En un discreto local de Atenas, varios migrantes hacen fila con sus hijos para recoger las bolsas de comida distribuidas por una oenegé que apenas da abasto para satisfacer la elevada demanda provocada por la carencia de ayudas estatales.
En su cesta, la nigerina Deniz Yobo va metiendo arroz, lentejas, harina, miel, galletas... para pasar el mes.
Según cuenta, está criando sola a sus dos hijos y con la fuerte inflación que azota a Grecia, su bajo presupuesto se ve muy resentido.
"Ni siquiera limpiando casas algunas horas consigo ganar 500 euros [548 dólares] al mes", explica a la AFP.
Su alquiler le cuesta 350 euros. "A menudo, a mitad de mes, ya no tengo dinero suficiente para dar de comer a mis hijos", comenta.
En casi año y medio, más de 5.000 migrantes, un 54% de ellos menores, se beneficiaron del programa "Comida para todos" de la oenegé internacional de ayuda humanitaria INTERSOS.
Esas donaciones están destinadas a los "refugiados que, con ese estatus reconocido, dejaron los centros [para solicitantes de asilo] sin ninguna solución de supervivencia", explica Matina Stamatiadou, encargada del proyecto.
Aun así, también pueden recurrir al programa personas a quienes se les denegó el derecho al asilo, los indocumentados o los "migrantes desempleados o que trabajan en negro con unos sueldos miserables".
Espera
En solo un año, la lista de espera de este reparto de comida, que se hace una vez al mes, se ha cuadruplicado y ya supera las 2.000 personas, especialmente por la subida de los precios de los alimentos.
En Grecia, los migrantes dejan de recibir ayudas financieras un mes después de que se les conceda el asilo y por ello los refugiados pueden verse repentinamente sin ningún recurso.
Para Matina Stamatiadou, "el problema es que Grecia todavía se considera como un país de tránsito. Sin embargo, muchos refugiados viven aquí desde hace varios años y quieren integrarse, pero el gobierno no pone en marcha ninguna política eficaz para ello".
Apostolos Veizis, director general en Grecia de INTERSOS, calcula que en Atenas hay unos 15.000 refugiados que no consiguen alimentarse convenientemente.
"Cuando tienes hambre, no puedes buscar trabajo, ocuparte de los trámites legales, de tu salud... Para tener dinero, estás dispuesto también a ponerte en peligro, a hacer actividades ilegales, a tomar dinero prestado sin poder devolverlo", subraya.
Alrededor del 59% de las personas a las que ha ayudado la oenegé solo podían comer lo suficiente entre una y tres veces por semana, encontrándose en una situación de inseguridad alimentaria severa según los criterios de la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO).
Fahima, una afgana veinteañera, hace fila con su madre, pacientemente. Lleva seis años en Grecia, le han denegado la solicitud de asilo y ahora se encuentra en situación irregular, por lo que no puede obtener ninguna ayuda estatal.
Hasta hace poco, residía con su madre en una vivienda del programa ESTIA, financiado por la Unión Europea. Pero el gobierno griego puso fin el pasado diciembre a esa ayuda, lanzada en 2015, y muchos refugiados acabaron en la calle o en una situación tan precaria que no les permite alimentarse correctamente.
Tras varios meses de aquí para allá, habita con su madre un pequeño estudio en el que viven hacinadas ocho personas.
"Estoy en una situación terrible en la que no tengo ayudas del Estado, pero tampoco me pueden contratar", denuncia.
Desarrollo
El hambre también tiene graves consecuencias en el desarrollo físico y mental de los niños, apunta preocupado Apostolos Veizis.
"A veces, mis hijos no van a la escuela porque no han comido y están demasiado cansados", cuenta Cynthia Efionandi, una nigerina de 30 años.
"Tenemos testimonios terribles de adolescentes que no van a la escuela cuando tienen la regla porque los padres no pueden pagarles las compresas", abunda Veizis. "O de niños que, con la tripa vacía, se desmayan en plena clase".
AFP