Por The New York Times | Caitlin Kelly
Mattea Roach sigue usando el metro para moverse por Toronto. En una ciudad donde chalés maltrechos se pueden vender por 1 millón de dólares, Roach, que usa el pronombre elle, sigue compartiendo departamento con su hermano pese a que tiene más que suficiente dinero para comprarse una casa.
Para Roach, de 24 años, el supercampeón más joven de “Jeopardy!”, la suma de 560.983 dólares que ganó no ha cambiado mucho su estilo de vida. No se ha comprado un auto ni ha derrochado en nada, excepto ropa nueva y unas cuantas visitas más a la tienda de discos.
Pese a la fantasía popular de que las ganancias imprevistas y repentinas —como el premio de un programa de concursos, una herencia o ingresos por el acuerdo de una demanda— cambiarán radicalmente la vida de una persona joven, no es una garantía. Claro que, en algunos casos, les permite comprar una casa o aventurarse a viajar por el mundo en su juventud. Pero para quienes reciben dinero tras perder a un ser querido o están aprendiendo a manejar grandes cantidades de dinero por primera vez, las ganancias inesperadas pueden sentirse abrumadoras.
Roach, que creció en Halifax, Nueva Escocia, tenía planeado estudiar Derecho, pero por ahora está apareciendo en conferencias y programas de pódcast. “La escuela siempre estará ahí, y estas otras cosas no van a existir para siempre”, comentó. “Hubo un tiempo en que sabía muy bien lo que iba a hacer con mi vida”.
Ahora, quizá para sorpresa de muchos, Roach tiene menos claridad que antes de su victoria. “Siento incertidumbre e intranquilidad”, confesó. “Las siento más que nunca”. A Alexandra Merullo Steffgen, una escritora de 25 años en Fort Collins, Colorado, una beca de 10.000 dólares le cambió la vida para bien. Fue estudiante becada en sus últimos dos años en la Academia Phillips Exeter, un bachillerato prestigioso, entre compañeros que eran suficientemente ricos como para volar a Europa en avión privado para pasar el fin de semana y cuyos familiares habían dado sus nombres a los edificios del campus.
“La mayoría del tiempo, no podía seguirles el paso a mis amigos con recursos”, relató Merullo Steffgen. “Yo trabajaba en la biblioteca dos días a la semana por el salario mínimo”.
En su último año, vio cómo sus compañeros se preocupaban por ver qué universidad los aceptaría y supo que ese no era el camino que ella quería. En cambio, solicitó dos becas, las cuales le darían la libertad financiera para tomarse un año sabático y viajar. A los 18 años, le otorgaron una beca de la Academia Phillips Exeter con un valor de 10.000 dólares que le permitió hacer precisamente eso.
“Fue muy emocionante”, expresó Merullo Steffgen. “Era una suma de dinero que yo apenas podía comprender a esa edad. Se sintió como algo muy especial”. Hizo un voluntariado en Nápoles, Italia; recorrió el Camino de Compostela en España; pasó tiempo en Berlín, Irlanda y Florencia, Italia; y fue a un retiro budista. Gastó lo último de sus fondos en un viaje a Camboya.
“Gasté el dinero en consentirme, algo que ya no hago”, señaló. “Me permití disfrutar más que en cualquier otra época de mi vida. Siempre me he considerado una persona demasiado responsable, y me aseguro de que nadie sufra por mi culpa. Ese fue el mayor regalo que eso me dio”.
¿La ironía de recibir dinero inesperado a los veinte o treinta y tantos años? Te puede ofrecer libertad, pero también puede ser desconcertante, sobre todo si tus contemporáneos aún están en las primeras etapas de su carrera profesional, abrumados por una deuda estudiantil y simplemente no pueden empatizar con el desafío repentino de gestionar sumas de cinco o seis dígitos.
Nicholas Freda, un trabajador del sector tecnológico en Seattle, tenía 26 años cuando recibió una herencia de 100.000 dólares de su abuela. La dádiva vino acompañada de punzadas de dolor porque su padre ya había muerto, lo cual significó que el dinero pasó directamente a él.
