Por The New York Times | Oliver Whang
Ya vienen los cobradores de sueño. Quieren que sepas que no existe el perdón, tan solo una expectativa cambiante de cómo y cuándo les pagarás lo que debes. Piensa en ellos mientras estés acostado en la cama de noche. ¿Cuánto te cobrarán? ¿Eres solvente? Te quedas dormido, luego despiertas sudando frío una hora más tarde. Te quedas dormido, luego despiertas y así vagas de un estado de consciencia a uno de inconsciencia hasta la mañana.
Como lo ha descubierto la mayoría de los humanos, a un par de noches de mal sueño a menudo le siguen el aturdimiento, la dificultad para concentrarse, la irritabilidad, los cambios de humor y la somnolencia. Durante años, se pensó que estos efectos, acompañados de una deficiencia cognitiva como un pésimo desempeño en pruebas de memoria a corto plazo, se le podían atribuir en su mayor parte a un químico llamado adenosina, un neurotransmisor que inhibe los impulsos eléctricos en el cerebro. Se habían observado de manera constante picos de adenosina en ratas y humanos a los que les faltaba dormir más.
Sin embargo, los niveles de adenosina se pueden corregir con rapidez tras un par de noches de buen sueño. Esto dio lugar a un consenso científico: la deuda de sueño se podía saldar con un par de siestas de calidad, así lo reflejan frases casuales como “Debo poner al corriente mis horas de sueño” o “Estaré más despierto mañana”.
No obstante, una evaluación que produjo un artículo publicado hace poco en la revista Trends in Neurosciences sostiene que el concepto folclórico del sueño como algo que se puede ahorrar y compensar son patrañas. Según el estudio, en el cual se analizó el último par de décadas de investigación sobre los efectos neuronales a largo plazo de la privación del sueño tanto en animales como humanos, cada vez hay más evidencias de que, si se duerme demasiado poco, es muy probable que se produzca un daño cerebral de larga duración y aumente el riesgo de trastornos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer.
“Esto es muy pero muy importante para preparar el rumbo que se debe tomar en términos de la salud del sueño y la ciencia que estudia el sueño”, opinó Mary Ellen Wells, científica especializada en el sueño de la Universidad de Carolina del Norte, quien no colaboró con la evaluación.
Desde hace mucho se sabe que los periodos intensos de privación del sueño son malos para la salud. El insomnio forzado se usó durante siglos como castigo y tortura. En el primer estudio experimental sobre la privación del sueño, publicado en 1894 por la científica rusa Maria Manasseina, se obligó a cachorros a permanecer despiertos por medio de una estimulación constante, pero murieron en los primeros cinco días. Tras examinar sus cuerpos, Manasseina observó que “el cerebro fue el sitio predilecto para los cambios más graves y más irreparables”. Los vasos sanguíneos habían sufrido hemorragias y las membranas grasas se habían degenerado. “La ausencia total de sueño es más fatal para los animales que la ausencia total de alimento”, concluyó Manasseina.
Sin embargo, hay muchas maneras de no obtener el suficiente sueño. Puedes no dormir nada durante un periodo prolongado: lo que los científicos llaman privación aguda del sueño (en 1963, un estudiante de bachillerato logró mantenerse despierto durante 264 horas). Puedes perder horas de sueño de manera constante: privación crónica del sueño. Puedes estar acostado despierto, con la mente corriendo a toda velocidad o relajada, viendo televisión toda la noche. Los estudios como el de Manasseina se consideraron extremos al punto de ser irrelevantes para humanos.
La investigación continuó, pero “se le medio dejaba de lado”, comentó Fabian Fernandez, neurocientífico de la Universidad de Arizona que no colaboró con la nueva revisión. “¿Cuándo vas a mantener despierto a un animal o a un humano hasta que mueran?”.
