro como alguien propositivo y eso me resulta muy enriquecedor. En este caso trabajamos juntándonos en lo de Andrés, grabando las maquetas, pensando sonoridades juntos, y luego con César en el estudio, proponiendo cosas nuevas (como incluir el piano en varios temas). Es como un partido, hay que abrir la cancha para jugar entre todos.
Vos insistís mucho en que lo tuyo es una búsqueda, una experimentación, lo que es esperable con tu formación en armonía. ¿Qué lugar ocupa la inspiración ahí?
Hay distintos planos de trabajo. En general soy un autor esponteísta -por espontáneo-, me salen bastante fluidas la armonía y la melodía (no tanto así la letra, aunque sí me pasa que tengo algunas palabras muy claras desde el comienzo). Cuando compongo trato de dejar que toda aquella información que yo recibí formándome no aflore cerebralmente sino desde lo sensible. La formación nos modifica la sensibilidad pero no debe ponernos en un lugar racional al momento de trabajar en arte, nos debe ubicar en el lugar visceral de las cosas, porque es la mejor manera de transmitir emociones. Hay que deshacerse de eso, desarmarse, porque esa postura frente al arte te permite seguir buscando con libertad y sin prejuicios. Cuando te ponés muy racional entran los prejuicios.
¿Creés en las categorías o géneros para la música, o la cabeza del artista es más bien una sopa surreal un poco indefinible?
No creo en los géneros en el momento de crear, aunque quizá sí como análisis histórico o geográfico, como estudio de corte investigativo. En el momento de crear eso no existe y uno es un ser humano con emociones, formaciones, deformaciones, anhelos y sueños; es más libre ir así por la vida.
¿Pero te emparentás con algún género o generación? ¿Con la tradición de la canción uruguaya que arranca con Mateo, por ejemplo?
Te diría que la canción uruguaya es parienta, sin dudas, pero tan parienta como Spinetta o Charly García o el rock inglés, porque todo ello formó parte de mi estructura sensible.
Mario Villagrán presenta Mapa al extraviado
Miércoles 19 de Octubre
21 horas
Auditorio del Sodre
Sala Hugo Balzo
Mercedes y Andes
Bonificadas anticipadas