Por The New York Times | David Leonhardt
Hasta ahora, gran parte del debate se ha enfocado en los mandatos de uso de cubrebocas. Algunas escuelas en Filadelfia; Providence, Rhode Island; Berkeley, California; y Brookline, Massachusetts, han vuelto a imponerlo, al igual que varias universidades. En otros lugares, algunas personas están frustradas porque los funcionarios, incluyendo el alcalde de la ciudad de Nueva York, Eric Adams, no lo han hecho.
Los críticos han acusado a estos líderes de falta de valor político, diciendo que están cediendo ante la fatiga de COVID en lugar de imponer las medidas de salud pública necesarias. Sin embargo, creo que la crítica malinterpreta tanto la historia de la salud pública como la evidencia científica reciente sobre la obligatoriedad del uso de cubrebocas.
La evidencia sugiere que los mandatos generalizados de uso de cubrebocas no han hecho mucho para reducir la cantidad de casos de COVID-19 en los últimos dos años. Hoy, los mandatos de uso de cubrebocas quizá ayudan menos que en el pasado, dado el nivel de contagio de las versiones actuales del virus. Además, las campañas de salud pública exitosas rara vez comportan una lucha divisiva sobre una medida que probablemente no hará una gran diferencia.
La evidencia
Desde el comienzo de la pandemia, ha habido una paradoja en torno a los cubrebocas. Como dijo Shira Doron, epidemióloga del Centro Médico Tufts, “a la vez es cierto que los cubrebocas funcionan y que los mandatos de uso de cubrebocas no”.
Para empezar con la primera mitad de la paradoja: los cubrebocas reducen la propagación del coronavirus al impedir que las partículas del virus se desplacen desde la nariz o la boca de una persona al aire e infecten a otra. Los estudios de laboratorio han demostrado ese efecto en repetidas ocasiones.
Por eso, se podría pensar que las comunidades en las que el uso de cubrebocas ha sido más habitual habrían tenido muchas menos infecciones por COVID. Pero no ha sido así.
En las ciudades estadounidenses en las que el uso de cubrebocas ha sido más común, la COVID-19 se ha propagado a un ritmo similar al de las ciudades que no los usan. La obligación de utilizar cubrebocas en las escuelas tampoco parece haber contribuido a reducir la propagación. A pesar del uso casi universal de cubrebocas en Hong Kong, ahí hace poco sufrieron uno de los peores brotes de COVID en el mundo.
Los defensores de los mandatos a veces argumentan que tienen un gran efecto, aunque no sea evidente en los datos que abarcan a toda la población, debido a que hay muchos otros factores en juego. Pero este argumento parece poco convincente.
Al fin y al cabo, el efecto de las vacunas sobre las enfermedades graves es muy evidente en los datos geográficos: los lugares con tasas de vacunación más altas han sufrido muchas menos muertes por COVID. Los patrones son claros a pesar de que el mundo es un lugar desordenado, con muchos factores, además de las vacunas, que influyen en las tasas de letalidad por COVID.
Sin embargo, cuando se observan los datos del uso de cubrebocas, tanto antes como después de que las vacunas estuvieran disponibles, así como en Estados Unidos y en el extranjero, es difícil ver algún patrón.
Casi el 30 por ciento
La idea de que los cubrebocas funcionan mejor que los mandatos para usarlos parece desafiar la lógica, pues se invierte una noción relacionada con los escritos de Aristóteles: que el todo debe ser mayor que la suma de las partes, no menor.
La principal explicación parece ser que las excepciones a menudo acaban importando más que la regla. El coronavirus es tan contagioso que puede propagarse durante breves momentos cuando las personas se quitan los cubrebocas, incluso cuando hay un mandato en vigor.
Los pasajeros de avión se quitan los cubrebocas para tomar un trago. Los comensales en los restaurantes se quitan el cubrebocas en cuanto entran por la puerta. Los niños en las escuelas dejan que sus cubrebocas se caigan de sus rostros. Los adultos también: una investigación de la Universidad de Minnesota sugiere que entre el 25 y el 30 por ciento de los estadounidenses usan el cubrebocas de manera sistemática por debajo de la nariz.
“Aunque los cubrebocas funcionan, lograr que millones de personas los usen, y los porten de manera constante y adecuada, es un reto mucho mayor”, escribió Steven Salzberg, bioestadístico de la Universidad Johns Hopkins. Parte del problema, según Salzberg, es que las mascarillas más eficaces también suelen ser menos cómodas. Cubren una mayor parte de la cara de la persona, se ajustan más y restringen el flujo de más partículas de aire.
