Por The New York Times | Rory Smith
NEWCASTLE-UPON-TYNE, Inglaterra — Mientras salía del túnel y entraba en el campo del St. James’ Park, Eddie Howe se detuvo un instante. La mayor parte del tiempo, el entrenador del Newcastle United hace un esfuerzo consciente por mantenerse alejado de los efectos de su trabajo. Es un instinto natural, un mecanismo de autodefensa.
Sin embargo, en esta ocasión, Howe no pudo evitar contemplar el cuadro. A su alrededor, las empinadas filas de asientos estaban repletas de banderas de rayas blancas y negras. En la Gallowgate, la grada que sirve como el corazón y el pulmón del estadio, había banderas de héroes actuales y pasados.
“Muchas veces, tomas distancia de lo que siente la ciudad”, reflexionó Howe un par de horas más tarde. “Pero es bueno tener una idea de lo que significa. La vista del estadio, todas las bufandas y las banderas: es un lugar increíble para jugar”.
En años recientes, ese no siempre ha sido el caso. Durante más de una década, mientras el magnate británico de la moda deportiva Mike Ashley fue el dueño impopular y a veces deliberadamente provocador de un enfurecido St. James’ Park, el estadio estuvo sumido en la melancolía, el resentimiento y la desesperación.
Hoy en día, el contraste es marcado. El Newcastle tiene el aire distintivo de un club que va a llegar lejos: posiblemente a Europa y a la Liga de Campeones al final de la temporada; y, de manera más inmediata, a Wembley, para enfrentarse al Manchester United en la final de la Copa de la Liga el domingo.
En el frío penetrante de una noche de enero en la que el equipo de Howe confirmó su presencia en esa exhibición, el club hizo la presentación pública de Anthony Gordon, un extremo que adquirió del Everton por más de 45 millones de dólares un par de días antes. Aferrado a una bufanda del Newcastle mientras parpadeaba bajo los reflectores, parecía un poco sorprendido por el fervor de su recibimiento.
Gordon es tan solo el más reciente de una docena de nuevos fichajes que se incorporaron a la escuadra a un costo considerable en el último año, pero esa iniciativa de reclutamiento no es la única explicación del ascenso del Newcastle.
Howe también ha reinventado o readaptado a muchos de los jugadores que encontró a su llegada: Joelinton, un petardo de delantero al que convirtió en un mediocampista todoterreno; Sean Longstaff, un producto de la cantera al que le dio una segunda oportunidad; y, el más espectacular, Miguel Almirón, un extremo enjundioso pero volátil que de repente, antes y después de la Copa del Mundo, decidió ser el definidor más letal de la Liga Premier.
El hecho de que, de forma inesperada, todos hayan florecido con Howe ha pulido el brillo de equipo cenicienta del Newcastle, uno que encaja a la perfección con el concepto que el club y la ciudad tienen de sí mismos. Hay algo romántico en la restauración del Newcastle. Por un lado, es una historia optimista, preciosa y poco común para el fútbol inglés. El problema es que, por el otro, en realidad no lo es.
Revitalizado
Cada cierto par de minutos, Bill Corcoran tiene que frenar en seco su tren de pensamiento para llamar la atención de otro aficionado que quiere echar unas monedas o un billete doblado en su cubo de colecta. Corcoran, un voluntario del Banco de Alimentos West End de Newcastle, saluda a todos como si fueran viejos amigos.
Chismorrea con cada uno de ellos sobre el partido de esa noche. Tan solo el Southampton, en el fondo de la Liga Premier y a punto de despedir a su entrenador por segunda vez esta temporada, se interponía entre el Newcastle y Wembley. Sin embargo, la mayoría de los aficionados sospechan de esta situación. Suponen que se avecina un giro. Querer a un equipo y confiar en él son dos cosas muy distintas.
En medio de todo esto, sin perder el ritmo, Corcoran vuelve al tema que le ocupa. O, mejor dicho, los temas: en varios momentos, entra de repente al genocidio de Tasmania de la década de 1820, los méritos relativos de liberar a Julian Assange, la hambruna irlandesa y la historia del Mikasa, un acorazado japonés del siglo XX. No es un parloteo tradicional previo a un partido.
No obstante, es indicativo del extraño territorio intelectual que han ocupado los aficionados del Newcastle los últimos 18 meses, desde que compró su club un consorcio liderado por la financiera británica Amanda Staveley y su marido, Mehrdad Ghodoussi, pero respaldado principalmente por el Fondo de Inversión Pública (FIP), el enorme fondo soberano de Arabia Saudita. Desde entonces, los dueños del club han hecho todo lo que los aficionados podían haber pedido. Howe fue nombrado entrenador. El Newcastle ha batido dos veces su récord de fichajes para adquirir una nueva estrella. En el mercado de transferencias de enero del año pasado, gastó más dinero que ningún otro club del mundo. Un equipo que languidecía en la parte más baja de la tabla de la Liga Premier se ha convertido, en un abrir y cerrar de ojos, en un contendiente.
