Criado en una familia católica, muy involucrada en la comunidad religiosa de Gien, el pueblo del centro de Francia en el que vivían, Berthe (París, 1989) empezó a entender a los diez años que lo que le habían contado de la adolescencia no se parecía a lo que sentía.
"Me di cuenta de que me atraían los chicos. Me hice la promesa de esconderlo y durante algunos años rehuí esa conversación", explica a EFE desde su casa de Londres, donde vive desde hace siete años.
Su escapatoria fueron los libros de Harry Potter, de la británica J.K. Rowling, y fue también el mago quien lo sacó del armario.
"Cuando tenía 15 años fui con mis padres a una reunión ecuménica en una comunidad ahora conocida por varios escándalos de ritos sectarios y pedofilia. Delante de miles de personas el cura empezó a decir que Harry Potter era una Biblia satánica para los jóvenes. Tonterías enormes", recuerda.
Aquello le incomodó y decidió defender a su héroe ante sus padres.
"Mis padres asociaron mi encierro con la lectura y me pareció tan injusto que decidí decirles que si estaba así es porque había descubierto que me atraían los hombres", cuenta.
Berthe no olvidará jamás las dos preguntas que le hizo su madre después de recibir la noticia: ¿Había tenido relaciones sexuales con hombres? Y si no había sido así, ¿lo había tocado algún cura cuando era monaguillo?
No y no.
"Para ellos la homosexualidad venía del exterior. Se atrapa como una enfermedad. No es algo con lo que naces", explica Berthe, que hoy dirige en Inglaterra su propia empresa sobre cine de animación y publicidad.
"Curación de heridas profundas"
"Unos meses más tarde, mis padres se informaron en su entorno, donde les propusieron estas sesiones de curación de heridas profundas, lo que muestra que ya consideraban que es algo anormal que viene de una herida del pasado. En ellas había homosexuales, personas que habían sufrido violaciones, jóvenes y adultos", cuenta.
Estos encuentros se desarrollaban a menudo en forma de fines de semana o semanas de aislamiento, como si se tratase de un campamento, en el que había enseñanzas de la Biblia y conferencias sobre la homosexualidad donde les presentaban un "futuro terrorífico".
"La homosexualidad es un pecado, el diablo. Son prácticas desviadas, personas perversas, obsesionadas por el sexo e infelices. Que te digan eso, asusta", denuncia.
De esos tres años, recuerda experiencias desagradables como que los obligaran a compartir sus deseos, sus pensamientos más íntimos, incluso lo que pensaban cuando se masturbaban.
"Había pasajes de rezo muy intensos. Había mucho silencio, no teníamos derecho a hablar entre nosotros. Las comidas eran ligeras y había un padre espiritual, una especie de gurú religioso y psicológico que nos acompañaba. Mezclaban psicología y espiritualidad sin tener ninguna formación", critica.
Tras una primera fase de vergüenza, de esconder su secreto a amigos tratando de encajar y satisfacer a sus padres, las sesiones solo sirvieron para confirmar su atracción por los hombres.
Berthe reconoció su sexualidad ante sus amigos a los 18 años. Habían ido al cine a ver "Brokeback Mountain" y se echó a llorar. A la salida, decidió confesarse ante ellos.
Cuando dejó la casa de sus padres para estudiar en la universidad, en París, empezó el auténtico autodescubrimiento, un sinfín de conversaciones con homosexuales que le contaban su experiencia y que le sirvieron para comprender que lo que le habían dicho "estaba muy lejos de la realidad".
Sus padres acabaron por aceptarlo y vieron el daño que aquellas sesiones habían tenido en su hijo. Berthe, alejado hoy de la Iglesia, eligió también perdonarlos.
Colaboración con la ley
En Francia, donde este tipo de terapias no están reguladas, una diputada de la mayoría gubernamental presentó en junio en la Asamblea Nacional una proposición de ley para prohibirlas y sancionar a sus organizadores.
Berthe ha participado en su elaboración con su testimonio y en el documental de "Arte" "Homoterapias, conversiones forzadas", que pone el foco en la red de organizaciones religiosas que dicen curar la homosexualidad.
"Quiero que haya leyes para animar a la gente a denunciar y desanimar a quienes hacen las terapias. Y quiero que la Iglesia pida perdón y evite estas derivas", zanja el joven.
Junto a otros afectados, Berth creó un colectivo para compartir sus experiencias y seguir de cerca los avances de la situación. Se llaman "Nada que curar".
Con información de EFE