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Salud

Por The New York Times

La soledad daña nuestra salud

Durante dos años no viste a tus amigos como solías hacerlo. Extrañaste a tus compañeros de trabajo, incluso al encargado de la cafetería a la que pasabas de camino.

25.04.2022 07:02

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2022-04-25T07:02:00-03:00
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Por The New York Times | John Leland

NUEVA YORK — Durante dos años no viste a tus amigos como solías hacerlo. Extrañaste a tus compañeros de trabajo, incluso al encargado de la cafetería a la que pasabas de camino.

Te sentiste solo. Todos lo estábamos.

Esto es lo que los neurocientíficos creen que ocurría en tu cerebro.

El cerebro humano, que ha evolucionado para buscar la seguridad en los números, registra la soledad como una amenaza. Los centros neuronales que vigilan el peligro, incluida la amígdala, se activan de manera exagerada, provocando la liberación de las hormonas del estrés de “lucha o huida”. El ritmo cardiaco aumenta, la presión arterial y el nivel de azúcar en la sangre se incrementan para proporcionar energía en caso de que la necesites. El cuerpo produce más células inflamatorias para reparar los daños en los tejidos y evitar las infecciones, y genera menos anticuerpos para combatir los virus. Inconscientemente, empiezas a ver a los demás más como posibles amenazas —fuentes de rechazo o apatía— y menos como amigos, remedios para tu soledad.

Y en un giro cruel, tus medidas de protección para aislarte del coronavirus en realidad pueden hacerte menos resistente a él, o menos receptivo a la vacuna, porque tienes menos anticuerpos para combatirlo.

Durante dos años, la ciudad de Nueva York, donde un millón de personas viven solas, fue un experimento sobre la soledad: nueve millones de personas aisladas con celulares y servicios de entrega a domicilio las 24 horas, apartadas de los lugares donde solían reunirse. Los terapeutas estaban saturados, incluso cuando decenas de miles de neoyorquinos lloraban la muerte de un mejor amigo, un cónyuge, una pareja o un padre.

Para Julie Anderson, directora de documentales, el dolor se manifiesta todos los días a las cinco de la tarde, la hora en que solía pensar en una cena con amigos o en planes para la noche, que ahora se reducen a ver la televisión sola. Stephen Lipman, artista plástico del Bronx, lo siente en las horas de inactividad, que antes eran un momento muy apreciado para trabajar en su arte y ahora están vacías de ideas o motivación. Eduardo Lazo, cuya esposa murió de cáncer de páncreas a principios de la pandemia, lo siente a cada minuto, como el fin del mundo que crearon juntos.

“¿Quién no ve el suicidio como una opción en esa coyuntura de la vida?”, preguntó. “Pero soy religioso, y eso acabaría con cualquier posibilidad de estar con mi mujer o mis seres queridos cuando muera. No puedo poner en peligro esa posibilidad”.

Robin Solod, que vive sola en el Upper East Side de Manhattan, pensaba que era una candidata poco probable para sentir soledad.

“Estaba demasiado ocupada charlando”, dijo sobre su vida antes de la pandemia. “Sopa de pollo en el Mansion Diner. Íbamos a Zabar’s en el West Side todas las semanas, comíamos un bollo, nos sentábamos y charlábamos. ¿Quién estaba en casa? Yo nunca estaba en casa. Entonces, de repente, todo se detuvo”.

Ahora que por fin se levantan algunas de las restricciones de la pandemia y Nueva York vuelve a tener cierta apariencia de normalidad, una incógnita son los efectos duraderos de dos años de aislamiento prolongado y la soledad que conllevaron. Algunas personas suspendieron casi toda interacción física, otras fueron más sociales, pero pocas superaron los diversos cierres y picos sin tener cierta sensación de pérdida por las conexiones humanas que les hacían falta.

Para Solod, que creía que “la gente es aire”, uno de los golpes más duros llegó justo antes de la pandemia, cuando tuvo que separarse de su fiel compañera, una Shih Tzu rescatada llamada Annie. Solod, de 67 años, tiene problemas de salud que la mantienen en una silla de ruedas, y llegó a un punto en que sintió que ya no podía cuidar de la perrita.

“Ahora Annie vive en Long Island, y me siento muy sola sin ella”, comentó. “Nunca he vivido sin un perro. Mi entorno siempre ha sido mi perro, el parque, la gente con perros en el edificio. Esa era la conexión. Todo ha cambiado”.

