Por The New York Times | Jan Hoffman
El director de la escuela llevaba semanas implorándole a Kemika Cosey: ¿por favor les daría permiso a sus hijos, de 7 y 11 años, de vacunarse?
Cosey permanecía firme. Respondió con un no rotundo.
Pero el “Sr. Kip” —Brigham Kiplinger, director de la escuela primaria Garrison en Washington D. C.— no se dejó vencer por el “no.”
Desde que el gobierno federal autorizó la vacuna del coronavirus para niños de 5 a 11 años hace tres meses, Kiplinger ha contactado diariamente a los padres de familia, con insistentes mensajes de texto. Actuar en defensa de las vacunas —una labor que generalmente emprenden los profesionales médicos y las autoridades de salud pública— se ha vuelto central en su papel como educador. “La vacuna es lo más importante que está pasando este año para que los niños no dejen de ir a la escuela”, afirmó Kiplinger.
En gran parte gracias a la habilidad de Kiplinger como encantador de vacunas para los padres, la escuela primaria Garrison se ha convertido en una anomalía de la salud pública: de los 250 “gatos monteses” de Garrison (las mascotas de la escuela) que van desde el jardín de niños hasta el quinto grado, el 80 por ciento se ha vacunado al menos una vez, dijo.
Pero conforme la variante ómicron ha irrumpido en las aulas estadounidenses, enviando a los alumnos a casa y, en algunos casos, al hospital, la tasa de vacunación general de los 28 millones de niños estadounidenses de entre 5 y 11 años sigue siendo aún más baja de lo que temían los expertos en salud. Según un nuevo análisis de la Kaiser Family Foundation basado en datos federales, solo el 18,8 por ciento está totalmente vacunado y el 28,1 por ciento ha recibido una dosis.
La disparidad de las tasas entre los estados es muy marcada. En Vermont, el porcentaje de niños totalmente vacunados es del 52 por ciento; en Misisipi, del 6 por ciento.
“En este punto va a ser un camino cuesta arriba lograr que los niños sean vacunados”, opinó Jennifer Kates, una vicepresidenta sénior de Kaiser que se especializa en la política de salud global. Dice que hará falta una persistencia inquebrantable como la de Kiplinger, a quien ella conoce porque su hijo asiste a su escuela. “Es un trabajo muy difícil llegar a los padres”.
Después de que se autorizara la vacuna de Pfizer-BioNTech para los niños más pequeños a finales de octubre, el aumento de la demanda al inicio de la campaña duró unas pocas semanas. Alcanzó su punto máximo justo antes del Día de Acción de Gracias, luego cayó en picada y desde entonces se ha estancado. Se mantiene entre 50.000 y 75.000 dosis nuevas al día.
“Me sorprendió lo rápido que se perdió el interés por la vacuna para los niños”, confesó Kates. “Incluso los padres que sí se habían vacunado eran más reticentes a la hora de vacunar a sus hijos”.
Los funcionarios de salud pública afirman que persuadir a los padres para que vacunen a sus hijos menores es crucial no solo para mantener las clases presenciales, sino también para contener la pandemia en general. Dado que la vacunación de los adultos ha alcanzado un tope —el 74 por ciento de los estadounidenses mayores de 18 años están totalmente vacunados, y la mayoría de los que no lo están parecen cada vez más inamovibles—, los niños de primaria no vacunados siguen siendo una gran y turbulenta fuente de propagación. Al ir y volver de la escuela en autobuses, al atravesar los pasillos, los baños, las aulas y los gimnasios, los niños pueden actuar sin saberlo como vectores virales varias veces al día. A pesar de la proliferación de hospitales atestados de COVID, de niños enfermos y de que la variante ómicron sea altamente contagiosa, muchos padres —que todavía se dejan influir por las oleadas del año pasado, que en general no fueron tan graves para los niños como para los adultos—creen que el virus no es lo suficientemente peligroso como para justificar que se arriesgue la salud de sus hijos con una vacuna nueva.
Los expertos en comunicación sanitaria achacan además esta opinión a los primeros mensajes confusos sobre dicha variante, que inicialmente se describió como “leve” pero también como una variante que podía traspasar la protección de la vacuna.
