Por The New York Times | Alexandra Capellini
UNA MUJER CON UNA PIERNA PROSTÉTICA ESPERA CONVERTIR EL MUNDO EN UN LUGAR MÁS EMPÁTICO. SI TAN SOLO NO TUVIERA QUE HACERLO EN LAS PRIMERAS CITAS.
Rob y yo llevábamos más o menos un mes platicando en Bumble. Conectamos mientras él estaba buscando apartamento en la ciudad de Nueva York. Era guapo, gracioso y educado, con raíces en Boston. Podía hacer su trabajo casi desde cualquier lado y dijo que se mudaba a Nueva York porque sí, y eso me gustó. Nos mantuvimos en contacto.
Después de que llegó y se mudó a su nueva casa, pasamos de los mensajes en la aplicación a los mensajes de texto, el siguiente paso crucial. En esos primeros días de los mensajes de texto, estábamos decidiendo entre recomendaciones de restaurantes en East Village.
“Confía en mí”, escribió. “¡Me estoy instalando lo más rápido que puedo!”. Y, entonces, por fin dijo: “¿Te parece que probemos en alguno de estos lugares los primeros días de la próxima semana?”.
“¡Perfecto!”, respondí.
Y así de la nada, me debatí en torno a qué decir después. Todavía no sé cuánto debe pasar para que saque a colación el tema… o si acaso debo mencionarlo. Si debía esperar hasta conocernos para decir algo o si no debía decir nada. Porque él tal vez ya lo sabía. Pero yo no tenía forma de saber si él ya sabía. Le habría tenido que preguntar.
Eso me pasa por la cabeza cuando estoy en las aplicaciones de citas como una mujer joven con una pierna. Uno podría pensar que mis fotografías me delatarán. Si los hombres se tomaran el tiempo de ver las cuatro que tengo. Después de usar estas aplicaciones durante algunos años, me sigue impactando la cantidad de hombres que no ven ese detalle en mis fotografías. ¿“Detalle” siquiera es la palabra adecuada? Tener solo una pierna definitivamente es algo, pero ¿es mayor o menor que un detalle?
Tengo 25 años y estoy en tercer año de la carrera de Medicina, pero he lidiado con esto de una u otra forma la mayor parte de mi vida. Cuando tenía 6 años, mi madre se percató de que mi rodilla derecha de pronto se había vuelto más grande que la izquierda. Pensó que podía ser una infección, pero no fue así. Resultó que era un osteosarcoma (cáncer de hueso) agresivo que llevó a muchos meses de quimioterapia y a la postre a una amputación de mi pierna derecha por encima de la rodilla.
Esa es una historia de mi vida, pero a duras penas es mi única historia.
Decidí ser directa con Rob. Me incomodaba que nos conociéramos sin saber si él sabía de mi prótesis. Por lo tanto, a las 8:32 p. m., a la mitad de nuestra conversación por mensajes de texto, escribí: “Tan solo para que no haya sorpresas, sabes que uso una prótesis en una de mis piernas, ¿no?”.
Veinte minutos más tarde, todavía no me había llegado ninguna respuesta. Mi siguiente maniobra fue abrir Bumble y ahí vi que el historial de nuestra conversación había sido borrado y remplazado por “Rob terminó la conversación”.
Tomé con torpeza mi teléfono y le escribí las primeras palabras que me llegaron a la cabeza: “Eso fue muy duro”.
“Lo siento”, respondió.
No volvimos a hablar.
¿Lloré? No. ¿Dolió? Sí.
Mis perfiles para las aplicaciones de citas tienen fotografías elegidas con cuidado. La primera y la segunda tan solo muestran mi rostro. Eso vale mucho en el mundo de las aplicaciones de citas. Mi tercera es más audaz: salgo hincada. Un observador atento notará la prótesis. Mi cuarta fotografía no deja lugar a dudas: estoy de pie y exhibo toda la prótesis.
Nunca sé cuántas fotografías ha visto un hombre antes de conectar conmigo y que comencemos a conversar. He escuchado que, después de que un hombre acepta una conexión, algunos se toman el tiempo de ver todas las fotografías de una mujer. Tal vez eso explica por qué conecto con hombres que nunca empiezan conversaciones o me borran en minutos.
Desde joven, supe que, al tener una amputación, mi grupo de candidatos para citas sería más pequeño. En la universidad, disfrutaba salir a bailar todos los fines de semana con mis amigos. A menudo, algún chico empezaba la conversación en una pista de baile oscura y llena de gente, y a veces me invitaba un trago. Luego subíamos unas escaleras a una habitación con más iluminación para hablar, donde él me echaba un vistazo, me veía las piernas debajo de la falda y encontraba una excusa para alejarse.
