Por The New York Times | Oscar Schwartz
MELBOURNE, Australia— Con décadas de experiencia como fisioterapeuta e investigador clínico, Chris Maher sabe de primera mano lo difícil que puede ser tratar el dolor de espalda. Las causas de la afección suelen ser complejas o inciertas y los tratamientos pueden ser ineficaces e incluso perjudiciales.
Así que cuando se enteró de que un grupo de investigadores, entre ellos científicos de la Universidad de Harvard, afirmaban que se podía aliviar el dolor de espalda a través de la prescripción de placebos —píldoras sin ingrediente activo— le preocupó que las afirmaciones fueran exageradas. “Me sonaba a productos milagro”, dijo Maher.
Para Maher, profesor de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Sídney, este es solo un ejemplo de una tendencia preocupante en la medicina moderna. En los últimos años, un número cada vez mayor de investigadores ha argumentado que los placebos son efectivos no solo en ensayos farmacéuticos —su uso más común—, sino también en tratamientos clínicos, donde son prescritos para aliviar condiciones como el dolor y la fatiga crónicos, así como el asma y la depresión.
Cuando los nuevos medicamentos se someten a pruebas clínicas, a algunos participantes con un problema de salud se les administra el verdadero remedio mientras que a otros se les da un control inactivo, es decir, un placebo. Curiosamente, algunos de los que reciben el placebo afirman sentirse mejor por varias razones. A esto se le denomina efecto placebo.
Los investigadores han estado interesados durante mucho tiempo en el aparente potencial del fenómeno para tratar una variedad de dolencias. En diversos estudios, alegan que los placebos tienen efectos curativos notables, aunque no muy bien comprendidos, incluso cuando los pacientes son plenamente conscientes de que están tomando píldoras inertes. En diferentes encuestas, los médicos reportan un uso generalizado de placebos, en especial para pacientes con condiciones complejas sin un tratamiento claro.
Pero en un artículo reciente en el Medical Journal of Australia, Maher sostiene que la comunidad médica ha quedado embelesada con la idea de “consagrar los placebos como misteriosos y altamente efectivos”, incluso ante la poca evidencia de su eficacia en la atención clínica.
Gran parte de la investigación, dijo Maher, tiene fallas notables que inflan la fuerza y confiabilidad de los placebos como terapéuticos. Estos errores, alegó, corren el riesgo de afianzar aún más el uso clínico de placebos incluso ante la disponibilidad de tratamientos comprobados y de alentar a los empresarios que intentan sacar provecho de las ventas en línea de las píldoras placebo.
“La idea de que podemos usar placebos como panacea para una variedad de condiciones de salud es realmente problemática”, dijo. “Es malo para la ciencia y para los pacientes”.
Quizás la iniciativa más conocida para medir el poder de los placebos como un tratamiento clínico fue realizado por Henry Beecher, un anestesiólogo estadounidense pionero. En la década de 1950, condujo una serie de 15 ensayos y descubrió que el 35 por ciento de los 1082 pacientes con una variedad de afecciones experimentó alivio del dolor con los placebos.
En las décadas posteriores a los ensayos de Beecher, los investigadores indagaron sobre las causas de este efecto. Algunos propusieron que era predominantemente psicológico —una instancia en la que mente se impuso sobre el cuerpo— mientras que otros encontraron posibles orígenes biológicos. Los científicos descubrieron que la naloxona, un fármaco desarrollado para pacientes que sufren sobredosis de opiáceos, previene en parte los efectos del placebo, lo que sugiere que el alivio del dolor experimentado tras tomar un placebo podría producirse, en parte, con la activación de los receptores de opioides en el sistema nervioso central.
Para el momento en que Maher estaba completando su formación en fisioterapia en la década de 1980, los ensayos de Beecher ya estaban arraigados en el imaginario médico e incluso se filtraban en la cultura popular.
Maher recuerda un episodio de la serie televisiva “M*A*S*H” en el que los médicos llenan cápsulas con azúcar extraída de donas para dárselas a los soldados heridos cuando se les agota el suministro de morfina. “Como todo el mundo, simplemente acepté que eso podría en efecto funcionar”, dijo.
