Por The New York Times | Davey Alba

Malone, de 62 años, estaba sentado a la mesa de su cocina, descalzo, con una corbata azul marino decorada con las espículas rojo oscuro del coronavirus, en medio de otro ajetreado día de apariciones en programas de televisión y pódcast conservadores. Tan solo esa semana, había aparecido en “Hannity”, un éxito de Fox News que tiene una audiencia promedio de más de 3 millones de personas, y en One America News. Se unió a “Candace”, un programa de entrevistas en línea que conduce la personalidad mediática de derecha Candace Owens. Y lo invitaron a los pódcast “America First With Sebastian Gorka” y “The Joe Pags Show”.

Durante décadas, Malone trabajó en centros académicos y con empresas emergentes que buscaban sacar al mercado nuevos tratamientos médicos y combatir los brotes de zika y ébola. Pero en los últimos meses, ante la persistencia de la pandemia de coronavirus, se ha dedicado a una labor muy distinta: difundir información equivocada sobre el virus y las vacunas en programas conservadores.

En muchas de sus apariciones, Malone cuestiona la gravedad del coronavirus, que ya ha matado a casi un millón de personas en Estados Unidos, y la seguridad de las vacunas, que han resultado ser bastante seguras y eficaces para prevenir la enfermedad grave y la muerte. Sus declaraciones a finales de diciembre en “The Joe Rogan Experience”, uno de los pódcast más populares del país, con un promedio de 11 millones de escuchas por episodio, atrajeron atención sobre cómo Rogan difundió información errónea sobre el virus.

Además, en los programas a los que asiste, Malone dice ser el inventor de las vacunas de ARNm, la tecnología utilizada por Pfizer y Moderna, y dice que no recibe el crédito que merece por su desarrollo. Media docena de expertos e investigadores de la COVID-19, entre ellos tres que trabajaron de cerca con Malone, afirman que, aunque participó en algunas de las primeras investigaciones sobre la tecnología, se podría decir que su contribución fue mínima.

Al difundir estas exageraciones y afirmaciones infundadas, Malone se une a profesionales médicos y científicos, como Joseph Mercola y Judy Mikovits, cuyos perfiles han crecido durante la pandemia con la difusión de información errónea sobre el uso de cubrebocas y de intrincadas teorías conspirativas sobre expertos en virus como Anthony Fauci.

Pero a diferencia de muchos de ellos, Malone no tiene mucha experiencia en el mundo de los medios de comunicación de derecha, ya que apenas en junio comenzó a hablar con regularidad en los pódcast. A pesar de que ya pasaron dos años desde el inicio de la pandemia, se están acuñando nuevas estrellas de la desinformación. Y en la cámara de eco que son los medios de comunicación de hoy (impulsada por los algoritmos de las redes sociales y una red muy unida de políticos y personas influyentes que promueven afirmaciones ya desmentidas) pueden catapultarse al estrellato con rapidez. Malone obtuvo su título de Medicina en la Universidad Northwestern en 1991 y durante la siguiente década enseñó Patología en la Universidad de California, en Davis, y en la Universidad de Maryland. Después se dedicó a la creación de empresas de biotecnología y a la consultoría. Su currículo dice que fue “determinante” para que la empresa farmacéutica Merck aprobara la investigación de la vacuna contra el ébola a mediados de la década de 2010. También trabajó en la reconversión de fármacos para tratar el zika.

En largas entrevistas realizadas en su casa a lo largo de dos días, Malone dijo en varias ocasiones, en voz muy baja y grave, que no se le han reconocido las contribuciones a lo largo de su carrera, al relatar los desaires que en su opinión habían cometido las instituciones para las que ha trabajado. Su esposa, Jill Glasspool Malone, caminaba por la sala y mostraba desde su computadora portátil artículos que, en su opinión, respaldaban las denuncias de su marido.

El ejemplo que señala con más frecuencia es el del tiempo que pasó en el Instituto Salk de Estudios Biológicos de San Diego. Mientras estuvo allí, realizó experimentos que mostraban cómo las células humanas podían absorber un coctel de ARNm y producir proteínas a partir de él. Esos experimentos, dice, lo convierten en el inventor de la tecnología de las vacunas de ARNm.

“Yo estaba allí. Yo escribí todo el invento”, dijo Malone.

