Por The New York Times | Brendan Borrell
En años recientes, ha habido muchísimos trabajos de investigación que sugieren que las drogas psicodélicas podrían ayudar a tratar padecimientos de salud mental como la depresión, la ansiedad, los dolores crónicos e incluso trastornos alimentarios. Sin embargo, cada vez hay más datos que hacen pensar que una de ellas es la principal contendiente para combatir la enfermedad intratable del abuso de sustancias tóxicas. La psilocibina, el ingrediente activo de los hongos psicodélicos, ha mostrado propiedades prometedoras en algunos estudios tempranos, no solo en relación con el abuso de alcohol y otras drogas más duras, sino también de la nicotina, todas ellas sustancias resistentes al tratamiento a largo plazo.
“La vieja regla es que un tercio de las personas mejoran, un tercio sigue en las mismas condiciones y un tercio empeora”, explicó Michael Bogenschutz, psiquiatra de la Escuela de Medicina Grossman de la Universidad de Nueva York, quien se dedica al estudio de terapias asistidas con psilocibina como tratamiento para el abuso del alcohol. “Lo que me parece fascinante sobre todo este proceso es la variedad de experiencias que pueden tener las personas, que, a fin de cuentas, les permiten realizar estos cambios profundos en su comportamiento”.
Un ejemplo es Aimée Jamison, quien hace varios años se propuso deshacerse de su hábito de fumar antes de cumplir 50 años. En el papel, las probabilidades de que Jamison tuviera éxito no eran muy alentadoras. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, del 55 por ciento de los fumadores en edad adulta que intentaron dejar el hábito en 2018, solo el ocho por ciento lo logró.
Jamison, inversionista que vive por temporadas en Boston, había oído hablar de las terapias psicodélicas; por desgracia, ese tipo de droga es ilegal, en general, para uso personal. Por este motivo, en el otoño de 2018, voló a Baltimore con el propósito de participar en un ensayo clínico del Johns Hopkins Center for Psychedelic & Consciousness Research. Cuando debió abstenerse de la nicotina un día completo en preparación para una tomografía cerebral, apenas pudo dormir y describió la experiencia como “las 24 horas más infernales que he experimentado”.
Después de tres sesiones de tratamiento combinado de diálogo y terapia en la clínica Hopkins, le administraron una sola píldora que contenía 30 miligramos de psilocibina, una dosis relativamente alta. Después de tragar la píldora, se colocó un antifaz sobre los ojos, se recostó en un sofá y comenzó un viaje psicodélico con dos terapeutas a su lado durante las siguientes cinco horas.
Al terminar su viaje, se sentó y se les quedó viendo a los terapeutas. “Ahora comprendo por qué fumaba”, dijo, “y ya no necesito hacerlo”.
En los dos meses siguientes, Jamison asistió a varias terapias más, pero ya no tomó psilocibina. No ha tocado un cigarrillo en los años transcurridos desde entonces. Una versión preliminar de ese estudio (en que los participantes tenían dos o tres sesiones con psilocibina), publicado en 2014, registró una tasa de éxito del 80 por ciento en un grupo de 15 fumadores, en comparación con el 35 por ciento observado por lo regular en pacientes que reciben el principal fármaco convencional para dejar de fumar, Chantix.
Gracias a estos resultados tan positivos, el estudio de la clínica Hopkins se amplió a más participantes, y el año pasado el equipo recibió un financiamiento de 4 millones de dólares de los Institutos Nacionales de Salud. Tratamiento para algo más que una dependencia química
Una de las razones por las que las adicciones son tan difíciles de tratar es que la mayoría son más que una dependencia química. Tiempo después de que se modera la abstinencia a corto plazo, la gente que padece una adicción por lo regular debe enfrentar la realidad de vivir sin la válvula de liberación de estrés que les daba el hábito. Quienes desean dejar el hábito llegan a perseverar por unas semanas o meses, pero cuando se estresan o alteran, su cerebro muchas veces los lleva de nuevo al territorio familiar de su adicción.