Muchos padres interpretaron esos mensajes como que las vacunas servían de poco. De hecho, se ha demostrado que las vacunas protegen en gran medida contra la enfermedad grave y la muerte, aunque no son tan eficaces en la prevención de infecciones con ómicron como con otras variantes.
Y el número de niños a los que se les ha diagnosticado COVID no hace más que aumentar, como subraya un informe de la semana pasada emitido por la Academia Americana de Pediatría. Moira Szilagyi, presidenta de la academia, presionó para que aumentaran las tasas de vacunación, diciendo: “Después de casi dos años de esta pandemia, sabemos que esta enfermedad no siempre ha sido leve en los niños, y hemos visto a algunos niños sufrir de gravedad, tanto a corto como a largo plazo”.
Reconociendo la urgencia, los defensores de las vacunas contra el COVID están redoblando sus esfuerzos para convencer a los padres. La Academia Americana de Pediatría ha recopilado puntos de discusión para pediatras y padres. Kaiser tiene su propio sitio de información sobre vacunas para padres. Patsy Stinchfield, una enfermera profesional que es la presidenta entrante de la Fundación Nacional de Enfermedades Infecciosas, mantiene una agenda exhaustiva de conferencias, en las que responde a las preguntas sobre la vacuna del COVID que le hacen padres, adolescentes, pediatras y presentadores de programas de radio.
La Escuela de Salud Pública Bloomberg de la Universidad de Johns Hopkins ha publicado un curso de formación en línea gratuito para que los padres que están a favor de las vacunas tengan un vocabulario y una forma de acercarse a sus amigos renuentes. Ofrece datos sobre las vacunas, recursos y técnicas para atraerlos.
Uno de los consejos es compartir historias personales sobre el COVID, a fin de fundamentar el propósito de la vacuna en la experiencia del mundo real. Otro es normalizar la vacunación contra el COVID contando con orgullo a los amigos y familiares cuando los niños se pongan esta vacuna.
Rupali Limaye, científica asociada de Bloomberg que estudia la mensajería de las vacunas y desarrolló el curso, dijo que dar a los padres herramientas para persuadir a otros sobre las vacunas contra el COVID podría mejorar las tasas de aceptación, especialmente ahora que algunos padres indecisos están rechazando el consejo de los pediatras. Los “embajadores de las vacunas”, como ella los llama, disponen de más tiempo y ejercen una dinámica de poder menos marcada que los médicos atareados. “Se trata de un tema muy delicado para mucha gente” añade Limaye. A Cosey, la madre de Garrison que se resistió firmemente a las súplicas de Kiplinger durante semanas, le preocupaba que la vacuna pudiera agravar las numerosas alergias de su hijo. “Tardé un poco en investigar más”, dijo.
A principios de este mes, llevó a ambos niños a una clínica escolar. Sí, su pediatra la había animado, pero también atribuye el mérito a Kiplinger. Se rio. Su hijo de quinto grado ha estado en Garrison desde el jardín de niños. “El Sr. Kip es más como de la familia, así que cuando digo que era fastidioso, lo digo con cariño”, dijo.
En la clínica de la escuela, “el Sr. Kip tomó un millón de fotos”, agregó. “Estaba muy emocionado de que decidiera venir”.
Kiplinger está decidido a hacer cambiar de opinión a los padres antivacunas en Garrison. En la clínica de vacunación más reciente, se quedó esperando mientras una madre discutía por teléfono con su marido. “La madre y sus cuatro ‘gatos monteses’ querían las vacunas, pero para el padre era un ‘no’. Se me rompió el corazón", expresó.
“Pero pronto tendremos otra clínica”, añadió, “y espero que tal vez entre en razón”. Brigham Kiplinger, director de la escuela primaria Garrison en Washington D. C., el 24 de enero de 2022, que ha luchado con ahínco para que los alumnos se vacunen contra el COVID. (Erin Schaff/The New York Times). Kemika Cosey con sus hijos, Zurie, a la izquierda, y Zamir, alumnos de la escuela primaria Garrison en Washington D. C., el 25 de enero de 2022. (Erin Schaff/The New York Times).
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