Por Enrique Buchichio
cartelera@mont...
La de Eunice Facciolla Paiva es una de esas historias paradigmáticas dentro de la lucha contra la dictadura en Brasil, pero muy poco conocidas fuera del gran país norteño. De hecho, los pormenores de la larga dictadura brasileña (1964-1985) son poco conocidos por muchos de nosotros, a diferencia de los de, por ejemplo, Argentina o Chile, quizás por cuestiones culturales o idiomáticas y quizás también porque la producción cinematográfica de estos dos países ha repasado profusamente el pasado reciente, tanto en películas de ficción como documentales. Del cine brasileño vemos muy poco, y son escasos los ejemplos que podemos recordar de realizaciones dedicadas a narrar aquellos años oscuros.
Debe haber algo también de imaginario popular, sin duda errado, que puede llevar a pensar que un país festivo como Brasil (carnaval, bossa nova, ese clima de aparente verano eterno) no la pasó tan mal después de todo bajo el régimen militar. Y algo de eso puede percibirse en los minutos iniciales de Aún estoy aquí; vemos helicópteros sobrevolando las playas de Río, vemos las patrullas militares recorriendo y controlando las calles y los informes televisivos dando cuenta del clima de tensión, subversión y represión imperante. Pero nada de eso parece alterar demasiado la vida normal de la familia Paiva, que reside a una cuadra de la playa, mantiene una vida social activa y alegre y parece no sufrir en carne propia eso de lo que hablan los noticieros. Sin embargo, de a poco algunas señales van permeando: un control militar que interrumpe una salida juvenil, reuniones con colegas y amigos a puertas cerradas, sobres misteriosos entregados por y para el padre de familia…
Para Eunice, su marido Rubens Paiva era, además de un padre y un compañero amoroso, un ingeniero civil sin actividad política, al menos desde que fuera depuesto como diputado federal por el Partido Laborista Brasileño tras el golpe de Estado de 1964. Por eso, cuando las fuerzas de seguridad irrumpen en la tranquilidad de su casa una tarde de enero de 1971, para Eunice comienza un lento y dramático despertar a una realidad de la que no era consciente del todo. De un minuto a otro, el horror de la dictadura militar se ha instalado en su hogar y ha cambiado sus vidas para siempre.
Este segundo capítulo de la película recuerda bastante a otro film paradigmático sobre el despertar democrático en la región: La historia oficial (1985), del argentino Luis Puenzo. Al igual que el personaje de Norma Aleandro en aquel film, Eunice (quien sufre en carne propia la detención y los interrogatorios) empieza a entender la realidad en la que vive, desde otra posición política, claro está; en el caso de Eunice, implica intentar descifrar las circunstancias por las cuales ha sido detenido su marido y, mientras toda su vida como mujer, como esposa y como madre se da vuelta por completo, comienza una etapa transformadora que la llevará a convertirse en abogada especializada en derechos humanos.
Gran parte de la fuerza dramática y de la convicción del film descansa sobre los hombros de Fernanda Torres, una actriz de larga trayectoria en el cine y la televisión brasileños que parece que el mundo está descubriendo recién ahora, gracias al éxito internacional del film y, claro, al sorpresivo Globo de Oro que obtuvo en enero como mejor actriz dramática. Todo esto la ha posicionado como una de las favoritas a llevarse el Oscar a la mejor actriz, algo que sería sin duda histórico para el cine brasileño y latinoamericano. Sería también una suerte de acto de justicia: hace 26 años su madre Fernanda Montenegro (quien interpreta a una Eunice anciana en los minutos finales de la película) fue candidata al Oscar por Estación Central (1998), también dirigida por Walter Salles, pero el premio se lo llevó Gwyneth Paltrow por Shakespeare apasionado, en una de las decisiones de la Academia más controvertidas y cuestionadas por críticos y cinéfilos en general. Si Torres finalmente recibe el Oscar, es imposible no pensar que de alguna manera se estará recompensando también a su prestigiosa y talentosa madre por aquella omisión de 1999.
Pero sería igualmente injusto no reconocer entre los méritos de la película el oficio del director Salles, quien, a partir de un guion de Murilo Hauser y Heitor Lorega basado en el libro autobiográfico de Marcelo Rubens Paiva (hijo de Eunice y Rubens), construye un relato eficaz, tenso y casi siempre conmovedor. El retrato que hace de la vida de esa familia antes y después de su tragedia alcanza algunos momentos sobrecogedores mediante recursos muy sutiles y sin estridencias, como esa primera, larga noche tras la detención (en que la familia se ve obligada a convivir con hombres extraños y amenazantes ocupando cada rincón de su casa) o esa salida familiar a una heladería en la que, sin necesidad de palabras, se instalan la ausencia y el concepto tan terrible y siniestro de la desaparición forzada.
Aún estoy aquí es, finalmente, no solo el reconocimiento a una gran mujer que transformó su pérdida en una motivación vital, sino también el retrato de lo que pudo haber sido la intimidad de una familia (de Brasil, de Uruguay o de cualquier país que haya padecido una dictadura) durante aquel largo invierno.
Por Enrique Buchichio
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