Por The New York Times | Gina Kolata
Katie Elkins tiene antecedentes familiares de cardiopatías en ambos lados de su familia y estaba preocupada. Este año su padre sufrió un infarto en la mañana de Pascua, a la edad de 53 años, la misma que tenía su madre cuando tuvo uno.
El médico de cabecera de Elkins le pidió un análisis de sangre, que reveló que su nivel de lipoproteínas de baja densidad (colesterol LDL o colesterol malo) era de 160, un nivel elevado para alguien de 34 años. El médico la remitió a Daniel Rader, de la Universidad de Pensilvania, especializado en cardiología preventiva.
Lo que le preguntaron a Rader fue si Elkins debía empezar a tomar estatinas para reducir el colesterol. Las directrices señalan que es demasiado joven; el tratamiento suele reservarse para personas de al menos 40 años, pero los niveles elevados de colesterol dañan los vasos sanguíneos lentamente, a lo largo de décadas. ¿Tenía un riesgo lo bastante alto como para intervenir prematuramente?
Para averiguarlo, Rader le sugirió a Elkins que se sometiera a una prueba genética nueva, conocida como puntuación de riesgo poligénico. Esta prueba analiza un conjunto de miles de variantes genéticas. Cada variante contribuye poco, por sí sola, al riesgo de cardiopatía, pero el conjunto de variantes podría indicar quiénes son más propensos a sufrir infartos.
Los cardiólogos esperan poder utilizar estas pruebas, que cuestan unos 150 dólares y no suelen estar cubiertas por los seguros médicos, para identificar a las personas más propensas a sufrir infartos mucho antes de que se produzcan. Algunos médicos prevén hacer las pruebas en niños como parte de la atención pediátrica habitual.
“Existe una verdadera necesidad insatisfecha de identificar a las personas de alto riesgo en etapas muy tempranas de la vida”, aseveró Nicholas Marston, cardiólogo del Brigham and Women’s Hospital de Boston. Marston ha estudiado las puntuaciones de riesgo poligénico y participó en ensayos para empresas farmacéuticas que fabrican medicamentos contra el colesterol. “Sabemos que la solución para prevenir las enfermedades cardiacas es mantener el colesterol malo lo más bajo posible durante el mayor tiempo posible”.
A los pacientes con riesgo elevado se les dará un tratamiento agresivo, pero la prueba también puede evitar que algunos pacientes, entre quienes puede estar Elkins, reciban un tratamiento innecesario si su riesgo resulta ser bajo.
Rader dijo que el nivel de colesterol LDL de Elkins podría ponerla en riesgo de sufrir un infarto, pero quizá no durante al menos un par de décadas; sin embargo, un infarto a cualquier edad altera la vida y puede tener efectos graves, incluso con los avances de la medicina. Así pues, es urgente averiguar cómo proteger a los jóvenes cuyo riesgo puede manifestarse años más tarde. (Rader, quien no tiene intereses económicos en las pruebas de riesgo poligénico, forma parte de los consejos asesores científicos de Alnylam y Novartis, que tienen intereses comerciales en el inclisirán, un medicamento que reduce los niveles de colesterol LDL). No obstante, a pesar de las grandes esperanzas depositadas en las pruebas nuevas, hay muchas interrogantes.
Algunos críticos afirman que centrarse en el tratamiento de los más jóvenes está fuera de lugar porque quizá no cumplan con la toma de una estatina u otro medicamento durante el resto de su vida. A los jóvenes puede resultarles difícil centrarse en posibles amenazas para su salud dentro de varias décadas y algunos de los pacientes de Rader incluso pospusieron la realización de pruebas de riesgo poligénico después de que él se las recomendó.
Estos críticos aseguran que la verdadera necesidad está en el enorme grupo de personas mayores que necesitan tratamiento para reducir el colesterol, pero no lo reciben, o que dejan de tomar sus medicamentos. Un estudio reveló que cerca del 40 por ciento de las personas mayores de 65 años que sufrieron un infarto y necesitan un medicamento hipolipemiante para el resto de su vida dejan de tomar estatinas en dos años.
A otros, como Rita F. Redberg, cardióloga de la Universidad de California en San Francisco, editora de la revista médica JAMA Internal Medicine y crítica del uso excesivo de estatinas, les preocupa que las puntuaciones de riesgo poligénicas creen problemas nuevos.
