La esclavitud sexual para Aisha era algo que sólo ocurría a otras en los reportajes televisivos. Pero, cuando se encontró en Libia, encerrada en una habitación tras huir de una vida difícil en Guinea, se dio cuenta de que había abandonado "una pesadilla para caer en el infierno".
Para muchos migrantes, Libia, que desde 2014 se ha convertido en un centro de partida hacia Europa, es sinónimo de crimen organizado y violencia, inclusive de tortura.
Pero para las mujeres, también hay peligros importantes como abuso sexual, violación o prostitución forzada, en un marco de absoluta impunidad.
Aisha se fugó de Guinea en 2019 tras sufrir cinco abortos espontáneos: para sus suegros y su vecindario, era estéril o una bruja. En realidad, la joven era diabética.
Desesperada por las calumnias y los problemas familiares, esta joven hotelera simplemente "quería desaparecer" de su país.
Se puso en contacto con un viejo amigo que había "triunfado" en Libia, quien le vendió el espejismo de un éxito similar y le adelantó dinero para reunirse con él.
"Ni siquiera pude ver el país: ni bien llegué, me encerraron, me convertí en una esclava", dice.
Encerrada en una habitación equipada con instalaciones sanitarias, fue obligada a mantener relaciones sexuales con clientes, sin percibir nada para ella, y solamente vio a su casera una vez que le dio comida "como si fuera un perro".
"Los hombres venían ebrios, prefiero no recordarlo", señala Aisha, temblando, "pensé que mi vida estaba por completo arruinada".
Luego de tres años de calvario, un libio acudió en su ayuda, amenazó a la mujer que la explotaba, le dio 300 dinares libios (55 euros, poco más de 65 dólares) y la subió en un autobús que iba hacia Túnez, donde ahora intenta reconstruir su vida aprendiendo informática.
Tratada de su diabetes, a fines de 2020 dio a luz una niña a una niña, Merveille.
Ahora sueña con Europa, pero no concibe volver a Libia: "inclusive a mi peor enemigo, nunca lo animaría a que vaya allí".
"Casi sistemático"
Hace dos años que reside en un albergue en Medenine (sur de Túnez), junto a otras mujeres migrantes. Muchas llegan desde Libia, ya sea después de haber huido franqueando la frontera terrestre o haber intentado sin éxito cruzar el Mediterráneo hacia Europa.
"Es raro que ellas no hayan sufrido violaciones o agresiones sexuales", señaló dijo Mongi Slim, dirigente de la Media Luna Roja local. "A algunas, que están protegidas por un hombre, les va mejor, pero para las solteras, es algo casi sistemático", añade.
Tal es así que, de acuerdo a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), a algunas "se les aconsejó antes de trasladarse (hacia Libia) que se inyectaran anticonceptivos eficaces por lo menos durante tres meses".
Otros viajan portando la píldora del día después. Mariam, una marfileña huérfana, dejó su país con 1.000 euros para llegar a Libia atravesando Malí y Argelia.
Después, esperaba poder ganar el dinero suficiente para cruzar a Europa, pero finalmente, en más de un año en este país, pasó seis meses encarcelada, explotada sexualmente, para huir a Túnez en 2018.
"Trabajé durante seis meses en casa de una familia, después me hice a la mar desde Zuara", un puerto ubicado en el oeste de Libia, señala Mariam, de 35 años.
"Hombres armados nos detuvieron y llevaron a prisión, abusando de nosotras bajo amenazas", indicó.
Para ella, pertenecían a las milicias que controlan campos para migrantes ilegales donde se practica extorsión, violación y trabajo forzoso.
Los centros oficialmente dependen del gobierno, y los guardacostas financiados por la Unión Europea envían al exilio a los tras haberlos interceptado, también practican corrupción y violencia, incluida sexual, de acuerdo a la ONU.
Hombres y niños también son víctimas de abusos sexuales, de acuerdo a activistas de los derechos humanos.
Estos crímenes aumentaron con la intensificación del conflicto libio a partir de 2014.
Con información de AFP