Durante una crisis aguda —como los primeros meses de la pandemia, cuando los cubrebocas eran una de las pocas formas de protección disponibles—, las directrices estrictas a veces son sensatas. Los funcionarios de salud pública pueden instar a la gente a usar cubrebocas ajustados de alta calidad y a no quitárselos casi nunca en público. Si el mandato tiene un beneficio incluso modesto, quizá valga la pena.
No obstante, esa estrategia no se puede sostener durante años. Los cubrebocas dificultan la comunicación, empañan los anteojos y pueden ser incómodos. Hay una razón por la que los niños y los pasajeros de las aerolíneas han estallado en aplausos cuando les dicen que pueden quitarse los cubrebocas.
En la etapa actual de la pandemia, hay medidas menos divisivas que son más eficaces que el uso obligatorio de cubrebocas. Las vacunas de refuerzo están ampliamente disponibles. Un medicamento que puede proteger aún más a los inmunodeprimidos, conocido como Evusheld, está cada vez más disponible. También lo están los tratamientos posinfección, como el Paxlovid, que hacen que los casos de COVID sean menos graves. (En el caso de los niños pequeños, quienes aún no pueden vacunarse, la COVID es leve en la mayoría de los casos, con una gravedad similar a la de la gripe). Seguir ampliando el acceso a estos tratamientos puede hacer más para reducir las hospitalizaciones y las muertes que cualquier norma de uso de cubrebocas.
“La gente tiene los medios para protegerse”, afirmó Robert Wachter, director del departamento de medicina de la Universidad de California en San Francisco. Wachter añadió que, a falta de un aumento mucho mayor de hospitalizaciones por COVID, los argumentos a favor de la obligatoriedad de las mascarillas son menos convincentes que antes.
Aaron Carroll, director de salud de la Universidad de Indiana, escribió hace poco para la sección de Opinión de The New York Times: “En lugar de seguir discutiendo sobre cosas que se han politizado sin remedio, como los mandatos de uso de cubrebocas, convendría que los responsables de la salud pública se concentraran en esfuerzos que podrían marcar una diferencia mucho mayor”.
Los datos disponibles también sugieren que más de la mitad de los estadounidenses han tenido COVID en los últimos seis meses, por lo que es poco probable que muchos de ellos vuelvan a contraerlo ahora.
Como Jennifer Nuzzo, epidemióloga de la Universidad Brown, le dijo a Vox: “Muchas de las personas que no usan cubrebocas ya han tenido COVID, entonces piensan: ‘Ya me vacunaron, ya me contagié, ¿cuánto tiempo más quieren que haga esto?’. Y es un poco difícil decir: ‘No, debes seguir usándolo’”.
El uso unidireccional del cubrebocas
Es probable que el país nunca llegue a un consenso sobre los cubrebocas. Se han convertido en otra fuente de polarización política. Es más probable que los demócratas usen cubrebocas que los republicanos, y es más probable que los demócratas que se identifican como “muy liberales” apoyen los mandatos.
Afortunadamente, la evidencia científica apunta a un consenso razonable. Debido a que los cubrebocas funcionan y los mandatos a menudo no, las personas pueden tomar sus propias decisiones. Cualquiera que quiera usar un cubrebocas ajustado y de alta calidad puede hacerlo y será menos probable que contraiga COVID.
En todo caso, ese método, el uso unidireccional del cubrebocas, coincide con lo que han hecho los hospitales durante mucho tiempo, aseguró Doron de Tufts Medical Center. Los pacientes, incluyendo a quienes padecen enfermedades infecciosas, no suelen usar cubrebocas, pero los médicos y las enfermeras sí.
“El uso unidireccional de cubrebocas es lo que siempre hemos practicado”, escribió.
El mismo sistema puede funcionar para la COVID fuera de los hospitales. Wachter, por ejemplo, cree que ya pasó la época de los mandatos, pero sigue usándolo en el supermercado, en las aulas, en los aviones y en otros lugares. Es razonable que cada persona tome una decisión diferente. Comparación de la tasa global de hospitalizaciones por COVID-19 con las hospitalizaciones en la Unidad de Cuidados Intensivos desde enero de 2022.
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