Por The New York Times | Richard Pérez-Peña
Un centro de vacunación en Bangkok. (Adam Dean para The New York Times) Una gran parte de la desigualdad en el acceso a las vacunas se explica por el acaparamiento de las grandes potencias. Pero fabricarlas también es un desafío sin precedentes.
Más de 600 millones de personas en todo el mundo han sido vacunadas, al menos parcialmente, contra la COVID-19, lo que significa que más de 7000 millones aún están sin vacunar. Es un logro sorprendente a la sombra de un reto asombroso.
La mitad de todas las dosis suministradas hasta ahora han ido a parar a los brazos de personas de países donde vive una séptima parte de la población mundial, principalmente Estados Unidos y naciones europeas. Decenas de países, especialmente en África, apenas han comenzado sus campañas de inoculación.
Como los países ricos prevén que la pandemia retroceda en unos meses —mientras que los más pobres se enfrentan a la perspectiva de años de sufrimiento—, la frustración hace que la gente de todo el mundo se pregunte por qué no hay más vacunas disponibles.
El nacionalismo y las acciones de los gobiernos contribuyen en gran medida a explicar la marcada desigualdad entre los que tienen vacunas y los que no tienen. También lo hace la inacción de los gobiernos. Y no se puede ignorar el poder de las empresas farmacéuticas, que a veces parecen tener todas las cartas en la mano.
Pero gran parte de la cuestión se reduce a la mera logística.
Inmunizar a la mayor parte de la humanidad en poco tiempo es una tarea monumental, nunca antes intentada, y que, según los expertos, el mundo no estaba preparado para afrontar. Señalan que las cosas ya se han movido con una velocidad sin precedentes: hace un año y medio, la enfermedad era desconocida, y las primeras autorizaciones de vacunas ocurrieron hace menos de seis meses.
Pero queda mucho camino por recorrer. He aquí un panorama de las razones del déficit de vacunas.
La capacidad mundial es limitada
Solo hay algunas plantas en el mundo que fabrican vacunas y solo algunas personas están capacitadas para hacerlas, y ya estaban ocupadas antes de la pandemia. Asimismo, la capacidad de producción de materias primas biológicas, medios de cultivo celular, filtros especializados, bombas, tubos, conservantes, viales de vidrio y tapones de goma también es limitada.
“No es que de repente hayamos dejado de fabricar todas las demás vacunas”, dijo Sarah Schiffling, experta en cadenas de suministro farmacéutico y ayuda humanitaria de la Universidad John Moores de Liverpool, Gran Bretaña. “Estamos añadiendo esto al otro trabajo. Básicamente estamos duplicando la producción. Las cadenas de suministro de esta magnitud suelen tardar años en llevarse a cabo”.
El mayor fabricante de vacunas del mundo, el Serum Institute de India, fabrica la vacuna para la COVID-19 desarrollada por AstraZeneca y la Universidad de Oxford, y prevé una producción de mil millones de dosis este año, además de los aproximadamente 1500 millones de dosis que fabrica anualmente para otras enfermedades. Pero ha tardado meses en alcanzar ese ritmo.
Con una fuerte inversión de los gobiernos, las empresas han revisado las fábricas, han construido otras nuevas desde cero y han formado a nuevos empleados, un esfuerzo que comenzó el año pasado y que aún está lejos de completarse.
Los países ricos podrían hacer más por los pobres
Los países más ricos del mundo se comprometieron a aportar más de 6000 millones de dólares a Covax, el esfuerzo global para suministrar vacunas al mundo en desarrollo a bajo costo o de forma gratuita.
Pero algunas de las promesas aún no se han cumplido. Y, en cualquier caso, suponen una pequeña fracción de lo que las naciones ricas han gastado en sí mismas, y una pequeña fracción de la necesidad mundial.
La campaña Covax también perdió algo de terreno cuando surgió la preocupación de que la inyección de AstraZeneca —que se esperaba que fuera la columna vertebral del esfuerzo— podría estar relacionada con efectos secundarios muy raros pero graves. Esto provocó cierta desconfianza en el público respecto a su uso.
Muchos defensores de la salud pública han pedido a los gobiernos occidentales que obliguen a los fabricantes de medicamentos a compartir sus propios procesos patentados con el resto del mundo. Ningún productor de vacunas lo ha hecho voluntariamente, y ningún gobierno ha indicado que vaya a avanzar en esa dirección.
Dada la limitada capacidad de producción del mundo, y lo recientes que son estas vacunas, es posible que compartir las patentes no aumente significativamente la oferta en este momento. Pero más adelante, a medida que la capacidad se amplíe, podría convertirse en un factor importante.
La gestión de Joe Biden anunció apoyo financiero a una empresa india, Biological E, para que aumente la producción en masa de la vacuna de Johnson & Johnson destinada a personas de otras partes del mundo. Y el gobierno dijo esta semana que enviaría hasta 60 millones de dosis de la vacuna de AstraZeneca —que Estados Unidos compró, pero no está usando— a otros países.
