Por The New York Times | Dani Blum
Los ataques de pánico giran en torno al terror. Aunque por lo general se asocian con la mente, en realidad son una constelación de síntomas, tanto físicos como cognitivos. El miedo se apodera del cerebro, el cuerpo responde y puede ser difícil encontrar la lógica de todo.
La mayoría de los expertos definen un ataque de pánico como la aparición repentina de un miedo intenso, a diferencia de un padecimiento como la ansiedad general, que suele manifestarse como una preocupación casi constante.
Las personas que sufren ataques de pánico son bombardeadas por síntomas mentales y físicos que pueden variar: taquicardia, dificultad para respirar, hormigueo en las extremidades y temblores o náuseas.
También podrían presentar opresión en el pecho y algunas personas podrían sentir calor y sudoración repentinos, mientras que otras sienten escalofríos.
Entonces, aparece un miedo que provoca intranquilidad e inestabilidad. En medio de un ataque de pánico, las personas podrían pensar que se están volviendo locas y están perdiendo el control de su mente y cuerpo. Quizá piensen que se trata de un infarto o incluso que van a morir.
La mayoría de quienes sufren ataques de pánico con frecuencia no presentan todos estos síntomas por completo, pero sí muchos de ellos; sin embargo, un pequeño subgrupo de personas tiene ataques de pánico con síntomas limitados, en los que se presentan tres o menos.
Los ataques de pánico suelen desaparecer casi tan repentinamente como aparecen. Los síntomas se acumulan en el transcurso de 10 minutos y por lo general se disipan en media hora, aunque pueden dejar efectos prolongados.
No obstante, la experiencia puede ser traumática y es probable que las personas empiecen a sentir cosas que les recuerden sus síntomas, como quedarse sin aliento después de subir varios escalones. También es posible que eviten cualquier cosa que les recuerde el episodio: la tienda de comestibles en la que estaban cuando su corazón latía con fuerza o lo que estaban comiendo cuando les dio el ataque de pánico.
Es probable que algunas personas desarrollen un trastorno de pánico, que los psicólogos definen como ataques de pánico repetidos e inesperados que interfieren con las actividades cotidianas. Aunque entre el 15 y el 30 por ciento de las personas sufren al menos un ataque de pánico en su vida, solo entre el 2 y el 4 por ciento desarrolla un trastorno de pánico, afirmó Franklin Schneier, codirector de la Clínica de Trastornos de Ansiedad del Instituto Psiquiátrico del Estado de Nueva York. Un subconjunto de estas (aproximadamente una de cada tres) también desarrolla agorafobia, un trastorno de ansiedad en el que se puede presentar temor extremo a los lugares públicos o concurridos, a trasladarse por las calles, a estar formado o a salir de casa en lo más mínimo.
Las causas
Hay una serie de factores estresantes (como sucesos traumáticos, preocupaciones económicas o incluso hablar en público) que pueden provocar ataques de pánico, pero también pueden producirse de manera inesperada.
El estrés intenso activa el sistema nervioso simpático, una red de nervios que desencadena la respuesta de “lucha o huida” ante la percepción de peligro. El cuerpo libera sustancias químicas como la epinefrina, también conocida como adrenalina, y la norepinefrina, que hacen que el corazón se acelere, las pupilas se dilaten y la piel sude. El sistema nervioso parasimpático devuelve al cuerpo a su estado original. Si no se activa después de un tiempo, un ataque de pánico puede dejar a una persona suspendida en ese estado elevado de excitación.
Muchos investigadores creen que los ataques de pánico pueden producirse cuando el cerebro no es capaz de enviar correctamente los mensajes entre el córtex prefrontal, asociado a la lógica y el razonamiento, y el cuerpo amigdalino, que controla la regulación emocional. Durante un ataque de pánico, el cuerpo amigdalino está hiperactivo, mientras que la corteza prefrontal reacciona menos, lo que nos hace entrar en una espiral.
Cualquier persona puede tener un ataque de pánico; sin embargo, el riesgo es mayor en los adolescentes y los veinteañeros. Si no has presentado un ataque de pánico a los 45 años, hay menos probabilidades de que tengas un episodio más adelante.
Las mujeres tienen más del doble de probabilidades que los hombres de sufrir ataques de pánico, pero los investigadores no están del todo seguros de la razón.
Cómo aliviar un ataque de pánico en el momento
Si nunca has tenido un ataque de pánico y presentas dolor en el pecho y dificultad para respirar, debes ir a urgencias para confirmar que estás teniendo un ataque de pánico y no un problema cardiaco, pero, si ya has tenido ataques de pánico en el pasado y te das cuenta de que estás empezando a tener otro, estos consejos pueden estabilizarte en el momento.
Habla contigo mismo durante el episodio: Recuérdate a ti mismo que ya has sobrevivido a ataques de pánico.
Define a quién llamar: Un amigo de confianza o un familiar te pueden ayudar a tranquilizarte. El simple hecho de hablar con alguien puede ayudar a estabilizarte.
Cuenta los colores: Algunos terapeutas recomiendan un ejercicio sencillo para mantenerte estable: cuenta y nombra los colores que te rodean. Pronúncialos en voz alta o simplemente anótalos en tu mente, mientras registras que la alfombra es azul o que tu camisa es roja. Hacerlo puede distraerte de la creciente ansiedad.
Sostén algo frío: Busca en tu congelador y toma un cubo de hielo o coloca un paño húmedo y frío sobre tu muñeca. El impacto del frío puede ayudar a que te concentres.
Respira pausadamente: La hiperventilación, habitual en los ataques de pánico, puede provocar que las personas se sientan mareadas, por lo que es bueno hacer respiraciones pausadas. Esto llena de oxígeno el cerebro y pone en funcionamiento el sistema nervioso parasimpático, el cual da la señal de que no necesitamos luchar.
Anticipa episodios futuros
En el caso de los ataques de pánico recurrentes es recomendable acudir a un terapeuta. Las terapias cognitivo-conductuales, en las que un médico te incita a desafiar tus miedos y las sensaciones que puedes experimentar durante un ataque de pánico, son uno de los tratamientos más eficaces. El proceso puede ayudar a cambiar tus patrones de pensamiento, ya que reduce tu sensibilidad a la angustia subyacente que puede desencadenar los ataques de pánico.
Algunos medicamentos, entre ellos los antidepresivos como los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina, o ISRS, también ayudan a controlar los ataques de pánico.
A pesar de lo desconcertantes que pueden ser, es importante recordar que son tratables y que, sin importar cuán repentinamente aparezcan, comienzan a desaparecer. Aunque por lo general los ataques de pánico se asocian con la mente, en realidad son una constelación de síntomas, tanto físicos como cognitivos. (Daniel Liévano/The New York Times)
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