Su punto de vista cambió después de 2001, cuando dos investigadores daneses, Asbjorn Hrobjartsson y Peter C. Gotzsche, publicaron un artículo en el New England Journal of Medicine en el que argumentaron que los estudios médicos habían exagerado los efectos del placebo. Identificaron lo que afirmaron era una falla en los diseños de los estudios: muchos de ellos no compararon a los pacientes que habían recibido placebos con un grupo de control de pacientes sin placebos.
Los investigadores daneses alegaron que en esos estudios era imposible determinar si lo que funcionaba era el placebo o algo completamente diferente, como la curación natural. Cuando revisaron estudios que sí comparaban grupos de placebo con grupos sin tratamiento, descubrieron que el efecto placebo tendía a desaparecer.
El artículo impulsó un debate sobre el diseño de estudios en la investigación con placebos. Maher, que para entonces trabajaba en investigación clínica en la Universidad de Sídney, estaba inicialmente convencido de que los investigadores daneses habían cometido un error. Pero cuando él y uno de sus estudiantes replicaron el estudio, obtuvieron en esencia el mismo resultado.
Aún así, en los años siguientes, Maher siguió viendo investigaciones que describían los beneficios terapéuticos de los placebos para una variedad de condiciones: náusea, hipertensión, artritis reumatoide, incluso temblores de la enfermedad de Parkinson.
Gran parte de la investigación más extraordinaria proviene del Programa para Estudios de Placebo y Encuentros Terapéuticos de la Facultad de Medicina de Harvard, un instituto establecido en 2011. El director del programa, Ted Kaptchuk, ha publicado estudios y editoriales escritas sobre el potencial terapéutico de los placebos sin anonimato, aquellos descritos de manera honesta a los pacientes como inertes.
Para Maher, esto fue un llamado de alerta. Las instancias en la que los placebos podrían funcionar, dijo, se realizan a través del engaño, pues generan una expectativa de beneficio en la mente del paciente. Mientras revisaba la investigación, Maher descubrió que los beneficios reportados de los placebos sin anonimato eran a menudo productos del mismo error metodológico señalado por los investigadores daneses en 2001.
En un ensayo, un equipo de investigadores, incluido Kaptchuk, informó que un tratamiento de tres semanas de píldoras de placebo sin anonimato generó alivio del dolor de espalda durante los siguientes cinco años. Pero Maher señala en su editorial en el Medical Journal of Australia que los autores solo siguieron examinando a los pacientes que recibieron el placebo y no mantuvieron un grupo de control sin placebo, una debilidad que fue reconocida en el estudio.
En el tiempo transcurrido, alega Maher, la condición podría haber mejorado por sí sola o cambiado por diferentes razones. “En la ciencia no puedes descartar la mitad de los datos para satisfacer tu propósito”, dijo. “Es engañoso”.
Los estudios de placebo que incluyen un grupo de control adecuado se han vuelto más comunes en los años transcurridos desde el estudio danés, pero Maher sostiene que el problema de los estudios mal diseñados en la investigación con placebos sigue siendo frecuente.
Kaptchuk dijo que estaba de acuerdo con Maher en que los placebos nunca deben remplazar tratamientos más efectivos. “Un placebo nunca encogerá un tumor ni curará la malaria”, dijo. “Pero eso no significa que no puedan ser efectivos para muchos síntomas”. Danielle Ofri, médica de atención primaria del Hospital Bellevue en Nueva York, afirmó que en ocasiones recomendaba un multivitamínico —junto con cualquier medicamento requerido y otros cambios en el estilo de vida— a pacientes con casos complejos. No hay evidencia de que tales píldoras de vitaminas funcionen en un sentido fisiológico directo. Sin embargo, Ofri dijo que muchos pacientes que tomaron las píldoras recetadas por un médico atento reportaron sentirse más saludables y con mayor energía.
“Siempre que no sea engañosa o que recete el placebo en lugar de la medicación adecuada, creo que está bien fortalecer el optimismo del paciente dándole algo para que se sienta mejor”, dijo Ofri. Chris Maher, profesor de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Sídney, alega que la comunidad médica ha consagrado a los placebos como “misteriosos y altamente efectivos” en la atención clínica sobre la base de una investigación defectuosa. (Isabella Moore/The New York Times) Ted Kaptchuk y sus colegas están utilizando la neuroimagen para comprender mejor los efectos de los placebos. (Tony Luong/The New York Times)
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