Wikipedia los define como sustancias químicas producidas por un ser vivo o derivado sintético, que mata o impide el crecimiento de ciertas clases de microorganismos sensibles, generalmente bacterias. Al destruir ciertas bacterias o impedir su crecimiento, cuando son consumidos por una persona afectada por esas bacterias, tienen como consecuencia la de curar la enfermedad causada por ellas. Suponen uno de los grandes avances en medicina del siglo XX y gracias a ellos se ha hecho frente a graves enfermedades.
Sin embargo, el mal uso de estos fármacos está generando bacterias resistentes a su acción (algunas incluso a varios tipos de antibióticos), lo que supone un serio problema de salud pública. Por eso es probable que hayas escuchado la controversia sobre cuándo recetar antibióticos y es probable que el pediatra de tus hijos en algunas ocasiones insista en que no es necesario administrarlos por más que tu hijo presente fiebre alta o un cuadro gripal agudo. Tomar conciencia de esta realidad, es responsabilidad de todos.
En el libro "Sana Sana. La industria de la enfermedad", la Dra. Mónica Muller sostiene que de todos los medicamentos que se recetan o se toman sin necesidad o en forma errónea, los más peligrosos son los antibióticos porque representan un riesgo directo para la persona que los recibe pero también para su familia, sus contactos y su comunidad.
"...hace décadas que la comunidad médica está en alerta roja por la resistencia que las bacterias están mostrando en forma creciente a causa del mal uso de antibióticos. La Organización Mundial de la Salud ya advertía en un informe de 2001 que "la resistencia cuesta dinero, medios de subsistencia y vidas humanas y amenaza con socavar la eficacia de los programas de atención de la salud".
Muller explica que el término resistencia se refiere a la capacidad que tienen las bacterias de hacerse inmunes a los medicamentos que en algún momento fueron eficaces para matarlas o detener su reproducción. "Cada antibiótico es específico contra ciertos microbios, pero como ellos son más astutos que nosotros, mutan con rapidez para adaptarse y hacerse invulnerables a nuestro ataque. Por eso, si un enfermo infectado con determinada bacteria toma un antibiótico inadecuado para ella, no sólo no la elimina, sino que favorece que se haga más resistente."
Algo parecido ocurre si el antibiótico es el correcto pero se lo toma menos días que los indicados: se mueren las bacterias más débiles, pero las más fuertes sobreviven con poder y resistencia multiplicados y transmiten esa capacidad en su descendencia y a otros microorganismos, que pueden contagiar a otras personas.
Muller explica también que siempre que un germen se hace resistente a los tratamientos de primera línea la consecuencia es que hay que recurrir a tratamientos más largos, más caros y más tóxicos, y aumenta el riesgo de complicaciones y desenlaces fatales para las personas que sufren la infección.
En ambos casos, por una mera lógica microbiana, es altamente probable que entre mutaciones y entrecruzamiento de cepas se cree una bacteria resistente a todos los antibióticos conocidos. Si esto ocurre como nuestros abuelos y bisabuelos, nos moriríamos por una infección renal, un abceso en la garganta, una neumonía o después de una operación sin importancia. Por lo tanto, lo que parecía ser un milagro y gran avance de la humanidad, podría transformarse en una pesadilla.
Un poco de historia
Cuando se los creó, en la década de 1940, los antibióticos abrieron una era histórica: la diferencia entre la vida y la muerte para muchísimas personas. Antes de su aparición morían cinco de cada mil parturientas y una de cada nueve personas con infecciones en la piel por una herida o picadura de un insecto.
Según Muller "La sulfamida, primer compuesto antibacteriano anterior a la penicilina, fue recibida como un milagro sobre el final de la Segunda Guerra Mundial... Para la opinión pública, la penicilina simbolizó el poder de la inteligencia humana sobre la malignidad ciega de la naturaleza" Pero su descubridor no lo veía tan sencillo. En ocasión de recibir el premio Nobel de Medicina en 1945, Sir Alexander Fleming dijo algo que todos prefirieron olvidar de inmediato: "No es difícil hacer microbios resistentes a la penicilina en el laboratorio exponiéndolos a concentraciones insuficientes para matarlos. Existe el peligro de que por ignorancia alguien se automedique con dosis bajas, y exponiendo sus microbios a cantidades no letales de la droga los haga resistentes"
Fleming sabía que las bacterias pueden crear una nueva generación cada 20 minutos, y que esas centenas de miles de generaciones mutando sin pausa para perfeccionar sus capacidades de supervivencia serían capaces de resistir en pocos años a todos los compuestos milagrosos que la naciente industria farmacéutica estaba creando.
