Por The New York Times | Katrin Bennhold

ANNABERG-BUCHHOLZ, Alemania — Sven Müller está orgulloso de no estar vacunado. Él cree que las vacunas contra el COVID no son ni eficaces ni seguras, sino una manera que tienen de ganar dinero las compañías farmacéuticas y los políticos corruptos que le están arrebatando su libertad.

De acuerdo con las nuevas reglas del gobierno para contener los contagios de coronavirus, Müller ya no puede ir a restaurantes, al boliche, al cine, ni a la peluquería. A partir de la próxima semana, también le prohibirán entrar a casi todas las tiendas. Pero eso no ha hecho más que reafirmar su decisión.

“No van a doblegarme”, afirmó Müler, de 40 años, quien es el propietario de un bar en el pueblo de Annaberg-Buchholz, en la región de los Montes Metálicos del estado oriental de Sajonia, donde la tasa de vacunación es del 44 por ciento, la más baja de Alemania.

Müller personifica el problema que, en algunas partes de Europa, es tan severo como en Estados Unidos. Si Alemania tuviera estados demócratas y republicanos, Sajonia sería un estado por completo republicano. En lugares como este, los grupos pequeños de personas sin vacunar están impulsando la ola más reciente de contagios, saturando los limitados pabellones de los hospitales, poniendo en riesgo la recuperación económica y haciendo que los gobiernos tengan muchos problemas para detener la cuarta ola de la pandemia.

Pese a que los estudios demuestran que la vacunación es la manera más eficaz de prevenir el contagio (y de evitar la hospitalización y la muerte en caso de contraer la infección), ha sido casi imposible convencer a quienes les tienen una gran desconfianza a las vacunas. En cambio, los gobiernos de Europa occidental están recurriendo cada vez más a una coerción nada disimulada al instaurar una combinación de reglas, incentivos y castigos.

Y esto está funcionando en muchos países. Cuando el presidente Emmanuel Macron anunció en julio que se exigirían los pasaportes de vacunación para entrar a la mayor parte de los lugares de reunión, Francia —donde había una gran renuncia a vacunarse— era uno de los países europeos con menores tasas de vacunación. Ahora, cuenta con una de las tasas más altas del mundo.

El primer ministro de Italia, Mario Draghi, siguió el ejemplo de Macron e instauró medidas todavía más estrictas. Ahí, al igual que en España, ya han sido sofocados, en su mayoría, los intentos de los partidos populistas por alimentar una actitud antivacunas generalizada.

No obstante, a nivel regional, sigue habiendo un rechazo a la vacuna contra el coronavirus. El problema es más persistente en Europa central y oriental, así como en los países de habla alemana y las regiones fronterizas.

En Italia, la provincia de Bolzano —la cual tiene frontera con Austria y Suiza, donde el 70 por ciento de la población habla alemán— tiene la tasa de vacunación más baja del país. Los especialistas han asociado el marcado incremento de los contagios en esa área con los frecuentes intercambios con Austria, pero también con una tendencia cultural de la población hacia la homeopatía y los remedios de origen natural.

“Existe cierta correlación con los partidos de extrema derecha, pero la razón principal es la confianza que le tienen a la naturaleza”, comentó Patrick Franzoni, médico encargado de la campaña de vacunación en esa provincia. Explicó que, sobre todo en los Alpes, la población de habla alemana tiene más confianza en el aire puro, los productos orgánicos y los tés de hierbas que en los fármacos convencionales.

De hecho, Alemania, Austria y la región de habla alemana de Suiza tienen la tasa más alta de poblaciones sin vacunar de toda Europa occidental. Más o menos una de cada cuatro personas mayores de 12 años no está vacunada, en comparación con una de cada diez en Francia e Italia y con casi ninguna en Portugal.

Los sociólogos afirman que además de una importante cultura que se inclina por la medicina alternativa, el rechazo a la vacuna es incentivado por una fuerte tradición de los gobiernos descentralizados que tiende a exacerbar la desconfianza en las normas impuestas desde la capital, y por un ecosistema de la extrema derecha que sabe cómo explotar ambas cosas.

Pia Lamberty de CeMAS, una organización de investigación con sede en Berlín que se enfoca en la desinformación y las teorías conspirativas, señaló que el rechazo a la vacuna es, de ciertas maneras, la ganancia de los movimientos populistas nacionalistas que estremecieron a Europa durante una década.

“Las personas antivacunas radicales no conforman un grupo muy grande, pero sí lo suficiente como para causar problemas en la pandemia”, comentó Lamberty. “Es una muestra del éxito del trabajo de la extrema derecha sobre este tema y del fracaso de los políticos comunes en asumirlo con la suficiente seriedad”.

Como resultado, en algunas partes de Europa, “estar o no vacunado casi se ha convertido en una forma de identidad política, como en Estados Unidos”, añadió.