Pero Estados Unidos sigue muy por detrás de China y Rusia en este tipo de “diplomacia de las vacunas”.
Estados Unidos y otros países también han restringido la exportación de algunos materiales para la fabricación de vacunas, lo que ha suscitado intensas críticas, especialmente en India, mientras la covid hace estragos en ese país a una escala que no se ha visto en ningún otro sitio. El propio gobierno de India ha prohibido las exportaciones de vacunas, lo que obstaculiza los esfuerzos de inmunización en África.
La semana pasada, el gobierno de Biden dijo que relajaría los controles de exportación para India.
Los gobiernos podrían presionar más a las farmacéuticas
Estados Unidos y otros países desarrollados invirtieron miles de millones de dólares en el desarrollo de vacunas y en la ampliación de su proceso de fabricación, y han gastado otros miles de millones en las vacunas resultantes. El gobierno estadounidense también controla una patente crucial sobre un proceso utilizado en la fabricación de vacunas, y sus Institutos Nacionales de Salud ayudaron a desarrollar la vacuna de Moderna.
Todo ello da a los gobiernos un enorme poder para obligar a las empresas a trabajar más allá de las fronteras, tanto corporativas como nacionales, pero se han mostrado reacios a utilizarlo. En Estados Unidos, esto ha empezado a cambiar desde que el presidente Biden asumió el cargo en enero.
“El gobierno tiene una enorme influencia, en particular sobre Moderna”, dijo Tinglong Dai, profesor asociado de la escuela de negocios de la Universidad Johns Hopkins, especializado en gestión de la salud.
Las patentes son un área en la que los gobiernos podrían ser más agresivos a la hora de utilizar su influencia. Pero a corto plazo, dijo Dai, lo que habría tenido un mayor impacto es que los funcionarios hubieran actuado antes y con más fuerza para insistir en que las empresas que desarrollan vacunas lleguen a acuerdos con sus competidores para aumentar la producción en masa.
Ese tipo de cooperación ha resultado ser esencial.
Varias empresas indias aceptaron fabricar la vacuna rusa Sputnik. Sanofi, que ya participa en la producción de las inoculaciones de Pfizer-BioNTech y Johnson & Johnson, llegó recientemente a un acuerdo con Moderna para trabajar también en su vacuna. Moderna ya tenía acuerdos con otras tres empresas europeas.
El gobierno de Biden presionó a Johnson & Johnson para que en marzo reclutara a su competidor, Merck, para producir su vacuna, y el gobierno se comprometió a destinar 105 millones de dólares para acondicionar una planta de Merck en Carolina del Norte con ese fin.
El expresidente Donald Trump se negó a invocar la Ley de Producción de Defensa para dar a los fabricantes de vacunas un acceso preferente a los materiales que necesitaban, un paso que Biden ha dado.
Producir vacunas es complicado. Las nuevas son más complicadas
Incluso con un producto establecido y una demanda estable, la fabricación de vacunas es un proceso exigente. Con una nueva vacuna, nuevas líneas de producción y crecientes expectativas globales, se hace más difícil.
Tanto AstraZeneca como Johnson & Johnson, dos de las mayores empresas farmacéuticas del mundo, se encontraron con graves problemas de producción con sus vacunas para la COVID-19, lo que supone una lección de los retos que supone pasar de la nada a cientos de millones de dosis.
Además, las vacunas de Pfizer-BioNTech y Moderna se basan en un fragmento del código genético del coronavirus llamado ARN mensajero o ARNm. Hasta el año pasado, este proceso nunca se había utilizado en una vacuna de producción masiva. Requiere equipos, materiales, técnicas y conocimientos diferentes a los de las vacunas estándar.
Las vacunas de ARNm encierran el material genético en “nanopartículas lipídicas”, burbujas microscópicas de grasa. Pocas instalaciones en el mundo tienen experiencia en la producción en masa de algo comparable. Las vacunas también requieren temperaturas ultrafrías, lo que, según los expertos, limita su uso —al menos por ahora— a los países más ricos.
Muchas empresas farmacéuticas insisten en que podrían asumir esa producción, pero los expertos afirman que probablemente necesitarían mucho tiempo e inversión para prepararse, algo que Stéphane Bancel, director ejecutivo de Moderna, señaló en febrero en una audiencia del Parlamento Europeo.
Incluso contratando a empresas muy avanzadas para hacer el trabajo, dijo Bancel, Moderna tuvo que pasar meses esencialmente desbaratando sus instalaciones, reconstruyéndolas según las nuevas especificaciones con nuevos equipos, probando y volviendo a probar ese equipo y enseñando a la gente el proceso.
“No puedes ir a una empresa y hacer que empiece de inmediato a fabricar un producto de ARNm”, dijo.
Richard Pérez-Peña, editor de noticias internacionales en Nueva York, trabaja para el Times como reportero y editor desde 1992. Ha trabajado en las secciones Metro, Nacional, Negocios, Medios e Internacional. @perezpena • Facebook Vaccination and Immunization Shortages Johnson & Johnson Moderna Inc Pfizer Inc Serum Institute of India Sanofi SA Politics and Government