Desmorrugando
La reciente información por parte del Ministerio de Salud Pública de que en poco tiempo una empresa comenzará a comercializar un producto derivado del cannabis con fines medicinales, representa un cambio interesantísimo en la política del gobierno en una dirección adecuada.
En efecto, el presidente había dicho antes que no se iría por ese camino, pero por suerte los técnicos del Ministerio han decidido, en una situación de disenso interno, hacer primar los criterios científicos. Tabaré Vázquez sugirió que la información sobre los beneficios de estos derivados es "voluntarista", pero esto no es así, ya que la casuística es más que significativa, como dijo la viceministra de Salud, la doctora Cristina Lustemberg.
Ayer, en El Observador sale la noticia de que la Justicia está indagando la venta del producto llamado "el aceite del Pepe" que se vende como medicinal y que, obviamente, no tiene registros ni permisos.
El tema no es sencillo, y tiene, al menos, tres aspectos fundamentales: el científico, el económico y el simbólico.
Primera seca: lo simbólico
Hay un aspecto real en lo que dice el presidente en cuanto a que hay voluntarismo en muchas cosas de lo que se promociona en "Dr. Google" acerca del uso medicinal del cannabis, pero el problema es que en situaciones de gravedad en las que un paciente no tiene soluciones por parte de la farmacología tradicional, como en la epilepsia refractaria en niños, la fibromialgia o la poliartritis, la familia va a tender a creer en cualquier promesa que se le haga de brindarle alivio al ser querido. Y los mercaderes inescrupulosos se van a lanzar a explotar esa tendencia.
Por otro lado, décadas de tener a la marihuana en la clandestinidad le ha dado a su consumo una connotación de desafío que hace que, en épocas de orates que niegan los beneficios de las vacunas o que dicen que "inoculan" cáncer a los presidentes, hace que tenga un aura rebelde que estimula su búsqueda. Lo peor de este punto es que se actúa de forma irracional, se lo consume sin indicación médica y por razones equivocadas, es falaz asumir que si el sistema no lo aprueba es bueno solo por eso, y, francamente, peligroso.
Por otro lado, que el sistema no lo permita no es lo mismo a que lo prohíba; el hecho de que se haya anunciado un próximo lanzamiento es la prueba de que se está tratando el tema con prudencia y criterio profesional. No debe ser permitido el consumo de aceite canábico preparado en una cocina sin conocimientos profesionales ni precauciones tales como la realización de estandarizaciones y controles de calidad. Lo artesanal en lo gastronómico tiene justa fama por lo que representa, pero es peligroso extender esa imagen a los medicamentos: éstos deben consumirse por su probada eficacia y no por una mera connotación simbólica.
Segunda seca: lo científico.
Ya mencionamos la necesidad de mantenerse dentro de parámetros rigurosos en lo farmacotécnico, ya que de otra manera no hay forma de establecer una casuística. Tomemos el caso del uso para el tratamiento del dolor.
El compuesto activo parece ser el cannabidiol, y la forma más segura de administrarlo es purificarlo y vehiculizarlo en un medicamento, sea gotas, comprimidos, cápsulas o inclusive como inyectable. Sin embargo, el aceite tiene el aura de ser algo como la panacea que lo cura todo, y esto es tan infantil como imposible.
En particular porque la dosificación de cannabidiol, tetrahidrocannabinol y otros activos varía mucho en las diferentes variedades y sin saber cuál se utilizó para extraer el aceite (el método más común casero es utilizar hexano para retirar las ceras y alcohol para extraer y luego evaporarlo, lo que hace que "natural" sea un concepto laxo) no hay forma de titular la concentración de activo y determinar la dosis. No es cuantitativo, pero es fácil asumir que una variedad que tenga diez veces más activos que otra dará un aceite mucho más potente, por lo que "una gota" no significa nada en estos productos, salvo un peligro si, por ejemplo, se le dosifican gotas a un niño pequeño con epilepsia refractaria. Un gran peligro.
Por otro lado, la investigación científica rigurosa sobre los efectos del cannabis medicinal aún no ha sido extensiva, ya que, contracara de su carisma simbólico, en la comunidad era mal vista y conseguir fondos para dicha investigación era de difícil a imposible, aunque esto ya ha cambiado y sí hay bastante bibliografía seria disponible, la que BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA puede ser cotejada con las pseudoverdades no corroboradas ni verificables que pululan por ahí. Si el producto es bueno, como regla general, no hace falta mentir para defenderlo, pero ése es el aporte insustituible y no negociable de la ciencia. La marihuana medicinal no es "ganja". La fe no tiene nada que hacer en este punto.
La verdadera eficacia se sabrá cuando se acumule evidencia procedente de estudios clínicos y "doble ciego", y lo más probable es que en efecto se ratifique, pero afirmar algo sin esa investigación, es vender humo.
Tercera seca: lo económico
Este es el punto más importante, ya que, por un lado, el multibillonario negocio del narcotráfico (y la banca que lo maneja) no tiene ningún interés de perder sus utilidades, que están más ligadas a los privilegios de la ilegalidad que a la comercialización de un producto. Desde el fracaso de la ley seca en USA quedó claro que el prohibicionismo no funciona, pero la represión a las drogas de consumo social pervivió y ha creado dos monstruos: las organizaciones criminales que se dedican a comercializarlas y las drogas de pésima calidad que consumen los pobres.
En efecto, antes del 2000 la cocaína se fabricaba en la selva, cerca de las plantaciones, pero una estrategia de privarlos de suministros precursores (reactivos químicos necesarios para la síntesis) motivó que se trasladara la fabricación a ciudades, con el efecto no previsto de que un subproducto que se desechaba pasó a ser valorizado y vendido a bajo costo pese a su ínfima calidad y pureza y su alto potencial dañino. Se lo conoce como pasta base, y lo sufrimos gracias a las consecuencias no previstas del prohibicionismo.
Tomando el control por parte del estado, no solamente se resuelve el problema de los productos dañinos por su impureza, sino que se abre una oportunidad: crear medicamentos que generan riqueza, patentes y tecnología y así se dispone de recursos para destinar a lo único que puede combatir el consumo abusivo de drogas, como dijera un filósofo contemporáneo del subdesarrollo: "educación, educación y más educación".
La punta
En suma, posibilidad de generar nuevas terapéuticas, riqueza e industria en el país parece un premio más que apetecible para seguir por esta vía.
Control estatal, calidad asegurada y contención social son una mezcla más razonable que la alternativa de productos sin controlar, mercado irregular y población desprotegida.
De momento, será cuestión de esperar unos meses y ver.
Por Bernardo Borkenztain
Twitter: @berbork
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