Por The New York Times | Li Yuan
Mucho antes de la política “cero COVID”, en China se aplicó la política “nada de gorriones”.
En la primavera de 1958, el gobierno chino movilizó a toda la nación para exterminar a los gorriones, los cuales Mao determinó que eran una plaga que destruían los cultivos. Por todo el país, la población golpeaba sartenes y cazuelas, encendía petardos y agitaba banderas para impedir que esas aves aterrizaran, así que se desplomaban y morían de cansancio. Se calcula que en unos cuantos meses mataron a casi 2000 millones de gorriones en todo el país.
La casi extinción de los gorriones tuvo como consecuencia la llegada de plagas de insectos que acabaron con los cultivos y contribuyeron a la gran hambruna que produjo la muerte de decenas de millones de chinos en los tres años posteriores.
Ahora, en China existe el temor de que la política “cero COVID” se haya convertido en otra campaña política al estilo de Mao asentada en la voluntad de una sola persona, el líder supremo del país, Xi Jinping, y que termine perjudicando a todos.
Así como Mao y sus subalternos hicieron caso omiso del rechazo de los científicos y los tecnócratas a su política contra los gorriones, Pekín no ha escuchado las recomendaciones que le hacen los expertos de suspender su costosa estrategia y de aprender a coexistir con el virus, sobre todo con una variante que, aunque más contagiosa, es menos virulenta.
Por el contrario, Pekín insiste en seguir la misma táctica de 2020 que se basa en llevar a cabo pruebas masivas, cuarentenas y confinamientos. Este planteamiento ha detenido la vida de cientos de millones de personas, se han enviado a decenas de miles a campamentos provisionales de cuarentena y se les ha negado tratamiento médico a muchos pacientes que no tienen COVID.
“No están combatiendo la pandemia, están generando catástrofes”, escribió Ye Qing, un profesor de Derecho que usa el seudónimo de Xiao Han, en un artículo publicado en internet que fue borrado con rapidez.
A Xi le interesa mantener esta estrategia porque está buscando un tercer periodo en un importante congreso del Partido Comunista que se llevará a cabo más adelante en este año. Pretende usar el éxito de China en el control del virus para demostrar que su modelo vertical de gobierno es mejor que el de las democracias liberales.
“Esta enfermedad se ha politizado”, le dijo Zhu Weiping, una funcionaria del equipo para el control de las enfermedades en Shanghái, a alguien que se quejó sobre la respuesta de la ciudad a la presente oleada.
En una conversación telefónica grabada, la funcionaria afirmó que había recomendado al gobierno que pusiera en cuarentena a las personas asintomáticas o con síntomas leves y se concentrara en las campañas de vacunación. Pero nadie la escuchó, comentó.
“¿A ustedes esto los está volviendo locos?”, le preguntó a su interlocutor. “Las instituciones profesionales a las que pertenecemos también están perdiendo la cabeza”.
Esta grabación fue muy compartida antes de que la censuraran.
Según los cálculos de los economistas del banco de inversión Nomura, conforme se propaga la variante ómicron, desde el lunes, cerca de 373 millones de personas están bajo confinamientos totales o parciales en 45 ciudades chinas. Estas ciudades representan aproximadamente el 26 por ciento de la población china y el 40 por ciento de su producción económica, escribieron; alertaron que se estaba acentuando el riesgo de una recesión al tiempo que los gobiernos locales optaban por aumentar de manera paulatina las medidas de control del virus.
Ahora Pekín está exhortando a los gobiernos locales a buscar un equilibrio entre el control de la pandemia y la producción económica. Pero todos los que están en el sistema burocrático saben dónde se encuentra la prioridad.
En fechas recientes, en la ciudad de Jixi, dentro de la provincia de Heilongjiang, la más al norte de China, 18 funcionarios, entre ellos dirigentes municipales, jefes de fuerzas policiales, así como directores de hospitales y funerarias, fueron sancionados o amonestados por desatender sus deberes y responsabilidades en el control de la pandemia. En el comunicado se dijo que “a algunos grupos no se les presionó lo suficiente”.
En Shanghái, la ciudad más grande y próspera de China, al menos ocho funcionarios de nivel medio fueron retirados o suspendidos de sus puestos luego de que los confinamientos ejecutados con deficiencia en esa ciudad produjeron caos, tragedias y un gran desabasto de alimentos.