“Había escuchado a otras personas hablar de herencias en películas de antaño”, comentó Freda. “Era algo que hacían otras personas”. Cuando le dijeron que habría un pago para él, “no pensé que fuera mucho dinero”, narró.
Freda dijo que, al principio, se sintió incómodo con la herencia. A fin de cuentas, decidió que era mejor invertir el dinero en comprar una casa que en despilfarros innecesarios y buscó que lo asesoraran. En su industria, estaba rodeado de trabajadores mayores que percibían sueldos mucho más altos y eran propietarios de casas multimillonarias.
“Era difícil conversar porque no usábamos las mismas unidades de medida”, contó Freda sobre las diferencias de poder adquisitivo.
Sin embargo, también le parecía extraño poder “tener una conversación con personas que me llevaban cinco, diez o quince años de ventaja” en el aspecto profesional. Dos años después de recibir el dinero, Freda destinó dos terceras partes de su herencia a la compra de una casa, donde ahora vive con su prometida.
Gina Knox, una asesora financiera de 30 años en San Antonio, recibió dinero inesperado en dos ocasiones a temprana edad: 15.000 dólares a los 22 años y 100.000 dólares a los 28 años. La primera suma fue dinero que sus padres dejaron en su cuenta para la universidad después de su graduación, lo cual fue una sorpresa total.
Knox tomó 5000 dólares y viajó durante un mes por toda América del Sur: paseó en caballo en Argentina, saboreó las aguas termales en Chile y recorrió la cordillera de los Andes en autobús. “Me divertí muchísimo”, afirmó.
Pero luego se sintió bloqueada sobre qué hacer con el resto. “No lo toqué durante meses, sin saber qué hacer”, relató. “Estaba totalmente petrificada por la idea de equivocarme o gastarlo todo”. Se sentía incómoda y abrumada, pues pensaba: “Esto es demasiado dinero”.
Para cuando Knox recibió una herencia familiar de 100.000 dólares, tenía más confianza gracias a su padre, quien le enseñó a administrar sus finanzas. “Ya había ahorrado e invertido 100.000 dólares por mi cuenta, así que esta no era la primera vez que manejaba una suma de seis dígitos”, explicó.
Knox ahora asesora a otros sobre administración de dinero. “Si no sabes qué hacer con él, es de vital importancia que no hagas nada”, advirtió. “Pídele ayuda a un familiar o a un asesor financiero cuando tengas grandes cantidades de dinero que no estás preparado para manejar, ni a nivel estratégico ni emocional. Dedica algo de tiempo a imaginar cómo quieres que sea tu vida”.
Su derroche es conducir una camioneta Mercedes, una compra que la pone contenta todos los días.
Quienes vienen de familias de bajos ingresos están aún menos preparados para integrar una suma inesperada de dinero a su vida, ya que manejar grandes cantidades es una habilidad nueva que deben aprender a dominar. Steven M. Hughes, de 36 años, un terapeuta financiero que vive en Atlanta, es estadounidense de primera generación y conoce el mar de emociones que puede suscitar una afluencia repentina de dinero. Miedo, vergüenza y culpa son tres sentimientos comunes que suele observar en sus clientes.
“Hay muchas emociones ligadas al dinero, y una herencia puede liberar una ráfaga de endorfinas, pero también puede que sientas el remordimiento del sobreviviente, al tener más dinero del que tu familia o tu barrio tuvieron jamás”, describió.
Las ganancias inesperadas pueden atraer nuevas súplicas de ayuda. “Es posible que ahora te sientas como una fuente de ayuda para tu familia”, indicó Hughes.
La primera llamada que debes hacer es a “la persona que más admires por su manera de gestionar el dinero”, recomendó. “Pregúntale quién es su contador”. Tu segunda llamada debe ser a un planificador financiero que trabaje por honorarios. “Una vez que tengas a esas personas en tu equipo, puedes pedirles ideas”, concluyó. Mattea Roach, que sigue transportándose en metro tras ganar 560.983 dólares en “Jeopardy!”, en Toronto, el 4 de agosto de 2023. (Chloe Ellingson/The New York Times). Mattea Roach, que sigue transportándose en metro tras ganar 560.983 dólares en “Jeopardy!”, en Toronto, el 4 de agosto de 2023. (Chloe Ellingson/The New York Times).
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