Cualquiera que haya subido demasiados kilos sabe que el sobrepeso puede hacernos más lentos. Con el tiempo, si esas libras se convierten en obesidad, pueden ocasionar graves daños y poner a la persona en riesgo de una amplia gama de enfermedades.
De hecho, tener demasiado peso en el cuerpo también puede dañar el cerebro.
Las investigaciones demuestran que la obesidad influye en la salud cerebral a partir de la infancia y hasta la edad adulta. Puede afectar desde las habilidades de la función ejecutiva – o sea, la compleja capacidad de iniciar, planificar y llevar a cabo tareas – hasta el aumento sustancial del riesgo de padecer demencia. Hacia la mediana edad, las consecuencias del exceso de peso son considerables. En varios estudios se ha demostrado que los adultos de mediana edad con un índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 30, lo que se considera obesidad, tienen probabilidades mayores de padecer demencia comparados con sus pares de peso saludable.
No obstante, los investigadores siguen tratando de determinar las razones por las que el peso adicional perjudica el cerebro; si el mayor riesgo de demencia se va acumulando a lo largo de la vida; o, si la obesidad afecta al organismo de forma diferente en las distintas etapas de la vida.
También es posible que los retos cognitivos sean lo primero que ocurre y que estos contribuyen a la mala conducta alimentaria desde la infancia, dijo Alexis Wood, profesora adjunta de nutrición pediátrica del Centro de Investigación de Nutrición Infantil del Colegio de Medicina de Baylor, en Houston. El centro funciona en colaboración con el Servicio de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de Estados Unidos.
"Hay pruebas bastante sólidas y sustanciales que abarcan toda la infancia, desde los primeros años hasta la adolescencia, que demuestran que el tener un mayor peso se relaciona con un menor funcionamiento cognitivo sobre todo la función ejecutiva", dijo. "El porqué de esto se sigue debatiendo".
La obesidad, que no deja de aumentar en Estados Unidos, también resulta un tema muy preocupante. Así lo refleja un artículo publicado recientemente por American Heart Association News, y recogido por HealthDay News.
De acuerdo con los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, casi un 42% de los adultos quedaron en la categoría de obesos en 2018, con casi un 45% de entre 40 a 59 años de edad. Entre los niños y adolescentes, las tasas de obesidad aumentaron con la edad: más del 13% de los menores de 5 años; el 20% de los de 6 a 11 años y el 21% de los de 12 a 19 años.
La pandemia no ha hecho mucho para ayudar a frenar estas estadísticas.
En septiembre de 2021, los CDC afirmaron que el ritmo del aumento de la IMC se duplicó durante la pandemia en comparación con el periodo anterior. Los mayores saltos se observaron en los niños de 6 a 11 años y en los que ya tenían sobrepeso antes de la pandemia.
Algunos estudios han trazado el inicio de la relación entre la dieta, el peso y la salud cerebral hasta el vientre materno. Según Wood, en la primera infancia ya existe una relación entre el exceso de peso y la capacidad de un niño para controlar y dirigir su comportamiento, integrar nueva información, planificar y resolver problemas. Lo que no ha quedado claro es qué es lo que sucede primero.
Por ejemplo, en un estudio publicado en el American Journal of Epidemiology se descubrió que, durante la etapa de estudio preescolar, los niños con mayores habilidades verbales y de función ejecutiva eran menos propensos a tener sobrepeso posteriormente durante la infancia. Otras investigaciones muestran que los niños pequeños con sobrepeso u obesidad son menos capaces de controlar sus impulsos que los que tienen un peso saludable.
"Si los retos de la función cognitiva son lo primero, lo que se piensa principalmente es que eso regula la forma en que los niños interactúan con su entorno", dijo Wood. "Podrían no ser tan buenos en regular la ingesta de alimentos para balancear sus necesidades energéticas. Quizás coman cuando no tienen hambre, cuando ven algo muy apetecible como una golosina. Una menor función cognitiva en esta área altera la conducta alimentaria y predispone a comportamientos alimentarios inadecuados".
Sin embargo, si los problemas de peso aparecen antes que los cambios cognitivos, quizás se deba a que el exceso de grasa aumenta la inflamación. Con el tiempo, eso puede ocasionar "cambios en la conectividad, la estructura y el funcionamiento del cerebro", dijo.
Una de las teorías es que el problema no surge únicamente por el sobrepeso, sino por las condiciones y las enfermedades relacionadas con la obesidad que contribuyen de manera colectiva a una mala salud cerebral.
"Las personas con obesidad tienen mayores probabilidades de tener diabetes de Tipo 2, hipertensión y colesterol alto", dijo Kristine Yaffe, profesora y directora de psiquiatría, neurología y epidemiología en el Instituto Weill para Neurociencias de la Universidad de California en San Francisco. "Podría tratarse de la constelación de factores de riesgo cardiovascular que acompañan a la obesidad, los cuales sabemos que pueden tener un efecto perjudicial en un cerebro envejeciente, aportando al desarrollo de la enfermedad de Alzheimer o de la demencia vascular o alguna mezcla de ambas".
Otra posibilidad es que las hormonas segregadas por las células grasas, como la leptina, desempeñen un papel, dijo Yaffe. La leptina ayuda a regular el hambre. Sin embargo, las personas con demasiadas células grasas producen niveles tan altos de leptina que el cuerpo se vuelve insensible a ella, lo cual produce un ciclo en el que la persona sigue comiendo porque nunca se siente satisfecha.
La investigación de Yaffe que se publicó en Journals of Gerontology: Medical Sciences demostró que en las mujeres mayores con un peso corporal saludable, los niveles de leptina se relacionaron con un menor riesgo de padecer demencia o deterioro cognitivo. Sin embargo, en las mujeres con obesidad, esa protección desaparecía.
También podría ser que las personas con obesidad son menos activas y más propensas a otras enfermedades que provocan mayores niveles de inflamación, lo que "ocupa un rol importante para la precipitación o exacerbación de la enfermedad de Alzheimer y la demencia vascular", dijo Yaffe.
Mientras que aumentar de peso, sobre todo durante la mediana edad, también alza el riesgo de padecer demencia, lo contrario no parece ser cierto: en un amplio estudio de largo plazo financiado por el gobierno federal y relacionado con una intervención para el adelgazamiento, no se encontró ningún beneficio cognitivo asociado.
"Francamente, no sabemos a qué se debe", afirma Mark Espeland, autor de ese estudio de largo plazo publicado en el Journal of the American Geriatrics Society. Adultos de mediana edad y mayores con diabetes de Tipo 2, clasificados con sobrepeso u obesidad, fueron asignados a dos grupos, uno de los cuales participó en un programa intensivo de pérdida de peso, mientras que el otro no. Al concluir 10 años, no hubo diferencias de rendimiento cognitivo entre los dos grupos.
Es posible que no se observara ningún beneficio para la salud cerebral porque todos los participantes del estudio tenían diabetes de Tipo 2, "la cual puede alterar la función cerebral", dijo Espeland, profesor de gerontología y medicina geriátrica de la Facultad de Medicina de Wake Forest, en Winston-Salem, Carolina del Norte. "La diabetes es una enfermedad que acelera el envejecimiento".
Sea o no que la pérdida de peso pueda prevenir el deterioro cognitivo, existen numerosas razones para esforzarse por mantener un peso saludable, dijo Espeland.
"Está bastante claro que ser obeso en la mediana edad es malo para el cerebro y también para gran parte del resto del cuerpo. Es sumamente importante prevenir que suceda".
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