Algunos expertos dicen que la psilocibina cubre esa necesidad psicológica. Junto con el LSD y la mescalina, se le conoce como una “psicodélica clásica” que activa cambios en la corteza visual del cerebro, los receptores de serotonina 5-HT2a, por lo que produce alucinaciones. En la era psicodélica de los años cincuenta y sesenta, esas drogas se evaluaron para el tratamiento de la depresión y la adicción con resultados encontrados.
Por desgracia, ese trabajo se detuvo en los años setenta con la autorización de la Ley de Sustancias Controladas, que colocó al LSD y la psilocibina en la categoría legal más restringida, conocida como Schedule 1. Los investigadores que se muestran entusiasmados acerca de la psilocibina afirman que la experiencia psicodélica más intensa y prolongada que brinda la convierte en una terapia más perdurable. En general, solo requiere una sesión para ser efectiva o, en ocasiones, varias sesiones, siempre y cuando se complemente con psicoterapia u otra forma de asistencia psicológica.
“Las personas muestran una mayor flexibilidad mental después de recibir psilocibina”, comentó Matthew Johnson, psicólogo de Johns Hopkins que dirige el ensayo con fumadores. “Es posible que esa mayor disposición sea un cambio permanente capaz de ayudar a superar la adicción”.
Un futuro incierto
Si bien la psilocibina todavía es ilegal conforme a la legislación federal, algunas ciudades, como Denver y Santa Cruz, California, la han despenalizado. En noviembre de 2020, Oregón votó para convertirse en el primer estado en legalizarla para uso médico.
Aunque a la psilocibina se le considera más segura que la ketamina y no genera hábito, también tiene sus desventajas. Las personas con riesgos más graves podrían ser aquellas que usan la droga solas y caminan en el tráfico o se colocan en otras situaciones peligrosas mientras están bajo sus efectos. Incluso con supervisión en un laboratorio de investigación, muchas veces los usuarios experimentan efectos secundarios, como vómito o pérdida de coordinación, y el viaje en sí les puede producir ansiedad, dolor o incluso una crisis psicótica.
“Uno de los grandes retos de estos tratamientos es que los efectos son un tanto impredecibles”, aseveró Bogenschutz. A algunas personas también les preocupa que no se evalúe la psilocibina en las comunidades más pobres, donde la adicción causa mayores problemas. “Necesitamos desarrollar tratamientos para ayudar a todos”, señaló Peter Hendricks, psicólogo que estudia la psilocibina y la adicción en la Universidad de Alabama en Birmingham.
Está a punto de concluir un ensayo clínico que se ha prolongado más de cinco años y cuyo objetivo es evaluar el potencial de la psilocibina como tratamiento contra el abuso de la cocaína. Se concentró en reclutar a usuarios de comunidades de bajos recursos en los alrededores de Birmingham, incluso con participantes sintecho, entre quienes la adicción causa estragos.
Por sí sola, la psicoterapia en general no constituye un tratamiento efectivo contra el padecimiento de uso de cocaína. Sin embargo, en el ensayo de Hendricks, un análisis preliminar de los primeros diez participantes mostró que quienes recibieron psilocibina combinada con terapia usaron cocaína menos días en los siguientes seis meses que aquellos que recibieron un placebo además de la terapia. También comentaron que les resultó muchísimo más fácil abstenerse de la cocaína y experimentaron una mayor satisfacción con la vida.
No obstante, Hendricks advierte que no deberíamos tener grandes expectativas. “Los tratamientos existentes son muy ineficaces”, recordó. “Mi esperanza es pasar de algo muy ineficaz a algo no tan malo o decente”. Varias drogas psicodélicas se proponen como tratamientos efectivos contra el abuso de alcohol y drogas, pero la psilocibina, el ingrediente activo de los hongos psicodélicos, combinada con terapia, parece ser la más efectiva. (Melissa Schriek/The New York Times).