Por The New York Times | Manuela Andreoni
Extensas zonas de Brasil, país que posee más de una décima parte del agua dulce del planeta, están en llamas. Se trata de vastas zonas de la selva amazónica y el Pantanal, el mayor humedal del mundo, así como las sabanas de El Cerrado y los bosques atlánticos de la costa oriental del país.
Tan solo en agosto, el número de incendios en Brasil se ha más que duplicado a comparación del año pasado, ya que los incendios han consumido una superficie del tamaño de Costa Rica.
Este mes, el humo cubrió extensas partes de Sudamérica y oscureció el cielo de algunas de las ciudades más grandes de la región, como Buenos Aires, Argentina, São Paulo y La Paz, Bolivia. Por si esto no fuera suficientemente distópico, ha caído lluvia negra producida por el hollín de los incendios sobre ciudades en varios estados de Brasil.
En gran parte de Brasil, la temporada de incendios suele alcanzar su punto álgido en esta época del año, cuando los agricultores prenden fuego a los pastos y queman parcelas recién deforestadas para eliminar la vegetación no deseada. Pero las llamas han desatado mucha más destrucción este año.
Aunque los expertos afirman que es muy probable que la mayoría de los incendios hayan sido iniciados por humanos, la abundancia de la vegetación seca alimentó llamas inmensas que se descontrolaron de forma extraordinaria.
Casi la mitad de los incendios de la selva amazónica quemaron bosques vírgenes, según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil. Esto dista mucho de ser habitual. Significa que la lucha contra la deforestación en la Amazonia ya no basta para detener los incendios.
Lo anterior demuestra que las prácticas de control de incendios en algunos de los lugares con mayor biodiversidad del mundo no están funcionando, y eso amenaza a innumerables formas de vida, incluidos los humanos. El colapso de la selva amazónica podría liberar a la atmósfera el equivalente a 20 años de emisiones mundiales de carbono.
La deforestación y los incendios
La deforestación sigue siendo un gran problema en Sudamérica. Las sabanas de El Cerrado, al este de Brasil, continúan perdiendo gran parte de su cobertura de árboles a medida que los agricultores extienden los sembradíos de soya, que llegan a abarcar superficies casi del tamaño de una ciudad. Además, aunque la deforestación de la selva amazónica se ha ralentizado, sigue produciéndose a un ritmo superior al de su recuperación.
Según los científicos, detener la deforestación debería seguir siendo la prioridad, pero, a medida que el planeta se calienta, crecen otras amenazas.
Un estudio de 2018 mostró que cuando hay sequía en el Amazonas, los incendios pueden aumentar aun si la deforestación disminuye. Esto se debe a que la vegetación más seca en forma de árboles en pie sigue alimentando las llamas.
“Si los incendios son una consecuencia directa de la deforestación, entonces una política pública que combata la deforestación debería ser efectiva contra los incendios”, afirmó Luiz Aragão, científico del instituto de investigación espacial y uno de los autores del estudio. “Y lo que estamos viendo es que no es así”.
Extensas zonas de Sudamérica están pasando por sequías de la peor categoría. Eso se debe en parte a patrones climáticos naturales, como El Niño, que se asocian a lluvias más escasas en la región. Pero es probable que el calentamiento global esté empeorando las cosas en el fondo.
El año pasado, los científicos descubrieron que el incremento de las temperaturas había intensificado la sequía en el Amazonas. También es probable que estos patrones meteorológicos cambien pronto con la llegada de La Niña, que enfría el Pacífico y suele ocasionar más lluvias en esta parte del mundo.
Posibles cambios en los ecosistemas
Es poco probable que la situación mejore en los próximos años. Los seres humanos siguen quemando combustibles fósiles que calientan la atmósfera, por lo que es probable que cada vez sean más frecuentes las sequías extremas como la actual, afirman los científicos.
“Quizá 2024 sea el mejor año de los que se avecinan, por increíble que parezca”, indicó Erika Berenguer, investigadora asociada de la Universidad de Oxford. “Los modelos climáticos muestran que habrá más sequía en una gran parte del bioma”.
La ministra de Medio Ambiente de Brasil, Marina Silva, dijo hace poco a los senadores de su país que “podemos perder el Pantanal a finales de siglo”, y explicó que la disminución de las lluvias y el aumento del calor son enormes obstáculos para que los humedales puedan reabastecerse hasta niveles sostenibles.
Es muy probable que la Amazonia sufra una transformación drástica si esta tendencia continúa.
La selva no evolucionó para arder como otros ecosistemas, como los bosques boreales, explicó Berenguer. La corteza de sus árboles es delgada, a diferencia de la de las coníferas y las secuoyas, por lo que incluso un pequeño incendio puede matarlos.
Los tipos de plantas amazónicas que pueden crecer tras un incendio no son los árboles majestuosos que asociamos con la selva tropical, sino otros más del tipo de los arbustos que crecen y mueren rápidamente y retienen en sus troncos mucho menos carbono, elemento que calienta el planeta.
“Los datos muestran que incluso 30 años después de un incendio, un bosque quemado sigue teniendo un 25 por ciento menos de carbono que un bosque que nunca se ha quemado”, señaló Berenguer.
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