Por The New York Times | Jan Hoffman
(Science Times)
El mensaje estampado en la ventana de una pasarela del aeropuerto de Burlington, Vermont, sorprende porque no se parece nada a los habituales carteles turísticos y pancartas de bienvenida:
“La adicción no es una elección. Es una enfermedad que le puede pasar a cualquiera”.
La declaración, parte de una campaña de servicio público en una comunidad asaltada por el consumo de drogas, pretende reducir el estigma y fomentar el tratamiento.
Durante décadas, la ciencia médica ha clasificado la adicción como una enfermedad crónica del cerebro, pero siempre ha sido difícil venderle el concepto al público. Esto se debe a que la elección personal desempeña un papel, tanto para iniciar el consumo de drogas como para dejarlas. La idea de que quienes consumen drogas son culpables de ello ha ido ganando terreno recientemente y ha impulsado iniciativas que buscan endurecer las sanciones penales por posesión de drogas y recortar la financiación de los programas de intercambio de jeringuillas.
Pero ahora, incluso algunos miembros de las comunidades científica y de tratamiento se han replanteado la etiqueta de enfermedad cerebral crónica.
En julio, investigadores de la conducta publicaron una crítica de la clasificación, que, según ellos, podría ser contraproducente para los pacientes y sus familias.
“No creo que ayude decirle a la gente que padece una enfermedad crónica y que, por tanto, es incapaz de cambiar”, afirmó Kirsten E. Smith, profesora adjunta de Psiquiatría y Ciencias del Comportamiento en la Facultad de Medicina Johns Hopkins y coautora del artículo, publicado en la revista Psychopharmacology. “Entonces, ¿qué esperanza tenemos? El cerebro es muy dinámico, al igual que nuestro entorno”.
Las recientes críticas científicas están impulsadas por una urgencia ominosa: a pesar de que la adicción lleva mucho tiempo clasificada como enfermedad, el desastre mortal de salud pública no ha hecho más que empeorar.
Casi nadie pide que se abandone por completo el modelo de enfermedad. Pocos discuten que el consumo constante de estimulantes como la metanfetamina y de opiáceos como el fentanilo tiene un efecto perjudicial en el cerebro.
Sin embargo, algunos científicos sostienen que la caracterización de la adicción como una enfermedad centrada en el cerebro no les da suficiente consideración a factores como el entorno social y la genética. En la reciente crítica, los investigadores sostienen que una definición de adicción debería incluir la motivación o el contexto en el que la persona decide consumir drogas.
Según ellos, esa elección suele deberse a la búsqueda de una vía de escape de situaciones difíciles, como un hogar conflictivo, trastornos mentales y de aprendizaje no diagnosticados, acoso escolar o soledad. Las generaciones de adictos en la familia inclinan aún más la balanza hacia el consumo de sustancias.
Y en muchos entornos, añadieron, las drogas son más fáciles de conseguir que otras opciones más sanas y gratificantes, como la educación y el trabajo.
Entonces, la elección de las drogas podría entenderse no como un fallo moral, sino como una forma de toma de decisiones con su propia lógica sombría.
En combinación con medicamentos que atenúen el deseo de consumir opiáceos, los terapeutas podrían ayudar a los pacientes a identificar las razones que los llevaron a consumir drogas y animarlos a tomar decisiones que produzcan recompensas significativas y duraderas.
En un artículo publicado en 2021 en la revista Neuropsychopharmacology, Markus Heilig, exdirector de investigación del Instituto Nacional sobre el Abuso del Alcohol y el Alcoholismo, defendió el diagnóstico de enfermedad cerebral, afirmando que las pruebas están ampliamente documentadas. Pero, según reconoce en su artículo, “las explicaciones de la adicción centradas en el cerebro no les han prestado suficiente atención desde hace mucho tiempo a la influencia de los factores sociales en el procesamiento neuronal que subyace a la búsqueda y el consumo de drogas”.
En la práctica clínica, el término “adicción” se está matizando cada vez más. John F. Kelly, psicólogo y profesor de Psiquiatría de las adicciones en la Facultad de Medicina de Harvard, define la adicción como “un trastorno grave por consumo de sustancias en el que se producen muchos cambios en el córtex prefrontal y en zonas más profundas del cerebro” que regulan las emociones y el comportamiento.
Pero solo una pequeña minoría de personas cumple estos criterios. “Incluso dentro de ese rango de gravedad, pueden darse muchos grados diferentes de deterioro”, añadió Kelly. La genética puede agravar la respuesta.
Ofreció la analogía de subirse a un tren a toda velocidad. “Al principio, es un viaje estimulante, pero en algún momento se descontrola y se descarrila. Es cuestión de saber cuándo puedes tirar de la cuerda de emergencia y bajarte”, dijo, señalando que algunos consumidores de drogas nunca tienen la oportunidad de hacerlo antes de que sea demasiado tarde.
Ese momento, aseguró Kelly, difiere para cada uno: “La gente solo cambia cuando hay consecuencias negativas, pero también cuando hay esperanza y optimismo de que el cambio es posible, probable y sustentable”.
Para rebatir la caracterización de la adicción como una enfermedad marcada por el consumo compulsivo o las recaídas, varios expertos han argumentado que algunos consumidores de drogas y alcohol pueden dejarlo sin tratamiento e incluso volver a un consumo ocasional seguro.
Para agravar la confusión moderna sobre la naturaleza de la adicción, la psiquiatría sigue refinando los criterios de lo que denomina “trastorno por consumo de sustancias”. Según la edición actual de su manual de diagnóstico, el DSM-V, una persona tiene un trastorno leve si presenta al menos dos de once síntomas. A mayor número de síntomas, mayor gravedad del trastorno.
La investigación sobre el consumo de drogas cobró impulso en la década de 1970. En 1997, Alan I. Leshner, entonces director del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas, publicó un documento de posición fundacional: “La adicción es una enfermedad cerebral, y es importante”.
Escribió para el público, los responsables políticos e incluso los trabajadores sanitarios: “La adicción como enfermedad crónica y recidivante del cerebro es un concepto totalmente nuevo”.
Pero no pasó por alto los factores coadyuvantes. “No solo hay que tratar la enfermedad cerebral subyacente, sino también los componentes conductuales y sociales”, escribió.
Su muy citado resumen de la investigación, que apareció un año después de que Purdue Pharma introdujera el opiáceo de prescripción OxyContin, altamente adictivo, tuvo un poderoso efecto positivo. La designación de enfermedad cerebral estimuló el financiamiento de la investigación, se utilizó con el fin de ampliar la cobertura de los seguros para el tratamiento y provocó cambios en la política pública y el derecho penal, donde los tribunales de drogas recién creados —llamados cada vez más “tribunales de recuperación”— instaban a los acusados a someterse a tratamiento. La medicina convencional, incluido el Cirujano General, acabó por adoptar el marco de las enfermedades cerebrales.
El modelo sigue siendo válido, afirmó Nora Volkow, que ahora dirige el instituto. Se refiere a la adicción como “una condición médica crónica y tratable”.
En una declaración, añadió: “Reconocer que la adicción implica cambios en el cerebro no descarta los muchos factores genéticos, sociales, ambientales y de otro tipo que también desempeñan un papel importante”.
Sin embargo, según una revisión de 2022 de la investigación, es necesario seguir estudiando si el cerebro se recuperará suficientemente tras una larga abstinencia, aunque los autores sugieren que las pruebas son prometedoras.
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