Marwa Khaled sabe que el agua contaminada ha hecho que su hijo enfermara de cólera, y, sin embargo, ella la sigue bebiendo ya que en la empobrecida localidad del norte de Líbano donde reside, la mayoría de habitantes no tienen acceso al agua potable.
“Todo el mundo va a contraer el cólera”, declara fatalista esta mujer, que acompaña a su hijo de 16 años en el hospital de campaña de Bebnine, que abrió sus puertas a finales de octubre.
El cólera fue detectado en Líbano a principios de octubre, el primer caso casi vez en casi 30 años, en un momento en que el país vive una crisis económica sin precedentes y sufre con una infraestructura antigua y deficiente.
El lunes, la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió que la epidemia se propaga rápidamente en Líbano, donde ya han muerto 18 personas y hay unos 400 casos registrados.
Como muchos de los habitantes de esta localidad superpoblada, Marwa Khaled, de 35 años, y sus seis hijos beben agua contaminada ya que no pueden comprar agua embotellada. “La gente sabe, pero no tienen elección”, dice.
“Cinco miembros de la familia, yo incluida, nos hemos contagiado. Incluso tras recibir tratamiento, vamos a enfermar de nuevo bebiendo la misma agua", declara Rana Ajaj, una mujer de 43 años de rostro demacrado que cuida a sus dos hijos enfermos en el mismo hospital.
El mayor, de 17 años, está siendo hidratado de forma intravenosa y la pequeña, que sufre la enfermedad por segunda vez, tiene oscuras ojeras bajo los ojos.
Separado de ellas por cortinas, Malek Hamad, de unos 10 años, lleva dos semanas enfermo y ha perdido quince kilos. A su madre le aterroriza que sus otros 10 hijos se hayan contagiado.
Agua contaminada
Más de un cuarto de los casos registrados en Líbano se concentran en el pueblo de Bebnine, donde abundan las familias numerosas viviendo en la pobreza.
Según Nahed Saadeddine, directora del hospital de campaña, situado a unos 20 kilómetros de la frontera con Siria, cada día llegan unos 450 pacientes. La localidad tiene 80.000 habitantes y una cuarta parte son refugiados sirios.
El primer contagio se registró en la zona del cercano campo de refugiados de Rihaniyye, después de que surgieran casos en Siria. La mayoría de los habitantes se ven obligados a comprar agua bombeada por camiones cisterna de pozos, que a veces también están contaminados.
El pueblo está atravesado por un afluente del río Nahr el Bared, contaminado con cólera según Saadeddine.
El agua “irriga todas las tierras agrícolas e incluso contamina pozos y fuentes de agua” de Bebnine, lamenta.
“Cloacas, pañales, desechos”
El cólera, cuya propagación se ve facilitada por la ausencia de sistemas de alcantarillado o de agua limpia, se puede tratar fácilmente. Pero también puede matar en cuestión de horas si el paciente no tiene acceso a tratamiento, según la OMS.
Para combatirlo, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) ha distribuido cloro soluble a una parte de los residentes.
“El coronavirus no me dio tanto miedo como el cólera”, dice Sabira Ali, supervisora escolar de 44 años que perdió a dos familiares a causa de esta última enfermedad en octubre.
La directora del hospital de campaña de Bebnine considera que, para atajar propagación, “hay que cambiar las infraestructuras, mejorar los pozos y las fuentes de agua”. “Queremos una solución a largo plazo, de lo contrario sufriremos más desastres”, advierte Saadeddine.
“El agua de las alcantarillas, los pañales, los desechos (...) todo desemboca en el río. ¡Es repugnante! ¿Qué está haciendo el municipio?”, se enciende Jamal al Sabsabi, de 25 años, señalando el agua negruzca que fluye a pocos metros de su casa. “¡Por supuesto que la enfermedad se propagará!”, agrega.
Jonathan Sawaya para AFP
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