Por The New York Times | Natalie Kitroeff
Vaccination and Immunization Mexico City (Mexico) Mexico Lopez Obrador, Andres Manuel Quarantine (Life and Culture) Coronavirus (2019-nCoV) Wrestling Dancing Elderly Yoga Muchas personas mayores en Ciudad de México llegaban “con miedo” a los centros de vacunación, preocupadas de que el pinchazo les hiciera daño, dijo un funcionario. “Quisimos distraerlos”. Y entraron en escena las bandas de música y los luchadores enmascarados.
CIUDAD DE MÉXICO — Alguien con un disfraz de Charlie Brown saluda frenéticamente. Una persona vestida de mono finge tomar fotos con una cámara de peluche. Un hombre mayor que acaba de recibir su segunda inyección de la vacuna de Pfizer toma un micrófono y comienza a cantar muy fuerte.
“Tengo 78 años, pero todos me dicen que parezco de 75 y medio”, decía el hombre alegremente, una apreciación proyectada en su aparente fuerza pulmonar, mientras entonaba con pasión una canción ranchera.
En un intento por mejorar el servicio al cliente, los centros de vacunación de la capital de México ofrecen ahora, además de los pinchazos, una serie de opciones de entretenimiento como bailes, yoga, actuaciones de ópera en directo y la posibilidad de ver a grandes luchadores de lucha libre con el torso desnudo haciendo el limbo.
El objetivo es lograr que el proceso sea lo más atractivo posible, dijo una mujer que dirigía un espectáculo de canto y baile para las personas que esperaban una inyección en una plaza militar de Ciudad de México, en un miércoles reciente.
“¡Esas manitos arriba!”, gritaba esporádicamente a las personas mayores a su cargo.
“Solo lo hago para mantenerme en movimiento”, dijo Flora Goldberg, de 86 años, quien levantaba obedientemente los brazos hacia arriba y hacia abajo con la música después de recibir una inyección.
El esfuerzo es aún más importante debido al alarmante resurgimiento del virus en América Latina y los esfuerzos tropezados de vacunación en muchos de sus países. Las preocupaciones se han agravado recientemente por la rápida propagación de una variante del virus descubierta por primera vez en Brasil.
En el centro de vacunación de Ciudad de México, mujeres con camisas blancas guiaban a la multitud en varias posturas de yoga que podían hacerse en silla de ruedas. Había hombres haciendo trucos con un número asombroso de balones de fútbol. Un cantante profesional de ópera felicitó a todos los presentes.
“Qué hermoso día para México”, dijo, entre considerables aplausos. “Estoy aquí toda la semana”.
La pandemia no ha tratado bien a México. Se trata del país con el tercer mayor número de muertes por coronavirus en todo el mundo, donde el gobierno se resiste a imponer confinamientos estrictos, por temor a los daños a la economía, y que no ha realizado pruebas generalizadas, argumentando que es un desperdicio de dinero.
Muchos creen que la única salida a esta pesadilla es la vacunación masiva, pero la campaña avanza lentamente. Sin embargo, desde mediados de abril el ritmo se ha acelerado a nivel nacional —y después de algunos desórdenes al principio— la capital del país ha mejorado la eficiencia de sus procesos de vacunación.
“Nos dimos cuenta rápidamente que no, que con la estrategia habíamos pensado no íbamos a poder atender a los adultos mayores con el nivel de calidad y servicio que ellos merecían”, dijo Eduardo Clark, quien ayuda a coordinar el programa de vacunación de la ciudad.
Al principio, la capital vacunaba a la gente en docenas de escuelas y clínicas de la ciudad. Sin funcionarios de alto nivel a cargo de esos sitios, las escenas a menudo se volvieron caóticas. Las personas mayores esperaban durante cinco horas para ser vacunadas, bajo el sol, a los lados de las calles más transitadas, dijo Clark.
Así que el gobierno consolidó todas las vacunaciones en algunos sitios grandes y, pronto, las personas que los dirigían comenzaron a competir para ver quién podía hacer la experiencia más memorable.