Un tipo que no se alejó me contó después que un amigo mutuo le había avisado antes de presentarnos: “Pero sabes que tiene solo una pierna, ¿no?”.
Nadie me invitó para que fuera su cita en las fiestas de las fraternidades. No podía usar tacones para salir debido al ajuste de mi tobillo prostético. Además, tenía que fijarme qué bebía para subir y bajar con seguridad las escaleras en las fiestas caseras. Debía tenerlo todo planeado en la cabeza, todas las veces.
No tengo un plan para explicar en las aplicaciones de citas cómo perdí la pierna. De hecho, lo último que les quiero decir a los hombres en una aplicación de citas es cómo perdí la pierna. Les digo: “Tuve cáncer de hueso de niña”. No digo mucho.
Me incomodan las respuestas: “Ay, no”, “Lo siento”, “Seguro eres muy fuerte”.
En las aplicaciones de citas, no quiero que consideren que tengo ese tipo de fuerza. No quiero hablar sobre quimioterapia; de verdad tengo que estar de ánimo para hablar de eso. En las aplicaciones, solo quiero saber si podemos salir a cenar o a tomar un trago el viernes por la noche.
Cuando pienso en Rob, sé que esquivé una bala, pero también me pregunto qué habría pasado si nos hubiéramos visto, si no hubiera mencionado mi pierna. Mis amigos me dicen de inmediato que no era para mí y tienen razón. Sin embargo, ¿habría surgido algo bueno de habernos visto? Tal vez.
Dudo que Rob haya salido antes con una persona amputada. Supongo que los hombres que no han conocido personas con amputaciones tienen sus opiniones en torno a lo que implica salir con una. Muchos tienen ideas preconcebidas sobre las mujeres que lucen como yo: nos ven como amigas potenciales, pero no como novias potenciales.
Si no hubiera mencionado la pierna, Rob y yo nos habríamos visto para cenar. Al llegar, tal vez se habría sorprendido con mi cojera, mientras notaba mi prótesis. Tal vez tampoco le habría gustado. Pero no le habría quedado de otra más que hablar conmigo, involucrarse conmigo, al menos un momento, como una persona de verdad. Y habría esperado que a partir de esa noche, siempre que Rob viera a otra mujer con una amputación, ya no pudiera escapar hacia las ideas equivocadas y sin fundamentos ni a las generalizaciones sobre quiénes somos.
Le habría tenido que poner un rostro a esa idea. Tal vez me habría recordado y pensado en la noche que nos conocimos y tal vez habría llegado a pensar lo poco que importó en aquel entonces. Aunque no hubiera pasado nada conmigo después, habría sido valioso que tan solo hubiera sido capaz de humanizar la abstracción. ¿Acaso el cambio no sucede una persona a la vez? Después de todo, en mi vida, ha habido muchos Robs.
Rob no sabe, y nunca sabrá, que como estudiante de Medicina camino dieciséis horas al día con una prótesis que baja desde arriba de la rodilla. No sabe que nado dos veces a la semana, que soy parte de un grupo de escalada adaptable en roca, que esquío en una pierna y salgo a bailar los fines de semana.
No sabe que soy orientadora para jóvenes con amputaciones en un campamento de verano o que planeo eventos educativos sobre las extremidades perdidas en todo el país. No sabe que no me molesta mostrar mi prótesis en público, que cuido mi cuerpo de manera proactiva y que viajo de forma independiente.
Desde ese episodio, no he mencionado mi pierna durante las conversaciones en las aplicaciones de citas. No me da la gana pegarme una señal de advertencia. No quiero invertir mi tiempo en pensar cómo hacer que otros hombres se sientan más cómodos al reunirse conmigo. No quiero hacer nada de eso.
Hace poco, recordé a un Rob distinto que conocí hace años, un banquero de inversiones. Salimos un tiempo. En nuestra segunda cita, nos sentamos a tomar un helado en Morgenstern’s. Me vio la pierna, lo volteé a ver y me dijo: “No tienes que contarme nada, si no quieres”.
Esa noche lo besé. Rob terminó todo unas semanas después porque, según él, me merecía algo mucho mejor: algo que suele decir, supongo, el tipo de hombre que intenta avanzar, pero a final de cuentas no puede.
Pero tenía razón. Me merecía, y me merezco, algo mejor.
Sin embargo, esa noche me viene a la mente con agrado por el recordatorio: a nadie le debo mi historia. Siempre será su responsabilidad, no la mía, sentirse cómodo con mi cuerpo. ¿Y cuando se trate de abrir el corazón más allá de sus miedos y prejuicios? Esa, también, es su responsabilidad.
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