Después de que la ciudad confinó a sus 25 millones de residentes y castigó a la mayoría de los servicios de entrega a domicilio a principios de abril, muchas personas, sin importar su situación socioeconómica, tuvieron problemas para abastecerse de alimentos. Algunas personas ponían varias alarmas para las diferentes horas de reaprovisionamiento de las aplicaciones de entrega de alimentos que comienzan desde las 6 de la mañana.
Algunos residentes de Shanghái me comentaron que, en los últimos días, un tema polémico en los grupos de WeChat ha sido si era seguro comer papas germinadas. Los vecinos recurrieron a un sistema de trueque para intercambiar, por ejemplo, una col por una botella de salsa de soya. La Coca Cola funciona como una divisa de gran valor.
Después de casi dos semanas en confinamiento, Dai Xin, la propietaria de un restaurante, se está quedando sin comida para los cuatro integrantes de su familia. Ahora, corta rebanadas muy delgadas de jengibre, pone los vegetales en escabeche para que no se echen a perder y come dos veces al día en vez de tres. La peor pesadilla para muchos residentes de Shanghái es dar positivo y ser enviados a los sitios de cuarentena centralizados. Las condiciones en algunos de estos centros son tan deplorables que en las redes sociales los denominan “campamentos para refugiados” y “campos de concentración”.
Mucha gente estuvo compartiendo recomendaciones y listas de cosas que llevar a la cuarentena. Lleven tapones para los oídos y antifaces porque casi siempre es un lugar enorme, como los centros de convenciones, y las luces están encendidas día y noche; como no se cuenta con duchas, empaquen mucha ropa interior desechable y lleven grandes cantidades de papel sanitario. Algunos campamentos de cuarentena estaban tan mal preparados que la gente tenía que pelear por la comida, el agua y los lugares para acostarse.
Hubo tantas publicaciones de desesperación relacionadas con Shanghái que el fin de semana pasado, los residentes de otras partes de China entraron en un frenesí de acaparamiento. En Pekín, los supermercados estaban abarrotados y algunas aplicaciones de alimentos agotaron sus inventarios.
Una cantidad cada vez mayor de personas están cuestionando si esta estrategia draconiana y costosa es necesaria. El martes, las autoridades de salud de Shanghái reportaron más de 200.000 contagios desde el 1 de marzo, ningún fallecimiento y nueve personas enfermas de gravedad. Las autoridades no han atendido los reportes de contagios masivos ni de fallecimientos en los hospitales para ancianos.
Incluso algunos partidarios de la política “cero COVID” han manifestado sus dudas. Cuando, el 4 de abril, se practicaron pruebas de COVID en toda la ciudad de Shanghái, el economista Lang Xianping señaló en su cuenta verificada de Weibo que eso demostraba “el poderío de China”. El lunes, publicó que su madre había fallecido después de que, como consecuencia de las restricciones por la COVID, no había recibido a tiempo el tratamiento para sus problemas renales.
“Espero que ya no se repitan tragedias como esta”, escribió.
Esta política sigue contando con un fuerte respaldo de la población. Muchas personas decían en las redes sociales que en Shanghái no fueron lo suficientemente estrictos con respecto a las cuarentenas y los confinamientos. Un inversionista de capital de riesgo publicó en WeChat que no invertiría en empresas emergentes que no respaldaran esa política.
Esto no es nada sorprendente. Debido a que está restringido el acceso a la información y no existen herramientas para hacer rendir cuentas a las autoridades, por lo general, la enorme mayoría de los chinos apoyan todo lo que el gobierno decide.
En los últimos dos años, siguieron las indicaciones de Pekín y atacaron a los detractores de su política contra la pandemia. Le dieron su apoyo a Pekín, el cual aplicó cada vez más el mecanismo de represión social de Sinkiang en el resto del país, con el pretexto de controlar la pandemia. Ahora, muchos de ellos están sufriendo las consecuencias, pero a diferencia de Wuhan, ya no hay ciudadanos periodistas ni grandes grupos de voluntarios que les ayuden.
“Cuando las represiones no los alcanzaron, la mayoría de los chinos no les hicieron caso”, comentó en una entrevista Lawrence Li, un asesor empresarial de Shanghái. “Creemos que se están sacrificando los intereses de la minoría en favor de los de la colectividad”.
Al igual que mucha gente, Li afirmó que lo que está ocurriendo en Shanghái es una recreación de la campaña contra los gorriones.
“La historia se repite una y otra vez”, aseveró. Se teme que la estricta política para combatir el coronavirus en China se haya convertido en una campaña al estilo de Mao que desencadene efectos fatídicos. (Xinmei Liu/The New York Times)