No obstante, durante el último par de décadas, la investigación sobre la privación del sueño en animales se ha vuelto más matizada, precisa y, posiblemente, aplicable en humanos, según Sigrid Veasey, neurocientífica de la Universidad de Pensilvania, y Zachary Zamore, investigador del laboratorio de Veasey, los autores de la nueva evaluación.
Después de analizar estudios pasados sobre la privación del sueño en ratones, muchos de los cuales llevó a cabo Veasey, los investigadores encontraron que, cuando se dejaba que los animales estuvieran despiertos un par de horas más de lo usual todos los días, esto afectaba de manera particular dos partes clave del cerebro: el locus coeruleus, un núcleo que maneja sentimientos de vigilancia y excitación, y el hipocampo, una zona que tiene un papel importante en la formación de la memoria y el aprendizaje. Estas regiones, que en humanos son fundamentales para mantener una experiencia consciente, ralentizaban la producción de antioxidantes en los animales, los cuales protegen las neuronas de las moléculas inestables que se producen todo el tiempo; son algo así como los gases del escape de las células en funcionamiento. Cuando los niveles de antioxidantes son bajos, estas moléculas pueden aumentar y atacar el cerebro desde adentro, descomponiendo las proteínas, las grasas y el ADN.
“Incluso en circunstancias normales, la vigilia en el cerebro provoca un perjuicio”, comentó Fernandez. “Pero cuando estás despierto durante demasiado tiempo, entonces el sistema se sobrecarga. En cierto momento, ya se vuelve imposible. Si les pides a tus células que se mantengan activas durante un 30 por ciento más todos los días, las células mueren”.
En el cerebro de los ratones, la privación del sueño produjo muerte celular después de unos pocos días de que se les restringió el sueño, un umbral mucho menor para el daño cerebral del que se solía pensar. También provocó una inflamación en la corteza prefrontal y aumentó los niveles de las proteínas tau y amiloide, las cuales se han vinculado con enfermedades neurodegenerativas como el Alzheimer y el Parkinson, en el locus coeruleus y el hipocampo.
Después de un año de sueño regular, el ratón al que se le había privado del sueño seguía sufriendo daño neuronal e inflamación del cerebro. Para Veasey y Zamore, esto sugirió que los efectos eran perdurables y tal vez permanentes.
Sin embargo, muchos científicos aseguraron que la nueva investigación no debía provocar pánico. “Es posible que la privación del sueño dañe los cerebros de las ratas y los ratones, pero eso no quiere decir que debas estresarte por no dormir suficiente”, comentó Jerome Siegel, neurólogo especializado en el sueño de la Universidad de California, campus Los Ángeles, quien no colaboró con la revisión. En la actualidad, no hay ningún mecanismo ético para medir el grado y el tipo de daño celular que provoca la privación del sueño en el locus coeruleus y el hipocampo de un ser humano vivo. En cambio, los estudios longitudinales publicados durante los últimos quince años se han basado en cambios conductuales y datos del sueño proporcionados por los pacientes mismos para relacionar el mal sueño crónico con la demencia, la depresión, los problemas metabólicos, las enfermedades cardiacas, la insuficiencia de respuestas inmunes e incluso los bajos promedios en las calificaciones. Estos experimentos pueden ser difíciles de confirmar, pero, si se toman en conjunto con los hallazgos en los modelos animales, estos insinúan que hay una especie de relación a largo plazo entre la falta de horas de sueño y un daño físico y cognitivo.
“La pérdida de horas de sueño puede perjudicar el cerebro y, si ocurre en ratones y se ha demostrado que pasa en otras especies, entonces es probable que suceda en humanos”, comentó Veasey. “Siempre surge la pregunta: ¿cuánta pérdida del sueño provocará lesiones? Pero, toda esta literatura junta, de alrededor de una semana de pérdida crónica del sueño, en realidad sugiere que el cerebro se lesiona de algún modo”. Gente en Bryant Park en Manhattan, el 9 de junio de 2018. (Dolly Faibyshev/The New York Times)
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