"Es difícil, es muy difícil, hay veces que me siento morir en vida y cada cumpleaños infantil es un martirio", confiesa Lourdes Leivas al borde del llanto. Hace 16 años que trata de ser madre, sin embargo no ha logrado tener un hijo aún. "Yo quedaba embarazada y los perdía y nunca me daban una respuesta. Y cuando me la dieron yo ya había perdido las dos trompas (de Falopio)", declara.
A Lourdes le diagnosticaron de forma tardía que tenía Trombofilia, una condición que afecta la coagulación de la sangre, y que lleva a tener abortos naturales. En Uruguay el reactivo para detectarla es muy costoso, por lo que raras veces se encarga el estudio. "Hoy siento impotencia porque con una tableta de aspirineta por mes y un anticoagulante se solucionaba. Quizás mi vida sería otra, te estaría contando esta historia con un bebé en brazos y sin embargo te lo estoy contando con los brazos vacíos", afirma con tristeza.
Además de las barreras de la ciencia, Lourdes, debió enfrentarse a otro tipo de dificultad: la económica. Desde el 2009 en Uruguay no existe forma de acceder de forma gratuita a técnicas de reproducción asistida. En clínicas privadas los costos de tratamientos de alta complejidad ascienden a los 12.000 dólares.
Sin embargo, esta lucha por ser madre, fue lo que la impulsó a crear la fundación Ser padres es un derecho, que busca que el Estado declare a la infertilidad y a la esterilidad como una enfermedad. Como consecuencia, el Ministerio de Salud Pública debería encargarse de parte de los costos del tratamiento.
Actualmente existe un proyecto de ley sobre la temática, desde el año pasado cuenta con media sanción en la Cámara de Diputados y se encuentra en discusión en la Comisión de Salud del Senado. El proyecto estaba cada vez más cerca de concretarse, pero con la Ley de Matrimonio Igualitario, el proyecto que en un principio solo incluía a parejas heterosexuales, debió pasar por una fase de adaptación para incluir a las homosexuales, lo que atrasó aún más el proceso.
Laura (43), en cambio, logró acceder a los tratamientos gratuitos que se brindaban en el Hospital Pereira Rossell antes del 2009. Así quedó embarazada y hoy sostiene a Luciano (5) en la falda mientras afirma: "Yo estuve bastante tiempo para quedar embarazada, unos tres años más o menos hasta que nació Luciano. Y me re estresaba, porque te lleva trabajo, te cansa la mente. Tenés que estar preparada, decidida si querés seguir o no. Entre tratamiento y tratamiento no me fue fácil tampoco. Perdí varios embarazos".
El estrés que le genera a las parejas el tener relaciones controladas, los medicamentos, los controles y la presión económica lleva a que algunas opten por adoptar. "Mientras que yo estaba haciendo el proceso ahí en el Pereira veía que dejaban niños abandonados y eso más te angustia. Vos querés tener uno, por lo menos, y ver que otras madres los dejan te pone mal. Yo pensé en adoptar pero acá es muy difícil", recuerda Laura.
Aproximadamente 400 personas o parejas se presentan por año al INAU en busca de adoptar a un niño, después de mínimo dos años de trámites, solo treinta logra finalmente adoptar.
Marcela (44) también tenía dificultades para quedar embarazada, se realizó varios tratamientos, incluso una fertilización in vitro, pero el impacto que realizaba a su cuerpo dejó de parecerle natural y decidió adoptar.
Al acudir al INAU se encontró con un cuello de botella y veía cada vez más lejana la posibilidad de hacerlo por esa vía. Con su pareja comenzaron a compartir su situación y a hacer contactos para poder ser padres por otra vía: "Nosotros teníamos la cabeza muy abierta, dejábamos todas las posibilidades abiertas. Lo que queríamos era ser padres y ayudar a que un niño esté mejor, si era por un mes o un año no importaba, sabíamos que podía ser muy doloroso, pero si tenía que ser iba a ser", dice.
Finalmente una mujer se contactó con ellos y le ofreció darle su hijo apenas naciera, faltaba tan solo un mes. "Fue intenso y también complicado, porque en algunos momentos se da una relación como de extorsión, pero nosotros nos negamos a darle dinero", recuerda Marcela.
Ahora Santiago, que aún conserva el apellido de su madre biológica, ya hace un año y medio que está con Marcela y su pareja. "Una vez que lo tenés ya te olvidás de todo lo que pasaste, te sentís en paz y feliz", dice con una sonrisa en el rostro.
Aclaraciones:
Los nombres de la historia de Marcela fueron cambiados para preservar la identidad.
Montevideo Portal / Alejandra Pintos
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