En Austria, donde más lejos ha llegado el gobierno en cuanto a las restricciones impuestas a las personas no vacunadas, hace poco, un partido antivacunas recién fundado obtuvo tres escaños en un Parlamento estatal del norte, un bastión de la extrema derecha. En Francia e Italia, los puntos conflictivos antivacunas siguen siendo los lugares donde los populistas nacionalistas tienen gran influencia.

En Sajonia, la renuencia a vacunarse y el apoyo al partido de extrema derecha Alternativa para Alemania (o AfD), la fuerza política más importante en esta región, coinciden de manera significativa.

A nivel nacional, el AfD ha caído mucho, pero en la parte oriental excomunista, el rechazo a la vacuna se ha vuelto la decisión lógica de muchos de sus integrantes que, con frecuencia, tienen mucha desconfianza en el gobierno, la globalización, las grandes corporaciones y los principales medios de comunicación.

“La vacuna es un medio de polarización”, señaló Rolf Schmidt, alcalde de Annaberg-Buchholz. “Lo escucho desde que amanece hasta que anochece: todos tienen su verdad absoluta y sus propios canales en las redes sociales para sustentar esa verdad. Lo que dice la otra parte son puras mentiras”.

El asunto es tan acalorado, que Schmidt no dice si él está vacunado. “En este momento, mi gran problema es mantener la paz social en el pueblo”, señaló.

En Annaberg-Buchholz, que alguna vez fue un pueblo medieval cerca de la frontera con la República Checa donde se extraían metales, la división es profunda y evidente.

Todos los lunes, las personas con una posición antivacunas extrema celebran un pequeño, pero ruidoso mitin en el centro del pueblo. Esta semana, hubo 50 manifestantes que gritaban consignas del tipo “la vacuna mata” y protestaban contra el gobierno de Berlín, el cual, según ellos, es una dictadura como el comunismo “pero peor”.

Muchos restaurantes tienen mensajes de rebeldía en sus vitrinas que, por las nuevas reglas tan estrictas, le echan la culpa a las “decisiones políticas” de no permitir que entren las personas no vacunadas.

Uno de ellos es Salón, el bar de Müller, donde sirve más de 90 tipos de ginebra a los clientes que, en su mayoría, al igual que él, no están vacunados, según comenta. Un letrero que hay en la puerta hace referencia a la Constitución alemana y dice: “¡Sin importar si estás vacunado o no, o si presentas la prueba o no, COMO SER HUMANO eres muy bienvenido!”.

Este letrero lo convirtió en una pequeña celebridad: la gente se detiene a tomar fotos y el propietario de una cafetería calle arriba le copió el texto.

Karin y Hans Schneider, dos transeúntes jubilados originarios de Annaberg-Buchholz que ya están vacunados, mencionaron que la única manera de hacer que se vacunen las personas escépticas es que sea casi imposible que no lo hagan. “Es una tontería”, comentó Karin Schneider. “No se puede discutir con ellos; hay que ser estrictos”.

En Alemania, el gobierno entrante desea imponer reglas más estrictas contra las personas no vacunadas, como exigirles que presenten una prueba negativa de coronavirus antes de subirse al transporte público.

Pero Austria ha tomado las medidas más severas al no permitir que ninguna persona mayor de 12 años que no esté vacunada vaya al trabajo, a la escuela, a las tiendas de comestibles y a los centros de atención médica, y al otorgarle a la policía la facultad de revisar los certificados de vacunación en la calle.

“Esta es una violación sin precedentes a nuestras libertades constitucionales”, señaló Michael Brunner, presidente del MFG, el nuevo partido antivacunas.

El llamado confinamiento para las personas no vacunadas en Austria fue un tema de conversación en Sajonia, donde muchas personas pensaban que era igual que las nuevas restricciones que entrarán en vigor la próxima semana, pero con otro nombre.

Sajonia fue el primer estado alemán en excluir a las personas no vacunadas de buena parte de la vida pública al pedirles en casi todos los lugares de reunión una prueba de haberse vacunado o de haberse recuperado de la COVID-19. A partir del lunes, tampoco les permitirá la entrada a ninguna tienda de productos no esenciales.

Al igual que Müller, muchas personas se sienten traicionadas por el gobierno. “Prometieron que la vacuna no sería obligatoria”, afirmó. “Pero esta es una manera disimulada de forzar la vacunación”. Schmidt advirtió que, al señalar a las personas no vacunadas, el gobierno estaba propiciando una división. “No sirve de nada la narrativa de ‘esas malas personas que no se han vacunado son responsables del incremento de casos’”, aseveró. Sven Müller en su bar de Annaberg-Buchholz, Alemania, el 15 de noviembre de 2021. (Lena Mucha/The New York Times) Como lo hacen todos los lunes, las personas antivacunas celebran un mitin en el pueblo de Annaberg-Buchholz, Alemania, el 15 de noviembre de 2021. (Lena Mucha/The New York Times)