“Etiquetar a las personas con una enfermedad tiene muchos inconvenientes”, afirmó Redberg.
La etiqueta, añadió, “conduce inexorablemente a las pruebas y a la búsqueda de tratamientos” y, dijo, “como la persona, que ya se convirtió en ‘paciente’, es asintomática, en la mayoría de los casos la realización de más pruebas y posibles tratamientos no harán que se sienta mejor”.
Las personas pueden pasar de considerarse sanas a pensar que padecen una enfermedad.
“Ahora, cada vez que experimentan las molestias, dolores y punzadas comunes de la vida, se preguntan si es porque tienen esta ‘enfermedad’”, explicó Redberg. “Y es posible que vayan al médico o incluso a urgencias por cosas que antes no hacían. Eso también se traducirá en más pruebas y procedimientos, con el consiguiente riesgo de daños”. Sadiya Sana Khan, de la Universidad Northwestern, insistió en la necesidad de seguir investigando. Sana Khan publicó un estudio nuevo que demuestra que, en los adultos de mediana y avanzada edad, la tomografía axial computarizada (TAC) del corazón, que puede mostrar la acumulación de placa, es mejor que la genética para predecir el riesgo.
No obstante, esto plantea la cuestión de cómo controlar el riesgo en los jóvenes, que casi nunca presentan placa visible en un TAC, aunque corran un mayor riesgo de sufrir un infarto más adelante.
“Necesitamos hacer más estudios centrados en jóvenes con un seguimiento de varias décadas”, afirmó Sana Khan. Si las puntuaciones de riesgo en adultos jóvenes predicen una mayor probabilidad de sufrir un infarto, se preguntó, ¿se confirmará esa predicción cuando las personas sean mayores, a edades en las que los infartos son más probables? ¿Acaso las personas con puntuaciones de riesgo elevadas se preocuparán innecesariamente por su corazón?
Una pista proviene de un estudio reciente de Marston y sus colegas. Utilizaron datos de cientos de miles de personas de Reino Unido y Japón cuyo material genético y resultados clínicos están a disposición de los investigadores.
Al hacer las pruebas genéticas y analizar 10 años de datos sobre la salud de los sujetos, Marston y sus colegas se preguntaron si las personas con puntuaciones de riesgo elevadas tenían de hecho más probabilidades de sufrir un infarto. Y así fue, pero solo si eran menores de 50 años. En las personas mayores, el efecto acumulativo de los factores de riesgo tradicionales (como el tabaquismo, los niveles de colesterol LDL y la diabetes) era tan potente que dominaba el panorama del riesgo.
Rader y sus colegas de cardiología preventiva de la universidad de Pensilvania parten de la hipótesis de que las puntuaciones de riesgo pueden ayudarles a tomar decisiones terapéuticas para pacientes en los que no está claro si se debe reducir el nivel de colesterol LDL o con qué agresividad. Estas personas suelen tener entre 20 y 50 años, un grupo en el que las evaluaciones de riesgo tradicionales no son útiles. Otros expertos en cardiología preventiva aún no están preparados para utilizar las pruebas para tomar la mayoría de las decisiones terapéuticas.
Por ejemplo, hasta ahora Marston solo solicita la prueba a los jóvenes que han sufrido un infarto a una edad temprana y están tratando de saber la razón.
Incluso en esos casos, las puntuaciones de riesgo poligénico no siempre ofrecen respuestas.
El año pasado, Kori Green, de 39 años, tuvo un fuerte dolor en el pecho y descubrió que una de sus arterias coronarias estaba obstruida casi por completo. La noticia la tomó por sorpresa.
“Soy una esquiadora ávida y sigo una dieta sana”, afirmó. Ninguno de sus padres padece enfermedades cardiacas.
La prueba genética sugerida por Marston no resolvió el misterio de por qué su arteria estaba obstruida.
“Lo más lamentable es que aún no sabemos cómo ocurrió”, dijo Green. Katie Elkins, cuyo médico le recomendó hacerse un nuevo tipo de prueba genética para evaluar mejor su riesgo de sufrir un infarto, en Filadelfia, el 25 de mayo de 2023. (Hannah Price/The New York Times) Kori Green, quien el año pasado sufrió fuertes dolores en el pecho y descubrió que una de sus arterias estaba obstruida casi por completo, en Boston, el 5 de marzo de 2023. (Dumebi Malaika Menakaya/The New York Times)