Las poblaciones indígenas y afrodescendientes, las más afectadas por la crisis climática y la inseguridad alimentaria, tienen en sus conocimientos ancestrales las soluciones contra estos flagelos que azotan la región, en particular al corredor seco, con hambrunas y desastres.
Esa sabiduría ayuda a estas comunidades a prever desastres, sequías, lluvias, o incluso si es un buen momento para los cultivos o la siembra, dijo en una entrevista a EFE la española Lola Castro, directora regional del Programa Mundial de Alimentos (PMA).
Y todo ello mediante bioindicadores como el vuelo repentino de las termitas o el aullido de un zorro andino.
Castro indicó que para el organismo de Naciones Unidas es “muy importante” trabajar con los países de la región en soluciones a la crisis climática y la inseguridad alimentaria con el financiamiento climático, entre otras iniciativas, pero también con las poblaciones indígenas y afrodescendientes.
“Porque son poblaciones que están más afectadas por la crisis climática, pero también son las que tienen las soluciones, tienen soluciones ancestrales, tanto productos (como) comidas ancestrales que son resilientes a la sequía o a inundaciones”, indicó.
Disponen de lo que se llaman bioindicadores en la naturaleza que les anuncia o predice la variabilidad del clima: las termitas que si levantan vuelo va a llover, o si el zorro andino aúlla es el momento de plantar.
Todos esos bioindicadores mezclados con las nuevas tecnologías de predicción de clima, apunta Castro, ayudan a las poblaciones a poder plantar o cosechar o cambiar algunas prácticas. “Eso lo estamos trabajando y es interesantísimo”.
En cuanto a los cultivos, hay uno “mundialmente conocido”, que es la quinoa, un producto del Altiplano andino bastante resistente y del que antes no se sabía nada, pero que se tornó popular por ser una cosecha que sobrevive a los “efectos duros del clima”.
“Y todos comemos nuestro bol de quinoa. Entonces ahí están las soluciones: las comidas ancestrales que se vuelven a la mesa, no solamente para la región, sino a nivel global. Es muy interesante, y hay cientos de estos productos ancestrales”, aseveró.
El corredor seco
El corredor seco, en el que viven más de 11 millones de personas y que se extiende desde el estado de Chiapas, en México, hasta Panamá, es una de las zonas consideradas como de las más afectadas del mundo por la crisis climática y por las secuelas consiguientes que impactan en la producción alimentaria.
Al respecto, el Programa Mundial de Alimentos estima y observa con preocupación la posibilidad de un incremento de afectados, con “7 millones de personas en inseguridad alimentaria” en Centroamérica, dijo Castro.
“Vamos a tener un aumento de 1,6 millones más debido a la sequía de El Niño, lo que es bastante preocupante y lo estamos ya viendo (...) problemas de desnutrición en algunos lugares”, alertó.
Destacó igualmente el caso de Honduras con “140 municipalidades que no tuvieron adecuada lluvia en la época de plantación, (...) vemos Guatemala, vemos en El Salvador, Nicaragua, todos los países están realmente afectados”.
“Qué estamos haciendo: trabajando con las cooperativas, grupos de mujeres, de campesinos y campesinas, para asegurar que tienen la posibilidad de continuar produciendo, pero también que tienen acceso a los mercados”, indicó.
De hecho, añadió, se ha tenido bastante éxito aconsejándoles con pequeñas estaciones climáticas que les dicen si la humedad del suelo es suficiente o no para los cultivos, mientras el PMA trata de hacer “más y más compras locales, asegurando que los sistemas alimentarios locales están reforzados”.
“Porque lo que vimos en otros momentos con el covid es que los sistemas alimentarios se rompen rápidamente con cualquier choque, y este de la sequía en Centroamérica es un gran choque”, sostuvo.
Otras acciones
El Programa Mundial de Alimentos trabaja con las comunidades que son vulnerables a la inseguridad alimentaria en Centroamérica, al reforzar su capacidad de resiliencia a la crisis climática mediante acciones e iniciativas innovadoras como el financiamiento y los microseguros y macroseguros de riesgo climático, entre otras.
Un ejemplo, de acuerdo con Castro, son las gestiones dirigidas a garantizar la seguridad alimentaria en tiempos de crisis climática.
Es el caso de “acciones anticipadas” de preparación y respuesta a desastres que ayudan a las comunidades a estar alertas y prevenidas de antemano, y tengan una “transferencia monetaria” o “alimentaria” del Gobierno y el PMA “para estar listos cuando llegue el choque, no después”.
“Hemos hablado mucho de las pérdidas y daños y de cómo conseguir un financiamiento climático más sostenible que asegure proyectos que mejoren o mantengan los enormes biosistemas y la biodiversidad de nuestra región, que eviten o mitiguen los efectos de la crisis climática”, afirmó.
En concreto, dijo, ya “se sabe que si se actúa antes cuesta un dólar y si se actúa después cuesta 6 dólares, por poner un ejemplo, pero (sí) cuesta 6 veces más actuar muy tarde que actuar antes en todas estas cuestiones de crisis climática”.
Fabio Agrana / EFE
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