Alessia Ramos, de nueve años, toma delicadamente a Waffle, un hámster de angora entrenado como terapeuta para apoyarla en el tratamiento de su déficit de atención en un hospital público de Ciudad de México.
“Me ayuda a quitar mi ansiedad, a controlar mis emociones, a relajarme, a estar más concentrada”, dice la niña sonriente al concluir su sesión guiada por dos psicólogas.
Ocho perros y dos pericos australianos completan el equipo adiestrado para este programa del Centro Nacional de Salud Mental y Atención Paliativa del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (Issste), el único del sector público que utiliza animales en el tratamiento de enfermedades mentales.
La estrella es Harley, “El Tuerto”, un pug de cinco años que perdió el ojo derecho jugando con una puerta y saltó a la fama durante la pandemia de covid-19, agravante de las enfermedades mentales en el mundo.
“Se recuperó rápidamente y retomamos ese ejemplo de resiliencia ante la adversidad, es un perro que hace de todo, sin impedimentos”, dice la doctora Lucía Ledesma, jefa nacional del Servicio de Salud Mental del Issste.
“Mamá humana” de Harley, la especialista en neuropsicología es una de las precursoras de esta iniciativa surgida en 2016 para atender inicialmente a niños con cáncer.
Las terapias de este tipo se practican en otros países y datan de los años 1970. “El contacto con los animales genera cambios neuropsicológicos contundentes que contribuyen a bajar estados de estrés, de ansiedad, además de beneficiar otros procesos cognitivos”, explica Ledesma.
Alivio en pandemia
En su momento estelar, Harley, con traje de protección, lentes y botitas, ingresaba a las áreas covid de hospitales para brindar momentos de esparcimiento al personal médico separado de sus familias y sometido a largas jornadas laborales.
“Fue la única intervención asistida con animales en el mundo dentro del área covid. Hubo perros en hospitales de otros países, pero nunca entraron a la zona covid. Hemos recibido reconocimientos internacionales”, asegura Ledesma.
La enfermera Silvia Hernández conoció a Harley durante la pandemia. “Llegó directo conmigo, como si me conociera, como si fuéramos los grandes amigos (...) nos dejó apapacharlo (acariciarlo), abrazarlo”, cuenta emocionada.
“El Tuerto” visitó casi a diario pabellones covid de 16 hospitales. “Pudimos ver cómo los compañeros podían emocionarse y sentir ese amor, ese gesto de Harley de liberarlos de la tensión. Hubo quienes lloraban”, recuerda.
La enfermera, que sigue terapia en la clínica, interactúa ahora con el pequeño Pulgoso, un can criollo de pelambre dorado que juguetea y desafía a otro “perro-terapeuta” llamado Oso, un enorme husky siberiano.
Olfato humanitario
Según un informe de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) difundido en junio, la pandemia agravó la crisis de salud mental en las Américas, al aumentar factores de riesgo como el desempleo, la inseguridad económica o el duelo.
En ese contexto, el Issste creó el programa de autocuidado y salud mental “Harley y sus amigos”, del cual hay incluso una historieta que se distribuye en escuelas públicas.
El objetivo es promover la salud mental, prevenir o detectar complicaciones e intervenir en problemáticas ya diagnosticadas, señala Ledesma.
Al momento de elegir un perro para entrenarlo en terapia, más que la raza lo importante es su temperamento, que transmita tranquilidad y acepte interactuar con humanos, agrega la especialista, quien bromea sobre el sueldo de Harley. “Sigue haciendo guardias y suplencias”.
La fama del pug, de aspecto solemne, llegó a tal punto que firmas de croquetas y accesorios caninos le ofrecieron sus productos gratis y hasta explotar comercialmente su figura.
“Harley, en esa personalidad perruna que es incomprable, rechazó todas las ofertas. Les dijo: ‘Mi trabajo es totalmente humanitario’. Perdió su oportunidad de hacerse rico, ahora se arrepiente”, afirma Ledesma con humor, ante la mirada escrutadora del perro subido en un escritorio.
Sofia Miselem / AFP