Clark insiste en que la ciudad no trataba de hacer que su campaña de vacunación se convirtiera en un fenómeno viral. No diría que es publicidad”, dijo. Pero cuando las redes sociales mexicanas empezaron a inundarse de videos de personas mayores bailando tras vacunarse, “nos causó mucho orgullo”, dijo. “A mí casi me saca lagrimitas”.
Es difícil decir si el espectáculo está aumentando la asistencia, pero los que llegan a vacunarse se sienten, al menos en cierta medida, reconfortados por toda la actividad, dijo Beatriz Esquivel, quien coordina los centros de vacunación en nombre de la ciudad.
A la gente mayor le preocupaba que la vacuna los matara, o los enfermara, o que el gobierno les inyectara aire.
“La gente al ingresar llegaba con un estado de mucho estrés y con miedo, porque creían que con la vacunación les iba a pasar algo grave”, dijo. “Quisimos relajarlos y distraerlos también”.
Goldberg, la bailarina reticente, dijo que el proceso de vacunación había sido ordenado y eficiente, a diferencia de su evaluación de todo lo demás que el gobierno había hecho durante la pandemia.
“Es gracias a ese hombre, mejor que no diga su nombre, que dijo que no a las mascarillas”, comentó. No especificó si se refería al presidente Andrés Manuel López Obrador, o a su zar del coronavirus, Hugo López-Gatell, ambos con una relación intermitente con el uso de mascarillas.
“Podríamos haber evitado miles y miles de muertes si desde el principio se lo hubieran tomado en serio”, dijo en voz baja, antes de que un trabajador municipal la sacara en silla de ruedas de la sección de observación.
A media hora de ahí, en el estadio que albergó los Juegos Olímpicos de 1968, María Silva, quien acababa de recibir su segunda dosis de AstraZeneca, bailaba con cinco luchadores de lucha libre con máscaras de colores, llamados Gravedad, Bandido, Guerrero Olímpico, Hijo del Pirata Morgan y Ciclón Ramírez Jr.
“Es un ratito de alegría”, gritó Silva para hacerse escuchar a pesar del sonido de la banda que tocaba en directo a unos metros de distancia, asintiendo al ritmo. “Reanima lo que uno tiene adentro”.
Con las arenas de lucha libre cerradas por la pandemia, el gobierno ha dado un uso creativo a los enmascarados de la lucha libre, alistándolos para que hagan cumplir el uso de las mascarillas simulando que abordan a la gente y ahora con esto.
“Me gusta el hecho de que estén cooperando, solidarios con la gente”, dijo Francisca Rodríguez, mientras la silla de ruedas de su marido era momentáneamente requisada por un sudoroso Ciclón Ramírez Jr.
Rodríguez dijo que López Obrador, había hecho un trabajo “excelente” en la gestión de la pandemia, aunque reconoció que el presidente había recibido muchas críticas por negarse a vacunar a algunos trabajadores de los hospitales privados, quienes dicen que se les hace esperar más tiempo que los de los hospitales públicos.
“Hay una guerra mediática contra el presidente López Obrador en este momento”, dijo, enfáticamente. “Hasta los periódicos de Estados Unidos están atacando al presidente”.
A medida que la gente se vacunaba y entraba en la zona donde se les observaría para detectar reacciones secundarias, los enmascarados de la lucha libre estallaron en un cántico de “¡sí se pudo!”.
“Mis hijos me van a preguntar cómo era, entonces les voy a llevar evidencias”, dijo Luis González, de 68 años, quien grababa la actuación con el celular.
Cuando la esposa de González contrajo el coronavirus hace cuatro meses, él se sentó a su lado, abanicándola con un trozo de cartón para intentar que tuviera más aire para respirar. Tras 38 años de matrimonio, la vio morir en su casa, a la espera de una ambulancia.
González se sentó en la primera fila mucho después de haber pasado su periodo de observación, solo, viendo bailar a los luchadores.
“Se siente el vacío, más por las noches”, dijo. “Durante los días, es más fácil distraerme”.
Alejandro Cegarra colaboró en este reportaje.