En las décadas de 1950 y 1960 se presentaron nuevas familias de antibióticos, que se perfeccionaron hasta 1980 y crearon la ilusión de que la ciencia siempre correría por delante de las bacterias. Pero esa fantasía se devoró a sí misma pocos años más tarde, a medida que fueron perdiendo poder uno tras otro. El ritmo de aparición de superbacterias se ha hecho más veloz a medida que el uso de antibióticos aumenta y se generaliza.
La situación de la resistencia bacteriana es tan alarmante, que en Europa por ejemplo, se estableció el 18 de noviembre como Día Europeo para el Uso Prudente de los Antibióticos. Por medio de esta iniciativa se pretende concienciar a la población sobre su uso correcto.
¿Qué está pasando?
La Dra. Muller explica en Sana Sana, que existen tres lugares cruciales donde todo se combina para favorecer la resistencia microbiana: los centros de internación, los criaderos de animales para el consumo y las comunidades donde se los toma sin control médico o con la participación activa de médicos que los recetan en forma desaprensiva.
Respecto a los criaderos de animales, cita a la periodista Soledad Barruti, quien en su libro Malcomidos sostiene que "Cuando la gente tiene miedo por las hormonas se olvida de que hay cosas peores, como los antibióticos que les meten en la comida a lo pavote. Si no les dieran remedios los pollos vivirían enfermos y además, no crecerían tan rápido"
Muller explica que en muchas ocasiones, cuando comemos un pollo incorporamos dosis de antibióticos insuficientes para matar a una población de bacterias, pero aptas para seleccionar y reproducir a las más fuertes, por eso es tan importante seleccionar carnes criadas naturalmente.
Por ejemplo en Estados Unidos, el 80 por ciento de los antibióticos que se venden en los tienen como destino los animales para consumo.
El otro problema ocurre en los consultorios médicos. Muller sostiene que cualquiera que haya pisado la Facultad de Medicina sabe que es una barbaridad indicar un antibiótico para una infección que no sea bacteriana. Pero todos los días encontramos gente tomando amoxicilina para un catarro bronquial y gente que dice "me lo dieron por si acaso". No se trata de casos aislados sino de prácticas de rutina en guardias, consultorios, clínicas privadas y hospitales públicos, en todo el mundo.
¿Qué podemos hacer los padres?
Los estudios sobre el tema confirman que la presión de los padres es un factor determinante en la prescripción. "Es muy difícil para un médico convencer a una madre ansiosa de que la faringitis viral de su hijo se cura dejándolo descansar en casa unos días y no dándole amoxicilina."
Una investigación detectó que la actitud del médico durante la consulta es fundamental para que los padres acepten sus indicaciones con confianza y no lo fuercen a recetar drogas innecesarias. En tono de humor Muller propone que tal vez los pediatras deberían tomar cursos de oratoria y dialéctica para tratar con las madres ansiosas.
Según el estudio citado por la autora, por temor o cansancio los médicos se doblegan ante la insistencia aunque saben que los virus no responden a los antibióticos. Aunque dos tercios de las infecciones en las vías respiratorias superiores son provocadas por un virus, por lo tanto no se curan con antibióticos, en pediatría el 75 % de todas las indicaciones de antibióticos está dirigida a esas mismas enfermedades virales.
"La desidia de los profesionales y la presión de los pacientes hace que se dejen de lado las guías terapéuticas que indican que los resfríos comunes, las gripes, la inmensa mayoría de las toses y las bronquitis agudas, muchas infecciones de oído, (otitis medias) y muchas erupciones de la piel no requieren antibióticos para su buena evolución."
Tampoco se trata de culpabilizar a los padres sino de encontrar soluciones en conjunto como sociedad. Porque los padres también se ven exigidos porque sus hijos se curen rápido para poder reingresarlos al jardín o la escuela, ya que no pueden tomarse tantos días de licencia por ejemplo para cuidarlos y eso genera ansiedad por una pronta recuperación. ¡A tener paciencia se ha dicho!
Fuentes:
Muller Mónica: Sana Sana. La industria de la enfermedad. Random house Mondadori S.A., Buenos Aires, 2014.
Nota de Belinda Santamaría, asesorada por el pediatra Juan Manuel Sanz-Gadea, en Revista Crecer Feliz (España)