Por The New York Times | Fabian Federl and Jack Nicas
Jesus Aguiar tenía el lodo hasta las rodillas en la brecha de 90 metros que había cavado en la selva amazónica, donde filtraba agua marrón de un recipiente, cuando encontró el copo pequeño y brillante que estaba buscando: una mezcla de oro y mercurio.
Aguiar había rociado mercurio líquido en la tierra de su mina de oro improvisada en el borde oriental del pequeño país sudamericano de Surinam, tal como lo había hecho cada tantos días.
El elemento tóxico se mezcla con el oro en polvo y forma una amalgama que Aguiar puede extraer del lodo. Luego le prende fuego a la mezcla, lo que quema el mercurio al aire, donde los vientos lo esparcen por el bosque a través de las fronteras, envenenando plantas, animales y personas a su paso.
Lo que queda es el oro. Esa parte por lo general termina en Europa, Estados Unidos y el golfo Pérsico, con enorme frecuencia en forma de joyas costosas.
A 20 minutos río abajo, en canoa, la comunidad indígena wayana se está enfermando. Los wayanas comen pescado del río todos los días y en los últimos años, muchos han sufrido dolores en las articulaciones, debilidad muscular e hinchazón. También han afirmado que los defectos congénitos están aumentando.
Los exámenes revelan que los wayanas tienen el doble o triple de los niveles médicamente aceptables de mercurio en su sangre. “Ya no se nos permite comer ciertos pescados”, dijo Linia Opoya en junio, mostrando sus manos adoloridas después de las comidas. “Pero no hay nada más. Es lo que siempre hemos comido”.
Impulsados por el consenso científico mundial de que el mercurio causa daños cerebrales, enfermedades debilitantes y defectos congénitos, la mayoría de los países del mundo firmaron en 2013 un tratado internacional pionero en el que se comprometían a erradicar su uso a nivel mundial.
Pero 10 años después, el mercurio sigue siendo un flagelo.
Ha incapacitado a miles de niños en Indonesia. Ha contaminado ríos en toda la Amazonía, lo que crea una crisis humanitaria en el grupo indígena aislado más grande de Brasil. Y en todo el mundo, los médicos siguen advirtiendo contra el consumo excesivo de ciertos pescados porque el metal tóxico flota en el océano y es absorbido en la cadena alimentaria.
Surinam, una nación boscosa de 620.000 habitantes en el extremo norte de América del Sur, es un caso de estudio sobre cómo el mercurio se ha vuelto tan intratable en gran parte debido al apetito insaciable de la sociedad por el oro.
Durante décadas, el mercurio ha envenenado a gran parte de la población de Surinam; casi uno de cada cinco nacimientos presentan complicaciones como bajo peso al nacer, discapacidades o muerte, según un estudio, lo cual representa el doble de la tasa en Estados Unidos. Sin embargo, el mercurio también ha impulsado la economía del país; el oro representa el 85 por ciento de las exportaciones de Surinam, la mayor parte extraído con mercurio.
“Podría trabajar sin mercurio”, dijo Aguiar, de 51 años, mientras observaba su foso abierto. “Pero no sería rentable”.
Surinam ha prohibido el mercurio, pero la sustancia es contrabandeada con facilidad y ampliamente utilizada.
El gobierno surinamés no respondió a las múltiples solicitudes de comentarios.
Si bien los países occidentales, incluido Estados Unidos, han eliminado en gran medida el uso del mercurio, más de 10 millones de personas en 70 países —en su mayoría de países más pobres en Asia, África y América Latina—todavía emplean el elemento tóxico para extraer oro del suelo, según las Naciones Unidas.
Estos mineros de pequeña escala producen una quinta parte del oro del mundo y casi dos quintas partes de la contaminación mundial por mercurio, según la Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos y la ONU. La minería es la principal fuente de emisiones de mercurio, por delante de las centrales eléctricas alimentadas con carbón.
“Este es el rostro cruel de la pobreza”, dijo Achim Steiner, director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo. Para muchos mineros, “que el mercurio pueda perjudicarlos en unos 10 años es un tiempo muy alejado de la realidad de la supervivencia”, agregó.
Los mineros de oro de gran escala utilizan máquinas centrifugadoras o arsénico, el cual no se filtra al medioambiente. Pero los mineros pequeños usan mercurio porque es barato, fácil de emplear y todavía está disponible.
“Para mal o para bien, el mercurio es una tecnología muy simple, la cual se ha utilizado durante la mayor parte de los últimos 2000 años”, dijo Luis Fernandez, profesor de la Universidad de Wake Forest, quien ha estudiado la minería de oro de pequeña escala. “Puedes aprender cómo ser minero en 15 minutos, y obtienes muy buenos resultados”.
Si bien muchos países han prohibido el uso de mercurio en la minería, la aplicación de la ley es laxa, afirmó Fernandez. La minería de oro “es una válvula de presión económica para los países más pobres”, dijo. Eso solo se ha visto agravado por el incremento de 12 por ciento en los precios del oro en el último año, a casi 2000 dólares el gramo.
En 2013, la comunidad internacional firmó un amplio tratado para sacar el mercurio del mercado. Se le denominó el Convenio de Minamata, en honor a la ciudad japonesa donde décadas de contaminación industrial por mercurio provocaron enfermedades neurológicas en más de 2200 residentes e incluso envenenaron a los gatos de la ciudad, haciéndolos saltar al mar.