La biología de una epidemia

La soledad, como la definen los profesionales de la salud mental, es una brecha entre el nivel de conexión que quieres y el que tienes. No es lo mismo que el aislamiento social, que está codificado en las ciencias sociales como una medida de los contactos de una persona. La soledad es un sentimiento subjetivo. Las personas pueden tener mucho contacto y aun así sentirse solas, o estar perfectamente satisfechas por su cuenta.

Para muchos neoyorquinos, la pandemia trajo demasiado contacto con los demás, en departamentos, lugares de trabajo o trenes subterráneos llenos de gente. Pero los contactos no eran necesariamente satisfactorios o deseados y tal vez parecían peligrosos. Eso también es una condición de la soledad.

En pequeñas dosis, la soledad es como el hambre o la sed, una señal saludable de que te falta algo y debes buscar lo que necesitas. Pero si se prolonga más tiempo, la soledad puede ser perjudicial no solo para la salud mental, sino también para la salud física.

Incluso antes de la pandemia, el cirujano general de Estados Unidos Vivek Murthy, dijo que el país estaba experimentando una “epidemia de soledad”, impulsada por el ritmo acelerado de la vida y la difusión de la tecnología en todas nuestras interacciones sociales. Con esta aceleración, afirmó, la eficiencia y la conveniencia han “desplazado” el desorden prolongado de las relaciones reales.

El resultado es una crisis de salud pública al nivel de la crisis de opioides o la obesidad, comentó Murthy. En un estudio de 2018 realizado por la Kaiser Family Foundation, uno de cada cinco estadounidenses afirmó que siempre o con frecuencia se sentía solo o socialmente aislado.

La pandemia exacerbó esas emociones. En una encuesta reciente realizada en toda la ciudad por el Departamento de Salud de Nueva York, el 57 por ciento de las personas señalaron que se sentían solas parte o la mayor parte del tiempo, y dos tercios dijeron sentirse socialmente aislados en el mes anterior.

“La soledad tiene consecuencias reales para nuestra salud y bienestar”, aseguró Murthy.

Estar solo, como otras formas de estrés, aumenta el riesgo de padecer trastornos emocionales como depresión, ansiedad y abuso de sustancias. De manera menos obvia, también pone a las personas en mayor riesgo de sufrir dolencias físicas que parecen no estar relacionadas, como enfermedades cardiacas, cáncer, derrames cerebrales, hipertensión, demencia y muerte prematura. En experimentos de laboratorio, las personas solitarias que estuvieron expuestas a un virus del resfriado tenían más probabilidades de desarrollar síntomas que las personas que no se sentían solas. Una degradación

Antes de la pandemia, a Solod no le preocupaba nada de esto. Vivía sola, lo que la ponía en mayor riesgo de aislamiento, pero siempre se había rodeado de gente. “Un millón de amigos”, afirmó.

Había tenido un negocio de electrólisis, había cortado el pelo en Bergdorf Goodman y tenía una licencia de agente inmobiliaria. Incluso había trabajado como recepcionista en Chippendale’s.

“Era más que dinámica”, relató.

Pero Nueva York puede degradar la red social de una persona. Los amigos quedan atrapados en el trabajo, se mudan, encuentran amantes, cambian de parque para perros. Los hombres son más propensos a estar socialmente aislados, pero las mujeres son más propensas a sentirse solas.

Para las personas mayores de 60 años, como Solod, que son uno de los grupos de mayor riesgo, el aislamiento suele empezar por su salud.

Hace seis años, Solod empezó a tratarse por un cáncer de pulmón y luego por un mieloma múltiple. De repente, su vida giraba en torno a los tratamientos médicos, no a la socialización, y necesitaba una silla de ruedas para desplazarse.

Sin embargo, seguía disfrutando de la ciudad con amigos o con su madre, que vivía cerca. “Podía oír la voz de mi madre: ‘No te quedes en casa’”, narró. Un año antes de la pandemia, su madre murió. Era una conexión que no podía sustituir, un papel que nadie más podía desempeñar. Seguía teniendo muchos contactos sociales, pero le faltaba una conexión significativa que necesitaba. El nombre de ese vacío es soledad.

