Un sillón. Una mesa que en realidad es un aire acondicionado con tres vasos y una botella encima. Sobre la izquierda una pared color rosado viejo con una puerta. Sobre la derecha, la misma pared con líneas blancas que la vuelven cuadriculada. Como si fueran azulejos. Como si fuera un baño. Como si todo lo que estuviera por pasar fuera cierto. Como si no fuera teatro.
Aunque lo es, es el escenario de la Sala Cantegril en Punta del Este. Afuera hace un calor humedo, pesado y de a ratos llueve. Es domingo 16 de enero y las inundaciones todavía no llegaron. Serán a la mañana siguiente. Adentro está fresco, pero no cuando suban los actores. Cuando ellos lleguen afuera también lloverá y adentro también hará un calor insoportable.
Una proyección en el fondo dice:
“Es el fin de todas las cosas”, piensa Manu. Y si el chico decidió que iba a ser el fin.
Entonces
Lo será.
Y entonces aparece la madre entrando a la casa desde la puerta. Lleva un pilot rojo y sobre ella cae un balde de agua. Ahí es cuando empieza la complicidad y terminará solamente cuando pasen los ocho actos y cuando los actores salgan a saludar.
“Hay algo de volver al espectador cómplice y creer que está lloviendo y al mismo tiempo estás viendo las regaderas, eso casi lúdico del teatro que cualquier cosa la podemos convertir en lo que querramos”, dice Luciano Cáceres, director de la obra y actor del elenco original.
Esa agua tendrá el mismo protagonismo que todo el resto de los personajes. “Ni el agua del baño ni el agua de afuera dan resultado, hay algo que tienen que resolver y sanar desde adentro”, agrega Cáceres y, por lo tanto, el protagonismo también es del ardor, “de eso que quema, que sangra y que duele por dentro”.
Hace ese calor insoportable en el apartamento donde viven Rita, una maestra (interpretada por Juana Viale), Marco, un colaborador esporádico en blogs (Juan Gil Navarro) y Manu, el hijo adolescente de la pareja en pleno despertar sexual (Santiago Magariños). Estando ahí, encerrados por la lluvia y soportando el paso del tiempo con “culitos” de vino, es que aparece el primo de Paraná de Marco, Antonio (Joaquín Berthold), que revolverá tensiones familiares que ya estaban ahí, pero que estaban adormecidas.
El ardor trata de aquello, pero también de tantas otras cosas. Sobre la sexualidad, sobre la infidelidad, sobre el deseo, sobre ser padre, sobre ser madre, sobre ser hijo, sobre crecer, sobre las inseguridades, sobre el maltrato, sobre el odio, sobre el amor, sobre la duda, sobre las creencias firmes, sobre la incomunicación, sobre el aburrimiento, sobre el encierro. Sobre arder.
Lo que ocurre es que cada uno de los cuatro protagonistas tiene un punto de vista diferente sobre lo que está pasando ahí dentro. Es una familia estancada, que vive de la renta, un matrimonio al borde del colapso, un adolescente en búsqueda de una identidad y un primo que, sin quererlo, cuestiona todo esto que ya estaba establecido.
Es un drama, pero también tiene un componente muy fuerte de comedia. “Sin el influjo del humor no podriamos contar lo que estamos contando, porque sino la gente se espantaría”, dice Juan Gil Navarro. Es cierto: risas, risas, risas y, después de la reflexión, aparece lo terrible.
La obra, originalmente escrita por Alfredo Staffolani, se estrenó en enero de 2018 en el Teatro Auditorium de Mar del Plata, con la producción del Ministerio de Cultura de la Provincia de Buenos Aires con el objetivo de dar más espacio a la dramaturgia joven. Ese año, El ardor se llevó los premios Estrella de Mar a mejor comedia dramática, mejor autor y actor revelación.
Según Cáceres, el contexto de la pandemia le dio un nuevo significado al montaje de la obra. El encierro ya se proponía desde la escritura, la familia vive de la renta y salvo la madre que trabaja de maestra, “no necesitarían salir salvo para ir al supermercado, que es un poco lo que hicimos todos en esta cuarentena, por eso tiene una nueva lectura ahora”.
El ardor, que termina de la misma forma con la que empezó (luces apagadas, una proyección en el fondo con un texto sobre Manu y el silencio de la sala), aunque con casi todo lo interno removido, continuará su gira esta semana por el interior del país y finalizará en Montevideo.
Esa obra que contó, incluso, con la presencia de Susana Giménez en la sala y que se hizo sentir cuando le gritó “estás divina” a Juana Viale en el escenario, se presentará en Treinta y Tres el 25 de enero y en el Auditorio del Sodre en Montevideo el 27 y 28 de enero.