El efecto ha repercutido más allá de los confines del estadio. “Hay un zumbido real en el aire”, opinó Stephen Patterson, director ejecutivo de NE1, firma que representa los intereses de 1400 negocios en el centro de Newcastle. “El éxito se ha desbordado fuera del club y ha llegado a la ciudad”. Sin embargo, ese “zumbido en el aire” ha tenido un costo. Un montón de organizaciones de derechos humanos han condenado la adquisición que realizó el FPI del Newcastle, entre ellas Amnistía Internacional, Human Rights Watch, FairSquare.
Democracy for the Arab World Now, un grupo que iniciaron colegas y amigos del periodista asesinado Jamal Khashoggi, declaró que permitir que se completara la adquisición normalizaba a “un dictador que literalmente va por ahí masacrando periodistas”. Antes de que se anunciara el acuerdo, la prometida de Khashoggi, Hatice Cengiz, señaló que estaba “horrorizada” ante la posibilidad de que un club inglés fuera propiedad saudita.
En el mismo lapso en que su equipo y su ciudad han empezado a remontar el vuelo, el Newcastle se ha convertido en un código de los peligros del blanqueamiento deportivo, o “sportswashing”, pues se le ha acusado de no ser más que un intento del Estado saudita para “distraer la atención de graves violaciones a los derechos humanos”, en palabras de Amnistía Internacional. Dentro del Newcastle, la nueva realidad del club se sigue sintiendo como un sueño. Afuera, se ha presentado como algo mucho más oscuro.
Árbitros de la moral
El día que se concretó la adquisición, Charlotte Robson fue invitada a un importante programa de radio nacional para debatir el significado y el mérito de los nuevos dueños del Newcastle. En cierto momento, recordó, otro miembro del panel lamentó que los aficionados del club lo hubieran permitido. “Me impactó mucho”, comentó Robson, miembro de la junta directiva del Newcastle United Supporters Trust. “Porque no recuerdo que se nos hubiera dado mucha oportunidad para opinar”.
Sería equivocado sugerir que los aficionados del Newcastle han tenido una reacción uniforme a su nueva realidad, salvo el hecho de que absolutamente nadie extraña a Mike Ashley. A veces, como lo sugirieron las celebraciones iniciales, ha habido gente feliz de recibir con los brazos abiertos los vínculos con Arabia Saudita o al menos la iconografía de esa conexión.
Sin embargo, para muchos, ha sido un proceso más complejo y meditado. A la propia Robson le gustaría que el club fuera —al menos en parte— propiedad de los aficionados. No equipara ser aficionada del Newcastle con ser “partidaria del Estado nación de Arabia Saudita”.
No obstante, ha podido disfrutar el ascenso del club. “El hecho de que los dueños mayoritarios no sean especialmente visibles es importante”, afirmó. “Esto ha sido útil para muchos aficionados que intentan disociar al club de los dueños”.
También lo ha sido la naturaleza del equipo. El gasto del club ha sido considerable, pero no excesivo para los estándares de la Liga Premier. Mientras tanto, la que Robson llama la “historia de redención” de los miembros más veteranos de la plantilla ha hecho que todo se sienta más orgánico. “Rafa Benítez fichó a Almirón hace tres entrenadores”, hizo notar Robson. “Puedes señalar al cuerpo técnico y decir que es gracias a ellos”.
Sin embargo, su instinto le dice que, en gran medida, a muchos aficionados les molesta la idea de que recaiga en ellos actuar como los “árbitros morales” del juego, cuando nadie en una posición de poder —la Liga Premier, la UEFA, el gobierno británico— está preparado para hacer lo mismo.
“La liga tiene una política antigua de dejar entrar a actores con pocos escrúpulos”, opinó. “Al aficionado promedio le indigna un poco que parece que su trabajo es oponerse, cuando lo único que quiere es ver a su equipo”. No todo el mundo ha podido hacer la reconciliación moral. “No hay ninguna gloria en un éxito obtenido así”, opinó John Hird, miembro de NUFC Fans Against Sportswashing, un grupo cabildero creado posterior a la adquisición.
Hird comentó que, aunque la gran mayoría de los aficionados ha “respetado nuestro derecho a protestar”, con frecuencia su grupo ha sido difamado falsamente —especialmente en línea— como una especie de célula durmiente compuesta por hinchas del Sunderland, que busca destruir la inminente época de oro del Newcastle.
En realidad, sus objetivos son un poco más modestos. Hird dijo que le gustaría que los legisladores de la ciudad, así como los grupos de aficionados más grandes y consolidados, “cumplieran su promesa de ser amigos críticos de los dueños sauditas”. Él animaría a los aficionados que han sido conquistados por los beneficios de la adquisición “al menos a alzar la voz sobre los derechos humanos”.
Aunque son pocos —“aceptamos que somos una minoría”, comentó Hird—, el grupo ha hecho lo posible para hacerse escuchar, organizando protestas afuera del St. James’ Park y, la semana pasada, entregando una carta a Eddie Howe en nombre de la familia de un disidente encarcelado en Arabia Saudita.
No obstante, hasta ahora, se ha perdido en el clamor que ha generado el ascenso del Newcastle. Todos los boletos de trenes con dirección al sur están agotados este fin de semana. El St. James’ Park vuelve a ser un lugar “increíble” para jugar. El Newcastle tiene el aire de un club que va a llegar lejos. La mayoría de los aficionados no considera que sea su trabajo detenerse a pensar en cómo llegó ahí.