“Lo peor parte fueron las festividades judías”, agregó, cuando todas sus pérdidas parecían acumularse. “Una vez tuve una vida, tuve un esposo, una madre, vecinos, amigos y parientes. Eso deja de existir de la misma manera cuando desaparece el punto focal de la madre, esa persona central. Cuando eso se ha ido, las épocas festivas ya nunca son iguales”.

Entonces llegó la pandemia.

Soledad en los genes

Turhan Canli, profesor de Neurociencia Integradora en la Universidad Estatal de Nueva York en Stony Brook, se preguntó si había un gen que se activaba o desactivaba cuando una persona se sentía sola. Investigadores anteriores habían demostrado que la soledad, al igual que otras formas de estrés, estaba asociada con la depresión, la inflamación, el deterioro cognitivo y las enfermedades del corazón. ¿Pero cómo? ¿Qué caminos se abrían o cerraban cuando las personas estaban solas, qué genes se activaban o desactivaban? Del Proyecto de Memoria y Envejecimiento de la Universidad Rush en Chicago, pudo obtener tejidos de los cerebros de adultos mayores que en sus últimos años habían respondido preguntas sobre sus niveles de soledad.

Su análisis proporcionó una idea de la naturaleza física y celular de la soledad. Encontró claras diferencias entre los cerebros de personas solitarias y no solitarias. Algunos genes que promueven la proliferación de células cancerosas estaban más activados en las personas solitarias, mientras que los genes que regulan la inflamación estaban desactivados.

“Encontramos cientos de genes que se expresaban de forma diferente según el grado de soledad de estas personas”, explicó. “Estos genes estaban asociados con el cáncer, la inflamación, las enfermedades cardiacas, así como con la función cognitiva”.

Advirtió que, al igual que muchos estudios sobre la soledad, el suyo no probaba que la soledad causara estas diferencias en la expresión de los genes; quizá solo era más frecuente en las personas que las tenían.

Anderson, la realizadora de documentales, describió noches en su departamento en las que sentía una soledad tan agobiante que no contestaba el teléfono, aunque la conversación pudiera mejorar su estado de ánimo. “Uno pensaría que levantaría el teléfono y llamaría a la gente”, dijo. “Siento que la soledad se siente tan pesada, que si llamo a alguien voy a estar tan deprimida que no querrán hablar conmigo. Es justo lo que debo hacer. Simplemente no tengo ganas”.

Para Solod, que tenía dificultades desde antes del COVID, la pandemia trajo varios niveles nuevos de soledad. Hubo un final abrupto de los encuentros casuales con vecinos, comerciantes, los meseros de su restaurante favorito o charcutería predilecta. Y los amigos que solían visitarla, de repente eran solo voces en el teléfono.

En diciembre de 2021, Solod estuvo hospitalizada durante dos semanas en la unidad COVID del Memorial Sloan Kettering Cancer Center, para que pudiera recibir tratamiento contra el cáncer y el coronavirus. Por esa experiencia, exclamó: “Estoy aterrada”. ¿La nueva normalidad?

A pesar de que el número de casos en Nueva York se ha mantenido muy por debajo de su punto máximo, la soledad de Solod no ha disminuido. En todo caso, afirmó, ver a la gente en sus negocios, sin cubrebocas, la ha hecho sentir aún más aislada. Incluso si la vida vuelve a ser como antes de la pandemia, no está claro hasta cuándo se disipará la soledad de los últimos dos años, o qué marcas podría dejar. Según Stephanie Cacioppo, profesora adjunta de Psiquiatría y Neurociencia del Comportamiento en la Universidad de Chicago, la soledad, como otras formas de estrés, puede dejar daños a largo plazo.

Un primer indicador es la vida en el campus universitario, señaló Cacioppo. “Ahora que los estudiantes están de vuelta, escuchamos que se vive mucha soledad y aislamiento relacionados con la decepción. La universidad no es lo que los chicos esperaban”. Así que el aislamiento social se redujo, pero una forma de soledad ha persistido en la brecha entre la vida social deseada y la real. Un pasajero sube al ferry de Staten Island, en Nueva York, el 14 de abril de 2022. (Lila Barth/The New York Times). Robin Solod, que está en silla de ruedas y vive sola, en su casa del Upper East Side de Manhattan, el 9 de abril de 2022. (Lila Barth/The New York Times).