Malone afirma que lo que hicieron los medios de comunicación fue atribuir el mérito de las vacunas de ARNm a los científicos Katalin Kariko y Drew Weissman, porque “hay una campaña concertada para que les den el Premio Nobel”, tanto por parte de Pfizer BioNTech, donde Kariko es vicepresidenta sénior, como de la Universidad de Pensilvania, donde Weissman dirige un laboratorio que investiga sobre vacunas y enfermedades infecciosas.

Pero en el momento en que realizaba esos experimentos, no se sabía cómo proteger el frágil ARN del ataque del sistema inmunitario, dicen los científicos. Antiguos colegas dijeron que habían visto con asombro cómo Malone empezó a publicar en las redes sociales por qué merecía ganar el Premio Nobel.

La idea de que es el inventor de las vacunas de ARNm es “una afirmación totalmente falsa”, comentó Gyula Acsadi, un pediatra de Connecticut que, junto con Malone y otras cinco personas, escribió un artículo muy citado en 1990 en el que mostraba que la inyección de ARN en el músculo podía producir proteínas (las vacunas de Pfizer y Moderna funcionan inyectando ARN en los músculos del brazo que producen copias de la “proteína de la espícula” que se encuentra en la superficie del coronavirus. El sistema inmunitario humano identifica esa proteína, la ataca y luego recuerda cómo vencerla).

Pero Malone no fue el autor principal del artículo y, según Acsadi, su contribución a la investigación no fue significativa. Aunque en el documento se afirma que la tecnología podría “proporcionar enfoques alternativos para el desarrollo de vacunas”, Acsadi dijo que ninguno de los otros autores podría afirmar que inventaron la vacuna.

“Algunos de sus artículos fueron importantes”, concedió Alastair McAlpine, médico especialista en enfermedades infecciosas pediátricas con sede en Vancouver (Columbia Británica, Canadá), “pero eso no quiere decir que haya inventado la tecnología en la que se basan las vacunas tal y como la utilizamos hoy en día”. Malone afirma que gran parte de las críticas que recibe se debe a que todo lo que ponga en tela de juicio las orientaciones de organizaciones como la Organización Mundial de la Salud y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de Estados Unidos se califica de manera automática como información errónea por parte de la clase médica, así como de las plataformas tecnológicas.

Muchos personajes públicos y donadores bien intencionados se han comprometido con ideas erróneas, solo para poder decirse a sí mismos que de verdad están contribuyendo a resolver la crisis, dijo.

“Es muy fácil dejarse llevar, obsesionarse y perder la perspectiva, y perderse uno mismo también”, comentó Malone sobre ellos.

Muchos científicos e investigadores afirman que existe un desacuerdo de buena fe sobre cómo traducir en políticas la ciencia que avanza tan rápido y reconocen que las agencias de salud han ajustado las directrices a lo largo del tiempo, a medida que se recopila información nueva.

Angela Rasmussen, experta en virus de la Organización de Vacunas y Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Saskatchewan, dijo que esas directrices son “tan fidedignas solo hasta que las pruebas que las respaldan son remplazadas por nuevas pruebas”.

Pero afirman que Malone ha tergiversado los debates políticos legítimos para utilizarlos como excusa a fin de seguir difundiendo información errónea y promover afirmaciones sobre la pandemia que se puede demostrar que son incorrectas.

Hace meses, promocionaba los fármacos hidroxicloroquina e ivermectina para el tratamiento de la COVID-19, a pesar de que varios estudios y ensayos científicos habían demostrado la inexistencia de pruebas de que los fármacos mejoraran el estado de salud de los pacientes que padecían COVID-19. Malone dijo que, al principio de la pandemia, creyó que su aportación consistía en reutilizar fármacos que ya estaban a la venta.

“Todos los grandes estaban trabajando en las vacunas”, explicó Malone. “No nos necesitaban para eso”.

La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) sigue recomendando no usar hidroxicloroquina “debido al riesgo de problemas relacionados con la frecuencia cardiaca” y un amplio estudio publicado en marzo descubrió que la ivermectina no reduce el riesgo de hospitalización por COVID-19. La FDA también ha dicho que es peligroso consumir grandes dosis del medicamento.

“Robert Malone se aprovecha del hecho de que el proceso científico implica corregir el rumbo a partir de los datos para desinformar”, afirmó Rasmussen. “Eso es algo muy deshonesto y falto de moral”, concluyó. Robert Malone en Madison, Virginia, el 5 de febrero de 2022. (Matt Eich/The New York Times)