Bajo el convenio —que ya ha sido ratificado por 145 naciones, incluida Surinam— los países se comprometieron a prohibir la creación de nuevas minas de mercurio, cerrar las existentes y, con algunas excepciones, detener la importación y exportación de mercurio.
Desde entonces, Estados Unidos y la Unión Europea han prohibido prácticamente todas las exportaciones de mercurio, dejando a los Emiratos Árabes Unidos, Tayikistán, Rusia, México y Nigeria como algunos de los principales exportadores. Los investigadores creen que China, que adoptó el tratado, sigue siendo el mayor consumidor mundial de mercurio.
Sin embargo, el Convenio de Minamata no incluyó a la minería de oro de pequeña escala. “La evidencia muestra una y otra vez que si prohíbes algo que la gente necesita y que no tiene alternativa, simplemente los conducirás a la ilegalidad”, dijo Steiner.
En el lugar donde vive Aguiar, a lo largo del río Maroni, el cual forma la frontera entre Surinam y la Guayana Francesa, todos son mineros o trabajan para uno. Alrededor del 15 por ciento de la fuerza laboral de Surinam, o 18.000 personas, está vinculada con la industria minera del oro, uno de los porcentajes más altos del mundo, según estudios de la Universidad de Ámsterdam.
En las minas, los trabajadores disparan agua a presión para remover generaciones de sedimentos, mutilando el entorno y exponiendo la capa que esperan que contenga oro. Luego arrojan mercurio al agua para que se una de forma natural con cualquier oro que haya debajo.
El mercurio no es difícil de conseguir, y los expertos creen que gran parte proviene de China.
Unas horas antes de que Aguiar vertiera mercurio en su mina, donde emplea a siete personas, atracó su canoa en una de las docenas de comercios chinos que se encuentran en las orillas del Maroni. Las tiendas venden los mismos productos: Coca-Cola, fideos instantáneos, condones y mercurio. Aguiar compró un kilogramo en un frasco de medicamento recetado sin marcar por 250 dólares. Con un poco de suerte, le alcanzará para extraer medio kilogramo de oro, el cual podrá vender por unos 25.000 dólares.
En otras partes de Surinam, los vendedores publican anuncios en Facebook y los taxistas ofrecen conexiones con mercurio. Personas en todo el país dijeron que los vendedores de mercurio eran chinos por una abrumadora mayoría, y las interacciones con varios vendedores chinos revelaron que les preocupaba poco estar haciendo algo ilegal; el mercurio era un producto como cualquier otro.
Un informe de este año sobre crimen organizado elaborado por la Organización de Estados Americanos afirmó que el mercurio probablemente era “importado de China en buques contenedores que transportan otros productos, como equipos para minería”.
Los investigadores creen que en América del Sur, solo Bolivia importa mercurio de forma legal.
“Entonces, la pregunta es: ¿de dónde proviene?”, le dijo el presidente de Surinam, Chandrikapersad Santokhi, a un grupo de periodistas en mayo. “Sabemos que viene por contrabando”.
Wilco Zijlmans, un pediatra en Surinam que ha estudiado los efectos del mercurio en la salud, aseguró que su impacto es claro. En un estudio de 2020 que involucró a 1200 mujeres surinamesas y que ayudó a realizar, el 97 por ciento mostró niveles peligrosos de mercurio en sus cuerpos.
Además de la tasa elevada de complicaciones en el parto, Zijlmans también encontró que los niños en Surinam tienen muchas más probabilidades en la actualidad que hace una generación de experimentar un retraso en el desarrollo cerebral, disminución de las habilidades motoras y peores capacidades sociales y lingüísticas.
Los efectos están comenzando a manifestarse del otro lado de la frontera. La comunidad indígena wayana tiene alrededor de 1000 miembros esparcidos entre Surinam y la Guayana Francesa, que forma parte del territorio francés. Los que están en la Guayana Francesa tienen ciudadanía francesa, y los médicos franceses han rastreado la propagación del mercurio en algunas de sus aldeas, las cuales están rodeadas por más de dos decenas de minas de oro.
“Con el tiempo, esto también será como Minamata”, dijo Opoya, de la comunidad wayana, quien vive en una de las aldeas en territorio francés.
Río arriba, cuando Aguiar quiere obtener ganancias, lleva su botín a los comerciantes chinos que le venden el mercurio. Luego, esos comerciantes se dirigen a los cientos de pequeñas tiendas que compran oro que están repartidas por Paramaribo, la capital de Surinam.
En una de las tiendas, el dueño, Arnaldo Ribeiro, contó que compra casi todo el oro que entra por su puerta, pero que no sabe bien de dónde proviene o si ha sido extraído con mercurio.
Luego lo revende a Kaloti Minthouse, una empresa conjunta del gobierno surinamés y un importador de oro con sede en Emiratos Árabes Unidos.
“No tenemos que demostrar su procedencia”, dijo Ribeiro sobre el oro que vende.
Después, Kaloti Minthouse exporta el oro de manera legal por todo el mundo.
Eso significa que el oro como el de Aguiar, ya limpio de sus residuos de mercurio, se envía para ser convertido en lingotes de banco, un collar o tal vez una alianza, con todos sus papeles en regla.
Jack Nicas es el jefe de la corresponsalía en Brasil, que abarca Brasil, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Anteriormente reportó sobre tecnología desde San Francisco y, antes de integrarse al Times en 2018, trabajó siete años en The Wall Street Journal. Más de Jack Nicas